Los Austrias menores
IV – LOS AUSTRIAS MENORES Y LA DECADENCIA ESPAÑOLA DEL S.XVII.
Por
Asturias Menores definimos una sucesión de reyes (Felipe III, Felipe IV y
Carlos II) tradicionalmente considerados débiles e incapacitados para el
gobierno, y que dieron como resultado la pérdida de la hegemonía política y
militar por parte de España en favor de Francia.
En
este sentido no es descabellado afirmar que FELIPE
III (1598-1621) fue un rey de
escasas dotes políticas, ya que como afirmaba su propio padre; <<
Dios, que me ha dado tantos reinos, me ha negado un hijo capaz de gobernarlos>>.
El nuevo rey delegó el gobierno en la figura del Duque de Lerma, un magnate más
preocupado de su fortuna personal que de los asuntos de Estado, mostrando que
no estaba mucho más capacitado que el rey para ejercer el poder.
Uno de los
acontecimientos más relevante de su reinado fue la EXPULSIÓN DE LOS MORISCOS.
Los moriscos, católicos en apariencia pero musulmanes de corazón, seguían
constituyendo un peligro por sus contactos con los piratas berberiscos del
norte de África y aún eran mal asimilados por la población católica. Ante esta
situación se procedió a su expulsión entre 1609 y 1614, lo que acarreó
importantes consecuencias demográficas y económicas al quedar los campos yermos
y muchas aldeas despobladas, con la consecuente reducción de las rentas
percibidas por la nobleza, el clero y el Estado.
Pese
a su inoperancia el reinado de Felipe III supuso el momento culminante de la
influencia española en Europa, en un período denominado como la PAX HISPÁNICA,
en el que se estabilizó la política exterior española en todos los frentes a
base de una intensa política diplomática con Inglaterra, Holanda y Francia.
La
lucha con INGLATERRA generó un cansancio mutuo que conllevó la firma del
TRATADO DE LONDRES (1604), mediante el cual Inglaterra obtuvo la libertad de
comercio con España a cambio de su compromiso de no apoyar a los rebeldes
holandeses. En HOLANDA la situación se agravó ya que pese a la victoria de
Ambrosio de Spínola en OSTENDE (1604), los éxitos navales holandeses y la
bancarrota de 1607 hicieron necesario negociar con las Provincias Unidas
holandesas, firmándose la TREGUA DE LOS DOCE AÑOS (1609), por la que se
reconocía la independencia de Holanda.
A
finales de su reinado esta Pax Hispánica termina por romperse reiniciándose las
hostilidades con Holanda y los protestantes.
En 1618 se
inicia la GUERRA DE LOS TREINTA AÑOS (1618-1648) donde España vuelve a asumir
su papel de defensor del catolicismo frente al protestantismo. Cuando el
Emperador Matias muere sin herederos España apoyó la sucesión de Fernando II
frente a los protestantes que propusieron al calvinista Federico, gobernador
del Palatinado. En 1620 las tropas invaden el Palatinado y vencen a los
protestantes en la batalla de LA MONTAÑA BLANCA (1620).
En
1621, último año del reinado de Felipe III, finalizó la “Tregua de los doce
años”, reanudándose el conflicto con Holanda que continuaría bajo el reinado de
Felipe IV.
El reinado de FELIPE IV
(1621-1665) aparece presidido por la relevante figura política del
valido Conde-Duque de Olivares. Olivares se empeñó en mantener la supremacía
española en Europa sin tener medios para ello, lo que junto con los graves
conflictos internos, empobrecieron España contribuyendo a su decadencia,
mientras la Francia del cardenal Richelieu se convertía en la primera potencia
europea.
Olivares
se mostró preocupado por la situación castellana quedando su ideario político
plasmado en el “Gran Memorial” (1624), que contenía todo un programa
para el ejercicio del poder absoluto desarrollando una vertiente fiscal que
planteaba la igualación de los reinos en el plano de la contribución económica
a la Monarquía. También se plasmó en el “Proyecto de Unión de Armas”
(1625), que preveía la creación de un ejército de 140.000 hombres sufragado por
los distintos reinos mediante una cuota establecida a tenor de sus recursos
humanos y económicos, aceptado por los distintos reinos y coronas a excepción
de Cataluña.
Esta
política centralista de Olivares provocó sublevaciones en varias regiones de
España, las más graves en Cataluña y Portugal, reinos que tenían gran tradición
de autogobierno y que adoptaban ahora unos movimientos de clara tendencia
separatista.
En
CATALUÑA el descontento de los campesinos y la población urbana se manifestó en
el llamado “Corpus de Sangre de Barcelona” (1640), tumulto en el que murió el
Virrey y que transformó el levantamiento social en un movimiento político
dirigido contra la Monarquía. Los Primeros acuerdos de apoyo militar francés
derivaron en 1641 a que los Junteros proclamaran Conde de Barcelona a Luis XIII
de Francia y aceptaran su soberanía, a cambio de que respetara los fueros
catalanes. No obstante el desencanto producido por la ocupación francesa, cuyo
ejército era más gravoso que el español y su política más absolutista, facilitaron
que Cataluña se sometiera nuevamente a Felipe IV tras la gran ofensiva de Juan
José de Austria (1652).
En
PORTUGAL el sentimiento favorable a la independencia se nutrió de la crisis
financiera y de la incapacidad de España de defender el Imperio ultramarino
portugués ante los ataques holandeses. En 1640, meses después del Corpus de
Barcelona, estalló en Lisboa un alzamiento que puso en el trono portugués al
Duque de Braganza, que reinó como Juan IV. La victoria portuguesa en MONTIJO
(1644) consagró la revuelta, y desde entonces la guerra hispano-portuguesa se
convirtió en una intermitente lucha de fronteras, que se prolongó hasta que
Carlos II firmó la PAZ DE LISBOA (1668) reconociendo su independencia.
La
política exterior conoció el desarrollo de la GUERRA DE LOS TREINTA AÑOS
(1618-1648) en la que se desarrollaron tres conflictos paralelos. Por un lado
el conflicto en territorio alemán (1618-1648) entre la causa de los Austrias y
los protestantes; por otro lado el enfrentamiento entre España y Holanda
(1621-1648); y en tercer lugar la guerra con Francia (1635-1659).
Cuando
Felipe IV heredó la Corona en 1621 el único conflicto en la que España estaba
inmersa era la guerra en Alemania, en su apoyo a Fernando frente a Federico y
los protestantes. Ese mismo año expiraba la Tregua de los Doce Años firmada con
Holanda, presentándose las opciones de prorrogarla, lo que significaba
consolidar su independencia, o cancelarla e ir a la guerra, corriente esta
última que se impuso gracias a la presión de los comerciantes españoles y
portugueses.
Pese a que los
holandeses contaron con el apoyo de Suecia, Dinamarca, e Inglaterra, en estos
primeros momentos los éxitos cayeron del lado español como fue la toma de BREDA
(1626) por Ambrosio de Spínola. En Alemania las tropas españolas e imperiales
también consiguieron triunfos iniciales invadiendo el Palatinado y derrotando a
daneses y suecos en NORDLINGEN (1633). Sin embargo la contraofensiva holandesa
en Flandes no se hizo esperar y los holandeses tomaron MAASTRICHT (1632)
iniciando el retroceso de las fuerzas españolas en este frente.
La
Francia del Cardenal Richelieu decidió intervenir directamente declarando la
guerra a España en 1635, e iniciando el período francés de la Guerra de los
Treinta años. Al principio la guerra fue desastrosa para Francia, pero esta
acabó coordinando sus operaciones con Holanda, consiguiendo una decisiva
victoria sobre España en la segunda batalla de LAS DUNAS (1639). Las
sublevaciones iniciadas en 1640 en Portugal y Cataluña dejaron a España en una
situación sumamente delicada, aprovechado por los franceses para ocupar ARRAS
(1640) y vencer en ROCROI (1643). La caída de Olivares en 1643 se produjo en el
momento culminante de la crisis política y militar. Felipe IV encomendó la dirección
política a un nuevo Valido, Luis de Haro, quien no tuvo más programa de
actuación que remediar en lo posible la dramática situación que había heredado
y cerrar la guerra con las menores pérdidas posibles.
En
Alemania el Emperador Fernando II firmó con sus enemigos la PAZ DE WESTFALIA
(1648), abandonando a España que aún se veía inmersa en el conflicto con la
Francia de Luis XIV. Este mismo año España y Holanda firman la PAZ DE
MUNSTER (1648) por la que España reconocía la independencia de Holanda y el
control por estos de las ex colonias portuguesas en Asia, a cambio de que los
holandeses abandonaran las posesiones españolas de ultramar que habían ocupado.
La
guerra con Francia prosiguió con más pena que gloria para España, y en las
DUNAS DE DUNKERQUE (1658) las tropas de la colación anglo-francesa derrotan
nuevamente a las españolas, que por entonces también habían perdido la isla de
Jamaica. Tras estos reveses firmaron la PAZ DE LOS PIRINEOS (1659), por
la que España cedía a Francia el Rosellón, Conflent, Artois, bastantes plazas
de Flandes, Henaut y Luxemburgo, a cambio de que Francia diese algunas
compensaciones económicas y prometiese no ayudar a Portugal en su guerra de
independencia, cosa que incumplió. Esta paz significó el final de la hegemonía
española y el comienzo de una nueva era en la historia de las relaciones
internacionales.
En
1665 muere Felipe IV y le sucede CARLOS II (1665-1700), en cuyo reinado cabe destacar la
labor de validos como Juan José de Austria (1676-1679) y el Conde de Oropesa
(1685-1691).
Juan José de
Austria contribuyó al restablecimiento de la confianza entre la Monarquía y la
Corona de Aragón, poniendo en práctica una política de respeto hacia sus
fueros. Retomó también algunos proyectos esgrimidos por Olivares, intentó
acabar con el lujo y la corrupción, hizo una leve reforma fiscal aliviando la
presión sobre comerciantes y fabricantes, desarrolló una notable política
económica destacando la creación de las Juntas de Comercio y Minas (1679), y
trató de sanear la administración con la reducción de los gastos salariales.
Esta labor fue continuada por el Conde de Oropesa (1685-1691), quien continuó
la reforma fiscal creando la Superintendencia de Hacienda y la reforma
administrativa eliminando puestos innecesarios.
Durante el
reinado de Carlos II la política exterior española debió moverse en
torno a unas nuevas coordenadas, a remolque de los acontecimientos e intentando
evitar desastres absolutos en el exterior con una hábil acción diplomática.
Lo más
relevante fue el enfrentamiento con Luis XIV de Francia, quien procuró
engrandecer su país a costa de los dominios españoles, en una sucesión
continuada de guerras más o menos legitimadas. Tras la primera ofensiva
francesa España se veía obligada a firmar con Francia la PAZ DE AQUISGRÁN
(1668), cediéndole algunas plazas del sur de Flandes, y reconociendo la independencia
de Portugal en la PAZ DE LISBOA de ese mismo año.
En 1672 Luis
XIV invadía Holanda. España se vio obligada a intervenir en ayuda de esta, pese
a que ya no era territorio de su soberanía, ante la necesidad de buscar un
aliado que le permitiera hacer frente al poder francés. Tras la derrota y la
firma de la PAZ DE NIMEGA (1678) España cedía el Franco Condado y nuevas
plazas en los Países Bajos, de manera que las principales rutas de comunicación
con el norte de Europa habían caído en manos francesas. El derrumbe del Imperio
español se hizo más evidente cuando Francia anexionaba Estrasburgo, Casale y
Luxemburgo, confirmándose en la TREGUA DE RATISBONA (1684).
La última
guerra llamada la de la LIGA DE LOS AUGSBURGO (1689-1697) enfrentó a Luis XIV
contra una coalición formada por España, el Imperio, Inglaterra, Holanda y
Suecia. Las tropas hispano-holandesas fueron derrotadas en FLEURUS (1690),
última batalla librada por la defensa de los Países Bajos. Esta guerra implicó
la invasión francesa de Flandes, Italia y Cataluña, pero por la PAZ DE
RYSWICK (1697) Francia renunciaba a esas conquistas y España recuperaba
Luxemburgo y algunas plazas flamencas, mostrándose Luis XIV generoso al desear
la herencia del trono español.
La falta de
descendencia de Carlos II planteó el problema de su sucesión y tanto los
Habsburgo de Viena como los Borbones de Francia tenían derechos dinásticos.
Castilla se mostraba cansada del gobierno de los habsburgo y de la vinculación
a Viena, pensando que solamente Francia podía salvar el país. Sin embargo
Cataluña, Flandes y Milán, que habían sufrido de cerca el ataque de las tropas
francesas, seguían siendo partidarios de los Habsburgo. En 1700 miembros del
Consejo de Estado se pronunciaron por la solución francesa siempre que ambas
monarquías quedaran separadas, y ese mismo año Carlos II legaba en su
testamento sus dominios a Felipe de Anjou, nieto de Luis XIV que reinaría como
FELIPE V. Pero Luis XIV erró al registrar los derechos de sucesión de Felipe V
al trono francés, cuando realmente le correspondían a su hermano mayor, y al
concederse el gobierno efectivo de los Países Bajos y privilegios en las
colonias españolas. Esto motivó la formación de LA GRAN ALIANZA (1701) formada
por Inglaterra, Holanda, Austria, Dinamarca, algunos príncipes alemanes,
Portugal y Saboya, declarando la guerra a Francia y España en 1702, e
iniciándose la GUERRA DE SUCESIÓN ESPAÑOLA (1702-1713).
El conflicto
se resume en la derrota de los Borbones en Europa, donde los aliados
conquistaron posesiones españolas sin invadir territorio francés, y la victoria
en España, donde Felipe V acabó imponiéndose con ayuda militar francesa.
La PAZ DE
UTRECHT (1713) se limitó a reconocer esta situación. Felipe V obtuvo el
trono español a cambio de renunciar a sus derechos al trono francés, y cedía
Nápoles, Cerdeña, Milán y Los Países Bajos a Austria; Sicilia a Saboya; y
Gibraltar y Menorca a Inglaterra.
Trabajo realizado por: Antonio Manuel Leal Madroñal
No hay comentarios:
Publicar un comentario