martes, 3 de julio de 2012

LA MONARQUÍA HISPÁNICA "LOS AUSTRIAS" S. XVI-XVII

Los Austrias menores



IV – LOS AUSTRIAS MENORES Y LA DECADENCIA ESPAÑOLA DEL S.XVII.

            Por Asturias Menores definimos una sucesión de reyes (Felipe III, Felipe IV y Carlos II) tradicionalmente considerados débiles e incapacitados para el gobierno, y que dieron como resultado la pérdida de la hegemonía política y militar por parte de España en favor de Francia.

            En este sentido no es descabellado afirmar que FELIPE III (1598-1621) fue un rey de escasas dotes políticas, ya que como afirmaba su propio padre; << Dios, que me ha dado tantos reinos, me ha negado un hijo capaz de gobernarlos>>. El nuevo rey delegó el gobierno en la figura del Duque de Lerma, un magnate más preocupado de su fortuna personal que de los asuntos de Estado, mostrando que no estaba mucho más capacitado que el rey para ejercer el poder.

Uno de los acontecimientos más relevante de su reinado fue la EXPULSIÓN DE LOS MORISCOS. Los moriscos, católicos en apariencia pero musulmanes de corazón, seguían constituyendo un peligro por sus contactos con los piratas berberiscos del norte de África y aún eran mal asimilados por la población católica. Ante esta situación se procedió a su expulsión entre 1609 y 1614, lo que acarreó importantes consecuencias demográficas y económicas al quedar los campos yermos y muchas aldeas despobladas, con la consecuente reducción de las rentas percibidas por la nobleza, el clero y el Estado.

            Pese a su inoperancia el reinado de Felipe III supuso el momento culminante de la influencia española en Europa, en un período denominado como la PAX HISPÁNICA, en el que se estabilizó la política exterior española en todos los frentes a base de una intensa política diplomática con Inglaterra, Holanda y Francia.

            La lucha con INGLATERRA generó un cansancio mutuo que conllevó la firma del TRATADO DE LONDRES (1604), mediante el cual Inglaterra obtuvo la libertad de comercio con España a cambio de su compromiso de no apoyar a los rebeldes holandeses. En HOLANDA la situación se agravó ya que pese a la victoria de Ambrosio de Spínola en OSTENDE (1604), los éxitos navales holandeses y la bancarrota de 1607 hicieron necesario negociar con las Provincias Unidas holandesas, firmándose la TREGUA DE LOS DOCE AÑOS (1609), por la que se reconocía la independencia de Holanda.

            A finales de su reinado esta Pax Hispánica termina por romperse reiniciándose las hostilidades con Holanda y los protestantes.
En 1618 se inicia la GUERRA DE LOS TREINTA AÑOS (1618-1648) donde España vuelve a asumir su papel de defensor del catolicismo frente al protestantismo. Cuando el Emperador Matias muere sin herederos España apoyó la sucesión de Fernando II frente a los protestantes que propusieron al calvinista Federico, gobernador del Palatinado. En 1620 las tropas invaden el Palatinado y vencen a los protestantes en la batalla de LA MONTAÑA BLANCA (1620).
            En 1621, último año del reinado de Felipe III, finalizó la “Tregua de los doce años”, reanudándose el conflicto con Holanda que continuaría bajo el reinado de Felipe IV.


El reinado de FELIPE IV (1621-1665) aparece presidido por la relevante figura política del valido Conde-Duque de Olivares. Olivares se empeñó en mantener la supremacía española en Europa sin tener medios para ello, lo que junto con los graves conflictos internos, empobrecieron España contribuyendo a su decadencia, mientras la Francia del cardenal Richelieu se convertía en la primera potencia europea.

            Olivares se mostró preocupado por la situación castellana quedando su ideario político plasmado en el “Gran Memorial” (1624), que contenía todo un programa para el ejercicio del poder absoluto desarrollando una vertiente fiscal que planteaba la igualación de los reinos en el plano de la contribución económica a la Monarquía. También se plasmó en el “Proyecto de Unión de Armas” (1625), que preveía la creación de un ejército de 140.000 hombres sufragado por los distintos reinos mediante una cuota establecida a tenor de sus recursos humanos y económicos, aceptado por los distintos reinos y coronas a excepción de Cataluña.

            Esta política centralista de Olivares provocó sublevaciones en varias regiones de España, las más graves en Cataluña y Portugal, reinos que tenían gran tradición de autogobierno y que adoptaban ahora unos movimientos de clara tendencia separatista.

            En CATALUÑA el descontento de los campesinos y la población urbana se manifestó en el llamado “Corpus de Sangre de Barcelona” (1640), tumulto en el que murió el Virrey y que transformó el levantamiento social en un movimiento político dirigido contra la Monarquía. Los Primeros acuerdos de apoyo militar francés derivaron en 1641 a que los Junteros proclamaran Conde de Barcelona a Luis XIII de Francia y aceptaran su soberanía, a cambio de que respetara los fueros catalanes. No obstante el desencanto producido por la ocupación francesa, cuyo ejército era más gravoso que el español y su política más absolutista, facilitaron que Cataluña se sometiera nuevamente a Felipe IV tras la gran ofensiva de Juan José de Austria (1652).
            En PORTUGAL el sentimiento favorable a la independencia se nutrió de la crisis financiera y de la incapacidad de España de defender el Imperio ultramarino portugués ante los ataques holandeses. En 1640, meses después del Corpus de Barcelona, estalló en Lisboa un alzamiento que puso en el trono portugués al Duque de Braganza, que reinó como Juan IV. La victoria portuguesa en MONTIJO (1644) consagró la revuelta, y desde entonces la guerra hispano-portuguesa se convirtió en una intermitente lucha de fronteras, que se prolongó hasta que Carlos II firmó la PAZ DE LISBOA (1668) reconociendo su independencia.

            La política exterior conoció el desarrollo de la GUERRA DE LOS TREINTA AÑOS (1618-1648) en la que se desarrollaron tres conflictos paralelos. Por un lado el conflicto en territorio alemán (1618-1648) entre la causa de los Austrias y los protestantes; por otro lado el enfrentamiento entre España y Holanda (1621-1648); y en tercer lugar la guerra con Francia (1635-1659).
           
            Cuando Felipe IV heredó la Corona en 1621 el único conflicto en la que España estaba inmersa era la guerra en Alemania, en su apoyo a Fernando frente a Federico y los protestantes. Ese mismo año expiraba la Tregua de los Doce Años firmada con Holanda, presentándose las opciones de prorrogarla, lo que significaba consolidar su independencia, o cancelarla e ir a la guerra, corriente esta última que se impuso gracias a la presión de los comerciantes españoles y portugueses.
Pese a que los holandeses contaron con el apoyo de Suecia, Dinamarca, e Inglaterra, en estos primeros momentos los éxitos cayeron del lado español como fue la toma de BREDA (1626) por Ambrosio de Spínola. En Alemania las tropas españolas e imperiales también consiguieron triunfos iniciales invadiendo el Palatinado y derrotando a daneses y suecos en NORDLINGEN (1633). Sin embargo la contraofensiva holandesa en Flandes no se hizo esperar y los holandeses tomaron MAASTRICHT (1632) iniciando el retroceso de las fuerzas españolas en este frente.

            La Francia del Cardenal Richelieu decidió intervenir directamente declarando la guerra a España en 1635, e iniciando el período francés de la Guerra de los Treinta años. Al principio la guerra fue desastrosa para Francia, pero esta acabó coordinando sus operaciones con Holanda, consiguiendo una decisiva victoria sobre España en la segunda batalla de LAS DUNAS (1639). Las sublevaciones iniciadas en 1640 en Portugal y Cataluña dejaron a España en una situación sumamente delicada, aprovechado por los franceses para ocupar ARRAS (1640) y vencer en ROCROI (1643). La caída de Olivares en 1643 se produjo en el momento culminante de la crisis política y militar. Felipe IV encomendó la dirección política a un nuevo Valido, Luis de Haro, quien no tuvo más programa de actuación que remediar en lo posible la dramática situación que había heredado y cerrar la guerra con las menores pérdidas posibles.

            En Alemania el Emperador Fernando II firmó con sus enemigos la PAZ DE WESTFALIA (1648), abandonando a España que aún se veía inmersa en el conflicto con la Francia de Luis XIV. Este mismo año España y Holanda firman la PAZ DE MUNSTER (1648) por la que España reconocía la independencia de Holanda y el control por estos de las ex colonias portuguesas en Asia, a cambio de que los holandeses abandonaran las posesiones españolas de ultramar que habían ocupado.

            La guerra con Francia prosiguió con más pena que gloria para España, y en las DUNAS DE DUNKERQUE (1658) las tropas de la colación anglo-francesa derrotan nuevamente a las españolas, que por entonces también habían perdido la isla de Jamaica. Tras estos reveses firmaron la PAZ DE LOS PIRINEOS (1659), por la que España cedía a Francia el Rosellón, Conflent, Artois, bastantes plazas de Flandes, Henaut y Luxemburgo, a cambio de que Francia diese algunas compensaciones económicas y prometiese no ayudar a Portugal en su guerra de independencia, cosa que incumplió. Esta paz significó el final de la hegemonía española y el comienzo de una nueva era en la historia de las relaciones internacionales.

            En 1665 muere Felipe IV y le sucede CARLOS II (1665-1700), en cuyo reinado cabe destacar la labor de validos como Juan José de Austria (1676-1679) y el Conde de Oropesa (1685-1691).
Juan José de Austria contribuyó al restablecimiento de la confianza entre la Monarquía y la Corona de Aragón, poniendo en práctica una política de respeto hacia sus fueros. Retomó también algunos proyectos esgrimidos por Olivares, intentó acabar con el lujo y la corrupción, hizo una leve reforma fiscal aliviando la presión sobre comerciantes y fabricantes, desarrolló una notable política económica destacando la creación de las Juntas de Comercio y Minas (1679), y trató de sanear la administración con la reducción de los gastos salariales. Esta labor fue continuada por el Conde de Oropesa (1685-1691), quien continuó la reforma fiscal creando la Superintendencia de Hacienda y la reforma administrativa eliminando puestos innecesarios.

Durante el reinado de Carlos II la política exterior española debió moverse en torno a unas nuevas coordenadas, a remolque de los acontecimientos e intentando evitar desastres absolutos en el exterior con una hábil acción diplomática.

Lo más relevante fue el enfrentamiento con Luis XIV de Francia, quien procuró engrandecer su país a costa de los dominios españoles, en una sucesión continuada de guerras más o menos legitimadas. Tras la primera ofensiva francesa España se veía obligada a firmar con Francia la PAZ DE AQUISGRÁN (1668), cediéndole algunas plazas del sur de Flandes, y reconociendo la independencia de Portugal en la PAZ DE LISBOA de ese mismo año.
En 1672 Luis XIV invadía Holanda. España se vio obligada a intervenir en ayuda de esta, pese a que ya no era territorio de su soberanía, ante la necesidad de buscar un aliado que le permitiera hacer frente al poder francés. Tras la derrota y la firma de la PAZ DE NIMEGA (1678) España cedía el Franco Condado y nuevas plazas en los Países Bajos, de manera que las principales rutas de comunicación con el norte de Europa habían caído en manos francesas. El derrumbe del Imperio español se hizo más evidente cuando Francia anexionaba Estrasburgo, Casale y Luxemburgo, confirmándose en la TREGUA DE RATISBONA (1684).
La última guerra llamada la de la LIGA DE LOS AUGSBURGO (1689-1697) enfrentó a Luis XIV contra una coalición formada por España, el Imperio, Inglaterra, Holanda y Suecia. Las tropas hispano-holandesas fueron derrotadas en FLEURUS (1690), última batalla librada por la defensa de los Países Bajos. Esta guerra implicó la invasión francesa de Flandes, Italia y Cataluña, pero por la PAZ DE RYSWICK (1697) Francia renunciaba a esas conquistas y España recuperaba Luxemburgo y algunas plazas flamencas, mostrándose Luis XIV generoso al desear la herencia del trono español.

La falta de descendencia de Carlos II planteó el problema de su sucesión y tanto los Habsburgo de Viena como los Borbones de Francia tenían derechos dinásticos. Castilla se mostraba cansada del gobierno de los habsburgo y de la vinculación a Viena, pensando que solamente Francia podía salvar el país. Sin embargo Cataluña, Flandes y Milán, que habían sufrido de cerca el ataque de las tropas francesas, seguían siendo partidarios de los Habsburgo. En 1700 miembros del Consejo de Estado se pronunciaron por la solución francesa siempre que ambas monarquías quedaran separadas, y ese mismo año Carlos II legaba en su testamento sus dominios a Felipe de Anjou, nieto de Luis XIV que reinaría como FELIPE V. Pero Luis XIV erró al registrar los derechos de sucesión de Felipe V al trono francés, cuando realmente le correspondían a su hermano mayor, y al concederse el gobierno efectivo de los Países Bajos y privilegios en las colonias españolas. Esto motivó la formación de LA GRAN ALIANZA (1701) formada por Inglaterra, Holanda, Austria, Dinamarca, algunos príncipes alemanes, Portugal y Saboya, declarando la guerra a Francia y España en 1702, e iniciándose la GUERRA DE SUCESIÓN ESPAÑOLA (1702-1713).

El conflicto se resume en la derrota de los Borbones en Europa, donde los aliados conquistaron posesiones españolas sin invadir territorio francés, y la victoria en España, donde Felipe V acabó imponiéndose con ayuda militar francesa.
La PAZ DE UTRECHT (1713) se limitó a reconocer esta situación. Felipe V obtuvo el trono español a cambio de renunciar a sus derechos al trono francés, y cedía Nápoles, Cerdeña, Milán y Los Países Bajos a Austria; Sicilia a Saboya; y Gibraltar y Menorca a Inglaterra.

Trabajo realizado por: Antonio Manuel Leal Madroñal 

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