domingo, 25 de diciembre de 2011

Los cines públicos gaditanos.

plaza de San Antonio


Ya en el verano de 1907, Francisco Escudero montó su barracón cinematográfico en la plaza de San Juan de Dios, por concurso público promovido por el Ayuntamiento, la verdadera novedad se produjo al verano del año siguiente.

El 21 de julio de 1908, en la plaza de San Antonio, se inauguro una forma de espectáculo cinematográfico que ya se repetiría, interrumpidamente, todos los veranos.


En la ciudad de Cádiz existía una institución benéfica, el Asilo de la Infancia y Casa de Maternidad, que tenía concedida la explotación del servicio de sillas que se ponían en la vía pública con diferentes motivos, carnavales, paseos, veladas, semana santa, etc., lo cual provocó una vinculación estrecha entre esta institución y el cinematógrafo.

Al segundo año de instalarse este cinematógrafo público, en 1909, ya comienzan, los problemas, los críticos y las controversias. La verdad es que no se necesitaba mucho en su instalaciones: un telón blanco sostenido por dos palos, que durante el día permanecía enrollada, una caseta de corte playero, alzada sobre una plataforma donde se guardaba la maquina que proyectaba, y el espacio intermedio ocupado por las sillas para el público que se extendían al anochecer y se recogían al terminar el espectáculo, para no estorbar la circulación. Todo el recinto se cerraba con una cuerda sostenida por palos y cuatro altas farolas lo iluminaba en los intermedios.

El espectáculo de cinematógrafo al aire libre, había que saberlo llevar, porque el éxito no estaba asegurado.

El cinematógrafo que instaló D. Pedro González Santiago en la plaza del Mercado de la Libertad, sólo duró cuatro noches, por motivo de que el público no acudía en la proporción necesaria.

En cambio, el Cine Público de la plaza de la Constitución iba sobre rueda, para bien del público, el empresario y el Asilo, ya que esta institución benéfica ingresó en el verano de 1909 por este concepto 3308,70pts.

El carácter público de este cine le venía fundamentalmente por no estar dentro de ningún recinto y, por tanto, pudiéndose ver gratuitamente por todas las personas que estuviesen en la plaza, y además por su carácter benéfico social. Naturalmente los espectadores de la buena sociedad, veían el cine sentados en las sillas, mientras que los de la otra sociedad lo veían de pie o sentados en el suelo y las aceras.

En el año 1909, Cádiz Alegre a finales de julio dedicó una serie de artículos, para demostrar que los cinematógrafos públicos son perjudiciales a Cádiz; aunque lo que mejor mostraban era el finó humor gaditano y las circunstancias ideológicas y sociales del momento. Sin embargo, las censura de Cádiz Alegre, más que contra el cine, van contra la inoportunidad del sitio donde se instalan.

También en 1911, es del primero del que se tiene constancia que se celebrasen festivales benéficos, aunque lo más probables es que se celebrasen desde los primeros años; algo que ya sería una constante de los cines públicos. Solían celebrar dos o tres en cada temporada, dedicándose los ingresos íntegros a la Asociación Gaditanas de la Caridad o el Asilo de la Infancia. También se celebraban espectáculos de variedades en un tablado que se colocaba debajo del Telón y el ejército contribuía enviando bandas de música que amenizaban el espectáculo. Esos días la asistencia era mucho mayor en las sillas, y las películas solían estar escogidas a tono con la buena sociedad, que acudía especialmente a esas sesiones. La banda de música al final solía interpretar la patriótica partitura “La batalla de los castillejos”, que terminaba con un tiroteo realista por las azoteas de la plaza y una función de fuego artificiales.

El ambiente de los cines públicos también lo recogía con gracias Bartolomé Lompart “sería un contrasentido decir que el cine público de Cádiz era “mudo”, cuando de la plaza entera trascendía un puro clamor de voces y pregones. Por lo pronto una autentica caja de sonoridad era el semicírculo de espectadores gratuitos que se formaba tras el telón para ver por trasparencia la cinta. Este sistema tenía el inconveniente de que los rótulos o lecturas que explicaban el desarrollo del argumento, se veía desde allí al revés, circunstancias que no solía molestar demasiado a estos espectadores porque la mayoría de ello no sabía leer. Este público, compuesto mayormente por chiquillos en cuanto el comienzo se retrasaba gritaba a coro:-¡Échalo Mates! ¡Échalo Mate!

Por otra parte y durante toda la noche la plaza era un puro clamor de pregones conocidos de todos los gaditanos “Acerolas blancas y colorá, “El pirulí de la Habana, rico caramelo”! “¡Agüiti fresquiti” “¡Helado mantecado!” “¡Al fresco higo de Jerez…!”

Al cine mudo de Cádiz le salían voces por todas partes.

A veces, de la vecina parroquia de San Antonio salía el Santo Viático, circunstancia que se anunciaba con un toque de campanas. En ese momento se interrumpía la proyección, se encendían las luces de la plaza y un cocheberlina, se acercaba en piadosa ofrenda con los faroles encendidos a la puerta de la iglesia para recibir al sacerdote, permaneciendo el público en respetuoso silencio mientra el cortejo hacía su recorrido hasta perdece en una esquina. A la vuelta se repetía la escena hasta el ingreso en el templo.

La inauguración de la temporada veraniega, el 15 de julio de 1928, los Cines Públicos se habían instalado ese año en las plazas de Méndez Núñez y Isabel II.

En el año 1930, los cines ya establecidos en la plaza de Guerra Jiménez y la Merced, apareció en D.C, el 13 de julio, un anuncio en el que al Asilo gaditano también sacaba a concurso la exclusiva para la venta en los Cines Públicos de agua, caramelos y helados. Las casas se iban ordenando y el cinematógrafo no escapaba de ese moderno afán.

NOTICIA QUE SALIO EN PRENSA LOCAL EN 1924

El cine de la plaza de San Antonio es una molestia por sus malos olores

Las molestias que sufre el público que asiste al cine pueden ser superadas con una leve reforma.

Cádiz/julio. Resulta contra todas las reglas de la higiene el espectáculo veraniego del cine en la plaza de San Antonio.
Actualmente está la pantalla en el centro de la plaza, mirando hacia la calle Ancha.
A costa de muy poco dinero y con muy buena voluntad podría hacerse una reforma con la empresa arrendataria podría salir beneficiada y el público será atendido como corresponde.
Las molestias que hoy se soportan son el mal olor característico de las grandes aglomeraciones de gente que no se lava, unos por hidrofobia y otros por que los grifos no tiene agua: lo cierto es que hay gases de muy mal olor que se hacen insoportables.
Unen sus aromas gratos los que provienen de las paradas de coches y urinarios y a esas molestias se suman las provocadas por los empujones de las gentes que tratan de acomodarse.
Se podría arreglar cambiando el telón al centro de la plaza en el sentido trasversal y llevando lo más cerca posible de la fachada del Casino en la forma del esquema.
Como la plaza no circula vehículos, no se perturba la comodidad de los transeúntes y durante el día pueden replegarse las sillas a uno de sus lados.
Así desde la cuerda que limita el cine no llegan malos olores y no hay aglomeraciones que molesten a quienes ven el cine.


plano de la reforma que se propone en la plaza de San Antonio

domingo, 18 de diciembre de 2011

El Submarino “Peral” made in Cádiz

El submarino Peral

La construcción del submarino “Peral” fue ordenado por R.D. de 20 de abril de 1887. Se iniciaron los trabajos el 23 de octubre de dicho año en la grada número 5 del arsenal de la Carraca. La quilla le fue colocada en 1 de enero de 1888, siendo botado el 8 de septiembre siguiente. La dotación se componía del comandante, tres oficiales, tres operarios de Maestranza y cinco marineros. Las primeras pruebas se realizaron el 25 de diciembre de 1888, siguiéndole otras en marzo de 1889 en el arsenal. Las de velocidad y radio de acción, se efectuaron en la bahía de Cádiz con éxito absoluto los días 21 y 22 de mayo de 1890. Además se hizo un simulacro de combate contra el crucero “Cristóbal Colón” al que acompañaron los cañoneros “Salamandra” “Cocodrilo”, vapor “Garibaldi” y Remolcador Nº 1.

Las pruebas de navegación en inmersión y de lanzamiento de torpedo, fueron realizados el 7 de junio siguiente. En esta ocasión, además de los dos cañoneros que participaron en la prueba anterior, acompañaron al submarino el vapor “Reina Cristina”, de la Compañía Trasatlántica, el crucero “Colón”, a bordo del cual iba la comisión científica designada al efecto, así como numerosas personas que presenciaron la prueba desde los botes.

Construido con casco de acero, tenía 21,79m de eslora y 2,87 de diámetro en la cuaderna maestra, con desplazamiento de 77 toneladas en superficie y ocho más en inmersión. Fue el primer submarino del mundo en utilizar la energía de acumuladores eclécticos y realizó ensayos de lanzamiento de torpedo. Actualmente se conserva restaurado, en Cartagena.

sábado, 10 de diciembre de 2011

Terrenos del Rey

calle Benito Perez Galdos (barrio del Balon)

Los terrenos del rey se extendían en los alrededores del Hospital real, entre éste y la ciudad y la ciudad (actualmente plaza de Fragela y la manzana entre éste y la calle Soledad), al norte del Hospital hasta el Baluarte de Candelaria, y al oeste, hasta la muralla. En 1732, constituía una amplia explanada entre la ciudad y el castillo de Santa Catalina, utilizada por las tropas para sus maniobras, y en cuyo centro se ubicaba el Hospital, el antiguo cuartel y almacenes de la Pólvora.

En 1755 se elabora un plano de este sector de la ciudad en el que hace un estudio y distribución de futuro uso de estos terrenos del Rey.

La finalidad del mismo es dar un uso adecuado a las necesidades del momento, definiendo la ordenación total de la zona, no sólo atendiendo las necesidades militares sino coordinándola con las civiles, mediante un auténtico proyecto urbanístico.

Se hace una distribución del terreno aún sin edificar, de la siguiente manera:

Se forma una nueva línea de casa del Mentidero y prolonga la misma hacía poniente. A otro ladote la plaza se prevé el nuevo Pabellón para Ingeniero, luego construido ante el baluarte de Candelaria. A poniente se cierra esta zona del Mentidero con dos cuarteles, hoy edificio universitario.

Los otros dos cuarteles se sitúan hacia el Sur, ante el Castillo de Santa Catalina, formando ángulo recto entre si. El espacio que queda entre ellos y el borde de la ciudad se parcela con trazado minucioso de alineaciones, respetado luego en la construcción de las edificaciones de las calles San Rafael, Rosa, Diego Arias y sus transversales.

Entra estas manzanas y los cuarteles se detallan la zanja de desagüe que salía a la Caleta.

En sentido perpendicular quedaron las prolongaciones de las calles: Rosa, Encarnación, Hospital de Mujeres y Solano. Al norte del Hospital Real se crea la de Santa Rosalía y se prolonga la calle Ángel.

Al dedicar terrenos para viviendas de particulares, se dará configuración definitiva a ka actual plaza del Mentidero y a la zona comprendida entre esta y el Hospital Real.

En 1755, se inician las gestiones oportunas para hacer viable la propuesta de venta de suelo. Al pertenecer al Rey gran parte de estos terrenos, será la Real Junta de Fortificaciones las que, como gestora de los bienes de la Corona, se encargue de la venta de suelos previamente tasados por las personas adecuadas.

Una pieza urbana de gran importancia es la nueva plaza ante el Hospital Real, edificio que existía desde 1688, situándose en lugar apartado del caserío por razones de salubridad, estará a medio camino entre la ciudad y el castillo de Santa Catalina, constituyendo en pieza directriz del desarrollo urbano en una zona vacía hasta entonces.

Al norte del Hospital Real se encontraba el Camposanto, lugar improvisado para los enterramientos en la epidemia de 1648.

Los huertos situados en la zona del Campo Santo, algunos de ellos cultivados no daban frutos suficientes para el abasto de la ciudad. En los espacios incontrolados existente entre sus vallados se ocasionaban desórdenes públicos, limitando al mismo tiempo las zonas expansión y paseo del vecindario.

Para evitar estos inconvenientes se acuerda allanar los huertos, quedando todo el sitio que comprenden hábil para el paseo y tránsito del vecindario. Para que no se perjudique a los dueños de los huertos en explotación, se le garantiza el pago anual de lo que queda ganaban con ellos, indemnizándose a los agricultores que quedaban en los intramuros de la ciudad.

Al allanamiento de los dos huertos situados frente a la puerta principal del Hospital Real, para formar plazuela, se compran a la Comunidad Carmelita de la ciudad y al marqués de Iturbieta.

La reordenación de la zona frente al Hospital Real en 1751. se analiza la conveniencia de situar frente al mismo el nuevo Hospicio de la Caridad. El Rey propone la ubicación del nuevo edificio en los terrenos de realego que hacía el Campo Santo sigue en línea con las casas de la Isleta, acuden al Rey para que no se permita edificar delante del hospital, por estimarlo perjudicial para sus moradores.

La edificación del Hospicio se realizaría posteriormente (1763) en otro lugar, en una zona periférica de la ciudad entre los huertos de Cepeda y la Caleta de Santa Catalina.

La existencia de un espacio vacío ante el Hospital Real, germen de una futura plaza de mayores dimensiones. En las décadas posteriores sigue existiendo una clara intención de planificar la plaza que se está conformando frente al Hospital Real y sus alrededores.

En 1784, el Ayuntamiento ha acordado construir una manzana de casas en la plaza del Hospital. Aunque la iglesia y el Colegio de cirugía se han construido a ambos lados del patio, y la gran distancia que hay de las casas que se proponen fabricar al Hospital.

jueves, 1 de diciembre de 2011

El asalto Anglo-Holandés de 1596


La flota anglo-holandés y la española en aguas de la bahía de Cádiz

En el año 1596 la reina de Inglaterra para enojo del rey de España, hizo a la mar una flota compuesta de 14 de sus reales barcos y cuatro balandros, además de 68 barcos mercantes de guerra, en los cuales se transportaron 6800 soldados, y dieciocho carabelas y barcos rápidos cargados de caballos, víveres y provisiones, bajo el mando conjunto de Charles Howard, barón de Effingham, gran almirante de Inglaterra, y de Robert Devreux, conde de Essex.


Y a petición de su majestad, los Estados de las Provincias Unidas contribuyeron con 18 barcos de guerra y 6 barcos rápidos cargados de municiones y víveres, bajo al mando de Lord Jhon [Van] DuyVenvoord, almirante de Holanda, quien recibió instrucciones de acompañar a la flota de Su Majestad y obedecer a sus generales.


Se consultó que debía intentar la armada real perjudicar al Rey español. Los lords generales propusieron la expedición a Calis en Andalucía, por ser una plaza de gran importancia para el rey, rica y fácil de sorprender. Ofrecía además la posibilidad de saquear Puerto Real, Puerto de Santa María y Jerez, y de apoderarse e incendiar los barcos y galeras que se encontraran en la bahía, en cuyo puerto hay siempre embarcaciones, y desde el cual emprende sus viajes y hace los retornos la flota de las Indias Occidentales, se ordenó, que la flota no atacaría ni se aproximaría a ningún lugar de Portugal o de España, hasta que llegara a Calis; y no se pondría a la vista de la costa hasta llegar a la altura del Cabo Meridional. La flota levó anclas, siguiendo al lord almirante hacia la costa española, con viento más favorable, consultado cómo se aproximarían los almirantes con sus escuadras a la bahía de Cádiz, y cuáles eran los lugares más adecuados de la isla, para desembarcar las campañas de tierra, y la manera de atacar a la ciudad y a los barcos y galeras que estuvieran en la bahía.


La flota, lejos de la costa para no se descubierta, mantuvo el rumbo a Calis, vieron desde el almirante un barco extraño que estaba entre ellos, y que cayó allí inconscientemente esa noche, e hizo todo lo posible para escapar, era un mercantes irlandés de Waterford, que había salido de Calis, disparándole el Ark dos veces, su maestre vino a bordo, en el interrogatorio dio cuenta del estado de la ciudad, que no había en ella indicios o noticias de que la armada inglesa estaba en la costa, ni se sospechaba de un ataque contra la plaza, sino que vivían confiados, con una guarnición, habitualmente escasa.


Que la bahía de Calis estaba lista y equipada una rica flota de barcos mercantes para las Indias, y los armadores del rey se disponían a hacerla a la mar, estando fondeadas algunas galeras frente a la ciudad.


Los generales se alegraron mucho con estas noticias, y esperaban una victoria gloriosa, con mínimas pérdidas, en un repentino e inesperado ataque.


Tras largo debate, se resolvió que lord Essex desembarcaría las tropas primeras, atacando a la ciudad de Cádiz de tal forma que, visto los lugares de desembarco, este debería tener en el más ventajoso.


Tres carabelas, se situaría frente al Puerto de Santa María, para impedir que las galeras entorpecieran a la flota, e impidieran el desembarco de las compañías. Esa mañana, la armada inglesa fue descubierta desde tierra frente a Lagos.


El viento aumento favorablemente, llevando a la flota a la entrada de la bahía de Calis. Se mantuvo la decisión del último Consejo, y la flota fue a anclar frente a la Caleta, entre el fuerte de San Sebastián y el de Santa Catalina, por considerarse el sitio más a propósito para el desembarco del ejército.


Por la tarde el general Essex, seguido del resto de la flota, llevó anclas, echándolas más allá en la Bahía de Calis, donde, a bastante distancia de la flota española, pasó la noche, intercambiando disparos sueltos en el fuerte de San Felipe, y desde los barcos y españoles sobre el Repulse, el Mary-Rose, y el Alcedo, que estaban fondeados más cerca de la flota y fuerte enemigos.


El lord general Essex, anticipó el asalto a la ciudad de Calis, desembarcando de improviso cerca del fuerte del Puntal.


Los holandeses conquistaron sus objetivos, avanzando con sus banderas. El earl envió rápidamente a sus compañías, marchando estas a la orilla sur de la isla, desde donde el enemigo atacó a caballo y a pie, aprovechando la ventaja del terreno más alto, desde el cual dominaban a las tropas inglesas.


Ese lado de la ciudad estaba defendido por un alto muro, que iba de mar a mar, muy fortificado con baluartes, terraplenes, cortinas y contraescarpas; coñones de artillería, todo ello defendido por la guarnición de a caballo y de a pie.


El lord general Essex dividió las fuerzas, enviando una parte de ellas al Puente de Zuazo, para defender ese paso, y evitar que el enemigo desde tierra firme malograra el asalto a la ciudad.


El lord almirante Edward Hoby, y acompañado por lord Thomas Howard y sir Walter Ralegh, desembarcó su regimiento con el resto del ejercito, y avanzó, dentro de la ciudad de Cádiz, sin encontrar resistencia. El lord almirante desembarca al resto del ejército, descuidando la persecución de la flota.


Se izó una bandera de tregua sobre los muros del Castillo de la Ciudad Vieja, y los lords generales concertaron un trato. Después de esto, el corregidor de la ciudad se presentó ante los generales con cinco de las personas más importantes, acordándose que los españoles rendirían inmediatamente el Castillo, y pagaría, en un plazo de 12 días. Después de firmar ambos el acuerdo, el capitán Arthur Savage, comandante de las compañías de Lord Essex, recibió las llaves del Castillo.


Ese día, se rindieron también a la generosidad de los generales, el fuerte de San Felipe, el Priorato, el depósito de municiones y el Ayuntamiento.


Hecho esto, se dio orden de sacar de la ciudad a todos los habitantes. Los de condición más humilde se enviaron, bien escoltados, al Puente de Zuazo, para que pasaran a tierra firme, los de mejor condición, fueron honorablemente tratados y se llevaron a la orilla a embarcar para el Puerto de Santa María, confinándose estas remesas hasta que no quedaron españoles en la ciudad.

Mientras tantos, el corregidor de Calis y los comieres de la Casa de la Contratación, ofrecieron tres millones de ducados para el rescate de la flota, con intención de retrasar el ataque, y poder desembarcar, día y noche, las riquísimas mercaderías, no obstante sus escasos medios. Esto se ordenó por el duque de Medina, durante las negociaciones, siendo incendiada la flota española, quedando definitivamente frustrados los anhelos de los generales de poseer los infinitos caudales consistentes en barcos, mercaderías y municiones.