sábado, 23 de junio de 2012

Cádiz a traves de un viajero ingles

Amanecer en Cádiz
 Aquellos que no deseen pasar por Francia pueden desembarcar en Vigo y desde allí proseguir hacia Madrid a través de Galicia y León, o bien llegar hasta el Havre y coger un vapor hacia Burdeos. Una vez allí, pueden continuar hacia cualquier puerto español de Vizcaya, Asturias o Galicia en pequeños vapores de servicio discrecional. La Coruña es un buen punto de llegada.

El mejor plan es seguir directo hacia Cádiz, donde el cambio de clima, paisajes, gentes y costumbres que se observa tras estos seis días de viajes es en verdad extraordinario. Una vez que dejemos el Canal de la Mancha entramos en el inquieto Golfo de Vizcaya, donde la barrera férrea de la costa española, rompeolas de Europa, frena por primera vez el gigantesco oleaje del Atlántico. Aquí puede verse el océano en toda su inmensa majestuosidad y soledad: grandioso durante el azote de la tormenta y en calma, tranquilo como un espejo.

La primera tierra que se divisa es el Cabo Finisterre, Finisterrae. Dejando a un lado Portugal.

El escarpado Cabo de San Vicente, atrás, a lo lejos, se eleva la Cordillera de Montchique. El Cabo de San Vicente toma su nombre de uno de los primeros santos españoles. El promontorio que ahora lleva su nombre ha sido siempre tierra sagrada. Aquí existía un templo circular de druidas donde los iberos creían que los Dioses se congregaban por la noche. Por esa razón los romanos sabían el valor de una religión se conservó en la vecina localidad de Sagres.

Rodeando el Cabo San Vicente y con rumbo S.E., entramos en la bahía de Cádiz. Las distantes montañas de Ronda, marcas terrestres para los barcos, aparecen ante nuestros ojos antes que la baja franja marítima de Andalucía, que se extiende entre el Guadiana y el Guadalquivir.


Cádiz es el mejor punto de partida para una gira por la península, los medios de transporte son numerosos. Existe servicio de vapores ingleses y españoles hacia el Golfo de Vizcaya, franceses y españoles a Marsella y ocasionalmente en pequeños vapores a Vigo, la Coruña, Bilbao y San Sebastián. Vapores españoles navegan con regularidad por el Guadalquivir hacia Sevilla.

Existe un servicio de diligencias a Madrid pasando por Sevilla y desde allí por Extremadura o por la Mancha. Se describe Cádiz y la zona entre Cádiz y Gibraltar.

Al entrar en la bahía de Cádiz, la ciudad, construida sobre rocas, centelleante como una hilera de marfil, se eleva en su promontorio sobre el azul oscuro del mar. Cuando el mar está picado el desembarco es molesto y las precauciones sanitarias tediosas.

Los barqueros, que se amontonan para desembarcar a los pasajeros, rivalizan en ruido y picardía con los de Nápoles. El precio normal es de una peseta por persona, pero ellos incrementan sus demandas en proporción al aumento de viento y de oleaje.

Una vez liquidado el asunto del equipaje, el viajero pasa bajo la oscura Puerta de la Mar y enseguida entra en el ruido y brillo de una plaza española.

Las posadas como la Inglesa de Wall, en la calle San Fernando, en la calle San Francisco está la pda. Francesa o de Cuatro Naciones o Riego, la del Caballo Blanco en la calle del Hondillo, La Corona en la misma calle, Los tres Reyes en la calle Flamencos y Miramons en la calle de la Carne.

Las mejores casas de huéspedes, casa de pupilo, están en la plaza de San Angustin, las Sra. Sanquirico en la calle del Vestuario y en la casa del Conde Mauli, en la plaza de Candelaria.

Cádiz, llamada durante mucho tiempo Cales por los ingleses, aunque es la ciudad más antigua de Europa parece una de las más nuevas y limpias. Esta última cualidad es obra de un irlandés, el gobernador O´Reilly que allá por el año 1785 introdujo un sistema ingles.

La ciudad está bien construida, pavimentada y alumbrada. Los españoles la comparan con una taza de plata. Se eleva sobre una península rocosa (con forma de jamón) de 10 a 50 pies sobre el nivel del mar, que la rodea. Tan sólo un estrecho istmo la comunica con el continente.

Gaddir en púnico, significaba lugar cerrado. La ciudad fue fundada por los fenicios 287 años ante que Cartago, 347 años antes que Roma y 1110 antes de Cristo.

La palabra Gaddir fue adulterado por los griego, quienes captaron el sonido y no el sentido de la palabra TáSELpa casi Yñc SELPá, y por los romanos en Gades. Las antigüedades de Cádiz están recogidas por Bª Suárez de Salazar en su libro “Grandezas”, cuatro tomo, Cádiz, 1610 y de nuevo en “Emporio del Orbe” (Sic) de Gerónimo de la Concepción, folio, Amsterdam, 1690.

Gaddir era el final del mundo antiguo, la escalera hacia el mar exterior, centro de comercio de estaño de Inglaterra y del ámbar del Bático.

Los fenicios, celosos de su monopolio no permitieron o los extranjeros de su monopolio no permitieron a los extranjeros pasar más allá de este lugar, y ésta ha sido siempre la política de Cádiz.

Gaddir fue desleal a los fenicios cunado Cartago se hizo poderosa, y de nuevo, cuando el poder de Roma creció, desplazando a Cartago, algunos refugiados gaditanos se ofrecieron voluntariamente a la traición. César, cuyo primer cargo fue el de cuestor en España, se dio cuenta, del mismo modo que el Duque, de la importancia de esta llave de Andalucía.

El la fortificó y cuando fue dictador dio nombres imperiales a la ciudad “Julia Augusta Gaditana”, y esta afición por los epítetos selectos persiste aún en el folklore de la ciudad. Gades llegó a ser muy rica, absorbiendo el monopolio romano de pescado salado, y sus comerciante, fueron príncipes. Balbus reconstruyó la ciudad con mármol, dejando así un ejemplo incluso para Augusto.

Gades fue la gran mentira y al mismo tiempo la celebridad de la antigüedad. Nada sobre ella fue demasiado absurdo para las guías clásicas.

Fue su Venecia o Paris, el centro de la civilización sensual, la abastecedora de la gastronomía, etc. Italia importó de Cádiz esas improbae Gaditanae cuyas danzas lascivas eran de origen Oriental y aún subsiste en las Romalis  de las gitanas andaluzas. 

La fundación de Constantinopla fue el primer golpe para ambas. Luego llegaron los godos que destruyeron la ciudad: y cuando Alonzo el Sabio conquistó Cádiz a los moros el 14 de septiembre de 1262, la existencia de la ciudad era casi dudosa para el infalible Urbano IV. Así como el descubrimiento del nuevo mundo revivió la prosperidad del lugar, que sólo puede existir por el comercio, del mismo modo la pérdida de las colonias trasatlánticas ha sido su ruina. De ahí los constantes esfuerzos durante la guerra al dedicar para su resurgimiento los medios proporcionados por Inglaterra para la defensa de la península.

Cádiz durante el periodo de guerra tenía una población de 100.000, ahora la población está por debajo de los 56.000.
Cádiz fue hecha puerto franco en 1829, esto fue suprimido en 1832 y desde entonces ha decaído con gran rapidez. No puede competir con Gibraltar ni con Málaga, incluso el comercio del jerez esta pasando Puerto y a Sanlucar.

Cádiz ha sido sitiada muchas veces. Lord Essex tomo la ciudad en 1596, cuando Elizabeth de volvió con creces la vista de la armada invisible, Cádiz fue atacada de nuevo por los ingleses en 1625, le fue dado el mando a Lord Wimbleton, nieto del gran Burleigh, Lord Essex, que estaba al frente de la flota, contribuyó mucho a la derrota en aquellas misma aguas donde su antepasado había alcanzado renombre. Si los ingleses hubieran desembarcado enseguida la ciudad no hubiera podido resistir ni una hora. Así como la anterior conquista de Cádiz supuso la ruina de Felipe II, ahora esta derrota produjo la caida de Buckingham y de Carlos I.

Cádiz fue asediada durante mucho tiempo por el Almirante Blake, quien el 19 de septiembre de 1656 capturó dos ricos galeones y hundió otros ocho cuyas posiciones han sido recientemente descubiertas.

Otra expedición inglesa fracasó en 1702. Esta expedición, dice Burmet, fue mal planeada y peor realizadas, el ejército y la armada bajo el mando del Duque de Ormond y de Sir George Rooke difirieron. El ataque fue neciamente retrasado y los españoles tuvieron tiempo de recuperarse ante la alarma y organizar la resistencia. Cádiz apenas se libró en la reciente guerra. Alburquerque tomando un atajo por las Cabezas tuvo tiempo de llegar a la isla y realizar un amago de defensa. 

La ciudad se salvó gracias a la audaz estratagema de Alburquerque. Quien poco después moría en Inglaterra con el corazón destrozado de dolor por la injusticia e ingratitud de la Junta de Cádiz, ofendida por su llamamiento público ante la total indigencia en que fueron dejados sus pobres soldados.

El 11 de febrero de 1809, el general Spencer llegaba desde Gibraltar con 2000 hombres y Cádiz era salvada. El duque al replegar nuestras tropas, una vez que el trabajo había sido realizado, comentó: “es cosa segurísima que si Cádiz vuelve de nuevo a estar en peligro pedirá nuestra ayuda.

El primer paso de las agradecidas Cortes fue meditar una ley que impidiera a cualquier soldado extraeros (refiriéndose a los soldados ingles) ser admitido en fortaleza española, y esto después de que Cádiz, Cartagena, Tarifa, Alicante, Ceuta, etc; había sido defendido de los franceses sólo por la ayuda inglesa, y ahora Cádiz es el baluarte donde se desconcertó a las tropas más selectas del mundo y sólo gracias al valor español.

Cádiz, siendo “el fin del mundo”, ha sido siempre el último asilo de los gobiernos ostentosos que no pueden huir más lejos pues los para el mar. Aquí, después de parlotear sobre Numancia, la Junta huyó de Soult en 1810 dejando sí ejemplo a sus imitadores de 1823. Las Cortes de Madrid continuaron charlando y escribiendo notas impertinentes a los reinos aliados, hasta que Angouleme cruzó el Bidasoa y entonces todos salieron corriendo hacia Cádiz, donde se rindieron.

El Cádiz de Richard Ford, ciertamente menos impresionable y mucho más pragmático. Así que esta ciudad en 1810 resistió al poderoso emperador porque fue defendida por Inglaterra, pero en 1823 cuando fue dejada sin ayuda, a su  solo valor, sucumbió en tan poco tiempo que la conquista no supuso gloria alguna ni siquiera para insignificante Borbón.

Cádiz puede verse en poco tiempo. Es básicamente una ciudad comercial. Mammon es ahora su Hércules.

Cádiz ciudad española tiene un paseo público, el placer barato de todas las clases sociales.

Tomar el fresco es el gozo de estas latitudes del sur. Sólo aquellos que han vivido en los trópicos pueden apreciar el deleite de la brisa marina que brota después de que el Sol abrasador se ha sumergido en las olas de occidentes. Este sol y las mareas fueron las maravillas de Cádiz en los tiempos antiguos, sobre lo que se disertó largamente en las guías clásicas. Aquí vinieron filósofo con el propósito de sentir el pulso del poderoso Atlántico, y sus reflexión fueron al menos ingeniosas. Apolonio creía que las aguas eran absorbidas por vientos submarinos. Solinus por enormes animales submarinos. Ártemidorus relataba que el disco solar aumentaba cien veces su tamaño y esto, al igual que Falstaff en el Támesis con la mayor rapidez de inmersión, abrasador entre el oleaje, como una herradura, o Stridentem gurgite según Juvenal. Los godos españoles imaginaban que el Sol volvía al este por unos desconocidos pasadizos subterráneos. 

La prosaica evolución de la inteligencia ha establecido la existencia de la poética y sorprendente credulidad y admiración de los antiguos.

Todavía, este lugar donde el filósofo moderno puede estudiar a las descendientes de aquellas gaditanas que suscitaron más interés entre los antiguos que el propio Sol.

Las mujeres de Cádiz, tema de nuestra viejas baladas, han conservando toda su antigua celebridad. Ellas no se han preocupado ni por el tiempo ni por las mareas.

La Señora Romer, juez competente, lo ha diferenciado del afecto meneo de las francesas y del paso militar de las inglesas, como un airoso balances al andar. El encanto consiste en que es natural. Las españolas como hijas menos sofisticadas de Eva y de la naturaleza tienen pocas rivales. Caminan con confianza, controlando el equilibrio mediante el hallazgo instantáneo del centro de gravedad, del chamois. Esto lo hacen sin esfuerzo alguno. 
  
La andaluza aprende en su mirar y en su andar de la gacela, aunque ella no lo sepa, y sus acciones muestran lo que tiene de pura sangre y de casta superior.

 La gaditana es conciente de ser admirada, así que se pasea para ver y aún más para que la vean, su paso es su orgullo, los eruditos consideran que su meneo es el inalterable Crissatura (contoneos) de Marcial.

Esta claro que Cádiz fue la hija mayor de Tiro, y sus hijas heredado de las mujeres de Sidón: “el andar paseando con el cuello erguido, guiñando con los ojos y haciendo gesto con sus manos y ruidos con sus pies.

A través del Handbook. El Cádiz del siglo XIX, pese a no ser ya la ciudad próspera y floreciente de la centuría anterior, y a su decadente comercio, o quizas precisamente por ello, ejerce un influjo singular en los románticos viajeros que la visitan. Pero este tránsito obligado hacia cualquier otro punto de destino deja en ellos una huella difícil de borrar, sirvan las palabras de Byron:

“Cádiz, encantadora Cádiz, es la ciudad más deliciosa que he visto. Muy diferente de nuestras ciudades inglesas en todos los aspectos excepto en limpieza, y es tan limpia como Londres, pero aún así es bonita, y llena de las más bellas mujeres de España, siendo las guapas de Cádiz en su tierra como las brujas de Lancashire”. O como dice en otra ocasión: “Bella Cádiz, surgiendo del mar azul oscuro!”. Pero el Cádiz, tan apasionadamente evocado no fue para Richard Ford, sino más pragmático. 

Información adquirida del libro: "Una nueva visión de cádiz a traves de un viajero ingles: Richard Ford...", de la biblioteca Municipal José Celestino Mutis de Cádiz, de la autora Mª del Rosario García- Doncel Hernandez

sábado, 9 de junio de 2012

Ciudad de Cádiz; Emporio de todo el Orbe


 vista desde la playa Santa María del Mar

Donde espumosos el mar Océano, reconoce freno a sus aguas, quebrando sus crespas olas en el termino de el mundo, distante diez y ocho leguas de el Estrecho de Gibraltar, y cuarenta de el Promontorio Sacro o Cabo de San Vicente; crió la naturaleza un Peñasco, sí no tan alto, que por superior se exima a la Jurisdicción tirada de aquel soberbio elemento; tan bastante a lo menos a resistir sus arrogancias locas, que aunque a costa de disminución conocidamente grande, por más de cuatro mil años, y rodeado por todas partes de sus enojadas espuma, alcandose con el glorioso Ictulo de la Isla mas celebrada del Orbe, como la llama Estrabón. Con estas palabras comenzaba el carmelita Fray Jerónimo de la Concepción de su monumental obra sobre la ciudad en la que había nacido. “emporio de el Orbe, Cádiz Ilustrada, Investigación de sus antiguas Grandeza, discurrida en concurso de el General Imperio de España”. Había sido impreso en Amsterdam, en 1690.

“Sobre esta Isla o Peñón a las altiveces de el mar: está fundada la antiquísima Ciudad de Cádiz; Emporio de todo el Orbe, ilustre por su origen, insigne por su nobleza, gloriosa por sus blasones, generosa por su sitio, benigna por clima. La Corte de los primeros Reyes de España, el campo marcial de marcial de sus primeras conquistas, y el primer teatro de sus batallas. La placa de armas de los Cartagineses. La Metrópolis de la Mauritania Tingitana, la primera Colonia de los Romanos, el comercio más estimado de los Fenicios, el asilo de los Focenes. La que dio socorro a Tyro, a Sidon defensa, emulación a Asiria, a toda el Asia, y America diestros marineros, y Contratantes poderosos; a Jerusalén riquezas, Cónsules y Emperadores; a Roma invencibles Mártires, y esclarecidos Confesores a la Iglesia. La deseada de las Naciones, la apetecida de los Monarcas, la solicitada de los Imperios, la alabada de los historiadores, y la mayor que su fama”.

“Es pues la gente Gaditana de condición apacible, de ingenio y entendimiento claro. Dispuestos sus Naturales a toda arte de letras, y milicia, armas, navegación, trato y comercio. Su lenguaje político, Castellano, y muy cortado. Visten con curiosidad, gala y corte liberal sus hombres, como mujeres, amicísimos de pompa, ornato, y apariencia, llevados del pundonor, y la honra. Reciben con agasajo a los forasteros, y avienense bien con ellos. Son esplendidos en el arreo, y adorno de sus cosas, aplicados al fausto, que le miran como norte en competencia de otras Naciones. Y solo tienen de Isleño el ser fáciles a la adulación y lisonja.

Aprenden los primeros rudimentos de leer, escribir, contar y Gramática, y raros son, los que pasan adelante, sino es los que salen fuera, y los que aplicándose a la virtud se han acogido a las Religiones, donde se han visto, con honesta vida y loables costumbres; ocupando los mejores puesto de letras y gobierno; pues en un concurso de religiones se hallaron en Sanlucar de Barrameda, trece Prelados de diversas Ordenes todos Hijos de Cádiz, y hoy son muchos más, los que actualmente gobierna y regentan sus Cátedras.
La gente Isleña de Cádiz, así hombres como mujeres es compasiva, larga en la limosna, y muy mirada en el servicio, y culto divino.

Así pues, dentro del gaditanismo acentuado de esta obra, el autor ponía énfasis en que los habitantes estaban inclinados a hacer el bien, se mostraban caritativos y disciplinados, sus mujeres se hallaban inundadas de belleza, el agua del que disfrutaban era sana, su puerto era uno de los mejores del mundo y sus edificios se podían describir como majestuosos. Cádiz era considerada como la primera Corte de España, pues el fraile carmelita (Fray Jerónimo de la Concepción en su libro “emporio de el Orbe”) afirmaba, sin complejos, que los gaditanos eran los descubridores de América, que los primeros cristianos en Hispania eran de Cádiz: que los Reyes Mago en su camino hacia Belén habían pasado por esta ciudad, y que incluso Jesucristo, descendía en su generación humana, de una mujer gaditana”.

*El Cádiz del siglo XVI era una ciudad estratégicamente situada aunque de pequeño tamaño, reducida al perímetro de sus murallas, abierta únicamente por tres puertas: la del Mar, la de de Tierra y la de Santiago. Con el tiempo, la del Mar se denominó del Pópulo, sobre la cual se situó un lienzo donde se representaba a la Virgen María bajo esta advocación. Era muy habitual que las puertas estuvieran protegidas con imágenes sagradas. El segundo de estos accesos, la de Tierra, pasó a denominarse Arco de los Blancos, ubicándose por encima de ella una capilla de pequeño tamaño bajo la advocación de Nuestra Señora de los Remedios. De ella, se impulsaría la expansión de los rosarios públicos entre los gaditanos. La tercera de las puertas se llamó el Arco de la Rosa o del Rosario de los Milagros. Sin embargo, los gaditanos fueron saliendo de estos estrechos limites y empezaron a configurar los barrios extramuros*  

Cádiz era en el siglo XVIII una ciudad de rasgos peculiares y nada comunes a otras ciudades de la geografía peninsular.
La historia de la ciudad de Cádiz ha estado fuertemente condicionada por su situación geográfica. Por su ubicación en el confín sur occidental de Europa, se erigió en plaza fuerte militar y vigía del comercio con América. Por su emplazamiento en el extremo de una lengua de tierra que se adentra en el mar, Cádiz se configuró como una ciudad de clara vocación marinera, de suerte que desde la antigüedad su prosperidad o decadencia estuvieron estrechamente ligada a las facilidades o dificultades de las comunicaciones por mar.

El siglo XVIII español aparece enmarcado entre dos guerras, la de Sucesión en su comienzo, y la de la Convención en su final, y en ambas desempeño un papel fundamental la ciudad de Cádiz como plaza fuerte.
En la guerra de Sucesión (1700-1713) Cádiz se decantó por la causa borbónica y acreditó su valor estratégico frente a los aliados del archiduque Carlos.

Cádiz fue uno de los puntales de la política defensiva española, basada en la reconstrucción de la marina de guerra. De Cádiz partieron algunas expediciones militares hacia el norte de África, las escuadras del III Pacto de Familia que operaron en América y los fallidos intentos de recuperación de Gibraltar. El francés barón de Bourboing, que visitó la ciudad sobre 1780, escribió “Es difícil encontrar en ningún lugar de Europa establecimiento de Marina de Guerra más completo que el de Cádiz”.

Cádiz vivió el siglo XVIII bajo la preocupación defensiva, completando durante ese período su amurallamiento por los cuatro costados, cuando en la mayor parte de las ciudades española y europea las murallas comenzaban a quedar relegadas a un recuerdo del pasado.

La condición de Cádiz como plaza prácticamente inexpugnable se puso a prueba en sucesivos intentos de asaltos fracasados ante sus muros, como el de las tropas inglesas (1796) y los del ejército napoleónico (1810-1812), la ciudad no pudo evitar los desastres ocurridos en sus aguas circundantes, como el de Trafalgar (1805).

Entre 1717 y 1765 todos los navíos que cruzaban el Atlántico, bien como flota o como navíos sueltos, tenían a Cádiz como punto de partida y llegada, de forma que su puerto acaparó el 85% de todo trafico comercial con América. La llegada de la flota a Cádiz, después de sortear innumerables peligros de navegación y de los barcos enemigos, reportaba considerables beneficios económicos a la ciudad, por lo que era celebrada con volteos de campanas. Así se esperaba, la llegada de la flota en 1774.
La población de Cádiz sentía el orgullo de pertenecer a una ciudad de rango internacional y la responsabilidad de dar una buena imagen ante los numerosos extranjeros presente en ella.