sábado, 28 de enero de 2012

Las murallitas de Cádiz

Es evidente que la posición de la ciudad de Cádiz, en el extremo más suroccidental de la Península, en el punto de partida y de llegada de todo el flujo de navegación y de comercio que desencadenó la llamada Carrera de Indias. Sería precisamente esta singularidad derivada del valor de su posición geográfica, lo que situaría a la ciudad de Cádiz en el punto de mira de todos los conflictos bélicos que se produjeron a lo largo de los siglos de nuestra Edad Moderna.

Desde fecha muy temprana, principios del siglo XVI, la ciudad de Cádiz deseó la contrición de un recinto amurallado que la protegiera de posibles ataques. En 1586, unos años antes del asalto de las tropas inglesas, al mando de Essex, elevó un escrito al Rey comunicándole sus deseos, petición que volvió a dirigir en 1598. Existen noticias de que en 1622, los gaditanos comenzaron a sufragar con arbitrios los gastos de las fortificaciones y murallas.

La reiteración de los asaltos, intentados o consumados, por fuerzas de muy diversas naciones sobre Cádiz datos suficientemente conocido y uno de los hechos fundamentales de su historia y, por ende, de la historia andaluza y española.

El asalto que en 1596 sufriría la ciudad y que provocaría en las mismas destrucciones casi definitivas, hasta el punto de hacer pensar a la corona en el desmantelamiento de la plaza, pasando la población al Puerto de Santa María, referencia o alusión a una especie de nuevo origen de la ciudad.

Los destrozos producidos en la ciudad por este ataque inglés, tras un saqueo de quince días y el incendio provocado por el invasor antes de retirarse, dejaron importantes daños, un informe realizado por el ingeniero Cristóbal de Rojas, se nos señala que ni en las murallas ni fortificaciones había causado daño el enemigo. Pero la situación tal que obligo a rehacer en gran medida la ciudad, de modo que la Cádiz histórica que hoy encontramos será sobretodo una ciudad que crece y se desarrolla durante los siglos XVII y XVIII. Desde este punto de vista podría afirmarse que Cádiz no es sólo una ciudad que desde este punto de vista podría afirmarse que Cádiz no sólo es una de las más antiguas de las occidentales, sino que puede catalogarse como una de las más recientes de entre ellas.

Una vez desechaba por Felipe II la idea de desmantelar la ciudad, cuando Cádiz comenzará a ver formarse sus nuevas fortificaciones, superándose una etapa, la llamada etapa de las fortificaciones hechas por italianos que dieron la filosofía de la ciudad cuando se produjeron los ataques ingleses de 1587 y 1596, en que el obispo Zapata había impulsado las defensas y en el Frente de la Bahía estaban construidos los baluartes de San Roque, Santiago, San Felipe, Santa Cruz el Postigo y el Boquerón, así como el frente del Puntal, terminado en 1589.

Fue éste un proceso dilatado en el tiempo y muy complejo, con propuestas diversas acerca de la formas de fortificar la ciudad y la bahía de Cádiz y de los espacios más adecuados para ello, este laborioso proceso que culminaría, a mediado del siglo XVIII, con el cierre completo del cinturón amurallado que envolvía a Cádiz y que será. El mismo que seguirá delimitando el espacio urbano gaditano hasta el comienzo del siglo XX. La estructura del sector concreto de las murallas la ciudad decidió demoler a partir de 1906.

Felipe II resolvía, en 1597, la construcción de los fuertes de Santa Catalina, los del Puntal y Matagorda-estos dos ya en el sector inferior de la bahía-y los de Punta de la Cruz y Punta de la Vaca. La erección del fuerte de Santa Catalina, suscitó recelo oposición de la ciudad, los corregidores gaditanos propugnaban que la urbe fuera rodeada y defendida toda con murallas.

Un informe de 1609 recoge sobre el estado de la fortificación gaditana tras el asalto inglés, se advierte ya que se ha recuperado el Puente de Suazo, así como el frente de tierra, adosados los baluartes de San Roque y Benavides, a ambos lados de una muralla baja. El frente de la bahía mantenía una muralla en la que había un arco sin puerta ni rastrillo, a través del cual podían pasar durante la bajamar las naves un fondeadero abrigado, donde había playa capaz para desembarcar hasta tres mil hombres. Era el lugar llamada el Boquete, por donde pasaban los pescadores y las mercancías hacia la aduana. Terminaba este frente en el llamado baluarte de San Felipe, y desde allí hasta poniente, a lo largo de todo el borde norte y noroeste del tómbolo, sólo parecía como defensa el fuerte de la Caleta.

Todo el borde sur, el llamado frente de vendaval, estaba sin fortificación alguna, deja la defensa de este sector a las solas condiciones naturales de una costa alta y fuertemente abatida por la mar.

Las tareas de fortificaciones empredindas en la ciudad, era las que llevaban a cabo en sus inmediaciones, estrictamente al borde de lo que será la ciudad histórica de Cádiz la obra más notable de este momento de mitad del siglo XVII, sin duda, la fortificación de Santa Catalina, hasta entonces sólo un fuerte en este extremo de la Caleta, su construcción, en agosto de 1621, ante las urgencias de un presentido asalto anglo-holandés a Cádiz. El temido ataque se produjo, en 1625, la ciudad resistió bastante mejor que frente a los anteriores asaltantes.

El estado de las fortificaciones de la ciudad apenas registrarán otros avances a lo largo de este siglo XVII que los referidos al Frente de Tierra, cuyo perfeccionamiento defensivo se realizó en 1655, la construcción del baluarte de la Candelaria, en 1672.

Será preciso alcanzar el nuevo siglo, para que se consiguiera cerrar toda la ciudad con un cinturón perimetral de murallas. La necesidad de reforzar el frente sur de la ciudad y de buscar con rigor la fortificación de esa llamada banda de vendaval, cuestión que ocupó a varias generaciones a lo largo de la Edad Moderna con mediano éxito, una y otra vez el agua y el viento destruían el trabajo realizado. Era, en efecto, un borde de la ciudad de claro perfil acantilado, donde los vecinos nunca temieron ataques.

Los cuatros frente del recinto amurallado

La descripción que fue componiendo y consolidando un cinturón perimetral de fortificaciones, murallas, puertas y baluartes, en torno a la ciudad de Cádiz. Estos frentes serían: los de Tierra, el frente de Poniente (ubicado al N.NW de la ciudad), el frente Sur o Banda de Vendaval y el frente de la Bahía.

El Frente de Tierra se hallaba formado por dos baluartes el de Santa Elena y de san Roque, situado a ambos lados de una cortina murada en el centro de la cual se abría la puerta de la ciudad. Será en la segunda década del siglo XVIII, cuando se plantean radicales reformas en el mismo, desde la presencia y el impulso de Ingeniero director Ignacio Sala, una de las figuras máximas de la ingeniería militar española y americana, la figura que de un modo más claro ha influido en la construcción del recinto fortificado gaditano (trabajo en esta plaza 1727-1749), empezándose la obra en 1751 y culminándose en 1756. La puerta monumental sería finalmente obra del arquitecto tardo barroco Torcuato Cayó.
Frente de Tierra
El llamado Frente de Poniente se extendía entre el arrecife del castillo de San Sebastian y el baluarte de los Mártires, ya fronteros con el mar de Vendaval, hasta el baluarte de San Felipe, donde el perfil de la costa gira bruscamente al SE, empezándose ya desde ahí el frente de la Bahía. Se anclaban en él el baluarte de la Candelaria, el de la Caleta del Bonete, de la Soledad y el castillo de Santa Catalina. Al llegar el siglo XVIII todavía restaban en este frente unas dos mil varas de costa desprovista de muralla. Su posición geográfica confería a este tramo del litoral un cierto benéfico resguardo respecto a las batidas de los vientos y las olas del océano y la altura de este escarpe natural, aparecen las consiguientes peticiones para cubrir con murallas este borde del acantilado. Las obras se iniciarían en 1701, comenzado por la caleta del Bonete (270 varas de murallas de cantería), y posteriormente, en 1709 se le dio mayor altura y se alargo 182 varas más.

Entre 1710 y 1712 se construyó la muralla en el tramo entre la escalerilla contigua al baluarte de San Felipe y el de Candelaria, (234 varas) poco después se cubriría el sector entre el baluarte de Candelaria y la Caleta, completándose así el amurallamiento del borde.

Frente de Poniente

Desde el baluarte de los Mártires hasta el de San Roque se extiende el Frente Sur o Banda de Vendaval uno de los más complejos episodios del proceso de fortificación de Cádiz, la fortificación de este frente no se plantea contra posible flotas enemigas ni para prevenir desembarcos hostiles, sino contra el mar, el enemigo inexorable de Cádiz.

Frente Vendaval o del Sur


Desde los pabellones de Santa Elena hasta el muelle y baluarte de San Felipe se extendía el Frente de la Bahía, un sector del borde urbano de Cádiz que a lo largo del siglo XVIII fue definido también su perfil definitivo. El frente amurallado de la bahía se constituirá finalmente con una sucesión de baluartes, puertas, plataformas y lienzos de murallas, formado como un arco de círculo, al pie del cual se extendía una estrecha playa. Todo este conjunto lo convierten, seguramente, en el más interesante de Cádiz, desde punto de vista de las obras de ingeniería militar.



Frente de la Bahía


Las puertas, baluartes del recinto del frente de la bahía

La puerta del Mar tuvo, como las de Tierra, un especial tratamiento y cuidado arquitectónico de la que carecieron las otras puertas de la ciudad (Puerta de San Carlos y Puerta de Sevilla, ambas en este mismo frente). A su izquierda se abría un largo flanco casi rectilíneo, en el que se situaban el baluarte o plataforma de Santa Cruz y la puerta de Sevilla, abierta a una pequeña playa de bajamar, lugar también de embarques y desembarques. Más allá se encontraba el baluarte de San Antonio, el más notorio y monumental de todo el frente.

En 1730 se planteó una mejora de las defensas artilladas de la bahía y se pensó e instalar batería en la plataforma de la peña de la Cruz enlazadas con el baluarte de San Felipe. Las dificultades retrasaron de nuevo el comienzo de las obras, pero una vez comenzada las obras de ejecución solo se alcanzo a realizar una parte del mismo (baluarte de San Antonio), sin llegar a modificarse la plataforma de Santa Cruz. De este modo, se consolidó este articulado recorrido para la muralla, entre el mismo y el extremo del frente, donde se emplazaba el baluarte de San Felipe.

Como enlace entre ambos ámbitos se construyó el semibaluarte de San Carlos, uniéndose mediante un muelle y un muro cuyo interior fue rellenado, que daría lugar al actual barrio de San Carlos.

Siguiendo el borde amurallado desde Santa Elena, encontrábase el baluarte de Santiago, un saliente de forma trapezoidal y reducido tamaño, en 1739 disponía de cuatro cañones. Estaba fuera del recinto portuario que comenzaba a partir del siguiente baluarte de la Alhóndiga o de Los Negros, terminada en 1724, y su forma era ligeramente apuntada, con dos flancos en ángulos. A la izquierda del mismo se abría la llamada Puerta del Mar, junto a la entrada desde tierra, era una de las más importantes puertas de la ciudad.

El último cuarto del siglo XVIII la ciudad de Cádiz es ya plaza fuerte, sólidamente circundaba de murallas, cuya seguridad y belleza es recogida en numerosos testimonios históricos.

Desde San Felipe, construido sobre cincuenta y seis bóveda a prueba se inicia su descripción del borde de la bahía, en donde destaca el baluarte de San Antonio, con troneras que defendían los flancos laterales, y con capacidad para treinta y ocho piezas de artillería. Contando las murallas adyacentes que servían de almacén a la Aduana, la cual se alzaba en su gola. Siguiendo esta muralla, tras San Antonio, se abría la llamada Puerta de Sevilla, que daba paso desde el muelle a la ciudad y que se dedicaba al tráfico de mercancías y pasajes con América y el extranjero por su proximidad a la Aduana, la cercana Puerta del Mar, se dedicaba a mercancías y pasajes con otros puertos de la nación. Entre ambas, la plataforma de Santa Cruz, y entre las Puertas del Mar y las de Tierra, el baluarte de Los Negros, con capacidad para 29 cañones, construido sobre treinta y nueve bóvedas, de las que once eran de la ciudad y estaban dedicadas a pescaderías, panaderías, lonja de recova, Juzgado del regidor de Semana y otros usos municipales.

Un verdadero cinturón de artillería envolvía a la ciudad, salvo por esas contadas puertas ya citadas y por una pequeña entrada por la que pasaba, desde la Playa de Santa María, el ganado que venía al matadero.

Las descripciones sobre las murallas de Cádiz ocuparan un espacio en las descripciones y relaciones que los muy numerosos viajeros han dejado contando las peripecias de sus recorridos, a lo largo del siglo XIX, por Andalucía, en general, y por la ciudad de Cádiz, en particular. La urbe gaditana estaba claramente inserta en las rutas casi idénticas que estos visitantes seguían a través de nuestras tierras. Ya fueron llegando desde Sevilla, a través de los caminos terrestres o de una larga navegación por el Guadalquivir, o ya sea subiendo desde la arribada en Gibraltar, Cádiz era lugar casi obligado de paso.

Los gastos de la construcción y derribo de las murallas.

Los gastos de la fortificaciones y murallas, fue uno de ellos la sisa de dos maravedíes por libra de carne.

En 1622 se decidió también construir un muelle para que los barcos se acercaran al mismo y evitar de este modo los costosos transportes a hombros. Esto facilitó tanto el embarque y desembarque de soldados, municiones y bastimentos como alimentos para la población, que se beneficiaría de la reducción del costo.

En 1727 se ampliaron los arbitrios con el octavo por arroba de vino, el dieciseisavo por arroba de vinagre y los dos restos por arroba de cerveza. Se dictó un reglamento para la recaudación, manejo y distribución de los mismos, se especificó la composición y funciones de la Junta de Murallas, de la que entraron a formar parte Regidores de la Ciudad.

En 1765, la citada Junta obtuvo autorización para celebrar cada año en su provecho doce corridas de toros. Se acordó la recaudación de un impuesto de diez pesos al mes que habían de pagar las modistas extranjeras y contribución especial sobre palanquines. Por último, en 1788 se creó un arbitrio consistente en el tres por ciento del importe de los alquileres, incluidos comunidades religiosas, hospitales y fundaciones.

Los datos dan idea del dilatado período empleado en la construcción de las murallas, y permiten contratar que todos los gastos que supuso su erección fueron sufragados por la Ciudad.

A partir de 1863 se comenzó a hablar pública y oficialmente de la necesidad de proceder al derribo de parte de las murallas. Ello se debió por una parte a la decepción respecto a la efectividad de las mismas y por otra a la necesidad de expansión urbana que era obstaculizada por el recinto amurallado. Las operaciones de demolición suponía un casto elevado y la población no parecía dispuesta a sufragarlo, como se confirmó cuando lanzada la idea de una suscripción popular para este fin, sólo se recogieron diez mil cuatrocientas dieciocho peseta, en vez de doscientas mil que eran necesarias.

Siendo Ministro de la Guerra Don Segismundo Moret, el Consejo de Ministros autorizó el derribo. En 1906, el alcalde de Cádiz don. Cayetano del Toro, acometió la obra por donde le pareció mejor y hasta donde estimó oportuno.

La ciudad de Cádiz cuenta con una valiosísima vía para presentarnos lo que constituirá su realidad urbana en este concreto momento de su historia, se trata de la esplendida Maqueta de la ciudad que se conserva en el Museo Municipal.