jueves, 6 de febrero de 2014

El Carnaval de Cádiz en el siglo XVIII

Los antecedentes más remotos del Carnaval, podrían buscarse en las bacanales y otras fiestas de la sociedad romana, pero la celebración del Carnaval como período de expansión  previo a la penitencia de la Cuaresma, tiene su origen en el contexto cristiano medieval, se permite la inversión de lo cotidiano, se suspende el orden establecido, se consiente la inversión de las jerarquías sociales y el hombre da rienda suelta a la carga irracional que soporta y contiene cada día.

El Carnaval gaditano, de tan arraigada tradición, no comienza a estar documentado hasta bien entrado el siglo XVIII, el carnaval de Cádiz se configuro en el siglo XVIII como un carnaval urbano, influenciado por la presencia de numerosos genoveses en la ciudad, y se asimiló al de algunas ciudades italianas, con grandes bailes y lujosas cabalgatas, frente a otro tipo de diversiones y costumbres populares. Elemento esencial del Carnaval era el disfraz y su máximo exponente, los bailes de disfraces. Una disposición de 1767 estableció las condiciones en que se debías desarrollar estos bailes; el teatro debería acondicionarse con luces, arañas y cornucopias, y se colocarían dos bandas de música en los extremos del local. En cuanto a los disfraces se prohibió el uso de hábitos religiosos y de vestimentas del sexo contrario.

La celebración del Carnaval, y en especial los bailes de disfraces, estuvieron en el punto de mira de la iglesia y los sectores moralizantes de la sociedad.

En 1762 el obispo Fray Tomás del Valle adelantó la vigilia de San Matías, que caía en martes de Carnaval, al sábado anterior para que los fieles pudieran cumplir la obligación del ayuno cuaresmal antes de empezar los Carnavales.

Los bailes de máscaras se mantuvieron en Cádiz prácticamente durante todo el siglo XVIII, se siguieron celebrando bailes de máscaras en Cádiz de manera extraoficial.

Se conocen pocos datos sobre los aspectos más populares del Carnaval gaditano en el siglo XVIII. Al margen de los lugares celebraciones de las capas burguesas, el pueblo se divertía a su manera con libertad e ingenio, configurándose así uno de los rasgos más característicos del Carnaval gaditano, como fiestas eminentemente popular que se vive en la calle.

El viajero inglés Herry Swinburne, que visitó la ciudad en 1776, criticaba que las mujeres lanzaban cubos de agua desde los balcones a los que pasaban a su alcance, las gentes humildes se dedicaban al fandango, y los gitanos a bailar un baile indecentísimo que se llamaba el Manguidoy.  

El Carnaval tenía un profundo arraigo popular y un atractivo irresistible hasta en las mismas instituciones religiosas gaditanas. A los seminaristas no se les permitía salir a la calle durante toda la semana, y las religiosas del convento de Santa María daban rienda suelta a una alegría, que al visitador del convento le parecía excesivo.


Había dos concepciones encontradas del Carnaval: para la iglesia eran días de preparación para la cuaresma, pero para el pueblo en general era la ocasión de desahogar sus múltiples frustraciones. En Cádiz esta eterna dialéctica se resolvió siempre a favor del pueblo.

cartel de carnaval del siglo XIX