domingo, 11 de agosto de 2013

La fisonomía urbana de Cádiz

calle Ancha

La ciudad de Cádiz muestra a los estudiosos de su historia y a sus visitantes cómo era al finalizar el siglo XVIII. En ella se observa una acertada normativa para que las casas tengan una altura máxima común y para que sus calles sean rectas y orientadas al curso del Sol y al de los vientos dominantes.

El Cádiz del siglo XVIII, hubo regidores y no regidores, se adelantaron en más de tres siglos a la moderna ecología y defensa del ambiente y no sin notorio sacrificio económico.

Es curioso destacar cómo era la ciudad a principios de siglo y cómo en unos años se llegó a alcanzar esa plenitud urbana que se contempla en la maqueta que ordeno el rey Carlos III, de la cual se encuentra en el Museo Icnográfico e Histórico de las Cortes, en la calle Santa Inés, 9.

Cuando en 1706, el ebate francés Labat, visita Cádiz no le gusta la ciudad, no le gusta su conjunto urbano. Dice que las calles son estrechas, tortuosas; nado o mal pavimentadas. Que no hay en barrio habitado, calle que pasablemente sea ancha, salvo la calle Nueva y las que sea comenzado hacia el Hospital Real y el campo santo. Labat atribuye esto y el que tan solo la mitad de su espacio vital esta habitado, a que Cádiz es una ciudad de comercio y una morada de comerciantes, más que de nobleza y de gente de letras.

La ciudad en su desarrollo dieciochesco urbano, partió de bastante poco. En su siglo XVII, conoció las dificultades para rehacerse de las consecuencias del brutal ataque de los ingleses de 1596, que desfiguró su reducido urbanismo dejado en sólo 328 casas habitadas y sus hombres más dignos secuestrados y obligados al pago de fuerte rescates. Debieron conmoverse hasta los cimientos geológicos de la ciudad, pero sin llegar a quebrarse. Sólo éstos se quedaron una vez, en el Mioceno, cuando desapareció el puente terrestre de la Atlántida y aquella fue una señal de un presagio profético.

Se hundiría la Atlántida que comunicaba España con las Antillas, para que un día, a partir de su rotura en Cádiz, sugiera la comunicación por unas inauditas rutas colombinas, de nuevo y ya para siempre a través del mar.

Siguiendo con el siglo XVII gaditano y sus dificultades respecto al aumento de población y de viviendas, hay que consignar que hubo una intensa epidemia que duró de 1649 a 1651 y que hizo grandes estragos. El 15 de mayo de 1671, un huracán desconocido en estas tierras, produjo naufragios en la bahía y derribo edificios, siendo las pérdidas de ciento cincuenta mil ducados y las vidas humanas de unas seiscientas.

Para todos estos avatares cuando se inicia el siglo XVIII el número de vecinos seria de unos 14.000, y sesenta años después las casas que en estimación anterior no llegaban a 400 pasaron a 3.780 en 16 barrios que alcanzarían el total del perímetro urbano y la población pasaría de los 70.000.

El paso del tiempo, en este siglo XVIII ha sido operativo y en tan alto grado, que cuando Juan F. Peyron llega a Cádiz en 1773, puede decir La ciudad de Cádiz ocupa la parte septentrional de la isla; es mucho más hermosa y más grande hoy que lo rea cuando el padre Labat la vio. Las calles son ancha, rectas y casi todas pavimentadas al presente con una ancha piedra lisa y blanca, que han cuidado de labrar para impedir a los pies de los caballos y a las mulas deslizarse. Las casas son grandes, cómodas, frescas y bien distribuidas.

El recinto de Campo Sagrado que estaba desierto en 1706 cuando el padre Labat estaba en Cádiz, está hoy construido; esta ciudad se ha aumentado en más de un tercio desde esa época.

Cádiz es una hermosa ciudad, bien trazada como bien construida. La calle Nueva, la de San Francisco, la calle Ancha son calles muy hermosas. 
                               
El origen de la peculiar fisonomía urbana de Cádiz, arranca del año 1746, cuando la ciudad se planteó la necesidad de crecer en altura, e iba dando a sus casas, la elevación de cinco altos, una medida de la época. Dos capitulares, venían observando este hecho y lo estimaron nocivo a la salud ciudadana y a la comodidad de los inmediatos vecinos a estas casas.

Tras consultar con dos médicos titulares y ser estos de la misma opinión, formularon y ser estos de la misma opinión, formularon un expuesto al Cabildo en enero de 1746, para que por Ordenanza o Real Orden se limitase la altura de las casas, para que el Sol llegase a todas ellas y los vientos circulando más libremente purificasen el espacio vital de las mismas.

La altura acordada fue la de diecisiete varas, repartida en dos, tres o más cuerpos, como los dueños lo estimasen conveniente y sin que se pudiese exceder de esta altura por razón de dar la casa a plazuela, esquina, calle ancha o por cualquier otra causa. El riguroso cumplimiento daba durante el resto del siglo a este acuerdo, configuró el conjunto urbano.

Hasta las Ordenanzas Municipales de 1792, no habría un cuerpo de doctrina municipal al respecto, pero si un espíritu cívico uniforme en considerar que esto era lo mejor para la estética urbana, los derechos y deberes urbanos y finalmente lo mejor para el entendimiento provechoso entre los intereses del Municipio, los estamentos técnicos y los ciudadanos en general.

Es elocuente y significativo el plano general de los terrenos del barrio del Balón, que corresponde a la Catedral, Casa de Caridad y Hospital de San Juan de Dios, con la distribución de calles y manzanas que acordó la ciudad el año de 1794, para la rectitud de las calles y que fue obra del arquitecto Torcuato Benjumeda y que se reproduce.

El conjunto urbano del siglo XVIII es sobrio, práctico y sencillo. Los edificios que por lo artísticos y notables cre el público que pertenecen a la época del esplendor del comercio gaditano, son de la segunda mitad del siglo XIX.
En el conjunto urbano son elementos genuinos de singular belleza, las torres, son numerosas y generalmente se conservan bien. A final de siglo se protestó sin embargo contra ellas, pidiéndose dejaran de construirse.

El estilo clásico gaditano prefería la reja al balcón y gozaríamos hoy de los hierros labrados sin muchos de ellos no hubiesen sido arrancandos de las casas para aportalos a la defensa de la ciudad, en el lugar de Cortadura, para impedir el paso de la caballería francesa por la playa. Fueron 803 ventanas, 268 balcones, 111 barandas y un número indeterminado de anclas, y representaron un valor económico de dos millones de reales.

Se decía en esta época, que el balcón restado luz a la calle y entorpecían el paso del aire. Las ordenanzas municipales indicaban que hasta cuatro varas de altura desde el piso de la calle, no se podía volar reja alguna.

Pase a todo esto, hay en todo al conjunto urbano muchas cosas que admirar por su belleza, por su originalidad y su sello de distinción indiscutible.

A pesar de que Cádiz era una ciudad fuerte en el terreno militar, amurallado en todo su entorno, este aspecto de la misma, no atrae la atención de los visitantes que más bien silencian que destacan esta característica militar.

La Ciudad se construyó en el siglo XVIII y no se transformaría urbanísticamente hasta la segunda mitad del siglo XIX, por eso son validas las apreciacion4s de los escritores románticos, que la conocieron antes de dicha reforma, cuando la ciudad concluida su era mercantil, cuando se puede gozar de la belleza de los blancos edificios y típicas torres, lleno de contrastes de luz, y las macetas de flores en todos los balcones. 

calle Sagasta

calle Rosario


torre vigía de la calle Londres 



Información recogida de los libros de la biblioteca Municipal José Celestino Mutis de Cádiz.