viernes, 28 de mayo de 2010

Los Gaditan@s y su forma de hablar

Al conocer los rasgos expresivos del hablar de una comunidad dada, podemos sorprender y captar el genio, la manera de ser de esa comunidad hablante. Jorge Luís Borges, ha comprobado que “saber cómo habla un personaje es saber quién es; que descubrir una entonación, una voz, una sintaxis peculiar, es haber descubierto un destino”.


Los gaditanos, naturalmente, empleamos la lengua española para comunicarnos y expresarnos. Pero el español de la provincia de Cádiz tiene una fisonomía propia. El habla de nuestra gente se caracteriza por la peculiar manera de articular determinados sonidos de la lengua común, tales como el seseo y el ceceo, que es la neutralización de los fonemas S y Z, en el primer caso a favor de la S y en el segundo de la Z, según zonas, en el caso de la S final, que pasa a ser muy determinante porque conlleva muchos cambios; perdida de consonantes en final de palabra.


Si nos referimos a la gramática, hemos de decir que, en general, somos bastantes respetuosos con ella, pese a que pueda pensarse lo contrario. Es verdad que hacemos algunas rebajitas y algún que otro retoque. Como. Por ejemplo, cambios de género (er sartén/ la sartén, el calor, el calor, las calores, marchante/marchante); mediante el número se puede obtener diferenciación semántica (estirar la pata, “morir”/ estirar las patas, “pasear”); reducción de formas en la conjugación de Pronombres Personales, se estructura de forma distinta a la norma (yo, tú…).


En el plano léxico-semántico, el gaditano ha sido capaz de crear palabras como cursi, costo…. Refrendadas por la Academia Española de la Lengua, que así lo recoge en su diccionario. Vocablos ya existentes en la lengua común han adquirido a partir de nuestro uso una especial significación: angurria, liberal, místico, paraíso, purificao… El vocabulario andaluz, de Alcalá Venceslada, señala como gaditanismos términos como aguaviva o aguamala, asuntar, bajial, bolichero, bullasca, charabaca, chiquita, limeta, mojarra, “lengua”, mosqueta, nanai, piriñaca, piripi, privelo, rebujina…

Palabras relacionadas con costumbres e intistuciones de la provincia gaditana pueden ser: bache (tabanco, barrilete/pandero/pandorga/cometa (según zonas), Batillo, carterilla, “el autobús de Cádiz a San Fernando”, chiquillo (o quillo), casapuerta, casero, comparsa, chirigota, chicuco, embarcao, freidor, gadita, pimpi, refino, montera/ lumbrera, Piojito/Piojillo/, Tosantos…


La vinculación a la mar se nota en tantos términos de origen marineros que, forzosamente, tenemos que reducir la relación: achicar, a orsa, aprovechar la collá, a rachas, bandearse, bastina/bastinazo, coger la vía, dar un baldeo, derrota batía, embarcarse, la mar de…, marinear, navegar, no se movía un alga, recalar, recoger velas…


No nos podemos olvidar de la influencia del caló, la lengua de los gitanos, en el habla gaditana. De ellos tenemos muchos ejemplos citamos algunos: acharao, andoba, camelar, canco, canguelo, coba, curda, currelar/currelo, chalao, chamullar, chipén, chunga, chusma, diñar/endiñar, espichar, gachí/gachó, guipar/ enguipar, jamar, jarana, jinda/jindama, jiñar, longui, mangar, menda, mollate, najarse, palmar, paripé, parné, pirarse, apoquinar, trola…


Aquí, en esta tierra, se han acuñado frases que han pasado a ser usadas por todos los que hablan español. Veamos algunas de las más conocidas: Despedirse a la francesa, Viva la Pepa, Ir por atún y aver al Duque, Llovió más que cuando enterraron a Bigote, Acabar como el rosario de la aurora, ¿Qué pasa en Cádiz?

Otras frases tienen un uso más restringido, entre nosotros. Por ejemplo: Más edad que el Pópulo, Más parás que ´l Nazareno, Más perdío que ´l barco l´arró, más se perdió en Cuba, etc.


Han sido ésta unas ligeras notas que han intentado definir de alguna manera cómo se expresa nuestra gente.


En la pronunciación, a la hora de construir los esquemas gramaticales, al seleccionar –y a veces inventar- el léxico, nuestro pueblo manifiesta una gran expresividad, una gran afectividad, una enorme ironía.


Las alusiones metafóricas, tan frecuentes, la gracia, la viveza, la espontaneidad y la concreción dan personalidad y distinguen al español hablado en Cádiz que, lógicamente, participa de las características generales del andaluz occidental.

Pedro Payán Sotomayor

jueves, 20 de mayo de 2010

Un paseo por Cádiz

Alameda Apodaca (Cádiz)

Se dice Cádiz y la boca se llena de agua grande, luminosa, salada, casi irresistible, y de cielo, terso, azul, invariable translucido. Tan antiguo nombre que se pierde por la sombra de lo mítico, lo ancestral, lo legendario.


Cuando el viajero llega a Cádiz sabe que la mar la rodea, y bajo el istmo sabe que sólo hay una pequeña armonía, de sal y de agua.


Cádiz ha sido y lo será siempre, tierra unidora de las antiguas culturas del Mare Nostrum y las nuevas indianas.


Si viene a Cádiz por puro gusto de callejearlo, eso de andar por Cádiz tiene no sabe uno qué maravilloso deleite. En cualquier calle de Cádiz se está lo que se dice a las ancha. Una esquina en la que mirar el tiempo


Un monumento Nacional, las Puertas de Tierra, parte en dos a Cádiz y a su animada población. Sobre el angosto y arenoso istmo que une a la ciudad con la tierra firme está el Cádiz industrial, veraniego y moderno, de flamantes edificios, con su puente sobre la bahía, su kilométrica playa tumbada al sol, sus excelentes carreteras precedidas de una buena autopista y sus torres de acero.


Pero, apenas rebasadas las Puertas, es ya nuestro el Cádiz romántico e inmemorial, el de la Mitología y la Historia, aquel para el que escribieron páginas famosas Plinio, Lord Byron, Gautier o Juan Ramón Jiménez; pintaron Goya y Delacroix; compusieron Haydn y Falla.


El Cádiz fenicio, romano, imperial y neoclásico de Telethusa, de Julio César, de Lope de Vega, de Galdós.


Así, tradición y modernidad se dan la mano en Cádiz y son eternas distintivas de una de las ciudades más finas de Andalucía.


Totalmente privada de campo, marina por excelencia, tal condición caracteriza también a Cádiz, para cuyos residentes sedentarios no existen llanuras, bosques y ríos más que de un modo figurado y abstracto; el Atlántico proporciona a la ciudad sus cielos limpios y su benigno clima, sus riquezas, sus propios y típicos y hoy bastante amenazados carácter y configuración urbana.



sábado, 15 de mayo de 2010

El Cádiz burgués



C/ Manuel Rances, nº6 Cádiz


A comienzo del siglo XIX, Cádiz es ya una ciudad urbanísticamente terminada. Su reducido perímetro, totalmente amurallado, encierra un espacio caracterizado por calles estrechas y edificios altos. La ciudad vive contenida por sus defensas de espaldas al camino del arrecife, única posibilidad de expansión.


Los cambios que se dan durante este período son pocos pero significativos. No debe olvidarse que suponen un renovado concepto de vida ciudadana que viene dado por la nueva mentalidad de clase dominante: la burguesía.


La apertura de plazas y mejoras de espacios públicos caracteriza, desde el punto de vista urbanístico, al siglo XIX. En zonas de antiguos conventos se construyen plazas que hermosean la ciudad y proporcionan lugares necesarios para el paseo y el esparcimiento.


La carencia de estos espacios de recreo preocupó, constantemente, a los responsables de la Administración Municipal que aprovechan las escasas zonas libres para transformarlas en paseos que aliviaran las inconveniencias de las calles estrechas y poco soleadas.


El gusto por la calle estaba tan generalizado en nuestra ciudad que constituía, el lugar de reunión de vecinos y forasteros, que en pequeñas tertulias discutían y comentaban los sucesos del día. En la calle se daban encuentro altas personalidades de la política, la literatura, el ejército y la buena sociedad, en unos momentos en que Cádiz era el centro neurálgico de la política nacional.


A lo largo del siglo el aspecto de la ciudad se remoza y mejora con el nivelado, adoquinado y empedrado de estas calles que, además, disfrutan desde época anteriores de un sistema de alcantarillado que, aunque obsoleto, las mantiene, relativamente, limpias y saneadas.


La falta de agua imposibilitaba progresar adecuadamente en el saneamiento urbano, agravando las deficiencias del servicio, así se reconoce en el año 1861, por el Alcalde Juan Valverde.


Más tarde comprobaremos como la llegada de las aguas canalizada no solucionó totalmente el problema al no conseguirse la cantidad necesaria. De todas formas, Cádiz era una ciudad cómoda y limpia a juzgar por las opiniones de los viajeros de la época, y por el celo que en asuntos de limpieza manifiestan las Ordenanzas y Reglamentos Municipales.


La modernización del alumbrado a partir de 1845, juega un papel fundamental en la conquista de la calle al proporcionar un ambiente de seguridad y posibilidad el paseo y las tertulias en horas, hasta entonces, inusuales. La ciudad va de este modo perfeccionándose al gusto, siempre, de la burguesía que, controlando el poder político municipal, beneficia preferentemente aquellos barrios donde reside.


Frente a este Cádiz burgués, urbanizado y cómodo, alabado por visitantes y locales, existe otro formato por los barrios populares, donde las mejoras urbanísticas tardan en llegar y la calidad de vida nada tiene que ver con lo expuesto.


En una publicación del año 1890, titulada “Saneamiento y mejoras de la ciudad de Cádiz”, se recoge la falta absoluta de condiciones higiénicas, en todo el barrio de Santa María, con calles estrechas y viviendas inhabitables. Estas condiciones no se limitaban del citado barrio sino que eran extensibles a toda la clase trabajadora, siendo una de las causas que más influyen en el estado sanitario de Cádiz.


Por esta época, según datos con motivos de un proyecto de alcantarillado, la mortalidad en la ciudad se elevaba, casi, a un cuarenta y cinco por mil, cifra verdaderamente alarmante que incidía, sobre todo, en los barrios más necesitados donde las condiciones higiénicas se encontraban en un completo estado de abandono.

Desde mediados del siglo comienza a preocupar el problema de la vivienda en Cádiz, por su escasez y carestía, (esto sigue al día de hoy).


La falta de material de espacio, dentro del recinto amurallado, imposibilita dar soluciones al problema. En este sentido el derribo de las murallas, al principio del siglo XX, supuso, además de desprenderse de la servidumbre militar, gana unos terrenos que la ciudad necesitaba con urgencia.


La expansión de Cádiz, su ensanche, solo era posible en extramuros pero lo impedía su condición de plaza militar, y aunque ya se reconoce como barrio desde el siglo XIX, su desarrollo urbano no comenzará hasta bien entrado el XX.


No generaliza cuando hablan de las características de la ciudad y sus habitantes partiendo, sólo, de la concepción del Cádiz burgués, porque, aún admitiendo que las diferencias sociales no se dieron en gran medida en Cádiz, existían una estructuración social y urbana que evidenciaba las desigualdades económicas; siendo la zona abierta al puerto y a la bahía (noreste)la más rica, mientras que al sur de la ciudad un cinturón de pobreza unía los barrios de la Merced (hoy unido al barrio de Santa María) con el de la Palma (la Viña).


Resulta difícil entender como una ciudad que ha sufrido la carencia de un bien tan necesario, como el agua, ha podido mantenerse y resistir hasta nuestros días; y más incomprensible resulta aún si se tiene en cuenta que en los primeros años del sigloXIX casi duplicó su población por los motivos históricos de todos conocidos.

sábado, 8 de mayo de 2010

Cinturon de lastre

En el espigón rocoso situado al Norte, y recurriendo en esta ocasión a la inmersión submarina, podremos apreciar la base de su laberinto rocoso, así como visitar la cueva submarina que se encuentra a la derecha del lugar denominado El Aculaero donde se haya instalado desde el año 1971 un corazón de Jesús con los brazos abiertos, en menoría y recuerdo de Raúl Calvo Clavero y todos los buceadores que con posterioridad dejaron su vida en las agua gaditanas.


Para ello se utilizaron todas las pastillas de plomo del cinturón de lastre de Raúl y una pastilla de plomo de cada uno de los buceadores compañeros del finado, labor de recolección que coordinó el alma mater de la iniciativa, Paco Janeiro, campeón de pesca submarina y gran amigo de Raúl.


El cristo de Raúl, fue obra de los submarinistas Ricardo Curia e Ignacio Ardila, se creo en la antigua fundación de la calle Escalzo en el barrio de San José (Extramuros), este cristo de más de 100kilos y colocado sobre una base de hormigón a una profundidad de 3mts, en una cueva existente en este lugar, por lo que puede ser visitado con facilidad a pulmón libre. Existió la tradición durante años de depositar unas flores en aquel lugar costumbre que se ha perdido con el paso del tiempo.


También frente al antiguo gobierno militar, en la Alameda, está depositado a 5mts de profundidad, una placa de plomo en memoria de otro submarinista, Suso Senra, que también nos dejó en este mar de Cádiz.


Son bastantes submarinistas y pescadores que nos han dejado en agua de este litoral gaditano. El 2 de Mayo de 2009, no dejo otro submarinista “Jesús Sierra”, en aguas de su querida Caleta, en la cual sus amigos y hermano Martín le hicieron un ritual y sus cenizas fueron esparcida por este bonito rincón, en donde él tantas veces se había sumergido y tanto quería.



Jesús Sierra Iñeguez


A Jesús Sierra

Jesús y el mar: Por la blanda arena que lame el mar,

su pequeña huella no vuelve más.

Un sendero solo de pena y silencio

llegó hasta el agua profunda.

Un sendero solo de penas mudas

llegó hasta las espumas.

Sabe Dios qué angustias te acompañó

Qué dolores viejos calló tu voz

para recostarte arrullado en el cando

de las caracolas marinas la canción

que canta en el fondo del mar la caracola.

Te vas Jesús con tu soledad

¿qué poemas nuevos fuiste a buscar?

Y una voz antigua de viento y de mar

te requiebra el alma y la está llamando

y te vas, hacia allá como en sueños,

dormido Jesús vestido de mar.

Cinco sirenas te llevarán

Por caminos de algas y coral.

Tu Jesús caballero marino

harán una ronda a tu lado,

y los habitantes del agua

van a jugar pronto a tu lado.

estás en la brisa, está en el oleaje

estas en el día a día, está en el paisaje

en los besos de tu Madre, en la sonrisa

de tu Hermano en el abrazo de los que

te quisimos estás en tus amigos y estás

en mi ropaje

¿Por qué los seres que queremos no

Se van? Sólo cambia de paisaje…


Esta carta fue publicada en el Viva Cádiz, por el aniversario de su última inmersión, escrita por:

José Madroñal Mulero



lunes, 3 de mayo de 2010

El Hombre Pez

"Las leyendas que emergen del Océano y sus pobladores"
Los protagonistas de estas narraciones son los hombres-peces, extraordinarios seres humanos, que un día sintieron la llamada del mar y se lanzaron al Océano.

Los antiguos historiadores y cronistas como Eliano, Pausanias, Belonio Nauclero, Lilio Giraldo y el mismo Plinio reseñan apariciones de estos asombrosos hombres-peces, siendo este último el que da conocimiento de dos de ellos, uno visto en nuestra bahía.

Pedro Mexía, Juan de Mondevilla en 1515, Antonio Torquemada en 1570, los anteriores al siglo XVIII que hacen eco de las curiosas noticias de estos insólitos seres.
Fray Benito Jerónimo, relata un caso que ocurrió en nuestra bahía.

Cuenta este religioso que hacia 1679, estando unos pescadores faenando en la Bahía de Cádiz, cerca de los escollos que hoy llamamos Las Puercas, se les apareció un ser acuático extraño, con apariencia humana. Que desapareció inmediatamente, podría haber sido una alucinación, pero el hecho es que este mismo encuentro se repitió pocos días después.

En esta última ocasión, cebándolo con trozos de pan y cercándolo, lograron atraparlo con las redes.

Una vez subido a cubierta, comprobaron con asombro que el extraño ser era un hombre joven, corpulento, de tez pálida y cabellos rojizo y ralo, el único parecido con pez era una línea de escamas que descendía desde la garganta hasta la cintura, y otra que le cubría toda la espina dorsal, así como unas uñas raídas y corroídas por el salitre.

Fue llevado por los pescadores al convento de San Francisco, donde después de conjurar a los espíritus malignos que pudiera contener, le interrogaron en varios idiomas sin tener respuesta.

Tras días de esfuerzo para lograr que hablara, sólo se le arrancó una palabra: “Liérganez”.

El suceso corrió de boca en boca sin encontrar explicación algunas a la palabra pronunciada, hasta que un montañez que trabajaba en un almacén comentó que, allá por su tierra, había un lugar así llamado.

Pedidas noticias a dicha aldea Cántabra, respondieron que cinco años antes había ocurrido la desaparición de un joven llamado Francisco de la Vega, hijo de la viuda María de Casar, mientras nadaba en la ría de Bilbao.

El Fraile del convento, Juan Rosendo, deseoso de saber si el joven sacado del mar era realmente Francisco de la Vega, se encamino con él hacía Liérganes.

Una vez cerca del pueblo, llegando a un monte que llaman de la Dehesa, mandó al joven que se adelantara, así lo hizo.

Una vez en el pueblo, se dirigió a la casa de María de Casar, que en cuanto lo vio, lo reconoció como su hijo Francisco, al igual que dos de sus hermanas que se hallaban en la casa.

El joven Francisco vivió en casa de su madre sin mostrar interés por nada ni por nadie, sólo comía cuando le ofrecían comida; lo hacía con ansia, para pasar cuatro o cinco días sin probar bocado.

Nunca se calzaba, y andaba desnudo, indiferente, sin hablar, se mostraba dócil y servicial con lo que le mandaban hacer.

Le creían loco, y lo estuviese o no, su secreto se lo llevó con él, nueve años después de regresar a casa desapareció de nuevo en el mar, sin que se supiera nunca más de él.

Nuestro mar y nuestra tierra han sido testigos de variopintas aventuras y leyendas que llenan nuestra historia local.