domingo, 24 de julio de 2011

Cádiz; ciudad más antigua del Occidente.

puesta de sol gaditana, al fondo Castillo de San Sebastián con el sol encima

En el límite más occidental del vasto continente eurásico –“non ulterior accesio ad Occidentem ultra Gadira” –cabe el llamado “mar tenebroso” de los antiguos, el mar sin orillas, se encuentra Cádiz, la ciudad más vieja del Occidente, cuyo trimilinario está en trámite celebrar como preclaro acontecimiento nacional.


Esta blanca ciudad, toda luz, tenga más de tres milenios de vida, cuando es bella como una hermosa joven en edad de primavera; toda salada claridad, en frase de los poetas, y con altas torres diseminadas oteando todos los horizontes, y siempre como en disposición de nave dispuesta a zarpar por las rutas sin fin.


Tres mil años perfectamente delimitados en el devenir de la Historia, aunque su emplazamiento sugiera una existencia anterior, si bien por carecer de testimonios concretos es de necesidad recurrir a textos en que en que lo real se mezcla con lo legendario. La leyenda tiene la vida propia de lo vivido como se imaginó, conjetura de cómo pudieron desarrollarse las cosas, supliendo la fantasía la actividad del intelecto.


“Non Plus Ultra” figura de leyenda en su escudo, y, efectivamente, viene en razón, por cuanto el mundo antiguo se asomó por ella a las ignotas rutas oceánicas, siendo sin duda, punto de partida que llevaría a la misteriosa Atlántida, la isla de enclavamiento ignorado, sede de la corte del legendario Atlas, que tanto ha bullido en la imaginación de poetas y románticos de la Historia.


De progenie noémica viene la fundación de Cádiz, ya que se habla de la gestión de Tharsis en ello, siendo lástima que Schulten aclarase hace próximamente tres decenios el enigma de Tartessos, emplazándolo en el Coto de Doñana, pues hubo tiempo en que se confundieron ambas ciudades.


Hablan los autores sobre la circunstancia de que se efectuara su fundación coincidiendo con aquella legendaria gran sequía que poco más de un milenio antes de Jesucristo despobló la tierra del Occidente, variando cursos fluviales y anulando lagos, y produciendo grandes fuegos en los Pirineos y regiones boscosas, que hicieron corriera derretida la plata por las tierras de España.


No se sabe dónde termina la leyenda y empieza la Historia. Lo que si es conocido es que hace tres mil años la Ciudad blanca y luminosa existía y constituía un gran emporio de riquezas, con abundancia de factorías pesqueras, de explotaciones de minerales en las cercanías, por lo que era muy codiciado, y máxime con su brillante cultura, muy superior a la de los habitantes del interior.

Que desde los tiempos más remotas Cádiz fue ciudad de innumeras riquezas lo demuestra que del África cercano y del Oriente Medio, los más diversos pueblos trataran de ser sus dueños y señores, y suenan en la oscuridad impresionante del ringlero de siglos los nombres de Geryón de Mauritania, y de Hércules, y del fantástico Argontonio, y la arrolladora personalidad de los cíclopes.


Los fenicios, en alas del comercio, llegaron a sus playas arenosas, mudando en sus naves el estandarte de las armas de guerra por los ramos de oliva presagiadotes de paz, en tan alta consideración tuvieron a la Ciudad: y Hércules –entre dios y héroe- levantó las dos columnas simbólicas como término de su peregrinación, sobre las que estribó el templo célebre, colocado en forma para que las aguas respetaran la tierra sagrada, no anegándola, y cuyas ruinas constituyen uno de los primordiales afanes de la celebración del trimilenario, proyectándose excavaciones que hagan luz sobre la cultura de la Ciudad antigua.


El trimilenario, por tanto, ha de ostentar una extraordinaria brillantez, máxime con la colaboración estatal, tendiéndose a colocar un imponente obelisco en medio del mar que perpetúe la antigüedad de Cádiz y su jerarquía de nexo entre todas las grandes rutas. Y como complemento grandioso se habla de representar ante un escenario natural la inmortal obra de Falla “la Atlántida”, en un ambiente lleno de ruidos de mar y posiblemente con soplo de Levante africano.

sábado, 2 de julio de 2011

El Hospicio Provincial de Cádiz . Institución benéfica gaditana

Antiguo Hospicio gaditano, conocido en Cádiz por edificio Valcárcel


El antiguo hospicio provincial, con sus 72 ventanas, este antiguo establecimiento de Misericordia creado en Cádiz en 1648, hoy desaparecido, si no su edificio, si su régimen y uso interior.


Hay una crónica muy antigua y que se expresa en los siguientes términos: “Este que veis aquí de graves aspecto, de alto puntal, exterior limpio y desembarazado, de alegre ojos que miran a Poniente, las alas y galerías a amplias y soleadas, el patio diáfano y cuadrado, sostenido por sólidas columnas.


El Hospicio de Cádiz antiguo, ubicado donde se encontraba hasta entonce la ermita de Santa Elena, en las inmediaciones de Puerta de Tierra, y del que hizo el inglés Thewonseidh grandes elogios, a imitación del abate Labat, nombrase vulgarmente casa de misericordia, donde estudió a tener resignación en las desgracias; perdió en la Guerra de la Independencia buena parte de sus aledaños.


Fueron sus principios tan miserables que apenas podían sustentar a los ancianos y desvalidos sacerdotes; más tarde se trasladó a otro lugar en forma de ermita dedicada a Santa Elena, y luego, ya en el que hoy ocupa, se aumentó y engrandeció merced a la nunca bien alabada Hermandad de la Santa Caridad, que arbitraba todo género de recursos a fin de procurar su mayor engrandecimiento.


El rey Felipe V autorizó al Hospicio para organizar en todos los días feriados de los meses de junio, julio, septiembre y octubre, corridas de toros en la plaza de San Roque, frente a los cuarteles y algunas funciones en el teatro de la Opera. No alcanzaron los resultados de tales fiestas a cubrir los gastos de la piadosa institución.


Todo el vecindario se dispuso a proteger al Hospicio y contribuyeron los más acaudalados comerciante con sumas considerables, y los menos pudientes con géneros y artículos de primera necesidad y comenzaron a recibirse donativo, patronatos, fundaciones y otras ofrendas que produjeron una renta saneada capaz de engrandecer el instituto.


En 1764 se acordó enviar a Méjico un Hermano de la Caridad para que recaudase limosnas con destinos a las obras, con la imagen del Niño Jesús limosnero; de igualmente se hizo en el Perú. El Hospicio fue en auge.


Durante el sitio de Cádiz, presta la Casa importantísimos auxilio a la causa nacional. En 1809 pidió el Gobernado las salas de corrección para establecer la Fabrica de la Moneda y más tarde la sala de mendigo, que daba a la calle la Rosa. En 1810 ocuparon la tercera parte del edificio las tropas de Alburquerque, 2200 soldados, de los cuerpos de Reyna, Irlanda y Murcia. En 1813, en el patio, celebrándose el gran baile de Wellington, duque de Ciudad Rodrigo, organizado por el duque de Hijar, marqués de Orari y conde de Arena y Salvatierra.


El Hospicio de Cádiz, fue una de las instituciones benéfica gaditana, que contaba con su génesis y curso correspondientes y nada comunes.


Ocupó, y aún ocupa, ya que el soberbio edificio no sufrió hasta hoy la locura de la piqueta, su actual emplazamiento desde 1740.


De entre las muchas curiosidades, las primeras naturalmente, las relacionadas con los llamados terrenos del Hospicio y del Arroyo del Salado. En la parte Oeste del recinto de Cádiz tuvo en la antigüedad diversos nombres: el salado, el de Campo Santo y el de Campo de Santa Catalina, según se tratase de la situación a la izquierda o a la derecha, mirando a la mar, cuya última denominación vino a tomar desde que el ingeniero militar Cristóbal Rojas contrajo en 1598 el castillo a ciudadela de ese título.


A la primera posición correspondía el terreno sobre que se levantara nuestro Hospicio y las manzanas de caserío que mediaban desde la línea de su fachada posterior hasta la Plaza de la Reina, comprendiendo entre las calles de la Rosa y el callejón de Peñalva. Tomaba el indicado nombre del Salado, de cierto arroyuelo cuyo cause o barranco que pasaba por ese sitio, y seguía por el Campo Santo, donde hasta bien entrado el siglo XVIII tuvo su alcantarillado frente al Hospital de Rey, dio nombre a la calle de la Zanja, que también se llamó del Mar y de la Laguna del Campo Santo. Anteriormente, hasta la segunda mitad de dicho siglo, estuvo ocupado todo aquel espacio por las viñas y cererías, pudiendo designarse ente otras, la viña del Malabar o Mal Abad (según D.Adolfo de Castro), que venía a estar frente a la antigua Puerta de la Caleta, y dio nombre a esa parte el del barrio de la Viña, la huerta del Marqués, sobre cuyo suelo se emplazó el Hospicio por la comprar que hizo la Hermandad de la Caridad al marqués de Val-Hermoso en 46760 reales de vellón. A los alrededores de este Hospicio hubieron de darle la gente el nombre de Mundo Nuevo.


En el Hospicio de Cádiz en sus aulas recibió la primera educación la famosa tiple de ópera Sr. Montenegro, que alcanzó un colosal éxito en el Teatro de San Carlos, de Nápoles, con la Norma, de Bellini; mereciendo que se acuñara una medalla de oro, que existe en el Museo Bordírio de dicha ciudad.


Las innovaciones y reformas llevadas a cabo en el Hospicio, han transformado totalmente el interior, y aún parte del exterior, el lugar que antiguamente ocupaba el altar mayor de la capilla del Hospicio, eran los pesebres y establo del Mesón de Santa Elena.


En el Hospicio, también albergó enfermos mentales, el edificio llegó a acoger en el 1861 a unas 12000 personas más el personal, el edificio se quedó pequeño para tanta cantidad de persona por lo cual se trasladó la sección de dementes al convento de Capuchinos.


Este edificio fue durante el último cuarto del siglo XX un colegio e instituto (Valcárcel), en la actualidad cerrado, esperando lo que van hacer con él.


Hubo un proyecto para el 2012 de convertirse en hotel de lujo en pleno barrio de la Viña y en frente de nuestra siempre bella “Caleta”