lunes, 22 de diciembre de 2014

CÁDIZ Y JULIO CESAR

                                                                  Busto Julio Cesar


Julio César, a lo largo de su vida, vino a España en cuatro ocasiones diferente: las dos primera, por razón de su cargo; las otras dos, porque así se lo aconsejaron las circunstancias de la guerra. En cada una de esas ocasiones, César, por uno u otro motivo, estuvo en la ciudad de Cádiz.
Su primera visita fue en el año 68. César comenzaba por entonces su carrera política. Acaba de ser elegido cuestor y destinado a la provincia meridional de Hispania, a la Ulterior. Puesto a las órdenes de su gobernador, éste le encargó que recorriera las comunidades para, en su nombre, administrar justicia. Como no se podía obligar a todos los justiciables a desplazarse hasta Córdoba, que era la capital por esos años, el promagistrado viajaba periódicamente a un cierto número de ciudades, en las que celebraba sus audiencias para los habitantes de una zona próxima.

Durante su recorrido, César se puso en contacto con los gaditanos, ya que Gades era una de esas ciudades donde se celebraban las audiencias.

Entre los personajes importantes que le fueron en aquella oportunidad presentados, destaría sobre todos un joven perteneciente a una familia más influyentes de la ciudad, y que, por su participación en la guerra contra Sartorio, habíale sido concedida por Pompeyo la ciudadanía romana. Se refieren, al mayor de los Balbos, quien a partir de la concesión, y según la costumbre, había adoptado un nombre romano, el de Lucio Cornelio, y, por su fortuna, admitido en el orden ecuestre. Desde su primer encuentro, se entabló entre ellos una amistad que llegaría a hacerse con el tiempo más estrecha e íntima. Y es posible que ya en ese momento ambos hombres se emplazaran a comprender mutuamente y a adivinarse en sus respectivos intereses. César, con toda seguridad, se daría cuenta de la ayuda que el gaditano, por su riqueza y capacidad de gestión, podría prestarle en el futuro. Balbo, a su vez, la que el romano, por su nacimiento y relaciones, podría brindarle en vista a la ampliación del área de sus negocios.

En la vieja Gades, cargada de ricas tradiciones, existían varios santuarios consagrados a distintas divinidades. El más importante, era sin duda el Templo de Hércules, el originariamente dedicado al Nelqart tirio y que estaba situada en la parte más meridional de la isla mayor, a unas doce millas de la propia ciudad y donde hoy la pequeña isla de Sancti Petri.

Julio César, durante este su primer viaje a las islas gaditanas, no quiso dejar de acercarse al famoso templo para conocer. Antes que él, y desde época muy remota, lo había visitando muchos viajeros, entre los que se contaban personajes ilustres. Era para él, además, visita obligada por razones muy personales. Sabia que Alejandro Magno, al que todo admirador, antes de emprender la conquista de Tiro había querido ir a su santuario de Melqart para ofrecer sacrificios a este dios de quien el macedonio creía descender. Quizás supiera también César que el otro Magno Pompeyo, su Alejandro más próximo, había visitado el templo gaditano cuando estuvo en la provincia. Y él mismo, hacia ya algunos años, había escrito una pequeña obra poética en honor de su dios, la titulada “Elogio a Hércules”.
Lo que se cuenta que le sucedió a Julio César cuando visitó el célebre templo de Gades es que al ver una estatua del gran héroe griego que se encontraba allí erigida, como avergonzado de su inactividad, se había echado a llorar, lamentándose de que a la edad en que el macedonio había ya conquistado un gran imperio, él no había hecho todavía nada digno de memoria. La contemplación de aquella estatua, acaso un original de Lisipo y enmarcada por el impresionante escenario del santuario, debió de significar para este joven romano de extraordinaria emotividad el toque final de una crisis que vendría gestando en su alma desde muchos años atrás.

Como síntoma claro de su nuevo estado de ánimo, con entusiasmo, y preso de un incontenible deseo de actuar, pidió inmediatamente, nada más volver a Corduba, que se relevase de su cargo. Quería marcharse cuanto antes a Roma donde pensaba hallar las oportunidades de mayores empresas.

Julio César no volvió a España hasta el año 61. y lo hizo con ocasión de su primera promagistratura. Después de haber sido pretor en Roma, le había correspondido de nuevo la provincia Ulterior, auque ahora, y como era lo normal, para ocupar su puesto más importante, el gobernador, y en calidad de procónsul.

A César, desde un punto de vista personal, su cargo podía resultarle de gran provecho para su carrera política. Su próximo objetivo era, naturalmente, el acceder al consulado, única manera de entrar en el círculo de los verdaderos príncipes civitatis, deseaba conseguirlo cuando antes, a ser posible en su año, primero en que podía ser elegido, y que coincidía, precisamente, con la terminación de su mandato, la mejor forma de obtenerlo era volviendo a Roma envuelto en la gloria del triunfo, y con los fondos suficientes para poder gozar de cierta capacidad y autonomía financieras, algo tan esencial en las luchas políticas de su tiempo.

La provincia que le había tocado en suerte se prestaba muy bien a sus propósitos, Roma, pese a que sus legiones llevaban siglos y medio en la Península, aún no había podido completar la conquista de los territorios ibéricos noroccidentales.

Animado, pues por este proyecto, nada más llegar a corduba y sin querer ocuparse de otros menesteres que pudieron distraerle de su principal objetivo, César comenzó enseguida a preparar sus tropas. De modo que a los pocos días había ya completado su ejercito y partido, quizás después de haberse acercado hasta el Templo Hércules de Gades para rogar a los dioses por el éxito de su empresa, a la cabeza de sus legiones camino de Lusitania.

En el curso de la campaña, César expidió correos a Gades ordenando a sus habitantes que le enviaran una flota con la que poder poner fin a la desagradable situación en que le había puesto un grupo de lusitanos que, huyendo de él, se había refugiado en una pequeña isla cercana a l costa atlántica. Por el tipo de tratado que mantenía con Roma, Gades estaba obligada, entre otras cosas, a suministrar a sus aliados las tropas y los navíos que en cualquier momento éstos necesitaran.

Es posible que Cornelio Balbo, amigo del gobernador como se sabe, no fuera ajeno a estos preparativos, y que incluso formara parte de la expedición, era un buen conocedor del terreno y experto navegante, podía ser gran ayuda en la dirección de las operaciones.

Días más tarde de flota se hallaba ya a disposición de César. Por lo que éste sin más pérdida de tiempo, pasó a la isla y, sin combate, ya que se encontraban agobiados por la flota de recursos y de provisiones, redujo con facilidad a los rebeldes. Aprovechando los navíos que tenía en su poder, embarcó de nuevo a su ejército y mandó que pusiera rumbo norte, hacia las costas de los casi desconocidos galaicos. Navegando por las mismas singladuras que siguieron desde siempre los experimentados comerciantes del Suroeste, fue César a la conquista de un territorio nuevo y enclavado en lo que constituía la zona de expansión natural de su provincia.

De regreso a Corduba, César se dedicó a resolver los asuntos que dejara pendiente por razón de su campaña. Entre las personas que le asistieron en su tarea, es muy probable que se hallara Cornelio Balbo.  Por su capacidad y buen sentido, el gaditano, quien a raiz del episodio naval quizás fuese nombrado por primera vez praefectus Fabrum, se estaba ya convirtiendo en uno de sus hombres de confianza. Así que debió de ser por su intervención, estaba al igual que otras provinciales influyentes, interesado en participar con plenitud del mundo nuevo que Roma le ofrecía, por lo que los habitantes de Gades vieron durante estos meses de gestión de César, cómo se iniciaba la modificación de sus costumbres más ancestrales. La asamblea de la ciudad había decidido que algunas de sus leyes internas, ya anticuadas y bárbara, fuesen abolidas de su constitución. Era conveniente que gades acabara de adaptarse por fin al estilo de vida romano, más moderno que el suyo y llamado a imponerse en toda la cuenca mediterránea.

Se desconoce el carácter específico de las leyes, no obstante es posible que una de ellas se ocupara de prohibir una costumbre que, al parecer, existía en la ciudad, y que estribaba en quemar vivos a ciertos condenados a muerte, y otra estuviese destinada a prohibir también los sacrificios humanos, tan habituales éstos entre muy diversos pueblos del mundo antiguo, incluidos algunos ibéricos, y que, estando como estaban tan vinculados a la religión feno-púnico, no es de extrañar que se realizaron igualmente en Gades. Sobre todo el llamado sacrificio molk, consistente en inmolar niños a los dioses.

Desde el momento en que estas leyes se promulgaron la ciudad, en su conjunto y públicamente, abandonaría unas prácticas tan poco acordes con los gusto de Roma.

La tercera vez que Julio César vino a España fue en el año 49, después de haberse hecho con Italia en pocos días y de haber decidido que era mejor invadir la Península Ibérica que perseguir a Pompeyo, que había embarcado en Brundisium rumbo a Grecia.

Mientras César se enfrenta en el Sagre el puesto del ejercito pompeyano, Marco Terencio Varrón, legado de Pompeyo en la Ulterior, tomaba en su provincia las medidas militares y policiales, encaminadas a frenar a los filocesarianos que en ella residían. Como era de esperar, Gades se vio particularmente afectada por estas medidas. Se sabe que se le impulso, junto a una guarnición formaba por seis cohortes, la autoridad de Cayo Galonio, hombre de confianza del legado; que se le ordenó construir diez navíos de guerra; que se trasladó a ella el tesoro del Templo de Hércules y que todas las armas, tanto públicas como privadas, se depositaron en csa del mencionado Galonio.

Cuando supo que el ejercito del Segre había sido forzado a capitular, Varrón, sin perder de vista que era preciso retener lo más posible a César en la Península al objeto de dar a Pompeyo el suficiente tiempo para que pudiera reorganizarse en Oriente, decidió, mejor que presentar batalla a su enemigo, retirarse y hacerse fuerte en algún punto inexpugnable de su territorio. Para ello, pensó en trasladarse a Gades con sus dos legiones y concentrar allí los navíos que había mandado construir y todo el grano que había logrado almacenar.

Su plan no era tan malo, asegurada la fidelidad de sus tropas con buena paga y buena alimentación, en el concilum que se celebró poco más tarde, y no mucho después de que el legado se entregara a la merced de César, este dio las gracias a todos los que de alguna manera le había facilitado las cosas. A los gaditanos, expresamente, por haber desbaratado con su conducta los proyectos de su adversario. Y, haciendo honor a la magnanimitas que el se esperaba, condonó las contribuciones impuestas por Varrón y restituyo los bienes confiscados, al tiempo que concedía honores a algunas y llenaba de buenas esperanzas a los demás.

Tras haberse detenido un par de días en Corduba, César salió para Gades. Tenía la intención, aparte de la esperar allí la llegada de su lugarteniente Casio Longino, a quien pensaba poner al frente de la provincia, y de embarcase después rumbo a Tary tanto que llegan  y son  tan inoportunos, que joden un montón! Tarraco, la de resolver algunos otros asuntos, uno de los cuales era incluso de carácter muy particular.

Una de sus primeras medidas consistió en ordenar que el tesoro y los exvotos del templo de Hércules fueran devueltas a sus sitio. Encontrándose tan cerca del famoso santuario, con el que se sentía además ligado por tanto motivos, no quiso desaprovechar la ocasión para que le interpretaron un sueño que había tenido a comienzos de aquel mismo año, exactamente la noche que precedió al paso del Rubicón, durante aquellas horas difíciles en que tuvo que tomar la decisión de levantarse en armas contra el gobierno senatorial.

Hallándose como se hallaba ahora en Gades, y disponiendo de unos cuantos días de descanso, los primeros desde que comenzaron la guerra.

Así, que César, con este propósito, se desplazó al santuario, y allí los sacerdotes le explicaron que su sueño era un presagio de que alzaría con el imperio de las tierras del orbe.
Del mismo modo que los sacerdotes de Delfos, hacia ya muchos años, vaticinaron a Junio Bruto que inauguraría la República de Roma, la nueva madre de Occidente frente a la vieja madre oriental, los de Gades ofrecían ahora a Julio César, augurándole tan gran poder, nada menos que un gobierno absoluto sobre todo la superficie de la tierra, la posibilidad de abrir un nuevo camino, de inaugurar una nueva madre, una madre que abarcara tanto a Roma, la madre occidental de Bruto, como a la antigua madre de Oriente.

El sacerdote del Herakleion, consciente de la realidad política y de los tiempo que habían de venir. Adelantándose así a los hechos, se garantizaba el agradecimiento y el apoyo del hombre que, por su previsible triunfo final, estaba llamado a ser el dueño del mundo y, por lo tanto, el mejor fiador imaginable del bienestar de la ciudad de Gades, o más apropiadamente, de su oligarquía comercial, que era la que suministraba de entre sus miembros el personal del templo.      
Agradecido por el vaticinio que se le acabada de hacer, y en parte correspondiendo a la fidelidad que había demostrado a su persona al impedir que Varrón pudiese materializar sus planes de resistencia, César recompensó a Gades concediendo la civitas romana pleno iure, a todos sus ciudadanos. Esta medida, tres meses más tardes y estnda ya César en Roma, sería ratificado por el Senado.
Desde ese momento, los gaditanos comenzarían a organizarse de acuerdo con su nueva situación y en orden a recibir el ius municipales.

Las tradicionales suffetes se convertirían pronto en quat-tuarviri, los magistrados habituales de los nuevos municipios romanos a partir de la Guerra Social, y el típico senado semita, en la curia municipal propia del mundo romano. Y no mucho tiempo después, Gades funcionaría ya, plena y jurídicamente, como el municipium de derecho romano que era, César estuvo siempre bien dispuesta a conceder privilegios jurídicos y a extender la civitas a las provincias, actitud que le supuso, en más de una ocasión, ganarse el reproche de los conservadores. Se había echo conferir la ciudadanía romana a todos los habitantes de la Cisalpina. En el caso de Gades, no hacía sino continuar con dicha política, a la vez que dejaba bien claro que estaba decidido a premiar con el derecho de ciudad a sus aliados más activos. La ciudad había demostrado siempre ser una fiel aliada de Roma, muy especialmente a lo largo del presente siglo de lucha, durante las cuales había aportado a la causa gubernamental muchos recursos, tanto materiales como humanos, poniéndose abiertamente de su lado, Gades convertía a César en el heredero de esa fidelidad tanto tiempo mantenida ala legalidad romana. No podía dejar de recompensar el comportamiento de los ciudadanos de Gades.

César tuvo en cuenta a la hora de conceder la civitas a sus habitantes, a más de las razones señalados a las que podían añadirse incluso algunas de índole personales, como el buen recuerdo que de la ciudad tenía de su cuestura y de su etapa de gobernador en la provincia, o como la íntima amistad que profesaba a la familia de los Balbos.

Desde un punto de vista militr, a César le interesaba conserva a todo trance la fidelidad de una plaza que, en caso de oponérsele y bien protegida por tierra y por mar.

La existencia de un foco enemigo en un lugar como la isla gaditana, tan distante, bien defendida y en el fondo de la bolsa occidental, no podía acarrearle más que consecuencia muy graves, como así lo había visto claramente Varrón cuando planeara resistir encerrada en ella.

Desde el punto de vista económico, la ciudad era un magnifico y activo puerto. Su grupo social más diligente, el de los grandes comerciantes, poseía un considerable poder financiero, y a César le interesaba, lógicamente, mantenerlo a su lado.

Con la civitas, estos hombres del dinero, además de los privilegios que les facilitaba su promoción política, recibían otros de carácter económico que, al permitirles actuar legalmente en el ámbito de la romanizad, les compensaban de la pérdida sufrida de su monopolio nordatlántico a partir de la conquista de las Galias. En pago de su gesto, la banca gaditana. En más de una ocasión y por medio de Cornelio Balbo, apoyaría en adelante con sus fondos la causa política de César.

La última visita de Julio César a España fue también por razón de la guerra. La Hispania Ulterior, la provincia que poco antes se le entregaba sin luchar se había rebelado. César salió de Roma a finales del año 46 para emprender la que sería su última campaña. También, ésta se resolvió, después de una prolongada guerra de posiciones entre Corduba y la llanura de Munda, en una decisiva batalla, que tomó su nombre y que se libró el día 17 de marzo del 45.

Tras la toma de Corduba y de Hispalis, César se acercó hasta Gades para recibir personalmente de ella la confirmación de su fidelidad. La ciudad en efecto, había permanecido de su parte a lo largo de todo el conflicto y su puerto había servido de base de operaciones a su puerto había servido de base de operaciones a su escuadra desde que ésta, al mando de Didio, arribara a la Península procedente de Cerdeña.

Esa lealta, sin embargo, no sería óbice para que César reclamara ahora a los gaditanos una buena parte del dinero atesorado en el Templo de Hércules.

Necesitaba, por lo visto, abundantes fondos para financiar una campaña que venía preparando desde hacia varios años, la campaña contra (los partos)  los puertos.

                 
                                              Fuente a Lucio Cornelio Balbo en Cádiz

(Libro Cádiz en su historia por Manuel Ferreiro López) de la Biblioteca José Celestino Mutis

jueves, 4 de diciembre de 2014

La identidad cultural de Cádiz

La identidad cultural de Cádiz, los cuales se ven confirmados en ese paralelismo que se aprecia entre sus dos ciclos históricos de exuberantes prosperidad: el de la Gades fenicia, púnica y romana, y el Cádiz, “Emporio del Orbe”, puerta de un nuevo mundo.

Situada la isla de Cádiz al suroeste de la península Ibérica de la que sólo le separa un estrecho brazo de mar; entre dos continentes, Europa y África; entre dos mares, Mediterráneo y Atlántico, su privilegiada situación marítima la convirtió en encrucijada por donde, en son de paz o en son de gueraa, pasaron o tomaron asiento los principales pueblos que forjaron la cultura de Occidente.

Al valor estratégico de su situación se suma su peculiar estructura geográfica. Con el topónimo “Isla de Cádiz” se hace referencia a un archipiélago formado por tres islas, las Gadeiras. En la más pequeña y más occidental establecieron los fenicios un poblado que por estar cercad o recibió el nombre de Gadir. Un canal de unos 180 metros de ancho separaba en la Antigüedad esta isla de otra estrecha faja de tierra de unos 18 kilómetros de longitud a la que los griegos dieron el nombre de Cotinusa, por la abundancia que había en ella de acebuches u olivos silvestres. En el extremo de esta segunda isla, y casi perpendicular a la misma, se hallaba otra tercera, la más fértil, la más extensa y la más próxima a tierra firme, a la que en la antigüedad clásica se cita con el simple nombre de “Isla”, topónimo que aún perdura en el lenguaje popular.

En el arco que formaban estas tres islas cerrando la bahía y, sobre todo en el canal que separaba las dos más occidentales encontraron los navegantes del “Mare Nostrum” un refugio bien protegido de los embates de ese mar ignoto y misterioso que fue para ellos el océano Atlántico; también un punto de partida privilegiado para sus más audaces aventuras náuticas; aventuras que dieron origen al nacimiento de la historia gaditana, al ser identificada Gades en las fuentes literarias clásicas con el mítico Tartessos. Una identificación que, a pesar de los abundantes testimonios que nos ofrecen estas fuentes, no es aceptada por todos los historiadores modernos, como tampoco hay unanimidad entre ellos en reconocerle a Cádiz ese pasado trimilenario del que se honra.

Durante el dominio fenicio, en el extremo oriental de la Cotinusa se alzó el templo al dios Melkart, asimilado más tarde al Hércules tebano; santuario al que los historiadores modernos le vienen asignando un papel cada vez más importante en la obra colonizadora fenicia, no solamente por las riquezas en él acumuladas, sino también porque pudo ejercer el derecho de asilo y servir de estrecho vinculo entre la metrópolis y sus colonias.

La destrucción de Tiro Por el ejercito asirio en el año 564 a. C. dejó desamparados a los gaderitas, quienes ante el acoso de los pobladores de tierra firme pidieron ayuda a Cartago; un dominio que no borró culturalmente en Gadir sus raíces semitas, diferenciándose de otros asentamientos púnicos del Mediterráneo. Raíces semitas que se alimentaban de la solidez y esplendor del culto a Melkart, convertido en el período cartaginés en el dios tutelar de la familia Barca. 

En el año 206 a.C. Gadir pactó con Roma y se convirtió en ciudad federada, lo que le dio derecho a conservar sus propias leyes, sus magistrados, moneda e idioma. Un papel decisivo en la romanización de Gadir jugó Julio César, quien siendo cuestor visitó esta chancillería. Aquí, en Gades, en la cueva de la Venus Marina, según sus biógrafos le fue interpretado el sueño que le vaticinó su gloria futura y aquí, en Gades, nació también su amistad con la familia Balbo, a la que colmó de honores y privilegios, honrando también a todos los nativos de Gades con el derecho de ciudadanía, los primeros en disfrutarlo por nacimiento en el imperio romano.

En el año 48 a.C. Gades fue ya convertida en municipio y sin etapas intermedias pasó de una organización fenicia a la estructura política romana, siendo integrada su oligarquía al estamento de Caballeros. La ciudad agradecida a César tomó el nombre de “Augusta Urbs Julia Gaditana”. La Gades romana conoció a partir de este momento un periodo de gran impulso comercial y desarrollo demográfico. Quedó pues Gades convertida en un puerto activo y con una población tan estrechamente vinculada al mar que bien se puede decir que hasta el caballo andaluz se hizo en Gades marinero, pues sobre caballos, “hippoi”,  cabalgaban los gadeiritas para surcar las olas, siendo privativo de ellos el llevar la cabeza de un caballo como mascarón de proa. Un carácter marinero que unido a su cosmopolitismo y espíritu comercial diferenciaron a Cádiz del resto de las poblaciones de la Baja Andalucía en cuya cultura, predominantemente rural, se tiende a integrarla.

El triunfo de la fe cristiana a inicio del s.IV. y su reconocimiento oficial como religión del Estado a fines de ese mismo siglo significó para Gades el inicio de su decadencia; un ocaso que en versos lloró el poeta Avieno.

Solamente el templo de Hércules se mantuvo erguido durante estos siglos de decadencia, desafiando a los vientos y a las olas y a la desolación de aquella que en otros tiempos fuera rica urbe; la destrucción del Heraklión a mediados del s.XII cerró este primer ciclo histórico de Cádiz para dar paso a un nuevo ciclo no menos glorioso, y no muy diferente, al nutrirse de las misma fuentes de riqueza, el comercio y la navegación.

Fue precisamente a mediados de este siglo XII cuando la “Yazira Qadis” del mundo árabe empezó de nuevo a cobrar importancia al intensificarse las relaciones comerciales entre los dos mares, Mediterráneo y Atlántico.

Aunque los acontecimientos de este último siglo de dominación árabe en Cádiz no nos son bien conocidos, se puede afirmar sin temor a errar que Cádiz en este período fue centro de continuos e importantes conflictos bélico, hasta que, conquistaba Sevilla por Fernando III en 1248, todas las ciudades de la Baja Andalucía, sabiéndose indefensas, se apresuraron a pactar con el rey castellano; entre ellas Cádiz.

Hemos de esperar, sin embargo, al reinado de su hijo, Alfonso X el Sabio, para apreciar el lento comienzo del resurgir de Cádiz; como otro Julio César, también él con sueños de gloria, valoró la situación estratégica de esta pequeña isla y vio en ella la llave que la abriría las puestas de África; y más legado sentimentalmente a Cádiz que lo estuvo su padre a Sevilla, quiso el Rey Sabio elevarla a ciudad de primer rango y en monumento que se conserva sus cenizas y perpetuara sus soñadas hazañas.

Respetando su carácter marinero repobló Alfonso X a Cádiz, no con hombres de tierra adentro, sino con bravos marinos del mar Cantábrico, sobre los cimientos del gigantesco teatro romano construyó una nueva ciudad en cuyo centro alzó una iglesia, la cual fue elevada al rasgo de catedral por la bula “Excelsum fecit” del 21 de agosto de 1263 bajo el patrocinio de la Santa Cruz, y en su cripta preparó su sepultura.

Pero ni los sueños imperiales del Rey Sabio se realizaron, ni él fue enterrado en Cádiz, ni Cádiz llegó a ser esa gran ciudad que soñara; durante dos siglos más volvió esta ciudad a sumergirse en la sombras de la Historia, hasta que en 1471 Enrique IV, deseando recompensar los merecimientos del conde de Arcos, D. Juan Ponce de León y de su hijo D. Rodrigo, concedió aquél el señorío de la ciudad de Cádiz y a ambos el derecho de titularse marques de esta ciudad; un dominio que se prolongó hasta 1492, año en el que pasó Cádiz y la Isla a depender directamente de los Reyes Católicos.

El descubrimiento de América y la intensificación de las relaciones comerciales con África revalorizaron nuevamente el valor estratégico de Cádiz. En 1493 le fue concedido el monopolio en el comercio con la Berbería, y el 25 de septiembre de ese mismo año la gran flota colombina en su segundo viaje partió de Cádiz.

Las grandes líneas del comercio con el Nuevo Mundo quedaron trazadas; un gran puerto, Cádiz, genoveses, venecianos, napolitanos, flamencos, franceses e ingleses se dieron cita en la recién trazada calle Nueva, con vascos y castellanos, sin otro interés que el de comprar y vender; el ahorro y austeridad de vida que el espíritu comercial conlleva, en Cádiz, sin embargo, cedieron el paso a la generosidad y a la magnifica; las casa gaditanas, de mármol, piedra y caoba, en una Andalucía de cal y ladrillo, fueron las más lujosas y mejor aderezadas de España. El Cádiz marinero, comercial y cosmopolita de antaño renació, pues, en este segundo ciclo histórico con exuberante prosperidad, mereciendo el sobrenombre de “Emporio del Orbe”.


Pero si la economía creció y la población se hizo cada vez más cosmopolita, ese aumento de riquezas y esa mezcla de culturas aceleraron el proceso de descristianización de la ciudad, en donde la tolerancia se tradujo en permisividad y las propias creencias quedaron sin raíces. 




LIBRO: La vida cotidiana durante la guerra de la independencia en la provincia de Cádiz (II) consultado en la Biblioteca José Celestino Mutis.

viernes, 10 de octubre de 2014

ALGODONALES

El escudo de Algodonales: Es de plata con una casa ardiendo en llama de oro y gules; bordura de gules con la inscripción "Por la Independencia Nacional".


Algodonales se encuentra situado en el extremo nororiental de la provincia de Cádiz, su término, rodea por un conjunto de sierra, configura al sistema su-bético.
Desde el punto de vista comarcal, algodonales forma parte de la comarca de la Sierra, de la puede configurar un claro ejemplo no sólo por sus carácter físicos, sino por su realidad social y económica.
Su término municipal tiene una extensión de 135,5 km2 lo que la sitúa entre los municipios de mayor superficie de la Sierra.
El relieve, igual que ocurre en toda la Sierra, es el factor natural más característico. Numerosos aspectos y no sólo geográficos, tales como suelos, clima, hábitat, tipos de cultivos, etc.
Tras el análisis de la Topografía del termino municipal de Algodonales, su red hidrológica que está organizada por el río Guadalete, el curso de agua de mayor importancia y que cruza todo el término.
El clima de esta zona se incluye dentro del ámbito mediterráneo, pero la privilegiada orientación y la altura media de sus relieves hacen que las precipitaciones sean semejantes e incluso superior a puntas de la España húmeda.

SU HISTORIA

En el término de Algodonales, al igual que en toda la Sierra de Cádiz, se han llevado a cabo pocas excavaciones sistemáticas. Lo poco que conocemos se debe a hallazgo suelto casual y a referencias en algunos libros antiguos.
La Prehistoria se divide en varias etapas: Paleolítico, Neolítico y la llamada Edad de los Metales.
Los primeros restos prehistóricos en el término de algodonales corresponden al período Neolítico; son tres yacimientos en cuevas: Cueva Santa, cueva Chamusquina, Castillejo.
Durante el Neolítico, en la Sierra de Cádiz, los asentamientos son fundamentales en cueva.
Un tercer período de la Prehistoria es la Edad de los Metales, subdivididas en Edad del Cobre, del Bronce y del Hierro. El cobre fue endurecido al descubrirse el estaño, que aleados darían el bronce, metal de mayor dureza.
Este sería el origen de la riqueza de Tartessos y de las colonias fenicias del litoral de la provincia de Cádiz.
La entrada en la Edad del Hierro de la zona mediterránea de la península Ibérica, se explica por la llegada de pueblos colonizadores: fenicios, griegos y celtas.
Aparecen ahora en la Sierra poblados fortificados que van a mantenerse en época romana. Un ejemplo será el yacimiento del Cerro de la Botinera, al Este de la sierra de Líjar. Por todo el cerro abundaban restos de cerámicas ibéricas y romanas e igualmente se ven restos de construcciones; fue sin duda una ciudad de relativa importancia.
Aparecen también en el término de algodonales restos sueltos, difíciles de encajar, porque aparecen sin contextos de ningún tipo.
En algodonales, el yacimiento del Cerro de la Botinera, sigue habitándose durante la dominación romana y en él han aparecido numerosos restos de esta época. Es de destacar un enterramiento donde se encontró un espejo de bronce, un colgante y una placa de ungüento.
Otros yacimientos de de la época son el Cerro de la Camarena: se halla al sur de Algodonales, cerca del cementerio. En él se han encontrado monedad y unas funerarias. El Cerro del tesorillo (en la finca el Castillejo a sur  de Botinera), donde aparecen restos de construcciones hidráulicas. El cortijo de Las Columnas, cuyos cimientos parecen que corresponde a una antigua villa romana que fue fortificada en la edad Media pero que, hoy en día, aparece muy reformado.
El cortijo del Alamillo, aparecieron restos de tres columnas de piedra; el yacimiento hoy se encuentra arrasado. Igualmente se puede hablar del puente viejo sobre el Guadalete, al que algunos autores atribuyen elementos romanos.
Harían falta excavaciones y estudios sistemáticos en todos estos lugares para tratar de establecer los modos de la vida en la Sierra de Cádiz durante la Prehistoria, la Protohistoria (época ibérica), la época romana e incluso en la edad Media (dominación musulmana y posterior reconquista).


INVASIONES BÁRBARAS

De los cuatros pueblos bárbaros que invadieron la Península, suevos, vándalos, alanos y visigodos, sólo merecen la pena destacar a éstos últimos, porque fueron los creadores del primer estado español.
Pocas fuentes escritas y pocos restos quedan de este período que abarca desde el siglo V al VIII. Y aún menos en la Sierra de Cádiz que no fue un área de fuerte asentamiento visigodo.
Algunos historiadores hablan de asentamientos castrenses (militares) visigodos en la Bética. En Andalucía siguió siendo mayoritaria la población hispano-romana. Han aparecido, sin embargo, embargo algunos restos en la provincia de Cádiz.
En las huertas yendo hacia Zahara, por la cuesta de los Yesos y la carretera que va a Ronda, zona donde estuvo el más antiguo Algodonales, aparecieron junto a una base romana de mármol blanco, ladrillos visigodos de decoración y una moneda visigoda, un trines. Futuras excavaciones pueden arrojar más luz sobre este periodo.

LA INVASIÓN ÁRABE

Con la conquista de la Península llegan numerosos grupos árabes y bereberes con la idea de establecerse en el país. Parece que la serranía se puebla sobre todo a base de bereberes.
Pocos datos se tienen sobre la vida en la serranía gaditana durante la dominación musulmana. La aldea de Los Algodonales no había sido todavía fundada, pero se supone con suficiente lógica que el sitio donde se asentaría Algodonales en el siglo XVI hubiera sido un lugar poblado anteriormente, dada su fertilidad, cuando la zona fronteriza entre castellanos y musulmanes estuvo lo bastante alejada como para que no supusiera un peligro para sus habitantes.
Escaso pero interesantes testimonio a fines del siglo XVII de Rodrigo Caro escribia: “Podría ser que esta villa (se refiere a Zahara) estuviese en mejores tiempos y más pacíficos la sierra de Líjar, lugar que hoy llaman Los Algodonales. Allí vi hartos vestigios de antigua población que aún hoy están en pie…” esto viene a ser ratificado en los testimonios del pleito que tuvo lugar entre los vecinos de Algodonales y la villa de Zahara, visto ante la Chancillería de Granada en 1548. el motivo de la disputa se cifraba en el arrasamiento, dos años antes, de unas cincuenta casas de la aldea de Los Algodonales ordenada por el Consejo de Zahara, los habitantes de Los Algodonales buscaron como testigos hombres que pudieron ser imparciales, algunos vecinos de otras villas.
A lo largo de la historia la situación geográfica de nuestra provincia, paso obligado entre dos continentes ha representado siempre un importante papel en la distribución espacial de los núcleos poblacionales que extiende sus redes sobre el territorio.
Los orígenes más inmediatos del actual doblamiento gaditano hay que remontarse al período de la Reconquista.
La incorporación de las tierras gaditanas a la Corona castellana comienza a mediados del siglo XIII, pero la completa ocupación de todo el territorio no se llevaría a cabo hasta finales del siglo XV, en los inicios de la guerra de Granada.
Tras la conquista de Sevilla, la comarca del Guadalete se sometió a Fernando III por medio de pactos a por la fuerza, aunque garantizando a los musulmanes una amplia autonomía. Alfonso X se ocupará de consolidar el dominio castellano en la Baja Andalucía.
 La ocupación efectiva del valle del Guadalete, Golfo de Cádiz y sierras próximas del Estrecho tuvo lugar en la segunda mitad del siglo XIII, tras el sometimiento de la mencionada revuelta mudéjar.
Durante este período, la gran mayoría de los asentamientos de nuestra provincia tuvieron una clara funcionalidad bélica, lo que trajo consigo importantes repercusiones sociopolítico provocado, además, una intensa señorialización. La nobleza protagonista destacada en las empresas bélicas, conseguirá el dominio de la inmensa mayoría de las tierras gaditanas.
La revuelta y forzada conversión de la población mudéjar trajo consigo la dispersión de la misma, lo que produjo despoblaciones parciales en el interior del reino de Granada. Este hecho demuestra, el fracaso de la repoblación realega de años anteriores y de la política de asimilación de los moriscos, cuyo problema no sería resuelto hasta la definitiva expulsión de éstos en el reino de Felipe II (1609).
En el siglo XVI, se lleva a cabo la reorganización de las tierras nor-orientales de la provincia gaditana. Se registra durante esta centuria, asimismo, la consolidación de núcleos derivados de otras ya existentes, como los casos de Algodonales y El Gastor, creados a partir de Zahara.
Estos núcleos no se crearon ya con fines estratégicos, sino con fines claramente rentabilistas  desde el punto de vista agrario o comercial.
Hasta que no desaparece definitivamente el peligro musulmán, tras la conquista de Granada (1492) y queda definitivamente pacificada la zona tras la revuelta mudéjar (1501), no se ocupa el lugar donde hoy está emplazada en Algodonales. Solo entonces unos cuantos vecinos de Zahara se atreven a bajar el lugar llamado los Algodonales, para instalarse allí atraídos por la fertilidad del lugar y su mucha agua, construyendo las primeras casas, labrando las primeras tierras. La aldea surgió, al parecer, en torno a la fuente del Garrobo.
La Sierra gaditana, como otros sectores de las sub-béticas se vio sometida, en la Baja Edad Medía, a una intensa señorialización y ello vino a consecuencia de las necesidades militares que imponía la oscilante frontera granadina.
Hacia 1520 la parte alta de la puebla, Cabezadas de las Huertas, fue objeto, al parecer, de un reparto de tierras impulsado por los Ponce de León. Se pregonó el reparto en Zahara, Olvera, Villamartín,  y Arcos. En 1544 una fuerte tormenta asola la villa de Zahara, cayéndose parte de la muralla y algunas casas. A raíz de este sucesos un número indeterminado de personas se trasladaron a los Algodonales.
La puebla durante el siglo XVII continuara creciendo, no se sabe si por propia dinámica interna o por la llegada de nuevos emigrantes.
El siglo XIII se inicia en España con un cambio de dinastía. A la casa de Austria que había gobernado el país en los siglos XVI y XVII sucede ahora la casa de Borbón. La Corona se convertirá en protagonista de una serie de reformas económicas y administrativas que, en determinado momento y grado, afectarán a la casa de los Arcos.
Todo esto supuso un gran paso hacia la creación del Estado centralizado y unificado. El absolutismo de los Barbones fue más patente que el de los Austrias.
Para situarnos, la puebla de algodonales partencia al reino de Sevilla, dentro del cual se encontraban los estados de la casa de Arcos, cuyo corregidor perpetuo era a mediados del siglo XVIII el propio duque, quien a su vez era marqués de Zahara, dentro de cuyo término municipal está situado Algodonales.
La puebla de Algodonales era señorío, calle y barrio de la villa de Zahara, quien nombraba loe empleos de justicia para este pueblo, de manera que uno de los dos alcaldes ordinarios, uno residía en Zahara y otro en Algodonales. Como la mayoría de los municipios, de la villa de Zahara y la puebla de Algodonales poseían bienes de Propios y Comunes.
Los pesos y medidas del término de Zahara se regulaban conforme a los de la ciudad Sevilla. Los positos municipales regulaban el comercio del trigo como una función social a través de préstamos a los agricultores.
Por otra parte, el deseo de llegar a la unificación tributaria motivó que durante el reinado de Fernando VI (1746-1759) se intentara suprimir los complicados e innumerables impuestos directos e indirectos. Los trabajos continuaron durante el reinado de Carlos III y, aunque dificultades de todo género impidieron el triunfo de la reforma.
Al ser calle y barrio de la villa de Zahara los habitantes de los Algodonales no poseían término propio, a pesar de ser todo un mismo término, el pago de muchas contribuciones se realizaba por separado, habiendo igualmente otra dos aldeas en termino que son el Gastor y la Muela. Con respecto a las contribuciones, la del Gastor, toca a Zahara y la de la Muela a Algodonales.
 El siglo XIX comienza con la invasión del territorio español por las tropas francesas. Durante seis años (1808-1814) los españoles lucharán por echar de España a Napoleón y a sus tropas. Llevados a Bayona por Napoleón, Carlos IV y Fernando VII abdicaron ambos y Napoleón entregará la Corona española a su hermano José Bonaparte. Estos años de guerra supondrá para toda España años de ruina y destrucción.
En 1815 se piensa en pedir la emancipación del pueblo de la villa de Zahara. Se alega como mérito la actuación tan valerosa frente al enemigo francés en la guerra de la Independencia. Fernando VII accede a la petición, otorgándole título de villa y un término propio de 23000 fanegas, incluida la sierra de Líjar y jurisdicción sobre el mismo terreno y el sitio llamado la Reyerta, donde la ejercen mancomudamente con Grazalema, Villaluenga, Benaocaz, Ubrique y Zahara y la nueva de El Gastor, cuyas siete villas la disfrutan igualmente en unión de los pastos. También entra dentro de su término la cortijada de La Muela. El libro Becerro de Zahara, que recoge todos los litigios habidos contras las villas vecinas, fue fundamental a la hora de determinar los límites del nuevo municipio.
Los hechos acaecidos en el pueblo cunado el ataque francés influirán en el escudo que ahora debe tener la villa; un óvalo y dentro una casa ardiendo rodeada de llamas símbolo del pueblo incendiado y arriba las letras P.L.I.N., que significan “por la independencia nacional”.  
El origen de las agitaciones campesinas andaluzas habría que buscarlo en el siglo XIX y parece que su causa más importante es la disolución del régimen señorial. Las Cortes de Cádiz (1812) y otras medidas posteriores (1837) terminaron con la existencia del régimen señorial. Había dos clases de señoríos: el de tipo territorial y el jurisdiccional. Si el señorío era territorial pasaba a convertirse en propiedad privada de su señor; si era jurisdiccional, las funciones de justicia pasaban al estado y la propiedad sería de sus antiguos cultivadores.
Aquí radica el problema, pues los encargados de dirimir estos asuntos, los tribunales fallaban los pleitos normalmente a favor de los señores, declarando invariablemente el señorío como territorial. Los campesinos se sintieron estafados al despojarlos de algo que consideraban suyo y a lo que creían tener derecho.
Con la desaparición de los señorios había que reestructurar de nuevo el mapa administrativo español; en 1833 se establece la división del país en provincia, la llamada reforma de Javier de Burgos. Algodonales pasa a integrarse en la provincia gaditana y sale del recinto de Sevilla, a donde había estado desde su fundación.

En último censo oficial de población de 2007, Algodonales tenia 5.726 habitantes.


                   Algodonales desde el Cerro Coros                                



Libro: "Algodonales" de Jorge Arena Soler, Joaquin Fernandez Garcia y Manuel J, Palma Silgado, 

miércoles, 20 de agosto de 2014

CÁDIZ Y LA LENGUA ESPAÑOLA

En Cádiz, evidentemente, se habla el español. Los gaditanos, para expresarnos y comunicarnos, empleamos la Lengua Española, cuya estructura peculiar la de coherencia y armonía, y garantiza que podamos entendernos cerca de trescientos millones de habientes, o algo más.

Cádiz, además no solo se caracteriza por su manera peculiar de articular determinados sonidos significados a ciertos vocablos ya existentes, sino que, incluso, es capaz de crear términos que como los adjetivos cursi o liberal pasan a integrar el patrimonio común de la Lengua Española.

Aquí se han acuñado expresiones que, totalmente lexicalizadas como por ejemplo, “Despedirse a la Francesa”, “Viva la Pepa”, “Ir por atún y a ver el duque, Llovió más que cuando enterraron a Bigote”, “Acabará como el rosario de la aurora”, etc, se repiten con fidelidad en todo el dominio de habla castellana.

No es extraño, por lo tanto, que en Cádiz hayan surgido, a lo largo de su historia, estudios notables que se han ocupado de la Lengua Española y de su singular hechura en este rincón luminoso de la península. Recordemos los nombres de José Vargas Ponce, Adolfo de Castro, José Joaquín de Mora, Juan José Arbolí, Eduardo Benot, etc.

El libro El habla de Cádiz el trabajo del profesor Payán Sotomayor dialectólogo y gaditano, traza, de manera precisa y clara, el perfil de modalidad peculiar gaditana en el uso del español. El carácter fundamentalmente divulgativo de esta obra no disminuye su valor científico que se apoya en un amplio inventario de datos recogidos minuciosamente y analizados con rigor, y en la aplicación escrupulosa de un método suficientemente contrastado.

Al patrimonio común de la Lengua Española, que es, al mismo tiempo, unidad y diversidad, José Antonio Hernández Guerrero dice que tenemos que alejar de nosotros los recelos excesivos por la descomposición de la lengua, ya en el siglo pasado, sobre todo gramáticos hispanoamericanos como Bello y Cuervo, manifestaron sus temores de que la Lengua Española se fraccionara inevitablemente. También la lengua depende de nosotros, somos nosotros, nosotros los hablantes, los que llevamos el idioma hacia abajo o hacia arriba,.


Esperemos que esta obra contribuya a que el habla gaditana se conozca y se use con mayor precisión; el dialecto andaluz se valore debidamente, y que, en consecuencia, la Lengua Española gane en riqueza, variedad y dinamismo expresivos, adquieren en los hablantes de Cádiz otro matiz u otra acepción que consideran peculiar y característica.

INFLUENCIA DEL CALÓ

La confusión conceptual y terminología entre caló y germanía es enorme. Vacila el mismo DRAE, que cae en contradicción a la hora de clasificar los términos procedentes de uno u otros lenguajes. Con frecuencia se identifica el lenguaje de germanía con el caló y viceversa. Pero la lengua de los gitanos, emparentada con el sánscrito y conocida España con el nombre de caló, nada tiene que ver, ni por su origen ni formación, con la vieja germanía castellana. Esto no es obstáculo para que hayan existido y existan todavía interrelaciones e influencias mutuas por la comunicación que se ha podido establecer entre estos grupos marginados, obligados muchas veces a vivir en la cárcel.

Esta misma ósmosis lingüística se ha dado entre los gitanos que se asentaron en Andalucía y el pueblo andaluz, producto de una buena convivencia. No es extraño, entonces, que podamos constatar claramente una gran influencia del caló en el habla de Cádiz, sobre todo en los sectores en que se manifiesta con matices de popularidad.


INFLUENCIA DEL CONTEXTO MARINERO DE LA CIUDAD DE CÁDIZ.

El contexto es fundamental en cualquier proceso de comunicación, no solo porque en todas las lenguas existentes palabras que pueden tener varios significados, sino también porque hay muchos vocablos cuyo significado vive dado por el conjunto de circunstancias externas que rodea a la comunicación.

Al hablar de Cádiz hay que hacer inmediatamente referencia al mar. El carácter y el sabor de una ciudad de pende de su historia, y ésta de la posición que ocupa en su región, en su país, en el mundo. En la vida de una ciudad cuanta muchos los cambios y las renovaciones.

Muchos historiadores y ensayistas coinciden en afirmar que Cádiz tiene una historia rara. Y ello es porque depende del mar de una manera plena. Cádiz sin duda pertenece al mar. Es mar. Junto a él ha juzgado, juega y jugará su historia y su papel. De él le ha venido y le vendrá su ancho sentido universal, económico, civilizador.

Por el mar ha estado siempre abierta a todas las corrientes y ésta inmunizada del cerrado tipismo propio de otras localidades del interior.

¿Es extraño, pues, que la influencia de este contexto sea importante en el habla gaditana?
Hay que hacer costar que existan muchos modismos de origen marinero, en todas partes. Y es que el lenguaje marinero extendidos por todas partes. Y es que el lenguaje marinero, en todas las lenguas, produce una gran cantidad de término que sufre el fenómeno de extensión de su significado. Es lógico que Cádiz no solo no estuviera exento de esta generalidad, sino que en ella se hiciera más patente.

LA FONÉTICA

El habla de Cádiz se ha prestado atención a lo popular: carácter urbano, expresividad, sentido cómico, afectividad e ironía. Todos estos rasgo se pueden comprobar en Cádiz, ya que su habla es como “una fracción o nivel del lenguaje total que se destaca por su carácter pintoresco, reflejado en multitud de expresiones y vocablos intraducibles a otros idiomas, fundados muchas veces en alusiones metafóricas y que posee una gracia, viveza, gran espontaneidad, concreción y expresividad que lo distinguen de otros niveles”.

La personalidad de un pueblo queda reflejada en la forma en que éste se expresa, los hablantes-habitantes de Cádiz manifiesta así que son “unos ciudadanos sensibles y paradójicos, amigos de esconder las contrariedades de la vida tras una chanza ligera, neutra, displicente, en la que es dificilísimo muchas veces distinguir a la pura congojo del buen humor, partidario  

CONCLUYEN

En el habla de Cádiz se presta atención especial y que limitan un hablar popular: carácter urbano, expresividad sentido cómico, afectividad e ironía. Todos estos rasgos se pueden comprobar en Cádiz, ya que su habla es como “una fracción o nivel del lenguaje total que se destaca por su carácter pintoresco, reflejado en multitud de expresiones y vocablos intraducibles a otros idiomas, fundados muchas veces en alusiones metafóricas y que posee una gracia, viveza, gran espontaneidad, concreción y expresividad que lo distinguen de otros niveles”, los hablantes-habitantes de Cádiz manifiestan así que son “unos ciudadanos sensibles y para dójicos, amogos de esconder las contrariedad de la vida tras una chanza ligera, neutra, displicente, en la que es dificilísimo muchas veces distinguir a la pura congoja del buen humor.

En lo más hondo y diferenciador del espíritu gaditano ésta en combinación de equilibrado clasicismo desbordado por una vocación de luminosa alegría vital, a la que, a la que, a su vez, moderan una vieja experiencia y una indiferencia burlona, indolente, que en ocasiones llega a ser enojosa, e incluso en gran parte lo originan, la huella que su secular condición de puerto absoluto ha impreso a Cádiz, tendencia de su gente a la apertura, a la novedad, al intercambio; una capacidad imaginativa favorecida por la forzosa, constante y siempre sugerente contemplación del mar.

Fernando Quiñones, señala atinadamente, se hacen evidentes en la manera de hablar de los gaditanos. Y es que Cádiz, con su vieja sabiduría, descubrió hace muchísimos años los exactos y concretos ingredientes de tristezas y alegría que componen la fórmula humanística del equilibrio: la manera gaditana de simultanear lo trascendente y lo frívolo.

El habla analizada, que participa de las características generales del andaluz occidental, tiene un sistema muy homogéneo que puede quedar definido en un valor sintomático o marca: en este habla retoza, con elegancia suprema y popular, a un tiempo, una guasa o ironía frenadas por la ternura.  

   
PALABRAS DE CÁDIZ; estas son algunas

GUASA: “Cierta gracia seria, en reposo, disfrazada con cierto toque de cinismo, un mucho de ironía, una gran carga intelectual”.
Podríamos añadir que es “una gracias filtrada por la razón”. Tiene cierto contacto con ángel, que hemos visto anteriormente, pero también su diferencia. La definición del DRAE, aunque no apunta al corazón de la guasa gaditana, si responde a otra guasa que tiene cierto aire peyorativo, por ejemplo cuando decimos “Que guasa tiene este niño”.

El Diccionario académico, añade que la palabra tiene Orión incierto, que el área de la misma indica una raíz antillana o romance, pero que aún en este caso se creara en América. El indigenismo antillano guazábara, “alboroto guerrero”, cruzándose con bullanga, parece haber dado guasanga, “algazara, baraúnda”, y de éste pudo extraerse guasa que en Cuba significa “jolgorio”, alegría ruidosa. Pero la evolución semántica ha terminado dando este actual concepto de la guasa gaditana, una especie concreta de gracia, una modalidad del humor.

 La guasa hay que situarla junto al mar, exige el mar, porque éste da una plasticidad renovada de las cosas y de los seres. No es montañera y coqueta con los aires nuevos. Tiene dinamismo portuario. “Consciente siempre de su clara y eterna agilidad”, como lo definió el crítico, filólogo y poeta alemán Friedrich Schlegel, quien también la llamó “bufonería trascendental”. La ironía va paralela a la guasa; es más, la guasa necesita de ella, es su apoyo.

GUASÓN:
“El que tiene guasa, el que hace uso de ello”.

El gaditano es guasón por naturaleza. Fino, agudo, casi descarado, se ríe de su propia sombra. ¡Que mayor ironía que guasearse de si mismo! El guasón tiene un sentido cuerdo de lo absurdo y descomunal. Sabe de dónde parte y hasta dónde llega. Exagera, pero es que la exageración necesita imaginación e inteligencia. El guasón no espera aplauso. Actúa gratuitamente. Es un escéptico. Está, por eso, frente al gracioso, porque este último sí pide el aplauso, actúa sabiéndose centro, se considera dueño y señor de un ingenio que cree avasallador. Nada más opuesto al gracioso que el guasón, al que de todas maneras, le  acecha un peligro: ser un malea.

El VA de la siguiente definición de guasa viva, que coincide, en parte, con el sentir gaditano: “Guasón empedernido. Irónicamente, mal ángel, papanatas”.

SIESO: “Individuo de trato difícil, de carácter atravesado, antipático, mala persona, que obstaculiza o hace incómoda la vida a los demás. 

SIESO MANÍO: Para darle al lexema anterior mayor sentido ofensivo, el hablante gaditano añade manío (de manido). Un sieso manió es el colmo de lo que un hombre puede ser de antipático, odioso y de mala condición o intención. No hay equivalencia para el femenino.  

SANANI: Negación con matiz despectivo

GUACHINAI: persona vulgar.

CARAJOTE: tonto que se pasa de bueno

CUAJÁO: atontado y lento.

CHARABACA: persona poco formal.

CHIGUATO: decaido

CHURRETOSO: malo, de poca calidad.

MARTÍN, MARTÍN: exclamación que expresa que se paga algo religiosamente.

MATRACA: persona pesada, persona vulgar.

NANAI: nada, adverbio de negación

PASCUALA: fastidiar, molestar o perjudicar a alguien.

SANGUI, SANGANGUI: mala suerte.

TANGAI: jaleo, alboroto

(AL) TUN-TÚN: al azar.

TURULATO: quedarse atontado.  


FRASES  QUE SE DICEN EN CÁDIZ; estas son algunas

MÁS EDAD QUE EL PÓPULO._ establece una comparación entre la edad de una persona y el barrio más antiguo de Cádiz, recinto de la ciudad medieval.

¿Qué PASA EN CÁDIZ?-  esta pregunta, tan usada actualmente y no solo en nuestra ciudad, se hizo popular en el verano del año de 1868, cuando los amantes de la revolución y los que temían su estallido estaban pendientes de los sucesos políticos que, según se decía públicamente, tendrían lugar en esta capital. Efectivamente, fue entonces Cádiz la cabeza de la revolución donde al almirante Topete, después de una conversación con el general Prim, recién llegado de Londres, sublevó la escuadra al grito de “¡Abajo los Borbones!” en la mañana del 18 de septiembre. Veintiún cañonazos disparados por la fragata “Zaragoza” anunciaron el destronamiento de Isabel II. La ciudad se sublevó inmediatamente. Días más tarde ocurrió la batalla del puente de Alcolea, y el día 30 del mismo mes, Isabel II cruzó la frontera por Irán. Dice el VA que es una frase familiar y festiva para preguntar ¿Qué hay de bueno?, o para indicar que nos produce sorpresa algo. 

CRUZAR EL CHARCO, realizar un viaje, al otro lado del mar (Canarias, América).

-PASAR EL QUINRIO, pasarlo muy mal.

-SALE POR LA VÍA TARIFA,  alusión al que se desvía en su actitud ante un tema o cuestión determinados.

-TRAGANTAR,  hecho de coger a algún por la garganta aprisionándolo.

-TORRIJA, estar con la torrija o estar atontao.

-POLEÁ,  atontado, despistado, vulgar.

-(AL) LIQUINDOI.  Estar pendiente de algo.

-JINDOI,  miedo

-CHURRETOSO,  malo de poca calidad.

EXPRESIONES GADITANAS; estas son algunas


A LO QUE SALGA: Hacer algo de cualquier forma, sin ponerle empeño.

A MI ME DI IGUA: El hablante expresa que los demás pueden hacer lo que quieran,
él siempre estará de acuerdo.

¿AONDEVA COHONE?: Se suele utilizar cuando el hablante se encuentra
a un conocido por la vía pública, para conocer el destino del cuestionado.

A PATA: El hablante se niega a coger el autobús.

ARO, ARO: Sí sí estoy en total acuerdo contigo.

BASTINAZO: Exageración (para bien o para mal).

BUYA: Aglomeración de personas en lugares indeterminados.

DIOOOOOO: Se utiliza para expresar incredibilidad al escuchar algo.

ENGA, A VER SI UN DIITA QUEDAMO: Solo es una forma de despedirse. Si
alguna vez te lo dicen nunca esperes una llamada de esa persona para quedar.

ENGA, DESPUE ME PASO, LO MAS SEGURO: Ciertamente, lo más seguro.....
lo más seguro es que no se pase. El que utiliza esta frase acaba de recibir
una invitación a la que no se atreve a rechazar con un simple "NO tengo
ganas".Pero la persona que lo ha invitado sabe perfectamente al escuchar
esta frase que no va a venir.

ESE TIO ES TONTO: Es una expresión de admiración al comprobar que el
receptor no está de acuerdo con él (el emisor).

ESO ES AJIN: El hablante no le quiere dar más vueltas al tema.

ILLO ESO NO PUEE SE: El hablante ha divisado el trasero de una hermosa
mujer, y se lo comenta a su amigo.

IRA KILLO ESTO ES UNA MIERDA: Esta expresión se emplea justo después
de que el hablante se haya dado cuenta de que lo que se esta realizando
no esta saliendo correctamente
.
IRA KILLO ESTO ES UNA POLLADA: El emisor le indica al receptor que se puede
realizar fácilmente.

MAS GENTE QUER CARAHO: Aglomeración de gente en lugares determinados.

¡¡NO!! ¡¡QUE VA...!: "Sí sí hazme caso, yo se lo que te digo".

PAMPLINA: Absurdez. Son palabras frases u oraciones que no tienen sentido
en el momento en las que se emplean.


 libro El Hable de Cádiz de Pedro M. Payán Sotomayor