domingo, 30 de enero de 2011

Murillo en Cádiz

Diversos biógrafos de Murillo, coinciden casi con unanimidad en firmar, que fueron al menos dos, veces que el famoso pintor estuvo en Cádiz.


El historiador capuchino Fray Ambrosio de Valencia, que ocupó importantes cargos en esta Orden, a la que el pintor estuvo tan ligado, quizás por disponer de mayor información sobre ello.


En el año 1639, Murillo abandonó la residencia de su maestro y pariente y se trasladó a Cádiz, deseoso de ensanchar sus horizontes artísticos. El intenso comercio que nuestra Ciudad sostenía con ultramar y la riqueza que ello proporcionaba a Cádiz, constituía un poderoso imán que atraía a numerosos artistas de los más diversos lugares, ansiosos tal vez de hacer fortuna.


El pintor sevillano, contaba entonce 21 años, todavía su nombre no había llegado a alcanzar fama, por ello, al encontrarse en una Ciudad que le era desconocida y estando escasos recursos económicos, para poder atender a sus necesidades se vio obligado a pintar cuadros que luego se vendían en los baratillos, los que eran adquiridos por los numerosos y ricos mercaderes que frecuentaban estos puesto callejeros, con el deseo de comprar los más diversos objetos, bien para decorar sus casas al estilo europeo, o simplemente para revenderlos en otros lugares, en los que alcanzaron una mayor cotización.


Esta primera estancia de Murillo en Cádiz, se prolongó durante cuatro años, transcurridos los cuales se marcho a Madrid, para estudiar junto a otros pintores, en los museos de la Villa y Corte.


La segunda estancia de Murillo, en Cádiz, pese a ser mucho más breve que la anterior, reviste un mayor interés. Su nombre, ocupaba ya un destacado lugar en el mundo de la pintura, por ello algunos de los lienzos que aquí pintor, durante esta época, al quedar en la Ciudad, había de aumentar el tesoro artístico de la misma.


Al morir el rico comerciante genovés D. Juan Violatto, vecino que fue de Cádiz, dejó en su testamento cuatrocientos mil ducados para obras pías, en que comprendió a Cádiz, dejando a todos los conventos y hospitales su porción. Y a éste de Capuchinos, quinientos pesos de renta y doce pintura de Murillo que se apreciaron en mucho dinero.


En a mediado de septiembre de 1680, se desplazó el Padre Valverde a Sevilla para contratar a Murillo, rogándole que se trasladara a Cádiz con objeto de pintar un lienzo grande y varios más pequeños, para el altar mayor de la iglesia de Santa Catalina, ofreciéndole hospedaje para sí y sus oficiales dentro del Convento. Aceptó la propuesta Murillo, que se encontraba siempre muy bien entre los Capuchinos.


En cuanto a la fecha exacta en que Murillo se trasladó a Cádiz, no se sabe con certeza, el Padre Valencia da como muy probable la llegada del Pintor a Cádiz a fines del mes de septiembre de 1680, o en la primera decena de enero de 1681, debiendo haber efectuado el viaje por mar dadas las muchas y buenas comunicaciones marítimas entonce existentes entre Sevilla y Cádiz.


Escogió para situar su taller, el salón de la biblioteca, que en todos los conventos de Capuchinos de Andalucía suelen estar en uno de los sitios más espaciosos y retirados del edificio, ordinariamente sobre el coro bajo, y allí pintó los cuadros para la iglesia de Capuchinos.


Durante su estancia en Cádiz, hay constancia de que Murillo estuvo pintando también en casas particulares, las que por lo general eran familias adineradas y muchas de ellas amigas y bienhechoras de los Capuchinos.


Los cuadros pintados por Murillo para particulares durante aquella época fueron muy numerosos, lo revela el hecho de que hasta mediados del siglo XIX existían en Cádiz diversas colecciones de pinturas en poder de conocida familias gaditanas, de los cuales habían lienzos de Murillo, bien conseguidos por herencias de sus antepasados o por adquisición posteriores, pero casi todos los cuales alcanzar un elevado precio fueron vendidos fuera de Cádiz e incluso algunos de ellos al extranjero.


Marchaban muy adelantado el cuadro “Los Desposorios de Santa Catalina”, y al objeto de que éste y los demás lienzos que estaba pintado Murillo para el altar mayor de Capuchinos, no perdieran nada de su buen efecto, se instaló un andamio delante de dicho altar, el pintor dirigió las obras de carpintería y albañilería para la posterior colocación de los lienzos, realizando una de estas operaciones, al subir la escaleras para alcanzar el andamio, Murillo tropezó, perdió pie y cayó al suelo.


Las más recientes investigaciones, aceptan el accidente de Murillo en la forma que se ha consignado, pero no la caída desde el andamio. Como han asegurado algunos autores, ya que ésta hubiese tenido un rápido desenlace, o al menos, hubiese hecho muy peligroso y casi irrealizable el viaje de regreso a Sevilla.


La mayor parte de los biógrafos de Murillo, poco difieren sobre las causas del accidente, coincidiendo todos ellos en que la agravación de la hernia por tal motivo, que padecía Murillo, fue la causa principal del fatal desenlace.


Murillo, a su avanzada edad, se resintió mucho de aquella caída y presintiendo que se aproximaba su muerte y sin ánimo por ello para proseguir los trabajos que estaba realizando, solicitó que lo trasladasen a Sevilla para morir entre los suyos, supuestamente se realizaría a principios del mes de enero de 1682, o a mediados de marzo del mismo año.


Murillo estaba pintando un total de cinco lienzos para el retablo mayor de Santa Catalina, ninguno de los cuales llegó a terminar.


Los lienzos pintados por Murillo durante su estancia en Cádiz y que aquí se conservan:


La Inmaculada, de San Felipe Neri. En el retablo del alta mayor del histórico Oratorio de San Felipe Neri, fue la última que pintó. Una de las más bellas y logrados conseguidas por sus pinceles, fue pintado durante la última estancia de Murillo en Cádiz.


El investigador sevillano y gran conocedor de las obras de Murillo, D. Santiago Montoto, en el año 1924, afirma que este lienzo fue pintado en el año 1680 (tenia Murillo 62 años de edad) y que una circunstancia le inclina a creer que Murillo pintó el rostro de su hija Francisca María en las Inmaculadas de Capuchinos y de San Felipe Neri.


"La Inmaculada" de Santa Felipe, es magnífica, insuperable y casi definitiva, cuadro poco conocido fuera de Cádiz, una de las mayor tamaño que pinto el maestro, parece ser pintado para la familia Lasarte, amiga del pintor, en el domicilio de la cual se hospedaba Murillo cuando venía a Cádiz, y la cual donaron dicho lienzo a los Padres Filipenses para decorar la iglesia de San Felipe Neri.


Los Murillos de la iglesia de Santa Catalina


“Los Desposorios místicos de Santa Catalina”, es un lienzo espléndido de grandes dimensiones. En el centro del mismo, aparece la Virgen sentada en un trono, teniendo al Niño Jesús sentado en su falda, delante arrodillada Santa Catalina de Alejandría lujosamente vestida recibiendo el anillo nupcial. Completan la composición a ambos lados de las figuras centrales, grupos de ángeles, trayendo dos de ellos a la santa, por regalo de boda, una corona de flores y una palma de martirio, en este lienzo se ven dos manos distintas, una superior a otra, pero hábilmente enlazadas y aún otra tercera, que torpemente ha tapado con repintes muchas de sus bellezas.


“El Padre Eterno”, entre destellos de glorias y coros de ángeles, contempla muy complacidos los desposorios místicos de su Hijo con la santa. El tema de su autor ha sido también objeto de dudas y opiniones diversas.


“San José”. El Santo Patriarca lleva al Niño Jesús cogido de la mano izquierda…


“El Ángel de la Guarda. El Ángel lleva de la mano al niño con encantadora actitud…


“San Francisco”. El santo aparece de pie, teniendo en la mano derecha un crucifijo y la izquierda apoyada en el pecho… Este lienzo lleva la firma de Meneses Ossorio, cosa de la que Murillo nunca tuvo noticia, ya que tal vez desaparecido el maestro, el discípulo debió ceder a la tentación de estampar la prueba de su presencia en la ejecución del retablo.


La Inmaculada de Capuchinos. Tiene su origen este lienzo, en el testamento otorgado en 1680, por el negro libre avecindado en Cádiz, en el legó la cantidad de cien pesos para ello, con la condición de que se colocara su nombre en el marco, a fin de que los fieles que orasen ante el cuadro, recordándole le encomendasen a Dios.

Le fue encargado al maestro este lienzo, el cual una vez terminado fue colocado en el altar del Sagrario, donde se daba la Comunión a los fieles.


No hace mucho tiempo, la Srta. María Pemán, ha puntualizado el interesante dato, en el año 1834, un inexperto italiano apellidado Molinelli, restauró el cuadro con tal desacierto que le hizo objeto de barridos que estropearon el lienzo.


“La impresión de las llagas de San Francisco”. Es éste el mayor lienzo de Murillo que se conserva en nuestra ciudad. No se ha esclarecido aún si dicho cuadro fue pintado para este convento de Santa Catalina.


Este cuadro, que es de forma apaisada. Representa la silueta del monasterio situado en el monte Alvernia. El santo aparece de rodilla, con los brazos abiertos, el rostro levantado hacia el cielo y su mirada fija en una visión celestial…


Tras la restauración llevada a cabo de estos lienzos a comienzos del mes de abril de 1972, se expuso en la sala de exposición del Museo Provincias de Bellas Artes el cuadro de “Los Desposorio”, para que pudieran ser admirados de cerca estos valiosos cuadros y al mismo tiempo la perfección con que había sido llevado a cabo la complicada y difícil tarea de su restauración, tras la que las figuran han vuelto a recobrar sus colores y belleza, lozanía y encanto especial que supo darle con sus pinceles el famoso pintor sevillano, y que Cádiz conserva como una de sus joyas más preciadas dentro de su acervo artístico.




La Inmaculada de san Felipe Neri

Este cuadro se encuentra en la actualidad expuesto en el Museo Catedralicio, en la Casa de la Contaduría en el corazón del barrio del Pópulo, a la espera de la restauración de su lugar de origen, el Oratorio de San Felipe Neri, en la calle de Santa Inés.

domingo, 23 de enero de 2011

Las coplas y tangos del "Carnaval Gaditano".

Los Anticuarios de 1905- El Tío de la Tiza


El Fenómeno Independiente de las coplas Carnavalesca


Las dudas acerca de si incluir o no en el presente estudios las coplas y tangos del carnaval gaditano, fueron finalmente arrolladas por dos consideraciones decisivas: la gran significación que en el folklore popular de Cádiz tienen y el ya remoto pero casi seguro parentesco con lo que entendemos por flamenco posee su más tradicional manifestación: el tango. Factores a los que viene a unirse la escasa información bibliográfica sobre este interesante fenómeno folklórico.


En opinión de fundamentados criterios, la tradición carnavalesco-musical gaditana se remonta a los años, tan heroico como prósperos para la ciudad, de la Guerra de la Independencia, y sus orígenes quizás estén asociados a María Antonia la Caramba, famosa tonadillera de la época. Ningún documento histórico, hasta ahora al menos, ha podido arrojar una probación definitiva de ello, pero las tendencias, gusto y abundancias musicales del Cádiz de aquellos tiempos parecen favorecer la tesis. También se ha aludido, como remotos elementos precursores, a las comparsas y coplas de negros de los siglos XVII y XVIII, al básico origen italiano del Carnaval gaditano (importado en principio por las numerosas colonias de mercaderes itálicos residentes en la ciudad) y a su posterior e indudable parentesco afrocubano.


Las primeras noticias concretas sobre las coplas y tangos carnavaleros de Cádiz surgen en la segunda mitad del siglo XIX: se sabe que en 1869 se echan a la calle coros populares; algo más tarde, concretamente en 1873, el periódico local da cuenta de la salida de la comparsa melódica “La Goleta terrible”, con virulentas coplas patrióticas y políticas, y tanto el carnaval gaditano como su música, alcanza una brillantez y una fama que se extiende a toda España, las canciones de carnaval en media España las cantas y en toda ella le suena, en Hispanoamérica acusa asimismo, y sigue acusando, esa poderosa influencia, y proporcionó a su vez al carnaval de gaditano ritmo y temas.


Pio Baroja, manifiesta una casi burlona hostilidad por el cante flamenco, en cambio por las coplas carnavalescas de Cádiz siente una evidente simpatía, de las que cita hasta unas veintena.


José María Pemán se refiere al liberalismo de "editorial" periodístico de los tanquillos carnavaleros y les llama, en consecuencia, "último residuo evolucionado de los turnos de oposición de las Cortes y Municipios Liberales".


sábado, 15 de enero de 2011

Atalayas gaditanas

faro de la Caleta-castillo de San Sebastián

Las torres de vigilancia o almenaras medievales de Cádiz ya no existen, pero nos han quedado algunas noticias, suficientes para conocerlas y comprender la importante función que realizaban en el sistema defensivo de la costa.


La de San Sebastián era la más antigua y debió tener como antecesora en tiempo remotísimos una torre faro de época fenicia o romana. Su nombre le fue dado por una ermita que edificaron junto a ella unos venecianos que vinieron a Cádiz en un bajel alrededor del año 1457.


El motivo de esta generosidad fue la asignación y ayuda en víveres que le hicieron los gaditanos en este paraje del islote para que pudieran sanar de la peste que habían contraído durante la navegación.


Al hacer la obra se reparó también la torre quedando como testimonio las armas de Venecia y las del obispo, como testimonios del tiempo de su edificación.


La furia de los temporales ha sido repetida veces la causa de la ruina de esta torre. La desbarató un temporal y volvió a edificarla la ciudad y en esta última forma la conoció Agustín de Orozco.


La importancia de esta atalaya de tan azarosa vida por la furia del mar estribaba en ser el arranque de los avisos que se enviaban día y noche desde ella a todo el sistema de torres costeras en dirección del Estrecho de Gibraltar. El autor antes citado nos describe muy gráficamente cómo se hacia estos avisos:


“Sobre la bóveda más alta de la torre avía otro capitello en forma de linterna, donde en la hora que ya el día declina al ocaso, hace un pequeño fuego el guarda de alquitrán o de leña chamiza seca, al punto de que esta llama es vista, luego se hace otra tal en la torre del almadraba de Hércules, en el castillo de Santi Petri, donde él va por las demás hasta el Estrecho de Gibraltar, y así por todo el litoral español. Continuase esta señal diversas veces en la noche, correspondiéndose las unas atalayas con las otras para estar con mayor vigilancia, siendo en esta costa la primera en levantar el fuego y dar la señal…


Si descubre enemigos, o llegan a ella de noche, dispara una pieza de artillería que para esto suele tener, esparciendo y derramando la luz tantas veces cuantos baxeles descubre, y si es de día además de tirar la pieza, hace seña con ahumadas.


La torre de Hércules estaba emplazada aproximadamente en el paraje actual de Torregorda y defendía la almadraba que todos los años se montaba en esta playa. Se califica de muy antigua, lo que hace pensar verosímilmente que debía existir en época medieval como la pesca de los atunes en esta parte, como consta documentalmente en el siglo XV.


Orozco la describe como una torre pequeña y muy antigua y nos dice cómo en sus días se hallaron algunas piedras y monedas con la figura de Hércules y dos atunes al pie y cerca de ella.


Los grabados del siglo XVI nos la presentan delgada y alta, y de planta cuadrada haciendo pareja con otra más moderna. Además de servir para responder en los avisos a la de San Sebastián ofrecía esta torre desde su altura una amplia panorámica para avisar la llegada de las bandadas de los atunes y rápidamente poner en movimiento a las barcas y a los jabegueros.


domingo, 9 de enero de 2011

La Ciudad de Cádiz

Alameda vista desde la Punta de San Felipe al fondo Baluarte de candelaria e Iglesia del Carmen


Cádiz tiene sus tres milenios bien cumplidos y se explica por su situación en el confín en que terminaba el mar clásico y comenzaba el Océano desconocido. Constituía una especie de meta de las empresas navales de la antigüedad, pues de este lejano Oeste corrían confidencia de que era muy feraz en tierras y muy rico su litoral en pescaderías.


Por eso los fenicios, tan aferrados a lo material, la mimaron tanto y seducidos por su encanto erigieron en su demarcación un monumental templo a Hércules, donde el dios tenía un simbólico olivo de oro con aceitunas de esmeraldas, siendo la terminación de la Vía Heráclea, tan transitada por el peregrinaje pagano. De tanta grandeza sólo quedan los bloques de piedra diseminados, entre los que despunta algunas que otra vez, un capitel o un trozo de columna, bajo el mar custodio, en los días de bajamar con aguas claras.



Durante la dominación romana Cádiz fue convento jurídico y por su categoría estuvo en posesión de las grandes obras prácticas del romanismo, presumiéndose incluso la existencia de una naumaquia. Todo se lo tragó el mar; sólo unas pocas lápidas, aparte del recuerdo imperecedero suscrito por los grandes escritores de la época, pregonan la gloria de la ciudad en la Corte de los Césares.



El rey Sabio estimó mucho a Cádiz, ya cumplido el séptimo centenario de su reconquista por el glorioso monarca. La rodeó de murallas con sus torres de atalaya, quedando como recordación los tres Arcos del Pópulo, de los Blancos y de la Rosa, pues lo demás sucumbió al furor del Atlántico proceloso, constante riesgos de la ciudad, o bien, engullido por construcciones más modernas.



Cádiz se abraza con Huelva en el alumbramiento de América, el mensaje de las dos orillas, y con ello su importancia se acreciente, pero al mismo tiempo la vida de la población es un continuo sobresalto. A fines del XVI los piratas ingleses, algunos con títulos nobiliarios, la asaltan y la incendian totalmente, perdiéndose para siempre las huellas de su historia grande.



La ciudad antigua, con calles estrechas y torcidas de traza medieval y casonas con escudos blasonados, es relativamente moderna. Y la ciudad nueva es un producto de la hegemonía española en América, debiéndose mucho a los siglos XVII y XVIII, cuando corría el oro por la capital y no había pobres, pues bullían los peruleros, y el afán aventurero y sobre todo marino se metía en lo más profundo de los corazones. Eran los tiempos en que cada español, sin distinción de clase, soñaba con una epopeya en las tierras transoceánicas, bien manejando las armas o haciendo labor de santidad.


La catedral de Cádiz, rica en mármoles, se ajusta a la severidad neoclásica. Y atesoro algo emociónate: la cruz de mano que se cree fue la empuñadura de la espada del Rey Sabio. Desde sus sótanos se oyen los ruidos pavorosos del mar estrellándose contra el acantilado, que sobrecoge. Muy cerca de la Basílica se encuentra la Catedral vieja sobre la mezquita de los árabes.



Cádiz es una ciudad alegre y le viene de antiguo, a pesar de las tremendas vicisitudes de su historia. En tiempo de Roma sus bailarinas tuvieron gran fama, siendo cantadas por los poetas y eternizadas por el mágico cincel de los escultores. Y esa alegría, una forma de ver y de vivir la vida, es el origen de sus fiestas típicas, coincidentes por lo regular con carnestolendas, en las que coros y chirigotas, dan a conocer los hechos más relevantes del año a sus conciudadanos y forasteros, con el aderezo de una sal especial, promoviendo gran regocijo, y más con los disfraces que utilizan de la vida real o fantásticos y con el pintorreado de las facciones.



Alegrías y bulerias, en las tabernas del puerto y de los barrios, en la noche redonda, con pescadito frito de sus freidurias y vino, mucho vino, en esta Cádiz flamenca que tiene rotulado un tramo de calle céntrica, muy próxima al muelle trasatlántico, con el nombre de un artista del cante jondo.



Antaño, desde el siglo XVIII, Cádiz estuvo rodeada de amplias y fuertes murallas que, además de su misión defensiva, servía de paseo a sus habitantes y para contemplar la llegada de las naves de los países lejanos.

El capitán barojino Santi Andía gustó de pasearse por ellas, en particular por aquellas desde las cuales se avistaba toda la bahía, en compañía de bellas señoritas gaditanas que todo lo esperaban del mar. Los majos, otra clase, eran los dueños de las murallas del mediodía.



Hoy las murallas se encuentran reforzadas con millares de bloques de cemento, para preserva a la Ciudad de los embates atlánticos.



Un bello paseo de circunvalación se asoma a la superficie salada. Merece la pena recorrerse. Y cunado sin prisas, después de haber pasado por el balcón de la Alameda y por el Campo del Sur observando la bella estampa del castillo de San Sebastián, se llegue a la playa de la Victoria, sobre la arena dorada, quizá por encima de piedras romanas de hace dos milenios. Hace pensar la hermosura extraordinaria de este conjunto, el autor le hubiera puesto el nombre de José María Peman al Paseo Marítimo de Cádiz, para que las letras síntesis tan esclarecidas personalidad estuvieran permanentemente iluminadas con la machadiana “Salada claridad” de “la señorita del Mar, novia del aire” tan amada por el poeta.


domingo, 2 de enero de 2011

Pequeño homenaje a una madre

En los últimos días del año, se fue apagando sin poder hacer nada, ella que tanto hizo por toda su familia. Ya han pasado veintidós años.

Había vivido en una aldea de la sierra de Cádiz, llegando a la capital buscando un futuro mejor, allí nacería seis de sus siete hijos.

Trabajó duro para poder llevar a su familia para adelante, en una época bastante precaria que le toco vivir, ¡pero nunca tiro la toalla!

A pesar de todo lo arduo vivido, nunca perdió su buen humor, era el alma de la fiesta. viviendo en una pequeña habitación en una casa de vecino, cuando llegaba la fiesta de nochebuena y fin de año, ella reunía a su familia para cenar, bailaba, cantaba y hasta se disfrazaba con lo primero que tenia a mano.

Le quiero dedicar este pequeño homenaje a una madre, mi madre. Mama no pasa un solo día que no me acuerde de ti, eres la luz de todos nosotros, nunca se apagó esa luz que tú desprendía,¡ era tan fuerte!, ¡es tan fuerte que aun brilla! en casa te ciento ¡es que nunca te has ido!

Mama un beso ¡Te Quiero!