lunes, 20 de junio de 2011

Los Goyas de Cádiz


La última cena. situado en un lugar privilegiado del templo.


A lo largo de su vida Goya, tuvo una relación intermitente pero importante con la Ciudad. Su primera estancia conocida en la ciudad tuvo lugar entre noviembre de 1792 y mayo de 1793, con un viaje que hizo a Sevilla. Estando allí se le manifestó una grave enfermedad, que finalmente le causaría la famosa sordera que le acompañó hasta el final de su vida.


Para curarse, Goya se desplazó a Cádiz, para ser atendido en su prestigioso Colegio de Medicina y Cirugía. En ese momento Cádiz era una de las ciudades más próspera y avanzadas de España.


En Cádiz vivía otro de los amigos de Goya, el ilustrado y rico comerciante Sebastián Martínez, de quien hizo un maravilloso retrato, donde aparece lujosamente vestido. Sebastián, era consejero de Hacienda y tesorero de la Corte, tenía posesiones inmobiliarias dentro y fuera de Cádiz, tuvo tres sobrepuertas decoradas con pinturas de mujeres tumbadas que Goya realizó para su casa gaditana, una de sus hijas al tiempo de heredar vendió a los inglese su parte de la colección.


De esa estancia en Cádiz se sabe que Goya se repuso de su enfermedad y que le quedó la conocida secuela, pero poco más. Aunque es muy probable que fuera entonces cuando recibiera el encargo que le llevaría a realizar tres de sus más importantes pinturas religiosas para esta ciudad.


En el momento de su visita, había en Cádiz un grupo de seguidores de la Madre Antigua, dedicados a la meditación sobre la Pasión de Cristo. El más destacado de ellos era el padre Santamaría, un sacerdote que heredó título y fortuna del marqués de Valde-Iñigo y que se gastó los dineros en construir un doble templo penitencial y eucarístico, adosado a la Iglesia del Rosario y conocido como la Santa Cueva.


Las pinturas de Goya para la Santa Cueva toma un argumento de la Eucaristía y representan La multiplicación de los panes y los peces, La parábola del invitado a la boda del hijo del rey y La última Cena.


Como no podría ser de otro modo, sus cuadros ocupan los lugares de honor: los dos primeros, en la cabecera, a ambos lados y encima del tabernáculo, justo debajo del retrato del Marqués de Valde-Iñigo y, frente a ellos, La última cena, sobre la puerta de entrada.


Los lunetos debieron pintarse en 1795. la pared donde están colocados es cóncava, lo que obligó a montarlos sobre unos soportes igualmente cóncavos, formados por tablones verticales de madera, seguramente procedentes de antiguos navíos. Con el tiempo, esos tablones protegieron los lienzos de las humedades de las paredes del templo y de las vibraciones, pero, al extender los lienzos sobre los mismos, se quedaron cortos por las dos esquinas inferiores y hubo que añadir bandas de telas para adaptarlos. Esto indica que, si bien Goya debió ver los planos y recibir las medidas, no los habría pintado en Cádiz sino en Madrid.


Al estar situadas en lo alto e ir acumulando suciedad, las pinturas se veían mal y empezaron a ser despreciadas e ignoradas por los estudiosos, hasta que la restauración que llevó a cabo el Museo del Prado en los años 2000, descubrió que se trataba de tres auténticas maravillas, pensadas al detalle y cuidadas hasta el extremo por Goya.

Goya pintó los tres lienzos sin dibujo previo, sólo con pinceles, modelando las figuras con el color, y dejando los tres lunetos sin barnizar para darles un aspecto mate más modernos; además, usó telas de yute para hacer vibrar la superficie. Con los años, los lienzos se barnizarían, repintarían y oscurecerían hasta hacerlos irreconocibles, pero, afortunadamente, hoy vuelve a brillar como lo que siempre fueron: obras maestras y adelantadas de la pintura religiosa.


En el verano de 1796, Goya volvería a Cádiz, a Sanlúcar, al palacio de la duquesa de Alba, para acompañarla cuando enviudó. Allí se quedará hasta enero de 1797, y allí realiza los dibujos del Album, a donde aparece una mujer idéntica a la duquesa, en las más variadas y, en ocasiones, provocativas poses.


Al finalizar esta estancia, el pintor volvería a enfermar y nuevamente iría a Cádiz para ser atendido por los médicos. No volvería nunca más, pero la huella que dejó, en forma de riquísimo patrimonio, permanece hoy más viva que nunca en la ciudad.


La parábola del invitado a la boda del rey



La multiplicación de los panes y los peces


Estos cuadros se pueden apreciar en el Oratorio de la Santa Cueva en la calle Rosario 10, en pleno casco histórico de la ciudad. Junto a la Iglesia del Rosario.


Horario de visitas:


De Martes a Viernes

De 10,00 a 13,00 h.

Y de 16.30 a 19,30h.

del 15 de Junio al 15 de Septiembre.

tardes de 17.00 a 20,00h.

Sábados y domingos

De 10,00 a 13,00

Lunes y festivos Cerrados


Teléfono. 956 22 22 62

E-mail: santacueva@obispadocadiz.org

sábado, 4 de junio de 2011

Cádiz, Sur de Europa

-murallas de San Carlos al fondo Iglesia del Carmen y Baluarte de Candelaria-

Cádiz ha sido y es tierra de encuentro, lugar de paso de cuantos han surcado las rutas que desde Oriente a Occidente y del norte al sur de nuestra latitud, se han abierto a las diversas partes del mundo. No en vano es lugar confín, puerta de continentes y puerto o abrigo para las naves que hacen su ruta por aguas del Atlántico y del Mediterráneo.


Puede decirse con toda certeza que Cádiz ocupa un lugar estratégico de primer orden en el mundo, es lugar clave de las comunicaciones internacionales desde que se desarrolló la navegación con los fenicios comunicando el Mediterráneo oriental con la desembocadura del río Guadalquivir, más allá de las Columnas de Hércules, cerca de lo que se consideró en la antigüedad el Mar de las Tinieblas, tras el cual se presuponía el fin del mundo.


A ambas márgenes del Guadalete, la región gaditana ha venido dibujándose desde la antigüedad con fronteras naturales en el río y las extensas marismas del Guadalquivir al norte y el Guadiaro por el sur.


Desde que fue con los romanos Convento Jurídico Gaditano hasta la actual demarcación como Provincia de Cádiz de Javier de Burgos (Javier de Burgos, secretario de estado de Fomento,”división territorial de España en 1833”), sus límites territoriales administrativos han variado con los cambios culturales y políticos que se han prodigado en su historia, intentando trasladar el poder y la organización política sobre el territorio en cada época, lo cual fue casi siempre causa de conflictos entre las partes, ya fueran reinos, provincias, departamentos, condados, ducados o municipios.


Los Mares de Cádiz


La costa mediterránea gaditana empieza en Sotogrande, dejando atrás la provincia de Málaga, llegando así hasta el Estrecho de Gibraltar. (Mar Mediterráneo, en la roma antigüedad conocida como “Mare Nostrum”-Nuestro Mar)


La costa atlántica empieza en las columnas de Melkart (fenicio), Heracles (griego) o Hércules para los romanos, su nombre actual procede de la invasión musulmana de la península Ibérica y significa Montaña de Tarik (Djebel Tarik = Gibraltar), en árabe se le conoce Bab el – Zakat o “Puerta de la Caridad”. Hasta la desembocadura del río Guadalquivir, (su nombre deriva del árabe al-wabir al-kabir (“río Grande”), los romanos lo llamaron Betis) en Sanlúcar de Barrameda, llegando a tierras onubenses. (Océano Atlántico conocida en la antigüedad como el mar de las tinieblas o mar tenebroso).

Las diferencias entre el Mediterráneo y el Atlántico se reflejan en las mareas y en las corrientes que producen. Así el Mediterráneo se puede decir que no tiene mareas, porque mantiene constantemente su nivel de agua. Por el contrario el Atlántico varía periódicamente de nivel. Esto origina las mareas.


A observar los niveles que alcanza la marea en la fachada atlántica de la provincia, se observa que en Cádiz la pleamar llega a 3,60m (marea viva) y a 2,40m (marea muerta). En Canal los valores son 3,40m y 2,40m respectivamente. En Cabo de la Plata 2,40m y 1,60m. En Tarifa 1,80. y 1,10m. la disminuciones en la amplitud de marea viva entre Cádiz y Algeciras es de 2,50m.


En las proximidades de la costa, se produce una corriente hacia el este en marea medía subiendo y hacia el Oeste en marea medía bajando, originándose un retraso de tres horas entre el momento de cambio de marea en el centro del Estrecho con respecto a la costa.



Estrecho de Gibraltar



Cenit marinero de Cádiz


La proyección de Cádiz hacia el mar se produce en tres dimensiones, esencialmente, desde que los fenicios arribaron en esta tierra: la navegación, la construcción y reparaciones de buques, y la pesca; constituyendo una constantes a través del espacio u del tiempo.


Cádiz, en el siglo XIX, alcanza el punto culminante en su comunión con el mar, siendo la ciudad un buen reflejo del sumo bienestar y progreso, pese a las inquietudes políticas por los vaivenes de la misma, se supeditaba el interés de la nación, y como consecuencia, a la vista, la tragedia de nuestro retraso en relación con el empuje del resto de la Europa occidental.


Cádiz vive un poco al margen de la penuria nacional, por su situación privilegiada en una encrucijada dispuesta a rutas varias.


Los marinos de nuestra tierra se adaptan a los avances de la tecnología, pues no en balde ha culminado su preparación en la Escuela de Pilotaje de Cádiz, con mucha costa.


Al amparo del modernismo, surgen empresas navieras que hacen las rutas de Indias occidentales y del extremo Oriente, con la mayor seguridad por la consistencia de las naves; llegándose a superar el intercambio de productos. En Cádiz circula abundantemente la moneda de oro y al amparo de esta feliz circunstancia proliferan las entidades bancarias.


A la pesca se le presta menos atención que en la antigüedad, cuando los peces, como dioses, fueron ornato de sus monedas.


Pero la máxima atención gaditana se le llevó la construcción naval, consecuencia lógica para el sostenimiento de los otros dos pilares de nuestro auge marítimo. Proliferan en nuestra ciudad las empresas dedicadas a estos menesteres: talleres de fundición, herrería, cerrajerías, de planchas de cobre y de latón, de clavazón para forrar buques, y los establecimientos de efectos navales, con existencias de materiales para salvamentos de náufragos; y los astilleros constructores, en los que se carenaban toda clase de buques.