martes, 27 de abril de 2010

Del Erytheia primitivo al Cádiz actual

La pequeña isla que quedaba al norte del canal Bahía-Caleta. Esta era la primitiva y autentica Erytheia, en cuyo solar se encontraba el altozano donde hoy se levanta la Torre Tavira y que constituía entonces, posiblemente, el lugar de asiento del Cádiz fenicio-púnico.


De esta isla, que denominaremos antigua Erytheia, dice Plinio que miraba hacia Hispania, como efectivamente ocurría, y que fue llamada Erytheia por Eforo y Filístides, Aphrodisias por Timeo y Sileno e Insula Iunonis por os naturales.


La denominación de Aphrodisias indica, por otro lado, que debe tratarse de la misma isla que según Avieno, basado probablemente en el antiguo Periplo se hallaba consagrada a Venus marinas.


La isla grande desde el actual Castillo de San Sebastián hasta, tal vez, el hoy Castillo de Sancti Petri que, según Timeo citado por Plinio, fue llamada Kotinoussa.


La actual Isla de León, de la que no se ha conservado denominación concreta alguna de época tan remota.


En el período romano. En cambio, el aspecto del archipiélago gaditano había variado sensiblemente, debido a la desaparición como tal del canal Bahía-Caleta como consecuencia del ya absoluto cegamiento de su tramo central. De esta forma, se constata entonces la existencia de sólo dos islas:

Una gran isla constituida por la unión de la antigua Erytheia con la Kotinoussa que llegaría desde el actual extremo NW. Del casco antiguo de Cádiz hasta, tal vez el Castillo de Sancti Petri.


La isla de León. Al haberse soldado la antigua Erytheia con Kotinoussa, se produjo un total confusionismo acerca de la situación de la mencionada isla Erytheia.


Así por ejemplo, Pomponio Mela llegaría a situar la Erytheia en las costas de Lusitania. Pero el caso más interesante es el de Avieno, puesto que es evidente que reduce Erytheia a la isla pequeña que queda a la vista en su época: la Isla de León. Esta reducción de Erytheia a la Isla de León de aquella época nueva Erytheia.


Es fácilmente comprensible, de esta manera, la distancia la distancia de cinco estadios, uno 925 metros, que señala Avieno entre esta nueva Erytheia y la tierra firme, ya que correspondería al ancho aproximado del caño de Sancti petri en época, posiblemente, romana.


Por otro lado, Avieno atribuía a esta nueva Erytheia, erróneamente, una muy antigua ocupación púnica, lo que había sido cierto para la auténtica antigua Erytheia, es decir, para la primitiva isla situada antaño al norte del canal Bahía-Caleta, pero no para la Isla de León, reducción tardía de Erytheia (nueva Erytheia).


Esta mezcla de noticia de diversos orígenes también explica que Avieno considerara a la isla de Venus marina de la que tendría conocimiento por el supuesto Periplo del siglo VI a.C., como otra isla deferente de Erytheia, cuando en realidad, como ya hemos visto, la Aphrodisias y la antigua Erytheia fueron la misma isla.


El territorio en que hoy se levanta la ciudad de Cádiz ha sido ocupado por poblaciones dispersas, de forma más o menos intermitente, esta aún por realizar la evolución de las distintas fases prehistóricas de la población.


Aunque, tal vez, no muy alejado del año 1000 a.C., se produciría las primeras arribadas de tanteo de los fenicios de Tyro.


Es evidente que, ya con anterioridad al siglo VII a.C., los fenicios debieron hallarse plenamente asentado, de forma estable, en la antigua isla Erytheia, la cual se encontraba separada de la isla grande por el canal Bahía-Caleta.


El mencionado núcleo colonial fenicio estaría constituido, con toda probabilidad, por un pequeño asentamiento, de unas 10 hectáreas de extensión, aproximadamente, emplazado en una ligera eminencia inmediata al canal Bahía-Caleta.


Esta zona de mayor elevación en la actualidad, merced a la superposición de niveles de origen antrópico, se corresponde con el altozano en cuyo vértice se encuentra la Torre Tavira.


El circuito de dicho asentamiento debió hallarse amurallado y de ahí su denominación de Gadir, (fortaleza).


Este núcleo debe identificarse también con el “Arx Gerontis” citado por el Periplo del siglo VI a.C., que sirvió de base a la “Ora Marina” de Avieno.


Tanto en la fase Bárkida como en los comienzos de la etapa romana, el núcleo urbano debió pervivir en el mismo lugar y con una extensión aún muy similar.


Debido al progresivo cegamiento del canal Bahía-Caleta y al consiguiente alejamiento de los desembarcaderos, se hizo necesario planificar una segunda ciudad en las inmediaciones de la nueva zona, nacería así la Neápolis o Ciudad Nueva que se encontraba ya en construcción en el año 46 a.C., según Cicerón.


La situación de la Neápolis debió ser por donde se hallan en la actualidad el barrio del Pópulo y una parte de Santa María, además de que por cierta zona de terreno perdida por la erosión marina desde entonces acá y de extensión aún indeterminada.


Esta reducción de la Neápolis queda corroborada, claramente, por la ubicación de las albercas o depósitos terminales del acueducto romano, cuya inmediatez a la ciudad puede suponer en la entrada al barrio de Santa María, junto a las fortificaciones dieciochescas de Puerta de Tierra.


Otros argumentos son, por parte, la situación del anfiteatro junto a las mencionadas albercas, y por el otro lado, el emplazamiento del teatro romano en pleno barrio del Pópulo.


La colmatación del antiguo canal Bahía-Caleta, provocó la creación de un nuevo barrio portuario (Neápolis), que junto con el antiguo núcleo de origen fenicio, constituiría lo que se dio en llamar la “Didyme”, en el sentido de ciudad doble.


Esta denominación, era del todo correcta, puesto que la Neápolis era una creación de nueva planta antigua.


Esto no era así no sólo por su erección planificada desde mediados del siglo I a.C., sino, por la separación física de los núcleos antiguos y nuevo que venía impuesta por la existencia intermedia del viejo cuse del canal Bahía-Caleta, el cual, aunque ya cegado en su tramo central, constituirá una depresión, aún no muy consolidada, que discurría entre las dos zonas altas habitadas de la Didyme.


Posteriormente, se produciría, al más ventajoso emplazamiento portuario de la Neápolis, un decaimiento del núcleo antiguo (la zona del la Torre tavira) a favor del desarrollo progresivo de la nueva fundación.


Esto llevaría, al abandono del núcleo más primitivo y a la concentración de la población en la época medieval, en el área del actual barrio del Pópulo (La Villa), es especialmente hacia el denominado “Monturrio”.


Más tarde, llegaría la Aparicio de los barrios de Santa María y de Santiago, a la completa urbanización intramural de la Edad Moderna y, por último, a la notable ampliación contemporánea que conocemos como Extramuros de Cádiz.


Con esta última reflexión, no han llegado al final del trabajo propuesto, no crean que se ha a agotado ni el tema ni las posibilidades de investigar, al contrario, esperan que el presente estudios sirva de base y permitan desentraña algunos, al menos, de los numerosos enigmas que todavía la más primitiva historia de la vieja Gadir.


El conde de Maule emitió ya la hipótesis de que el fondeadero de la ciudad más primitiva se hallaría en la caleta y que, posteriormente, Balbo el Menor debió trasladarlo a la parte que mira a la Bahía, Adolfo de Castro, era también partidario de esta teoría.


Ya en época reciente, Juan Antonio Fierro ha emitido la hipótesis de la existencia de un doble puerto en la época fenicia; un puerto militar en la Caleta y otro comercial en el área denominada “Puerto Chico” estando facilitada la comunicación entre ambas por un canalizo artificial abierto en el istmo de San Sebastián.


Sobre esta interpretación, es preciso hacer un par de observaciones; en la ensenada o caleta de Puerto Chico, la cual fue producida por la erosión marina, no es seguro que existiese en época tan antigua, y en segundo, que el canalizo del istmo de San Sebastián parece ser que data de época relativamente reciente


asentamiento primitivo de cádiz


Asentamiento fenicio (el Cómico)

Juan Miguel Pajuelo y José María Gener, han sacado a la luz en el solar del antiguo Cine Cómico de la capital gaditana, donde actualmente se construye el futuro Teatro de la Tía Norica, los restos más antiguos de la ciudad. Un muro fenicio datado en el siglo VIII a. C y restos materiales, muebles como lucernas, phitois -vasijas destinadas al almacenaje y transporte-, cuencos y platos han sido los hallazgos más recientes, junto a una fíbula, un peculiar objeto de bronce similar a un broche que se usaba para unir las prendas que componían el vestido. Esta última pieza, que presenta un perfecto estado de conservación, ha sido estudiada en los últimos días por una experta en orfebrería antigua del CSIC con la intención de determinar más detalles sobre su origen. «Estamos pendientes de que se le realice un estudio analítico junto a otros restos hallados en el yacimiento», explica Juan Miguel Pajuelo, actual director de los trabajos arqueológicos en el Cómico. Tanto este experto como su compañero José María Gener corroboran esta teoría en su base pero siguen creyendo en la existencia de un núcleo central (Gadir) a partir del cual se desarrolló el Cádiz fenicio, un epicentro que localizan en las entrañas de la capital.

miércoles, 21 de abril de 2010

Cuando las gaditanas nos hacíamos tirabuzones

Hasta hace poco tiempo había que llegar a esta ciudad, asomada divinamente a un mar azul, a través del istmo que la une a San Fernando. La fantástica obra de ingeniería que constituye el puente “León de Carranza”, le ha dado doble, entrada, facilitando con ello la vista al Cádiz blanco, la “Tacita de Plata”, la tres veces milenaria ciudad, posiblemente de las más viejas del continente europeo, de fundación fenicia con el nombre de Gadir, sinónimo de fortaleza, probado de manera al parecer clara en el estudio de García Bellido, que indica su origen en el 1104 antes de J.C. porque no podemos pensar en la de su escudo, con el mitológico Hércules, soportando un león en cada mano “La de Hercules fundador”.


A un lado el mito, busquemos la realidad, que se presentó en 1755 al retirarse el mar y presentar grandes ruinas de edificaciones fenicias, antes ocultas por las aguas y que lamentablemente al refluir volvieron a ocultar las interesantísimas ruinas. Posteriormente se ha descubierto también restos fenicios a ambos lados de Puerta Tierra, en el siglo pasado. Pero la vejez de Cádiz desgraciadamente no está a la vista, si no en su arqueología prácticamente perdida, que puede convertirse en un verdadero archivo.


Hacia el año 205 antes de J.C. luchan por estas latitudes cartagineses y romanos, convirtiéndose en la Augustaza Ursos Julia gaditana.


Fue un Cádiz humano, pequeño, encerrado entre grandes murallas, con 4514 metros de circunferencia que la convertían en plaza fuerte de primer orden, casi flotando en el mar.


La musulmana Qadis, según Menéndes Pidal, que languidece en los primeros años del siglo VIII, saliendo del letargo en 1133, cuando Alfonso VII, el Emperador, llega con sus tropas por corto espacio de tiempo, y perdida nuevamente, tiene que esperar al 1266, que Alfonso el Sabio la repueble con 300 cántabros, amurallándola.

Al pasera por el Cádiz, acogedor, fusión de fenicios, romanos, visigodos, árabes, cántabros y más, es lógico la escasez de restos del Cádiz viejo, cuando la piratería inglesa, con los… señores, o lo que fuesen, Drake y Sussex, asaltaron y barrieron la ciudad, dejándola como la palma de la mano.


Siempre fuerte, se fortifica y defiende, cuando Napoleón conquista la Península e irritado convierte a Jerez en la capital de la Provincia. Entonces Cádiz se convierte en capital nacional y Napoleón no logra conquistarla, al permanecer fiel a Fernando VII, dictando nueva Constitución, que tiene como telón de fondo música de cañones, cuando las “bombas que tiran los fanfarrones, se hacen las gaditanas tirabuzones”, bombas que se estrellan contra murallas fuertes, sin que “pepe Botella” ni sus Mariscales pueden penetrar en la Plaza. No, era fácil hacerlo, dado que desde el castillo de Cortadura hasta Puerta Tierra la defensa era segura.


Su situación geográfica le hacía prácticamente inconquistable frente a un enemigo que no dominase el mar y el General Víctor, tras la conquista de Ecija, Carmona y la capitulación de Sevilla, se presenta frente a sus murallas, cuando la superioridad naval española, con el refuerzo de la escuadra inglesa (entonces nuestra aliada) dominaba el Mediterráneo. Volando el puente de Zuazo quedaba un foso insalvable para las tropas francesas, y Cádiz sitiado, pero nada más, tenía hombres suficientes para cubrir sus fuertes murallas, con lo que el invasor no logró poner los pies en la bonita ciudad que Lord Byron llamó “Sirena del Océano”.

viernes, 16 de abril de 2010

Cádiz; de Norte a Sur y de Este a Oeste

mapa de la provincia de cádiz

La provincia de Cádiz está situada en el extremo meridional de la península Ibérica, encontrándose en el término municipal de Tarifa, frente a la costa de África, el punto más alejado del centro geográfico de Europa. Está limitada al Norte por la provincia de Huelva y Sevilla; al este, por la de Málaga y el mar Mediterráneo; al Sur, por dicho mar, el Estrecho de Gibraltar y el Océano Atlántico, y al Oeste, por el mencionado océano y el río Guadalquivir, que la separa de la provincia de Huelva.


Tiene una extensión superficial de 7389 Km2, produciéndose dentro de su área los más notables contrastes desde el punto del relieve, que condiciona la climatología, la vegetación, la producción agrícola, la fauna, las formas de vida humana, etc.

En cuanto al relieve cabe distinguir tres grandes regiones naturales: Serranía de Grazalema; las sierras de Ubrique, continuación de los macizos montañosos de la de Ronda, dentro del sistema Penibético, con sus elevaciones de hasta 1654m sobre el nivel del mar.


La segunda región natural es la formada por el grupo, más o menos homogéneo y continuo, de las sierras comprendidas entre el Sur de Ubrique y Tarifa, estas alineación de montaña al macizo de el Aljibe, esta zona se prolonga hasta la costa del Estrecho de Gibraltar y a escasa distancia de la orilla, todavía se registran altitudes que casi alcanzan los 500m.


La tercera región natural abarca el litoral Oeste y Sudoeste, cubierto por arenas, gravas y fangos, con amplias zonas situadas a muy escasa altura sobre el nivel del mar, la que corresponde al Bajo Guadalquivir y a la prolongación, hasta el Estrecho, de la depresión bética, abierta a las influencias oceánicas como los campos de Jerez, Medina Sidonia y Chiclana de la Frontera.


El Guadalquivir que le llega en la última parte de su curso y desembocadura procedente de Sevilla y sirve de límite con la de Huelva, sólo tiene dos ríos propiamente dichos: el Guadalete y el Guadiaro. El sistema hidrográfico se completa con ríos menores y arroyos, y brazos de mar, muchos de ellos de escasa importancia.

El clima de la provincia es de tipo mediterráneo, modificado por la influencia atlántica y los vientos del Estrecho, Grazalema es el punto de mayor intensidad de precipitaciones de la Península.


Los vientos juegan un papel importante en el conjunto de la provincia: el Suroeste o Poniente, el Surdeste o Levante, Nordeste o Rondeño, el levante: trae temperaturas elevadas y gran evaporación, factores básicos de la industria salinera, explotación milenaria de la bahía de Cádiz.


El carácter marinero de muchos pueblos de la provincia gaditana va indicado por los 261Km., de extensión de sus costas.


En la cuenca mediterránea se abre la bahía de Algeciras, uno de los más importantes puntos de acceso a la Península y al continente en todos los tiempos y en particular durante la dominación musulmana. La sierra del Bujeo incluye algunas ensenadas de cortas dimensiones, cambia de dirección en Tarifa, haciéndose arenosa y alternando con acantilados hasta el término de Vejer donde se hace baja y recta en Conil. Vuelven a aparecer los acantilados, como el cabo Roche, y se interrumpe la costa baja y arenosa en el caño de Santi Petri, que sirve de comunicación con el Océano a las aguas de la bahía de Cádiz.


En ésta aparece la Isla Gaditana, donde se asienta a uno y otro extremos orientales y occidental las ciudades de San Fernando y Cádiz respectivamente.


Esta zona costera desde Gibraltar ésta jalonada de torres de vigías que completan el sistema defensivo de los pueblos marineros.


La costa prosigue arenosa y baja con algunos acantilados en los términos de Puerto Real y Puerto de Santa María, con salientes en Rota, Chipiona y Sanlúcar de Barrameda, donde desemboca el Guadalquivir y termina la provincia.


La provincia de Cádiz está y lo estuvo siempre muy influenciada por factores geográfico de su situación en el extremo sur de la Península y del viejo Continente, a un paso de África y entre el Océano Atlántico y el Mediterráneo. Esta situación privilegiada explica muchos fenómenos étnicos, humanos y económicos, la ciudad que más se ha beneficiado de esta situación ha sido la capital Cádiz, ciudad-puerto inmejorable y de cuyo privilegio ha sacado su grandeza, a pesar de su sitio, que no pudo ser más desfavorable en una isla batida por todos los vientos y falta de fuentes de agua potable y de término de tierra de labor para atender sus necesidades más perentorias.


Apoyadas en el medio físico, se fue desarrollando el sistema de las líneas de fortalezas de la provincia gaditana. La línea más antigua es la que corresponde a la costa; línea atlántica, línea mediterránea.

escudo de la provincia de Cádiz



La provincia de Cádiz la forma 44 municipios:





martes, 13 de abril de 2010

III-PERSECUNCIONES ANTICRISTIANAS EN LOS SIGLOS I-II.d.C


-TERCERA PARTE-


La contestación de Trajano a Plinio es paradigmática de la actitud del Estado romano hacia los cristianos, manifestando dos ideas esenciales. En primer lugar determina que los cristianos no deben ser buscados ni perseguidos y tan solo deben ser juzgados si son denunciados por otras personas. En segundo lugar determina que de ser denunciados debe ser ejecutados por ser cristianos, pero dando previamente la oportunidad de arrepentimiento. Como vemos el Imperio no se opone o ataca directamente al cristianismo, siendo aceptado como las numerosas creencias aceptadas en el Imperio, pero aprovecha el conflicto social existente y las numerosas denuncias vertidas contra los cristianos –sin olvidar la carga peyorativa que rodea al cristianismo desde estos momentos- para tratar, con su condena, potenciar nuevamente el culto tradicional romano y la economía que en torno a el gira, bastante menguado en las provincias orientales del imperio. Un fragmento de la Epístola 10.97 de Trajano a Plinio es el siguiente: “ (…) Pues no se puede establecer una norma general que tenga carácter, por así decirlo, fijo. No deben ser buscados; si son denunciados y se prueba, deben ser castigados, pero de forma tal que quien niegue ser cristiano y lo demuestre con los hechos, es decir, elevando súplicas a nuestros dioses, aunque su pasado plantee sospechas, pueda ser perdonado por su arrepentimiento.”.


Podemos afirmar que aunque Trajano no procede a perseguir a los cristianos sí crea un precedente importante, y es que en los casos de ser acusados por otras personas se les juzgará por el simple hecho de ser cristianos, es decir, se condenará el nombre “cristiano” y no la existencia o no de delitos. Existen dudas sobre si su sucesor Adriano (117-138) continuó con esta política o sí favoreció más a los cristianos. En el Rescripto de Adriano dicho emperador defiende a unos cristianos acusados y ordena acusar a los calumniadores si estos no afirma la verdad, pero algunos autores han dudado sí Adriano hubiera condenado a los acusados simplemente si los acusadores hubieran demostrado que realmente eran cristianos, sin atender a los cargos (Roldán, Blázquez y Castillo, 1999, pg 490). Por nuestra parte decir que de la lectura de la mención que hace Justino al rescripto (Justino, Apología I, 68, 4-10) se extrae que Adriano no condena el nombre “cristiano”, sino los cargos y si estos van en contra de las leyes.


Justino, Apología I, 68, 4-10: “Adjunta os hemos puesto copia de la carta de Adriano, para que veáis cómo también a tenor de ella decimos la verdad. La copia es la siguiente: “A Minucia Fundano. Recibí una carta que me fue escrita por Serenio Graniano, varón clarísimo, a quien tú has sucedido. No me parece, pues, que el asunto deba dejarse sin aclaración, a fin de que ni se perturben los hombres ni se dé facilidad a los delatores para sus fechorías. Así, pues, si los provincianos son capaces de sostener abiertamente su demanda contra los cristianos, de suerte que respondan de ella ante tu tribunal, a este procedimiento han de atenerse y no meras peticiones y griterías. Mucho más conveniente es, en efecto, que si alguno intenta una acusación, entiendas tú en el asunto. En conclusión, si alguno acusa a los cristianos y demuestran que obran en algo contra las leyes, determina la pena conforme a la gravedad del delito. Más, ¡ por Hércules!, si la acusación es calumniosa, castígalo con mayo severidad y ten buen cuidado que no quede impune”.


El gobierno de Adriano supone un pequeño paréntesis en la permisividad con los cristianos, ya que su sucesor Antonio Pío (138-161) volvió a condenar el nombre “cristiano”, como indican los martirios de Telesforo –obispo de Roma- y de Ptolomeo y Lucio. En el 141 dC Antonino Pío promulgó un rescripto al legado de la Lugdunense, Pacato, conocido a través de la obra de Ulpiano, contra las sectas, las religiones desconocidas, los magos y los astrólogos, pero que perjudicó también a los cristianos, al ser acusados de irracionalidad según testimonios de Elio Arístides y de Luciano de Samosata.


Marco Aurelio (161-180) recuperó en sus primeros años de gobierno el espíritu del rescripto de Trajano, y los procesos contra los cristianos eran consecuencia de denuncias privadas y no de una persecución oficial. Sin embargo a partir del 177 dC Marco Aurelio debía afrontar una problemática bastante compleja. En estos momentos toma fuerza una nueva corriente de pensamiento dentro del cristianismo, el Montanismo, que se declaraba contrario al Estado y antirromano. Marco Aurelio debió establecer la búsqueda oficial de estos grupos, y ante la dificultad existente en la época de distinguir entre sectas y tendencias dentro del cristianismo, numerosos cristianos temerosos de las represalias del Estado procedieron a tratar de situarse fuera del Montanismo y remarcar la diferencia de este respecto al cristianismo más ortodoxo, como los apologistas Atenágoras, Melitón, Milciades y Apolinar, quienes proclamaron la lealtad de los cristianos al Estado y dedicaron sus obras al emperador. Este nuevo posicionamiento interesado de grandes sectores del cristianismo facilitó un acercamiento entre la Iglesia y el Estado, y pese a que el cristianismo seguía considerándose religión ilícita, se les dejó actuar en público, y la propiedad de sus lugares de culto y necrópolis, situación que se prolongó, salvo contadas excepciones, hasta la persecución de Valeriano (Roldán, Blázquez y Castillo, 1999). De este modo se intentó poco a poco integrar a los cristianos en la vida pública, y en la política podemos afirmar que desde este momento, y hasta entrada la segunda mitad del s.III dC, existió tolerancia religiosa hacia el cristianismo. Ejemplo son la práctica política de algunos Emperadores como; Septimio Severo (193-211) quien fue inicialmente tolerante con los cristianos, y aunque después prohibió las conversiones al cristianismo y judaísmo, esta disposición iba en contra de los paganos, a quienes se les prohibía convertirse, y no contra los cristianos; ó Heliogábalo (218-222) y Alejandro Severo (222-235) quienes mantuvieron buenas relaciones con el cristianismo, e incluso el segundo quiso levantar un templo a Cristo y colocarlo entre los demás dioses; ó el afamado Filipo el Árabe (244-249) que fue tolerante con los cristianos, y de quien se afirmó que era partidario e incluso devoto del cristianismo. Al respecto Eusebio afirma que era cristiano y sabemos que mantuvo correspondencia con Orígenes, pero publica y oficialmente practicaba la religión tradicional romana como muestran las representaciones montéales y la celebración del milenario de la fundación de Roma.


Desde finales el siglo II e inicios el III dC esta tolerancia religiosa para con los cristianos alternó con la fuerte oposición de algunos emperadores como Maximino el Tracio (235-238), Decio (249-251) ó Valeriano (253-260), quienes iniciaron una sistemática persecución de los cristianos que caracterizaría todo el s.III dC.


Las motivaciones de estas persecuciones son básicas. La religión tradicional romana se encontró desfavorecida ante el aumento del cristianismo y otros cultos orientales denominados mistéricos -Mitra, Serapis, Isis, Attis, ó Cibeles-, y ello afectó profundamente al culto imperial, base ideológica del Imperio y de gran significación política y legitimista para los emperadores. La religión en Roma no era más que una herramienta política y social, y los emperadores creyeron necesario el establecimiento de alternativas capaces de recuperar la cohesión ideológica perdida, y constituyeron modelos religiosos inspirados en las corrientes monoteístas orientales y no ya puramente politeístas (Gonzalo Bravo, 2002). El s.III por tanto dio paso a un monoteísmo de corte pagano simbolizado en un dios supremo en la cúspide de un sistema de culto aún pluralista. Heliogábalo, Maximino el Tracio, Aureliano, e incluso Constantino con su visión en Puente Milvio, trataron de imponer un nuevo culto solar basado en el “Sol Invicto” (invicti solis), que era un culto muy extendido y fácil de identificar con multitud de dioses del panteón de otros pueblos (Baal en Palmira, Elegabal de Emesa, Mitra de los iranios o Helios de los griegos), pero que no siempre fue secundado por todos los emperadores –Galieno-. Con esta reorientación se buscó la unidad religiosa y espiritual en el imperio, con un nuevo culto que pudiera aglutinar con tolerancia y un gran sentido práctico tanto a politeístas como a monoteístas; y a su vez potenciar nuevamente el culto Imperial. La oposición cristiana a esta nueva política religiosa y la negativa a realizar el culto imperial equivalía a un acto subversivo contra el Estado romano (Montanelli, 2001). Ello debemos unir a la negativa cristiana a participar en la vida pública, política y militar del Imperio, conformando un argumento de peso para las persecuciones anticristianas del s.III, ahora sí, dirigidas desde el Estado.


Sin entrar de lleno en la problemática de las persecuciones anticristianas del s.III dC, sí diremos que Decio (249-251) fue uno de los grandes emperadores perseguidores del cristianismo. En el 250 dC este emperador promulgó un edicto de persecución de los cristianos, siendo por tanto la primera persecución estatal anticristiana. Decio instó a rendir culto a los dioses, y como ya hemos mencionado a ello se opusieron gran parte de cristianos. Lo más interesante es que muchos cristianos fueron a sacrificar espontáneamente sin sufrir violencia alguna, otros muchos apostataron del cristianismo –lapsi- o bien recibieron de manera fraudulenta un certificado o libellus de haber apostatado (Cipriano, De los apóstatas, 7-9):


Cipriano, De los apóstatas, 7-9: “A las primeras amenazas del enemigo un número muy grande de hermanos hizo traición a su fe, y no es que fueran derribados por la violencia de la persecución, sino que cayeron por sí mismos, por su espontánea flaqueza…Muchos ni esperaron siquiera a ser arrestados para subir al templo, a ser interrogados para negar a Cristo. Corrieron de grado al tribunal, se apresuraron a su perdición, cual si hubieran estado esperando gustosos. Cuántos dejaron entonces los magistrados para otro día por la urgencia del tiempo y cuántos de éstos hasta rogaron que no les dilataran su perdición. ¿Qué violencia podrán alegar estos tales para justificarse del delito, si más bien ellos hicieron fuerza para perderse? Además no les bastó a muchos su propia perdición. Arrastraron al pueblo con mutuas invitaciones a su ruina, a beber la ponzoña fatal de la muerte. Y para colmo de la iniquidad, hasta los niños en brazos de sus padres o conducidos por ellos perdieron, todavía tan tiernos, la gracia que habían recibido casi en los primeros instantes de su existencia”

Libellus o certificado de haber sacrificado. Trad. de A. Momigliano, Sommario di storia delle civilità antiche, Florencia, II, 346.

“A los miembros de la comisión para los sacrificios, de parte de Aurelia Charis, de la aldea de Teadelfia.

Yo siempre he sacrificado a los dioses y me he mostrado piadosa hacia ellos; y ahora, en vuestra presencia, según la orden, he hecho libación y he sacrificado y comido de la carne de los sacrificios, y os pido que deis testimonio de ello con vuestra firma. Buena Fortuna.

Nosotros, Aurelio Sereno y hermas te vimos hacer sacrificio.

Yo, Hermas, lo he firmado, en el primer año del Emperador César Cayo Messio Quinto Trajano Decio, Pío, Feliz, Augusto, el 22 del pauno [16 de junio de 250]”.


El emperador Valeriano (253-260) promulgó edictos prohibiendo el culto y las reuniones cristianas, castigando severamente a la jerarquía eclesiástica y a los cristianos de elevada condición social o política pero no se persiguió al pueblo. A pesar de las confiscaciones de bienes y de la ejecución de importantes dirigentes como Cipriano de Cartago, el papa Sixto II y el obispo Fructuoso de Tarragona, la persecución fracasó. Del mismo modo las autoridades judías y cristianas de oriente apoyaron al rey persa Sapor I, principal rival del imperio en esos momentos, quien fue tolerante con ellos. Galieno (253-268) revierte esta política perseguidora y promulga un rescripto donde ordenaba poner fin a la persecución y restituir a la iglesia sus propiedades confiscadas (Eusebio, Historia Eclesiástica, VII, 13), con lo que el cristianismo quedaba reconocido de facto y conoció unos decenios de paz y expansión.


Eusebio, Historia Eclesiástica, VII, 13. Rescripto de Galieno sobre el final de la persecución

“Mientras Valeriano sufría esclavitud entre los bárbaros, empezó a reinar solo su hijo y gobernó con mayor sensatez. Inmediatamente puso fin, mediante edictos, a la persecución contra nosotros, y ordenó por un rescripto a los que presidían la palabra que libremente ejercieran sus funciones acostumbradas. El rescripto rezaba así: “El emperador César Publio Licinio Galieno Pío Félix Augusto, a Dionisio, Pina, Demetrio y los demás obispos: He mandado que el beneficio de mi don se extienda por todo el mundo, con el fin de que se evacue los lugares sagrados y por ello también podáis disfrutar de la regla contenida en mi rescripto, de manera que nadie pueda molestaros. Y aquello que podáis recuperar, en la medida de lo posible, hace ya tiempo que lo he concedido. Por lo cual Aurelio Cirinio, que está al frente de los asuntos supremo, mantendrá cuidadosamente la regla dada por mí”. Quede inserto aquí, para mayor claridad, este rescripto, traducido al latín. Se conserva también, del mismo emperador, otra ordenanza que dirigió a otros obispos y en que permite la recuperación de los lugares llamados cementerios”.


Sin embargo la política de Galieno fue un oasis en este siglo III, y Aureliano (270-275) retomó con virulencia las persecuciones, pese a ser él quien imponía a los obispos de Roma para controlar la jerarquía eclesiástica del cristianismo.


Podemos concluir que existieron varias y diversas motivaciones en las persecuciones anticristianas del s.I e inicios del II dC. Los móviles de los judíos fueron los aspectos teológicos y religiosos, así como el peligro que el cristianismo supuso para sus tradiciones y la ley judía. De hecho debemos puntualizar que los judíos no eran perseguidores por naturaleza, sino que al igual que los paganos, actuaron al ver amenazadas sus tradiciones y creencias, siendo por ejemplo este el motivo de que originariamente Pablo persiguiera a los cristianos (Galatas 1,13). En esa línea apuntan las motivaciones en la población pagana –gentiles-, ante el miedo a perder unas señas de identidad y el temor a que el bienestar de una comunidad, real o imaginario, naufragara ante el avance de la nueva creencia religiosa. Por su parte ya hemos argumentado como la administración romana solo actuó ante problemas de orden público, en muchas ocasiones instigados por grupos judíos en clara oposición a los judeocristianos. No obstante, como también hemos podido narrar, este posicionamiento del Estado romano irá basculando desde una total indiferencia hacia el término “cristiano” hasta una persecución generalizada en el s.III dC. Debemos recordar que la tolerancia de Roma hacia las religiones se encauza en torno a dos vías (Fernández Ubiña, 2007). Bien mediante la integración de los dioses de un pueblo o región al sistema cultual y religioso de Roma (Minuncio Felix, Octavio, 6,1). Bien mediante el reconocimiento oficial de la propia religión como rasgo nacional de un pueblo aliado, como el judaísmo, a cambio de que este pueblo respete la religión y tradiciones romanas y colaboren política y socialmente. El propio Flavio Josefo, historiador judío, afirma a colación de esto que “nadie blasfemará de los dioses que otras ciudades veneren. Tampoco se saquearán los templos extranjeros ni se apoderará nadie de un tesoro que haya sido dedicado a algún dios” (Josefo, Antigüedades Judías. 4,207)


Minuncio Felix, Octavio, 6,1: “Cada pueblo y ciudad adora a sus propios dioses, los eleusinos a Ceres, Los frigios a la Madre, los epidaurios a Esculapio, los caldeos a Belo, los sirios a Astarté, los de Táuride a Diana, los galos a Mercurio, y los romanos a todos ellos”.


Sin embargo el cristianismo fue demarcándose progresivamente y no podía seguir ninguno de estos caminos por razones de peso. Durante el s.I los cristianos se vieron envueltos, involuntariamente, en problemas de orden público y de inestabilidad social, provocando la condena de muchos de ellos, la existencia de persecuciones puntuales, y la asociación casi inconsciente entre los términos “cristiano” y “delito”. Ello se agravó cuando a finales del s.I e inicios del II se fue creando una pésima imagen del cristianismo basado en interpretaciones erróneas de sus rituales. A ello debemos añadir cómo durante los siglos II-III dC, en el contexto de las grandes persecuciones anticristianas estatales, uno de los mensajes adoctrinadores de los teólogos cristianos es que todos los demás dioses son falsos y demonios. Esto supuso el menosprecio y la pérdida de respeto hacia la religión tradicional romana, el culto imperial y al propio Estado, requisito básico que los Emperadores establecerían a cambio de ser tolerantes con cualquier religión existente dentro del Imperio, como ejemplifica el judaísmo.


Podemos sintetizar que la libertad, la tolerancia, y el respeto mutuo son conceptos que ni se mencionan ni se defienden como aspiraciones espirituales ni como derecho de los ciudadanos. La violencia es protagonista entre los judíos y los judeocristianos -cristianos-, y lo que prima es la arbitrariedad de los gobernadores romanos, sobre un problema no legislado por el estado romano, para aceptar o no unas acusaciones e imponer la sanción que estimaran oportuna, atendiendo al aumento de la presión de las masas y al rango de las personas involucradas.



Bibliografía:

CARCELÉN, 1997: Carcelén Hernández, F.J (1997) – Aproximación a las concepciones militaristas y antimilitaristas del Cristianismo Primitivo. La tradición en la Antigüedad Tardía. Antig. Crist. XIV. Murcia, 1997, pp 161-178.


FERNÁNDEZ UBIÑA, 2007: Fernández Ubiña, José – Razones, contradicciones e incógnitas de las persecuciones anticristianas. El Testimonio Lucas-Hechos. Ilu. Revista de Ciencias de las Religiones XVIII, 2007, pp 27-60.


GIBBON, 2006: Gibbon, Edward (2006) – Historia de la decadencia y caída del Imperio Romano. Tomo I. Desde los Antoninos hasta la conversión de Constantino (96-438). Edt. Turner, Madrid, 2006.


GONZALO BRAVO, 2002: Gonzalo Bravo (2002) – Historia del mundo Antiguo. Una introducción crítica. Alianza Editorial. Madrid, 2002.


MONTANELLI, 2001: Montanelli, Indro (2001) – Historia de Roma. Edt. Debolsillo. Barcelona 2001.


PIÑERO, 2009: Piñero, Antonio (2009) – Todos los Evangelios. Traducción íntegra de las lenguas originales de todos los textos evangélicos conocidos. Edt. Edaf. Madrid, 2009.


ROLDÁN, BLÁZQUEZ y CASTILLO, 1999: Roldán, José Manuel; Blázquez, José María; Castillo, Arcadio del (1999) – Historia de Roma. Tomo II: El Imperio Romano. Edit; Cátedra. Madrid, 1999.


TRABAJO DE INVESTIGACIÓN REALIZADO POR:

ANTONIO MANUEL LEAL MADROÑAL