lunes, 28 de enero de 2013

Alcantarillado de Cádiz, una obra maestra.

balustrada de la Alameda
 El ilustre chileno y gaditano de adopción, el conde de Maule, al escribir sobre las calles de la ciudad y su limpieza, exclama “Cádiz se puede lisonjar de ser uno de los países, mejor regulados en cuanto a limpieza”. Estos elogios son por el empedrado, el enlosado, el barrio frecuente y sobre todo su buen alcantarillado. Y añade “La ciudad está toda minada de conductos subterráneos, por los cuales se les dan salida a las aguas pluviales y a las inmundicias. En el mismo instante de cesar de llover, se notan las calles enjutas, porque penetrando el agua por los sumideros que hay repartidos en pequeñas distancias, salen luego a la mar por los conductos dichos y no se perciben malos olores, porque las aguas mar todo lo disuelven.


Los canales de los tejados que en otras ciudades tanto incomodan en las épocas de lluvia, en ésta no se conocen.
Como las casas son de azoteas, el agua pluvial se reúne en un punto y desciende por conductos introducidos en las paredes, los cuales unos van a los aljibes para beber y otros a los caños de alcantarillado, en las conducen al mar.
La vida municipal estaba muy atenta a la sanidad y a la higiene en general, por las epidemias padecidas en los años 1727, 1730 y 1784.

Así sucedió con el alcantarillado. En 1743, un vecino, D. Miguel Carrer, presenta un memorial para solucionar según su criterio, la limpieza y saneamiento de la ciudad. En 13 puntos, en los que se demuestra conocer a fondo este problema, se producía por la ciudad construya conductos generales para la circulación y desagüe de las aguas residuales, en lugar de pozos o cloacas en cada casa. Estos conductos terminarían en la parte exterior de las murallas y de aquí directamente al mar. Una anécdota de este Sr. Indicaba que las bocas final4es deberían de tener una reja, para que no pudieran ser aprovechadas las galerías para esconder contrabando, la idea quedó para mejor ocasión.

Años más tarde, en 1766 se forma otro escrito sobre, y el que lo formula es el marqués de Casinas, capitán de navíos y procurador mayor de la ciudad. Su escrito, preciso aunque largo, abarca el asunto de los conductos como el enlosado de las calles, el asunto tampoco prospero, la idea estaba ya en la mente de todos, regidor y vecinos, como algo urgente y necesario.

En 1771 la situación se aborda de modo distinto al presentarse ya un proyecto que han elaborado el ingeniero D. Juan Caballero y el arquitecto D. Torcuato Cayón. Aunque el proyecto es parcial, lo apoyan varios regidores.

No dejaron de exponerse temores en contra, por ejemplo, el temor a las mareas, que si son vivas podían producir inundación, sobre todo en caso de que coincidiesen con lluvias intensas, temores aparte, la realidad es que considerando la altura que la mayor parte de la ciudad tiene sobre el nivel del mar, construir una red de conductos que desagüen bien, es una proeza de obra maestra.

Para el estudio de la red, se hicieron tres divisiones de la ciudad. Una comprendía los barrios de mayor elevación como San Antonio, San Francisco, Alameda y Mentidero a los que se da la misma vertiente que ahora tenían los caños de las calles. Otra zona, llamada de media altura, integra los barrios de Hospital, Mundo Nuevo, Viña, etc., que mantendría los pozos particulares para las inmundicias mayores y los restantes aguas sucias de lavados y cocinas, irían con las de la lluvia, a la red que se establece. Y una última zona, que abarcaría San Juan de Dios, Compañía, San Agustín, etc., que como barrios bajos, la red sólo comprendería a éstos.

Como era lógico, al propio tiempo que se iba creando el alcantarillado, se renovaba el empedrado y enlosado, que era de losas de Chiclana.

Esta labor a favor del alcantarillado, se completaría con unas normas legales que insertaron en las Ordenanzas Municipales de 1792, bajo el epígrafe de “Salud pública”. 

 Información recogida de la biblioteca Municipal José Celestino Mutis de Cádiz.
 

martes, 15 de enero de 2013

PIDO DISCULPA


María Jesús
 
Las entradas de este humilde blog, lo referente a la historia y a los personajes de Cádiz son sacadas de libros la mayoría de la biblioteca José Celestino Mutis de Cádiz, pido disculpa si en mi ignorancia he molestado, repito pido disculpa.
He podido rectificar algunas de las entradas, poniendo las referencias de donde he podido sacado la información, y así are sucesivamente.
Las que no pueda rectificar porque ya hace tiempo que tome la información y tuve la mala fortuna de no a puntar el titulo del libro ni su autor, notificare que son de libros consultados de bibliotecas.
Repito perdón, nunca e querido lucrarme de los trabajos realizados por los autores de dichos libros, ni mucho menos hacer creer que son investigaciones mías.
Las entradas del blog que pertenece a cosecha propia, las etiqueto como “cositas mías”, nunca las otras.

María Jesús Madroñal


sábado, 12 de enero de 2013

Adolfo de Castro y Rossi, un gaditano olvidado


Adolfo de Castro y Rossi

Adolfo Blas Eugenio Francisco de Paula de Castro y Rossi nació en Cádiz el 6 de septiembre de 1823. Fue bautizado el 7 de septiembre de 1823 en la iglesia gaditana de San Antonio. Se desconoce el domicilio donde nació, su familia cambiaba con frecuencia de casa, pero desde 1838, podemos encontrarlo en la calle Palma Nº232 (actual Ruiz de Bustamante).

De su familia materna se conocen pocos datos, más que los que el mismo Castro proporciona.

Se educa en el Seminario Conciliar de San Bartolomé, agregado a la Real Universidad de Sevilla, contaba con la biblioteca más completas de la ciudad. Del uso de esta biblioteca, según sus contemporáneos, le viene a Castro su afición desmedida por los libros, así como el aprendizaje de las discusiones y sutilezas escolásticas que le encaminaron para que en lo sucesivo fuera tenido por polemista. Emilio Bravo recuerda a un Adolfo de Castro, que a los diez años era muy aficionado á comprar comedias, disponía de poco dinero, las compraba antiguas, y con esto empezó á acostumbrarse desde pequeño á saborear los teatros antiguos español. 
       
La dedicación, casi obsesiva, de Adolfo de Castro al estudio, es algo que recuerdan todos sus coetáneos; se sabe, por ellos, que a mediados de siglo, su biblioteca privada era una de las más importantes de la ciudad, y que llegó a poseer un incumable, el Suppementum Sumae Pisanellae, fechado en 1452. Esta biblioteca fue donada por el propio Adolfo de Castro a la Biblioteca Municipal de Cádiz.

De su infancia y juventud, tampoco se tiene muchos datos. Sus primeros años se desarrollaron en una de las épocas más turbulenta para la historia de España y para la historia de Cádiz. En 1831, se produce en la ciudad una revuelta de funestas consecuencias: Fernando VII suspende el puerto franco de la ciudad, el Gobernador de la ciudad, D. Antonio del Hierro y Oliver, es asesinado en la calle de la Verónica (actual José del Toro), y el cadáver es arrastrado por toda la ciudad. Este hecho impresionó tanto al joven Adolfo de Castro, que año más tarde lo recogerá en su “Historia de la ciudad y provincia de Cádiz de 1814 hasta el día”   

Los primeros veinte años de Castro transcurren entre la llamada década ominosa del reinado Fernando VII y la regencia de María Cristina. En estos años, el joven logró que su nombre fuese reconocido en los círculos literarios de la ciudad. De esta época, se tiene el testimonio de Federico Rubio en Mis maestros y mi educación, de carácter pueril y de voluntad débil.

En esta misma época realizó un viaje a Lisboa, en la cuál estuvo los meses de enero y febrero de 1841, y comenzó a escribir sus primeros versos, a una joven gaditana, que pronto se convertiría en su esposa, doña Ana Herrera Dávila, ana era descendiente de doña Catalina Ruiz de Ahumada, que había sido un familiar próximo de Santa Teresa de Jesús, y percibió en su casamiento la dote del patronato que doña catalina había fundado en Cádiz en 1728.

Adolfo de castro y ana Herrera Dávila contrajeron matrimonio el 19 de junio de 1845, cuando él apenas había cumplido 21años, ya era conocido en la ciudad como poeta e historiador, e incluso había publicado varias obras.

El 14 de mayo de 1846 nace el primer hijo de Adolfo de Castro, muriendo cuando apenas tenía cuatro años, entristeció de forma muy especial a su padre, que año más tarde le recordaría como “aquel precioso niño de cuatro años que huyó de la vida terrenal”.

En 1850  viaja castro a Madrid, donde a través de José María Vadillo, entra en contacto con Rivadeneyra y colabora en el Semanario Pintoresco Español, al tiempo que coordina algunos tomos de la Biblioteca de Autores Españoles, regreso a Cádiz en 1852, sin que hasta la fecha se haya podido determinar las causas.

Adolfo de Castro comienza a jugar un papel importante en la política local, a partir de la década de los años cincuenta. En 1854 una epidemia de cólera morbo-asiática asolaba la ciudad. Ese mismo año, Castro ejerció como Gobernador en Cádiz durante un mes, por lo que recibió la Cruz de primera clase de la orden civil de Beneficencia, mérito que sólo poseían los grandes contribuyentes de la ciudad.

Dos hijos más tuvo el matrimonio, que murieron al nacer, y en 1885 nace su hija Serena de Castro y Herrera Dávila. 

En esta época ocupa Castro cargos políticos de importancias. A partir de 1872, se observa un cambio profundo en la personalidad del gaditano. Si durante sus primeros años de carrera política se autodefine como “liberal exaltado” y “libre pensador”, desde los años 70 se advierte una vuelta a los sistemas tradicionales y al catolicismo, llegando a convertirse en uno de los defensores de la fe católica como lo llama Menéndez Pelayo.

Esta vuelta suya al credo tradicional parece algo bastante común en el comportamiento habitual de la burguesía gaditana decimonónica.

A comienzo de 1877, la enfermedad que aquejaba a Ana Herrera Dávila desde hacia  algunos años, se agravó, y acabó con su vida el 8 de julio del mismo año, en el domicilio familiar de la calle Cervantes Nº14, la misma calle donde años más tarde fallecería Adolfo de Castro.

En pocos meses contrae un nuevo matrimonio con Antonia María Fernández Boada, contante de profesión y natural de Jerez de la Frontera, que tenía entonces 21 años uno más que Serena, la hija de Adolfo de Castro. El nuevo matrimonio se instala en la calle Marqués de Cádiz, Nº3, donde el 21 de octubre de 1879 nacería el primer hijo de la pareja: Álvaro de Castro y Fernández. En 1880 se trasladan a la calle Molino (actual Adolfo de Castro) Nº 15 y en 1882 a la calle Isabel la Católica Nº23.

La profesión de Antonia María hace que Castro sienta inclinación por la música, aunque nunca llegó a componer ni a interpretarla.

Durante estos años, Castro escribe a un ritmo precipitado, los únicos ingresos familiares provienen de su colaboración en la prensa. Cada vez más rechazado, por sus ideas, en los círculos literarios de la ciudad, dominados por krausismo y las nuevas tendencias finiseculares.

A finales de la década de los ochenta, su carrera política también está en declive y sólo gracias a los conocidos consigue publicar sus artículos.

En septiembre de 1891, cuando el gaditano tiene 69 años, nace su hija, Georgina Teresa de Castro y Fernández.

La situación económica familiar es cada vez m´s delicada. En 1892; el Municipio había acordado concederle a Adolfo el puesto de Bibliotecario Municipal, cargo que viene a unirse a la amplia nómina de profesiones que Castro desempeño a lo largo de su vida: comerciante de 1848 a 1853, cesante en 1859, Secretario del Ayuntamiento de 1864 a 1872, Gobernador Cesante en 1882, empleado y literato en 1891, bibliotecario y literato en 1891, bibliotecario municipal en 1892 y escritor público de 1896 hasta su muerte.

Un año antes, en 1891 donaría Adolfo de Castro una gran parte de su biblioteca privada a la biblioteca del Ateneo Gaditano, y en 1897, dona el resto a la biblioteca del Ayuntamiento de Cádiz, para incrementar sus fondos. Fondos que en la actualidad constituyen el grueso del fondo antiguo de la Biblioteca del Ayuntamiento de Cádiz “José Celestino Mutis”.

Adolfo de Castro muere el 13 de octubre de 1898 a los 75 años en la más absoluta pobreza, en la calle Cervantes Nº37. La fortuna no le había tratado bien.

Diario de Cádiz recogía a su muerte: “pudo morir rico, y ha muerto pobre, muy pobre”. José Rosetty, que fue gran amigo suyo relata los últimos momentos de la vida de Castro: “Murió bajo la presión del desahucio.

La capilla ardiente fue instalada en el Ateneo, por falta de espacio y dinero en el domicilio familiar, aunque  Rafael de la Viesca, intenta dignificar el hecho. 

La comitiva partió hacia el cementerio, donde se instaló el cuerpo en un nicho alquilado. La familia abandonó Cádiz, su hijo Álvaro se hace a la mar y su viuda junto con su hija Teresa se instala en Madrid.

Tras su muerte, un silencio hasta cierto punto sospechoso se extiende sobre todo lo relacionado con Adolfo de Castro. En 1899 el Ateneo de Cádiz propone al Municipio que realice emisión de aquellas obras de Castro que habían alcanzado mayor difusión, pero esta empresa nunca se llevó a cabo.
En 1911, la Asociación de la Presa Gaditana decide colocar una lápida conmemorativa en la casa donde murió Adolfo de Castro, también decide cambiar el nombre a la calle del Molino, por el de Adolfo de Castro.

A lo largo del siglo XX, la figura y la obra de Adolfo de Castro han sido prácticamente ignoradas por la crítica literaria. Hasta el momento, solo existen unas cuantas referencias, en su mayor parte erróneas, y a veces contradictorias.

A partir de los años setenta, y con la proximidad del ciento cincuenta aniversario de su nacimiento, la crítica local de forma paradójica, comienza a revalorizar la figura de un Castro casi mítico con un valor puramente sentimental.

La obra de Castro, merece una legitimación, no desde su erudición, sino enmarcándola en una de las corrientes literarias del siglo XIX, con la que el gaditano presenta más afinidades: el llamado eclecticismo. El mismo Adolfo de Castro llegó a reconocer su adscripción a esta tendencia..

Castro cultivó, prácticamente, todos los géneros literarios: poesía, teatro, novela, cuento ensayo, discursos…

La extensa nómina de títulos publicados por Adolfo de Castro entre 1844 y 1898 hace que nos encontramos ante un amplio y variado espectro de temas, estilos y arquitecturas literarias que ponen en duda el pretendido color local con que se ha venido tiñendo la obra de Adolfo de Castro.

El autor gaditano centró su obra básicamente en la literatura y en la historia, y aunque es en historia donde más repercusiones ha tenido, desde los primeros años de su carrera. La carrera literaria del autor comienza con apenas 20 años. La primera publicación de Castro la encontraremos en el periódico local La Estrella, que apareció en 1842.

Analizada, en síntesis, la trayectoria literaria de Adolfo de Castro, se hace necesario un estudio, más o menos aproximados, de las ideas estéticas que se  desprende de su obra y que lleva en última instancia, a la revalorización de este autor en una época literaria determinada.

La obra de Adolfo de Castro se reparte entre la creación y la investigación, campo este último, donde más se le ha reconocido, por las numerosas polémicas que mantuvo, y porque el número de publicaciones en este terreno es, sensiblemente, mayor que el de las obras de creación. Sin embargo, tanto en la investigación como en la creación, mantuvo Castro, una idea, casi obsesiva, que presidirá todos sus escritos: la búsqueda de verdad.

El uso de pseudónimos, práctica tan habitual en la historia de la literatura española. Es muy probable que Adolfo de Castro utilizase a lo largo de su trayectoria literaria más pseudónimos de los que hasta el momento se han podido constatar.

También es posible que compartiera firmas con algunos de sus compañeros de profesión. La primera vez que Castro se esconde tras un sobrenombre, la encontraremos en 1851, existen indicios que llevan a pensar que el primer pseudónimo fue  G. CUEVAS.

esta placa se encuentra en la calle Cervante 37, en el barrio del Mentidero



Esta información esta sacada del libro "Adolfo de Castro (1823-1898) su tiempo, su vida y su obra". de la biblioteca José Celestino Mutis de Cádiz y su autora es Yolanda Vallejo Márques.

martes, 1 de enero de 2013

La Batalla del Trocadero


Cuando al fin termina la Guerra de la Independencia y el rey Fernando VII puede retornar a España en la fecha marzo del año 1814, las cortes, en un escrito que suscribieron 69 diputados, pidieron al monarca la confirmación del texto Constitucional aprobado en Cádiz. El rey desoye tales demandas, disuelve las Corte el día 10 de mayo siguiente y hace encauzar a los diputados liberales que se muestran más intransigentes a las medidas monárquicas adoptadas.

Mantuvo el régimen monárquico hasta el año 1820, en cuyo mes de enero el general Riego se subleva en las Cabezas de San Juan y proclama la vigencia de la Constitución del año 1812. Ante esta situación y con la frase “marchemos todos, y yo el primero, por la senda constitucional” Fernando VII juró la Constitución de Cádiz el día 7 de marzo., lo que dio lugar al trienio liberal 1820-1823.

Esta situación no agradó a las monarquías europeas que trataban de sofocar cualquier atisbo de liberalismo que pudiese poner en riesgo los regímenes absolutista establecidos, de tal manera que en el congreso de Viena decidieron luchar para sostener el legitimismo de las monarquía.

El Congreso de Viena, en el año 1822, se le encomendó a Francia la intervención en España en auxilio del rey Fernando VII, que había mostrado su apoyo a invasión del territorio español el 7 de abril del 1823, por parte de las tropas francesas.

El pueblo español, que quince años antes había recibido combatiendo, heroicamente a los soldados de la misma nación, en esta ocasión no encuentra motivos para mostrar su resistencia, tanto es así que los llamados “Cien Mil Hijos de San Luis” avanzan por el territorio español como si de un paseo militar se tratase. La invasión de los 100000 hijos de San Luis, la más formidable injerencia en los asuntos internos de un país desde la época de Napoleón, hubo de sufrirla España por haberse situado a contracorriente de la Europa de la Restauración, osando establecer un régimen liberal que llevó la preocupación al absolutismo reinante.

Ante esta situación el gobierno se desplaza hacia el sur peninsular, como medida de precaución que las Cortes y el Poder Ejecutivo se ubique nuevamente en Cádiz, plaza que se consideraban lo suficiente fortificada como para evitar la agresión del ejército francés. El rey se negó a secundar los movimientos del gobierno, pero al fin fue conducido hasta la capital gaditana.

Las tropas francesas solo tardaron tres meses en recorrer todo el territorio español. En esta ocasión las tropas monárquicas del país vecino, no causaron el terror que 13 años antes habían impuesto los ejércitos de Napoleón.

En julio del 1823, llegan a Puerto Real. Angulema fue más comedido, sutil y práctico en el sentido de que durante los tres meses que duró el sitio a Cádiz, estableció un impuesto a los vecinos de Puerto Real, a los que obligó también al aprovisionamiento del ejército, hombres y caballería.

Desde Cádiz se había tomado serias medidas para evitar una reproducción de la experiencia vivida con motivo de la Guerra de la Independencia, de que no fuese bombardeada la ciudad desde las mismas posiciones anteriores, Matagorda y el Trocadero. Con dicho fin se habían excavado el  Caño de Cortadura en el pinar de la Algaida y se construyó también el fuerte de San Luis en el extremo de la Isla del Trocadero próximo a la bahía, al cual se dotó de una importante guarnición militar.

El Caño de Cortadura que se había planteado inicialmente como una defensa infranqueable no cumplió con las expectativas previstas, no impidió el paso de las tropas que dirigía Angulema.
Las tropas que dirigía Angulema eran superiores al español, tanto en medios humanos como de recursos bélicos, lo cual inclinó la balanza de la batalla a favor de los franceses.

Superada la primera línea defensa, el siguiente baluarte que quedaba por parte española era el fuerte de San Luis. En conquistar este punto de vital importancia puso Angulema todo su esfuerzo, marcando una estrategia que le dio el resultado que esperaba. La distancia entre Cortadura y el Trocadero estaba cubierta en buena medida por marismas y salinas.

A pesar de la precaución operativa, los enfrentamientos fueron inevitables y trágicos, el 16 de julio de 1823, entre las seis y la siete de la mañana se produjo un encuentro, en el que tuvo que pactar con el mando francés para suspender las hostilidades y retirar los cadáveres y heridos.

El verdadero asalto al Trocadero tuvo lugar a finales de agosto. El asalto final fue trágico para los españoles, entre los que cundió la confusión y el desorden.
En el Trocadero se estaba liberando mucho más que una batalla entre dos ejércitos, del resultado de aquella contienda dependía la permanencia de las libertades constitucionales, o el establecimiento del absolutismo monárquico.

El nombre del Trocadero resonó en todo el ámbito europeo, la gesta heroica de los soldados españoles fue tenida en cuenta, había sido el único fuerte que afrontó con valentía el asedio del ejército francés. En Europa, liberales y monárquicos estaban pendientes del desenlace final de esta batalla, cuyo resultado fue definitivo.

Tomado el Trocadero, las baterías del fuerte de San Luis se utilizaron para bombardear a Cádiz.
Angulema y una parte de su ejército se dirigieron a Chiclana, los constitucionales se rindieron sin ofrecer resistencia, con lo cual el ejército francés se dirigió a la Isla de León, para así iniciar su ataque a Cádiz a través del istmo que une las dos ciudades.

Al ataque a la Isla de León, Angulema fue informado de que el rey había sido puesto en libertad por los Constitucionales y se encontraba en la ciudad del Puerto de Santa María, donde acudió a reunirse con el monarca liberado.

Por R.D. el rey Fernando VII con fecha 2 de octubre de 1823, se ordena la entrega incondicional de los ejércitos liberales constitucionales ubicados en toda la zona, quedando restablecida la monarquía absolutista.
La trascendencia de esta batalla superó los Pirineos.

El espacio donde más se luchó por la libertad constitucional conocido por la Isla del Trocadero, en la cual estaba ubicado el fuerte de San Luis, en la que murieron unos 500 españoles, heroicamente en una noche de agosto del año 1823, solo queda unas ruinas, abandonadas e ignoradas.



LUIS FERNÁNDEZ DE CÓRDOVA CONTRIBUYE A LA TOMA DEL TROCADRO.

Luis Fernández de Córdoba se había refugiado en Francia. En la etapa final del Trienio participó en los intentos de crear una nueva Regencia, que presidiría Carlos Luis de Borbón, Infante de Lucca., y cuyo propósito era evitar la intervención francesa en España. Este proyecto no prosperó.

Más tarde, Córdova se incorporó a las tropas de Angulema que sitiaron Cádiz, participando en el asalto al Trocadero. Quien había defendido a su ciudad y al Rey absoluto en La Cortadura frente a los revolucionarios de 1820 volvía a Cádiz en calidad de sitiador y junto a las tropas de un ejército contrarrevolucionario francés dispuesto a terminar con lo que había significado el liberalismo gaditano y la Constitución de 1812

Defendía El Trocadero el coronel Grases, al frente de 1500 hombres, y entre los defensores se encontraban el teniente de artillería Francisco Luján, hijo del primer secretario de las Cortes de Cádiz. 

También defendió El Trocadero Manuel Cortina y Arenzana, que había acompañado a las Cortes y al Gobierno hasta Cádiz.

Los franceses tomaron al asalto el Trocadero en la noche del 30 al 31 de agosto y, abatida la principal defensa de Cádiz, cayeron a continuación los fuertes de Luis, Matagorda y el castillo de Sancti Petri. La suerte del régimen constitucional estaba echada. Los franceses ponderaron exageradamente esta acción militar, pues convenía a los Borbones restaurados enaltecer este primer triunfo de su bandera y ya que no pudieron incluir a Cádiz entre las victorias napoleónicas grabadas en el Arco del triunfo, se desquitaron dando el nombre de Trocadero a una hermosa plaza parisina.

La caída del Trocadero produjo en Cádiz una penosa impresión, a pesar de saberse que las defensas de la ciudad no resistiría mucho frente al poderoso ejército de Angulema.   

 la isla del Trocadero

Información sacada del libro: "Historia Facinante del Trocadero" de la biblioteca Municipal José Celestino Mutis de Cádiz del autor Gaspar Catalán Fabero.