lunes, 30 de julio de 2012

CÁDIZ; CIUDAD METRÓPOLIS DEL COMERCIO


Puerto donde arribaba los barcos procedentes de la carrera de Indias


Cádiz tuvo como primitiva denominación, la de “Gadir” que significa, según se cree, “lugar rodeado por agua”.
Algunos historiadores clásicos atribuyen a Cádiz una existencia trimilenaría; otros la presenta como la ciudad más antigua del mundo. Aunque se afirma que fue fundada en 1100 antes de Cristo, no quedan vestigios que pudieran confirmarlo. De lo que no existe duda es de qué cuenta con una importante relación histórica con el mar, a través de él se asentaron en la ciudad fenicios, griegos, cartagineses, romanos y árabes. Ciudad franca fue aliada de Roma, hegemonía que compartía con Tarragona sobre todo sobre todas las ciudades ibéricas.

Su privilegiada situación geográfica ha motivado días de esplendor para la ciudad por una parte, pero también dolor y tragedias, debido a los ataques y saqueos que ha sufrido por motivos políticos y comerciales.

Antes del descubrimiento de América, la bahía gaditana era ya conocida como importante centro marítimo. Cristóbal Colón pasó por ella buscando financiación para su empresa.

Durante el siglo XVI, importantes colonias de comerciantes extranjeros se aposentaron en la ciudad, participando junto a los nativos de un intenso tráfico comercial con el Norte de África, convirtiéndose la ciudad en metrópolis del comercio hispano-africano. La presencia en Cádiz de holandeses, franceses, ingleses, genoveses, napolitanos, irlandeses, alemanes, etc., expresan el general interés por la ciudad. Aún se conserva numerosos mapas y grabados de Cádiz, de origen extranjero.

La actividad comercial se vio acompañada de una próspera industria de cueros, cera y un gran movimiento pesquero destacando la captura del atún en la almadraba de Hércules.
 
Durante el siglo XVII fue creciendo el comercio con de las flotas que la Tierra Firme y Nueva España entraban en puerto cargadas de oro, plata, pedrería y mercancías de gran valor.

El pueblo de Cádiz tuvo muchos días de dolor proporcionados por los fuertes temporales, como el del año 1671, que provocó el hundimiento de varias embarcaciones, y sobre todo durante el maremoto de 1 de noviembre de 1755, en que las aguad saltaron contra las murallas, inundando muchas de sus calles.  


LA CIUDAD ABIERTA


En el siglo XVIII Cádiz se encontraba en su apogeo mercantil, era su “siglo de oro”. Estaba alcanzando la cúspide del imperio comercial surgido en la ciudad en el siglo XVII, y que hizo a Fray Gerónimo de la Concepción denominarla Emporio del Orbe, pero también Cádiz Ilustrada.

Esta última denominación es el siglo indicativo de que junto a las puertas abierta al comercio, que numerosas naciones extranjeras tenían desde antiguo en Cádiz, también se abrieron las del espíritu de sus habitantes, que en contraste con el resto del país presentaba una altura cultural y una tolerancia a las culturas extranjeras, superior al resto de las ciudades, por lo que mereció de Marañon el calificativo de “ciudad antipalurda, por excelencia”.

El monopolio del comercio indiano llevó a Cádiz a la cúspide de su prosperidad. Estrena Casa de Contratación, Consulado y Universidad de Cargadores de Indias, Conpamañia de Caballeros Guardias Marinas, Observatorio Astronómico y Real Colegio de Cirujano de la Armada, transformándose no sólo en ciudad opulentamente y suntuaria, sino también en sede de la cultura y del buen gusto, le hará puerta de entrada en España de modas, costumbres y pensamientos nuevos, desde el primer Casino, en su “Casa de la Camorra”, a los primeros cafés en el mentidero de su calle Ancha, desde el primer periódico feminista, con La Pensadora Gaditana, al primer movimiento fourieristas; desde el nacimiento de la palabra romántica, a la creación de la palabra liberal.

Fue esta privilegiada situación comercial de Cádiz la que actuó como punto de atracción de numerosos hombres de negocios de todos los países, en el siglo XVIII, que vinieron a unirse a los grupos nacionales ya establecidos desde antiguo, como genoveses, flamencos, franceses, etc. Los irlandeses no tardaron en llegar a sus muelles cuando en Inglaterra se inician las persecuciones contra los católicos.

Por otro lado los vascos ya tenían vinculación náutica con Cádiz desde antiguo, con capilla de pilotos en la Catedral Vieja, desde el siglo XV.

 
COMERCIO Y BURGUESIA MERCANTIL EN EL CÁDIZ DE LA CARRERA DE INDIAS.


Las relaciones económicas Cádiz-América no son sino la propia capacidad de existir a lo largo de la modernidad. Desde el siglo XVI hasta comienzos del XIX, Cádiz es lo que es su posición en el comercio americano.

Cádiz del siglo XVIII, el siglo americano por excelencia, la ciudad alcanzó, por segunda vez en su trimilinaria historia, la categoría de ciudad-mito, gracia al hecho de haber ostentado, a lo largo de ese periodo, la capital del monopolio de la Carrera.

América, desde Cádiz, se pareció mucho más a una colonia sosegada, a un dispositivo mercantil siempre sorprendente, en verdad, pero mensurable; una América del deber y del haber, lejana pero presente en las gacetas y en los informes mercantiles que llegaban a Holanda o Francia. No era la maravilla, era la oportunidad.

Para Sevilla, América llegó todavía en tiempo de inmadurez europea. El negocio de Sevilla fue un negocio inexperto, improvisado casi, la ganga de una mera indescriptible que era otra cosa y, además, oro y plata. Pero en Cádiz, su ascenso a la cúspide del monopolio corresponde a un capitalismo más maduro, a una Europa experta, o casi en el manejo de los negocios coloniales, en los que holandeses o ingleses habían racionalizado.

Cádiz aportó a la construcción andaluza y española del mito americano un realismo económico del que Sevilla estuvo ausente y cuando, a comienzos de siglo XX, presenciamos en Andalucía la resurrección del mito con la Exposición Iberoamericana, el peso de la cristalización gaditana de la América  como mercado se ha impuesto, definitivamente.

Hay un Cádiz de la duda, de la ambigüedad, casi de la timidez; es el de los primeros momentos del Descubrimiento, hasta finales del siglo XVI. Hay también un Cádiz más maduro, batallador, que disputa con arrogancia a Sevilla su puesto en la Carrera y que intenta hacer valer sus indudables ventajas estructurales. El Cádiz del siglo XVIII, el de la plenitud y la madurez, el del triunfo, el monopolio. Llegando, el Cádiz de la pérdida del comercio colonial, la riqueza comercial, languidece y se colapsa. 

El siglo XVI es un periodo en el que, el incipiente desarrollo económico de la urbe gracias al comercio con África y con América; por otro lado, la situación de constante angustia en que se vive por la indefensión de la ciudad ante los constantes ataques de piratas y corsarios, un factor común, el geográfico.

Cádiz ha sido fundamentalmente un producto de su situación. Isla más que península, una situación realmente excepcional en el cruce mismo de dos de las más importantes y fecunda rutas de las comunicaciones mundiales: el Mediterráneo y el Atlántico, el ahorro de tiempo y dinero que suponía su puerto frente al de Sevilla, la debilidad de su situación militar que la hacia, como puerto abierto, presa fácil de los enemigos. Los saldos a favor y en contra se miden, naves perdidas y en toneladas de mercancías desaparecidas.

En 1558 y 1561, dos reales cédulas por las que se admitía la posibilidad de quebrar a favor de Cádiz, del retorno obligado de los navíos a Sevilla.

Con la restitución a Cádiz, en 1679 su Tabla de Indias y tercio de toneladas, no sólo se hizo justicia a sus indudables ventajas geotécnicas (frente al deterioro de la navegabilidad del Guadalquivir) sino que, sobre todo, se reconoció, paladinamente, el hecho irreversible de que el puerto gaditano se había convertido en el verdadero núcleo activo del comercio hispanoamericano. El 12 de mayo de 1717, se ordenó por cédula, el traslado de la Casa de Contratación a Cádiz.

El Cádiz del siglo XVIII fue, sin duda, una ciudad especial en la España de su época y su influencia sobre el proceso político que se venía encima no puede ser desconocida, también había un Cádiz tradicional incrustado en la sociedad española.

Esplendor y opulencia, Cádiz debe al comercio americano, dependía de él en todo y por todo, su desaparición arrastraría a la ciudad a una mediocridad.  Las cifras señalan , inexorablemente, que a lo largo del siglo XIX Cádiz siguió siendo el primer puerto español para el comercio con América, ya no bastara para mantener el prestigio, la fortuna, la novedad y el cosmopolitismo.

Junto al Cádiz americano o al Cádiz de las Cortes necesitamos conocer, analizar y comprender el Cádiz histórico completo de hombres y mujeres, comerciantes o no.

La singularidad de Cádiz, a través de toda su historia dimana del hecho de ser una de las pocas ciudades española que siempre han constituido un núcleo de auténtica burguesía mercantil. En otras ciudades, las actividades comerciales iban unidas a otras funciones urbanas, sólo en Cádiz la funciones mercantil predominaba de un modo exclusivo.

La imagen que, con más fuerza y también mayor frecuencia, ha irradiado Cádiz, a todo lo largo y ancho de su trimilenaria historia, es la de haber sido, una ciudad de comercio y una morada de comerciantes. 

sábado, 14 de julio de 2012

El Observatorio de Cádiz

El castillo de la Villa, observatorio


En 1753 Jorge Juan funda un observatorio astronómico, que emplazó en el torreón, del castillo de la villa gaditana, conocido como “Castillo Viejo o de la pólvora. La situación del castillo era la siguiente: ocupó el final de la calle San Juan de Dios, el llamado alto del Monturrio, en el ángulo SE del recinto medieval, en el lugar en que hoy se encuentra la guardería, contiguo al Arco de los Blancos.

Vicente Tofiño explica así la instalación del Observatorio en el torreón del castillo:” La pieza destinada para las observaciones astronómicas es una sala que tiene once varas y media en cuadro, y está formada sobre la espesa y fuerte bóveda de un torreón antiguo, cuya construcción y figura dan bastantes señas de ser obra de los romanos. La anchura de sus muros y firmeza de sus cimientos hacen de este edificio uno de los más sólidos de Cádiz. Los cuatro ángulos del Observatorio se dirigen a los cuatro puntos cardinales y por la parte del Sur se descubre el horizonte del mar, que está regularmente limpio y claro, por la bondad del clima y bella situación de Cádiz” 

De 1748 a 1750 Jorge Juan viaja a Londres y Paris en misión oficial y aprovecha para adquirir libros con destino a la biblioteca de la academia.

Por aquellos años se cierra el Colegio de Navegación que tenían  establecido en Cádiz los jesuitas y Carbonell logra para la academia la más documentadas de obras de matemáticas que poseían. Los libros adquiridos en Londres eran de los más valiosos y costosos de su tiempo.

Al instalarse el Observatorio, se conoció al castillo por “Castillo de Guardiamarinas”. Nuevos huecos se hicieron en troneras y tragaluces para colocar los aparatos propios de la astronomía. Encima de su puerta principal figuro durante muchos años el letrero; “Capilla, Cuartel y Observatorio de Guardiamarinas”.

Los oficiales y guardiamarinas efectuaron ensayos prácticos y desplazamientos con el maestro D. Luis Godin a Trujillo para observar el eclipse de Sol que tendría lugar el 26 de octubre de 1753, con el fin de fijar la longitud de la ciudad, comparando la observación con la que habían de hacer los astrónomos en Paris y Lisboa.

Con ocasión del traslado del Departamento a la Isla de León, Jorge Juan dirigió un escrito al ministro de Marina en el que exponía los inconvenientes que encerraba el mover de su colocación los instrumentos de la academia y Observatorio para su mudanza, mientras no existiera en aquel lugar paraje propio en que situarlos. 

Sometido al rey el asunto, dispuso no se tocasen por ahora y subsistan donde están, al cuidado y cargo bajo llave, con el fin ha de quedar con alojamiento en el castillo, hasta tanto no se trate de formar Observatorio en la Isla”.

En el Observatorio de Cádiz, trabajaron muchos científicos, que después ocuparían relevantes puestos en la Marina, entre ellos se incorporaron en mayo de 1783, para el estudio teórico y práctico de la astronomía bajo la dirección Tofiño: fueron José Vargas Ponce, Alejandro Belmonte José Luis Espinosa Tello, Luis María de Salazar y Julián Ortiz Canelas.

Algunos de ellos fueron a la vez que oficiales del Observatorio, maestro de la Compañía de Guardiamarinas.

Desde los tiempos del rey Sabio se hallaba la astronomía casi olvidada en España. Jorge Juan trató de restablecer en el observatorio que creó en Cádiz dependiente de la Real Compañía de Guardiamarina, cuyo capitán era entonce. Al no haber escasez de medio económico en la segunda mitad del siglo XVIII, se pudo dotar al Observatorio de Cádiz de muchos instrumentos, trayendo de Inglaterra los más clásicos y costosos de su tiempo, entre ello un mural muy apreciable, construido por John Bird. 

D. José Mazarredo Salazar en una instrucción en diciembre de 1788, decía, que “ni el quinto de los Observatorio extranjeros, puede compararse al nuestro en el sentidote instrumentos y que el rey tiene un tesoro en este género”.

Aprobada por la superioridad la erección de un nuevo observatorio en la Isla de León, fuero trasladaron desde Cádiz los instrumentos y enseres en agosto de 1797. Muchos de estos instrumentos habían sido enviados desde Londres, por D. Juan Jacinto Magallanes.

El traslado del Departamento a la Isla de León paralizó las tareas que desde algún tiempo efectuaba en el Observatorio Tofiño.

Una R.O. de 27 de junio de 1783 ordenó de inició de las tareas de confección de cartas marítimas de la península.

Desde 1786 se apreció la necesidad de destinar al Observatorio algunos de los oficiales que sobresalieron en el primer curso de matemáticas sublimes de Cartagena y Ferrol, junto a otros que destacaron en la profesión marinera. De esta forma se logró la maestría en el manejo de los instrumentos astronómicos-náuticos, en los cálculos de distancias y en otros casi desconocido en la Marina.

martes, 3 de julio de 2012

LA MONARQUÍA HISPÁNICA "LOS AUSTRIAS" S. XVI-XVII

El siglo de Oro en España de los Austrias



V - ASPECTOS CULTURALES

            El siglo XVI y gran parte del XVII suponen el apogeo de la cultura española, hablándose de un Siglo de Oro en los campos del pensamiento, de la literatura, de la ciencia y del arte. Este largo período permite establecer algunas divisiones que separan el Renacimiento del Quinientos y el Barroco del Seiscientos, facilitando el análisis separado de ambos siglos.

            La cultura española del RENACIMIENTO desarrollada a lo largo del s.XVI se encuentra muy influida por las corrientes imperantes en Europa, como el humanismo, el erasmismo, el reformismo religioso, las reformas literarias italianas y las artísticas elaboradas en Flandes e Italia.

Existe cierto debate en torno a la existencia o no del Renacimiento en España. Autores como Burckhardt niegan dicha existencia al considerarlo un fenómeno netamente italiano del que se importaron pocos elementos a España. Sin embargo propuestas actuales advierten que el hecho de que este modelo italiano no se implantara en su totalidad en España no implica que no sea Renacimiento. Esta percepción se apoya en la aparición de nuevos estilos artísticos como el “plateresco”, así como en cierto renacimiento literario ejemplificado en la aparición de géneros como la “picaresca”, donde su obra más afamada es El lazarillo de Tormes; el amplio desarrollo de la “sátira”; o la calidad de obras coma las de Boscán, Gracilaso de la Vega ó Miguel Cervantes y su obra “Don Quijote de la Mancha”, ó Fray Luis de León y sus numerosas Odas, entre otros.

            Podemos afirmar que el Renacimiento y el pensamiento español del siglo XVI responden a la tensión mantenida entre el erasmismo de la primera mitad del s.XVI y la corriente confesional o escolástica de su segunda mitad.

            En el ámbito religioso el erasmismo se manifestó en una reacción contra la corrupción de la Iglesia Católica, y en las críticas al papado por su codicia y abandono de los deberes más espirituales. Igualmente criticaron ciertas normas y manifestaciones de la Iglesia Católica, y defendieron el alma como el templo de Dios más que cualquier edificación. Estas preocupaciones religiosas también tuvieron una derivación política, manifestada en la percepción del Imperio como unidad espiritual cristiana que debía enfrentarse a protestantes y musulmanes. En un ámbito más social y espiritual el erasmismo español se caracterizó ante todo por la defensa de la “dignidad del hombre”, y la doctrina del “libre albedrío” en la que el hombre tiene la facultad de hacerse a sí mismo como ser libre, idea de clara influencia de Giovanni Pico della Mirandola.
La influencia del erasmismo podemos verla en autores y obras como Juan Luis Vives y sus De institutione feminae christianae (1523) y De anima et vita (1538); Alfonso de Valdes y sus Diálogo de las cosas de Roma y Diálogo de Mercurio y Carón (1529); su hermano Juan Valdes y su Diálogo de doctrina cristiana (1529); Fernán Pérez de Oliva y su Diálogo sobre la dignidad del Hombre (1546).

A mediados del s.XVI se produce un amplio desarrollo de la teología española, que no solo renovó sus métodos, sino que también adoptó nuevos temas como cuestiones morales, jurídicas, políticas, económicas y filosóficas. En cualquier caso para la Teología aún tienen más valor lo argumentos basados en la autoridad, entendiéndose esta como las sagradas escrituras o las decisiones de la Iglesia Católica, que en la razón o la lógica.
Sin duda el teólogo más afamado de esta segunda mitad del s.XVI fue Francisco de Vitoria, verdadero fundador del pensamiento político español del Siglo de Oro, cuyo objetivo era defender el ordenamiento cristiano de la sociedad. Entre sus obras debemos destacar sus Relectiones theologicae (1527-1543), y sus De potestate civilli (1528) y De iure belli (1539). En el ámbito económico destacó el Memorial dirigido por el contador Luis Ortiz a Felipe II (1558), considerado como el primer programa de una política mercantilista.

            El descubrimiento de América aportó nuevos problemas morales y la aparición de una reflexión y literatura teológico-jurídica en torno a los derechos y legitimidad del dominio de los españoles sobre los indios En este contexto se enmarcó la polémica mantenida entre el dominico Bartolomé de las Casas y Juan Ginés de Sepúlveda, quienes debatieron sobre la naturaleza de los indios y el régimen en el que habían de vivir, así como la justificación moral y religiosa de su sometimiento, a lo que los dominicos se oponían por ver a los indios como hombres libres y con plenitud de derechos.

            El s.XVII se caracteriza por el desarrollo del BARROCO español, que comprende de 1600 a 1680 aproximadamente, relacionándose con la renovación contrarreformista.
Los caracteres que con más claridad definen el Barroco van ligados a la religiosidad hispana y católica. Es una cultura que consiste en una respuesta dada por los grupos activos de una sociedad en una dura crisis, a modo de conciencia del mal y del dolor. Para el Barroco el mundo es malo, dinámico, inestable y contradictorio, y el pesimismo es la actitud dominante. El hombre es un individuo que lucha contra sí mismo y sus semejantes, y la denuncia de las malas cualidades del ser humano es un lugar común, concepción de donde procede el tremendismo, la violencia y la crueldad manifestadas en las obras del Barroco. El autor barroco se puede dejar llevar por la exuberancia o la sencillez, pero siempre de un modo extremo, ya que no quieren dar testimonio de una existencia satisfecha y en calma, sino de un estado de excitación y turbulencia.

El Barroco español alcanzó sus máximas cotas en el terreno de la expresión literaria, incluido el teatro, y artística, sobre todo en la escultura y pintura. De hecho, la producción literaria bajo los Austrias fue mucho más exuberante, rica y variada que la científica.
La literatura española llegó a su apogeo con grandes poetas como Luis de Góngora creador del “culteranismo” en la que se abusaba de las imágenes y adornos oscureciendo las ideas; ó Francisco de Quevedo, gran poeta, satírico y autor de la novela picaresca “Historia de la vida del Buscón”. Otro de los géneros más fecundos y originales fue el teatro, donde brilla con luz propia Félix Lope de Vega; Pedro Calderón de la Barca y Tirso de Molina, a quien se le atribuye la autoría de “El Burlador de Sevilla”; autores que también abarcaron otros campos como la poesía y la narrativa.



TRABAJO REALIZADO POR: Antonio Manuel Leal Madroñal
 


VI – BIBLIOGRAFÍA

Domínguez Ortiz, A – Crisis y decadencia en la España de los Austria. Barcelona, 1989.

Domínguez Ortiz, A – Desde Carlos V a la Paz de los Pirineos. Barcelona, 1986.

Elliot, J.H – La España Imperial (1469-1715). Barcelona, 1986.

Le Flem, J.P – La frustración de un Imperio. Vol.V de la Historia de España dirigida por M. Muñón de Lara. Madrid, 1980.

Le Flem, J.P – Los aspectos económicos de la España Moderna. Vol.V de la Historia de España dirigida por M. Muñón de Lara. Madrid, 1980.

Lynch, John – Monarquía e Imperio. El reinado de Carlos V. Historia de España, vol.11, El País. Madrid 2007.

Usunariz, Jesús María – España y sus tratados internacionales (1516-1700). Edit. Euvisa Astrolabio.

LA MONARQUÍA HISPÁNICA "LOS AUSTRIAS" S. XVI-XVII

Los Austrias menores



IV – LOS AUSTRIAS MENORES Y LA DECADENCIA ESPAÑOLA DEL S.XVII.

            Por Asturias Menores definimos una sucesión de reyes (Felipe III, Felipe IV y Carlos II) tradicionalmente considerados débiles e incapacitados para el gobierno, y que dieron como resultado la pérdida de la hegemonía política y militar por parte de España en favor de Francia.

            En este sentido no es descabellado afirmar que FELIPE III (1598-1621) fue un rey de escasas dotes políticas, ya que como afirmaba su propio padre; << Dios, que me ha dado tantos reinos, me ha negado un hijo capaz de gobernarlos>>. El nuevo rey delegó el gobierno en la figura del Duque de Lerma, un magnate más preocupado de su fortuna personal que de los asuntos de Estado, mostrando que no estaba mucho más capacitado que el rey para ejercer el poder.

Uno de los acontecimientos más relevante de su reinado fue la EXPULSIÓN DE LOS MORISCOS. Los moriscos, católicos en apariencia pero musulmanes de corazón, seguían constituyendo un peligro por sus contactos con los piratas berberiscos del norte de África y aún eran mal asimilados por la población católica. Ante esta situación se procedió a su expulsión entre 1609 y 1614, lo que acarreó importantes consecuencias demográficas y económicas al quedar los campos yermos y muchas aldeas despobladas, con la consecuente reducción de las rentas percibidas por la nobleza, el clero y el Estado.

            Pese a su inoperancia el reinado de Felipe III supuso el momento culminante de la influencia española en Europa, en un período denominado como la PAX HISPÁNICA, en el que se estabilizó la política exterior española en todos los frentes a base de una intensa política diplomática con Inglaterra, Holanda y Francia.

            La lucha con INGLATERRA generó un cansancio mutuo que conllevó la firma del TRATADO DE LONDRES (1604), mediante el cual Inglaterra obtuvo la libertad de comercio con España a cambio de su compromiso de no apoyar a los rebeldes holandeses. En HOLANDA la situación se agravó ya que pese a la victoria de Ambrosio de Spínola en OSTENDE (1604), los éxitos navales holandeses y la bancarrota de 1607 hicieron necesario negociar con las Provincias Unidas holandesas, firmándose la TREGUA DE LOS DOCE AÑOS (1609), por la que se reconocía la independencia de Holanda.

            A finales de su reinado esta Pax Hispánica termina por romperse reiniciándose las hostilidades con Holanda y los protestantes.
En 1618 se inicia la GUERRA DE LOS TREINTA AÑOS (1618-1648) donde España vuelve a asumir su papel de defensor del catolicismo frente al protestantismo. Cuando el Emperador Matias muere sin herederos España apoyó la sucesión de Fernando II frente a los protestantes que propusieron al calvinista Federico, gobernador del Palatinado. En 1620 las tropas invaden el Palatinado y vencen a los protestantes en la batalla de LA MONTAÑA BLANCA (1620).
            En 1621, último año del reinado de Felipe III, finalizó la “Tregua de los doce años”, reanudándose el conflicto con Holanda que continuaría bajo el reinado de Felipe IV.


El reinado de FELIPE IV (1621-1665) aparece presidido por la relevante figura política del valido Conde-Duque de Olivares. Olivares se empeñó en mantener la supremacía española en Europa sin tener medios para ello, lo que junto con los graves conflictos internos, empobrecieron España contribuyendo a su decadencia, mientras la Francia del cardenal Richelieu se convertía en la primera potencia europea.

            Olivares se mostró preocupado por la situación castellana quedando su ideario político plasmado en el “Gran Memorial” (1624), que contenía todo un programa para el ejercicio del poder absoluto desarrollando una vertiente fiscal que planteaba la igualación de los reinos en el plano de la contribución económica a la Monarquía. También se plasmó en el “Proyecto de Unión de Armas” (1625), que preveía la creación de un ejército de 140.000 hombres sufragado por los distintos reinos mediante una cuota establecida a tenor de sus recursos humanos y económicos, aceptado por los distintos reinos y coronas a excepción de Cataluña.

            Esta política centralista de Olivares provocó sublevaciones en varias regiones de España, las más graves en Cataluña y Portugal, reinos que tenían gran tradición de autogobierno y que adoptaban ahora unos movimientos de clara tendencia separatista.

            En CATALUÑA el descontento de los campesinos y la población urbana se manifestó en el llamado “Corpus de Sangre de Barcelona” (1640), tumulto en el que murió el Virrey y que transformó el levantamiento social en un movimiento político dirigido contra la Monarquía. Los Primeros acuerdos de apoyo militar francés derivaron en 1641 a que los Junteros proclamaran Conde de Barcelona a Luis XIII de Francia y aceptaran su soberanía, a cambio de que respetara los fueros catalanes. No obstante el desencanto producido por la ocupación francesa, cuyo ejército era más gravoso que el español y su política más absolutista, facilitaron que Cataluña se sometiera nuevamente a Felipe IV tras la gran ofensiva de Juan José de Austria (1652).
            En PORTUGAL el sentimiento favorable a la independencia se nutrió de la crisis financiera y de la incapacidad de España de defender el Imperio ultramarino portugués ante los ataques holandeses. En 1640, meses después del Corpus de Barcelona, estalló en Lisboa un alzamiento que puso en el trono portugués al Duque de Braganza, que reinó como Juan IV. La victoria portuguesa en MONTIJO (1644) consagró la revuelta, y desde entonces la guerra hispano-portuguesa se convirtió en una intermitente lucha de fronteras, que se prolongó hasta que Carlos II firmó la PAZ DE LISBOA (1668) reconociendo su independencia.

            La política exterior conoció el desarrollo de la GUERRA DE LOS TREINTA AÑOS (1618-1648) en la que se desarrollaron tres conflictos paralelos. Por un lado el conflicto en territorio alemán (1618-1648) entre la causa de los Austrias y los protestantes; por otro lado el enfrentamiento entre España y Holanda (1621-1648); y en tercer lugar la guerra con Francia (1635-1659).
           
            Cuando Felipe IV heredó la Corona en 1621 el único conflicto en la que España estaba inmersa era la guerra en Alemania, en su apoyo a Fernando frente a Federico y los protestantes. Ese mismo año expiraba la Tregua de los Doce Años firmada con Holanda, presentándose las opciones de prorrogarla, lo que significaba consolidar su independencia, o cancelarla e ir a la guerra, corriente esta última que se impuso gracias a la presión de los comerciantes españoles y portugueses.
Pese a que los holandeses contaron con el apoyo de Suecia, Dinamarca, e Inglaterra, en estos primeros momentos los éxitos cayeron del lado español como fue la toma de BREDA (1626) por Ambrosio de Spínola. En Alemania las tropas españolas e imperiales también consiguieron triunfos iniciales invadiendo el Palatinado y derrotando a daneses y suecos en NORDLINGEN (1633). Sin embargo la contraofensiva holandesa en Flandes no se hizo esperar y los holandeses tomaron MAASTRICHT (1632) iniciando el retroceso de las fuerzas españolas en este frente.

            La Francia del Cardenal Richelieu decidió intervenir directamente declarando la guerra a España en 1635, e iniciando el período francés de la Guerra de los Treinta años. Al principio la guerra fue desastrosa para Francia, pero esta acabó coordinando sus operaciones con Holanda, consiguiendo una decisiva victoria sobre España en la segunda batalla de LAS DUNAS (1639). Las sublevaciones iniciadas en 1640 en Portugal y Cataluña dejaron a España en una situación sumamente delicada, aprovechado por los franceses para ocupar ARRAS (1640) y vencer en ROCROI (1643). La caída de Olivares en 1643 se produjo en el momento culminante de la crisis política y militar. Felipe IV encomendó la dirección política a un nuevo Valido, Luis de Haro, quien no tuvo más programa de actuación que remediar en lo posible la dramática situación que había heredado y cerrar la guerra con las menores pérdidas posibles.

            En Alemania el Emperador Fernando II firmó con sus enemigos la PAZ DE WESTFALIA (1648), abandonando a España que aún se veía inmersa en el conflicto con la Francia de Luis XIV. Este mismo año España y Holanda firman la PAZ DE MUNSTER (1648) por la que España reconocía la independencia de Holanda y el control por estos de las ex colonias portuguesas en Asia, a cambio de que los holandeses abandonaran las posesiones españolas de ultramar que habían ocupado.

            La guerra con Francia prosiguió con más pena que gloria para España, y en las DUNAS DE DUNKERQUE (1658) las tropas de la colación anglo-francesa derrotan nuevamente a las españolas, que por entonces también habían perdido la isla de Jamaica. Tras estos reveses firmaron la PAZ DE LOS PIRINEOS (1659), por la que España cedía a Francia el Rosellón, Conflent, Artois, bastantes plazas de Flandes, Henaut y Luxemburgo, a cambio de que Francia diese algunas compensaciones económicas y prometiese no ayudar a Portugal en su guerra de independencia, cosa que incumplió. Esta paz significó el final de la hegemonía española y el comienzo de una nueva era en la historia de las relaciones internacionales.

            En 1665 muere Felipe IV y le sucede CARLOS II (1665-1700), en cuyo reinado cabe destacar la labor de validos como Juan José de Austria (1676-1679) y el Conde de Oropesa (1685-1691).
Juan José de Austria contribuyó al restablecimiento de la confianza entre la Monarquía y la Corona de Aragón, poniendo en práctica una política de respeto hacia sus fueros. Retomó también algunos proyectos esgrimidos por Olivares, intentó acabar con el lujo y la corrupción, hizo una leve reforma fiscal aliviando la presión sobre comerciantes y fabricantes, desarrolló una notable política económica destacando la creación de las Juntas de Comercio y Minas (1679), y trató de sanear la administración con la reducción de los gastos salariales. Esta labor fue continuada por el Conde de Oropesa (1685-1691), quien continuó la reforma fiscal creando la Superintendencia de Hacienda y la reforma administrativa eliminando puestos innecesarios.

Durante el reinado de Carlos II la política exterior española debió moverse en torno a unas nuevas coordenadas, a remolque de los acontecimientos e intentando evitar desastres absolutos en el exterior con una hábil acción diplomática.

Lo más relevante fue el enfrentamiento con Luis XIV de Francia, quien procuró engrandecer su país a costa de los dominios españoles, en una sucesión continuada de guerras más o menos legitimadas. Tras la primera ofensiva francesa España se veía obligada a firmar con Francia la PAZ DE AQUISGRÁN (1668), cediéndole algunas plazas del sur de Flandes, y reconociendo la independencia de Portugal en la PAZ DE LISBOA de ese mismo año.
En 1672 Luis XIV invadía Holanda. España se vio obligada a intervenir en ayuda de esta, pese a que ya no era territorio de su soberanía, ante la necesidad de buscar un aliado que le permitiera hacer frente al poder francés. Tras la derrota y la firma de la PAZ DE NIMEGA (1678) España cedía el Franco Condado y nuevas plazas en los Países Bajos, de manera que las principales rutas de comunicación con el norte de Europa habían caído en manos francesas. El derrumbe del Imperio español se hizo más evidente cuando Francia anexionaba Estrasburgo, Casale y Luxemburgo, confirmándose en la TREGUA DE RATISBONA (1684).
La última guerra llamada la de la LIGA DE LOS AUGSBURGO (1689-1697) enfrentó a Luis XIV contra una coalición formada por España, el Imperio, Inglaterra, Holanda y Suecia. Las tropas hispano-holandesas fueron derrotadas en FLEURUS (1690), última batalla librada por la defensa de los Países Bajos. Esta guerra implicó la invasión francesa de Flandes, Italia y Cataluña, pero por la PAZ DE RYSWICK (1697) Francia renunciaba a esas conquistas y España recuperaba Luxemburgo y algunas plazas flamencas, mostrándose Luis XIV generoso al desear la herencia del trono español.

La falta de descendencia de Carlos II planteó el problema de su sucesión y tanto los Habsburgo de Viena como los Borbones de Francia tenían derechos dinásticos. Castilla se mostraba cansada del gobierno de los habsburgo y de la vinculación a Viena, pensando que solamente Francia podía salvar el país. Sin embargo Cataluña, Flandes y Milán, que habían sufrido de cerca el ataque de las tropas francesas, seguían siendo partidarios de los Habsburgo. En 1700 miembros del Consejo de Estado se pronunciaron por la solución francesa siempre que ambas monarquías quedaran separadas, y ese mismo año Carlos II legaba en su testamento sus dominios a Felipe de Anjou, nieto de Luis XIV que reinaría como FELIPE V. Pero Luis XIV erró al registrar los derechos de sucesión de Felipe V al trono francés, cuando realmente le correspondían a su hermano mayor, y al concederse el gobierno efectivo de los Países Bajos y privilegios en las colonias españolas. Esto motivó la formación de LA GRAN ALIANZA (1701) formada por Inglaterra, Holanda, Austria, Dinamarca, algunos príncipes alemanes, Portugal y Saboya, declarando la guerra a Francia y España en 1702, e iniciándose la GUERRA DE SUCESIÓN ESPAÑOLA (1702-1713).

El conflicto se resume en la derrota de los Borbones en Europa, donde los aliados conquistaron posesiones españolas sin invadir territorio francés, y la victoria en España, donde Felipe V acabó imponiéndose con ayuda militar francesa.
La PAZ DE UTRECHT (1713) se limitó a reconocer esta situación. Felipe V obtuvo el trono español a cambio de renunciar a sus derechos al trono francés, y cedía Nápoles, Cerdeña, Milán y Los Países Bajos a Austria; Sicilia a Saboya; y Gibraltar y Menorca a Inglaterra.

Trabajo realizado por: Antonio Manuel Leal Madroñal 

LA MONARQUÍA HISPÁNICA "LOS AUSTRIAS" S. XVI-XVII

los Austrias mayores



III – LOS AUSTRIAS MAYORES Y LA HEGEMONÍA ESPAÑOLA DEL S.XVI.

            Los reinados de Carlos I (1517-1556) y Felipe II (1556-1598), reconocidos comúnmente como los Austrias Mayores, suponen el período de hegemonía política y militar de España, en el que se conformó y mantuvo un enorme Imperio.

CARLOS I (1517-1556), primogénito de Juana I y del Archiduque Felipe de Austria, inició la Casa de Austria en el trono español recogiendo en su persona la herencia de unos dominios inmensos. De Isabel I de Castilla (abuela materna) heredó Castilla y los territorios de América; de Fernando II de Aragón (abuelo materno) heredó la Corona de Aragón, Nápoles, Cerdeña y Sicilia; de María de Borgoña (abuela paterna) heredó los Países Bajos y el Franco Condado; y del Emperador Maximiliano I (abuelo paterno) heredó los dominios de los Habsburgo en Austria, Estiria, Coarintia, Tirol y Voralberg, así como derechos sobre el Ducado de Milán y el título de Emperador.

En 1519 recibió la noticia de la muerte de su abuelo Maximiliano I y de su elección como Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico. Las nuevas obligaciones imperiales asumidas determinaron un recrudecimiento de su política económica, traducida en subida de impuestos y en la convocatoria de las Cortes de Castilla con objeto de obtener Servicios para hacer frente a los gastos. Esta política generó gran agitación y, apenas dejaba España para ser coronado Emperador en Aquisgrán (1520), las ciudades castellanas y valencianas iniciaban sendos movimientos revolucionarios conocidos como “Las Comunidades” en Castilla y “Las Germanías” en el Reino de Valencia y Mallorca.
           
Las razones de estas revueltas radican en la oposición de las ciudades, comerciantes, artesanos y campesinos a la nueva dirección que estaba tomando la política imperial. Aspectos como el apoyo de la Corona al asedio nobiliario sobre las tierras y rentas de las ciudades, incentivando el paso de tierras municipales a jurisdicción señorial; la tendencia a incentivar la ganadería y el comercio lanero frente a los intereses de centros manufactureros como Segovia y Toledo; o la continua injerencia de la Monarquía en el sistema foral y municipal del Reino de Valencia y Mallorca; fueron determinantes para el estallido de las revueltas.

Este amplio frente antiseñorial presentó un programa político cuya piedra angular era un mayor protagonismo de las Cortes en la dirección de la vida pública, facilitar el acceso al gobierno municipal a los representantes de los gremios artesanos, sanear la administración pública mediante la rebaja de los salarios municipales y la sobriedad del gasto, y la abolición de los impuestos sobre el tráfico comercial.

El movimiento de las Comunidades castellanas se inició en Segovia bajo la dirección de Juan Bravo y de la Junta Santa de Ávila presidida por Pedro Lasso de la Vega, pero fueron finalmente vencidos en la batalla de VILLALAR (1521). La lucha continuó a causa de las Germanías de Valencia y Mallorca dirigidas por Vicente Peris. Los sublevados tomaron Játiva y Gandía en 1521, alcanzando el movimiento su máximo apogeo en el llamado “Verano del Miedo” de ese mismo año, pero las tropas reales terminaron imponiéndose en Valencia y Mallorca (1522) llevando a cabo una dura represión, junto con la confiscación de bienes y la imposición de fuertes contribuciones a las principales plazas agermanadas.
            Se ha discutido mucho sobre si la política exterior de Carlos I se inspiró en la concepción humanística de una “Monarquía Universal” ó en la tradicional castellana de un “Imperio Cristiano”. En cualquier caso, en la política exterior de Carlos I es difícil separar aquellas directrices derivadas de su condición de Emperador de aquellas derivadas de su condición de Rey de España.

            FRANCIA fue sin duda el gran rival de la Monarquía Hispánica durante el s.XVI debido a sus aspiraciones sobre territorios españoles como los Países Bajos, la Navarra española, el Rosellón y los territorios italianos. Francisco I (1497-1547) de Francia invadió Luxemburgo y la Navarra española en 1521, pero las tropas imperiales terminarían imponiéndose en el Ducado de Milán venciendo en las batallas de BICCOCA (1522) y PAVÍA (1525), donde el propio Francisco I fue hecho prisionero. Con la firma del TRATADO DE MADRID (1526) Francisco I recuperaba su libertad, pero a cambio renunciaba a sus pretensiones sobre Italia y Flandes; devolvía Borgoña y los territorios imperiales ocupados; y entregaba dos de sus hijos como rehenes para asegurar el cumplimiento del tratado. Al poco de ser puesto en libertad Francisco I rechazó el cumplimiento del Tratado de Madrid, especialmente la devolución de Borgoña.

            En Italia se gestó la idea de que el Emperador, poseedor de Nápoles, Milán y Piamonte, proseguiría la ocupación de toda Italia, creándose en 1526 la LIGA DEL COGNAC conformada por la Santa Sede, Francisco I, Venecia y Génova. Tras las primeras victorias españolas, el saco de Roma de 1527 y la nueva alianza entre Carlos I y la República de Génova de Andrea Doria, a cambio de su independencia y privilegios mercantiles, Francisco I se vio obligado a firmar la PAZ DE CAMBRAI ó DE LAS DAMAS (1529). En esta Carlos I renunciaba a sus pretensiones sobre los territorios franceses del Ducado de Borgoña y liberaba a los hijos del rey francés, mientras que Francisco I renunciaba a sus aspiraciones sobre Milán, Génova, Nápoles, Flandes, Artois, Hesdin y Tournai.

            En 1535 Francisco I volvió a reclamar sus derechos al Ducado de Milán e invadió Saboya y Piamonte (1536).  Carlos I invadió Provenza y se interpuso entonces la mediación del Papa Pablo III quien logró que ambos monarcas firmasen la TREGUA DE NIZA (1538) mediante la cual la resolución del conflicto quedaba inconclusa. La guerra se desencadenó nuevamente cuando los embajadores franceses, que iban a ratificar su alianza con Venecia y Turquía, fueron asesinados al pasar por Milán. Francisco I declaró la guerra y Carlos I reforzó su alianza con Enrique VIII de Inglaterra. Mientras el rey inglés cruzaba el canal y atacaba Boulonge donde fue bloqueado en 1544, Carlos I invadía Francia por la Champaña tomando Saint-Dizier y Château-Thierry. La derrota francesa y la crisis económica de España motivaron la firma de la PAZ DE CREPY (1544) en la que Francisco I renunció a sus pretensiones sobre Nápoles, Sicilia, Milán, Flandes y Artois, devolvía el Piamonte, y cedía a España los ducados de Güeldres y Zutphen. A cambio Carlos I abandonaba la Champaña francesa.

            Enrique II (1547-1559), sucesor de Francisco I, formó alianza con los protestantes alemanes liderados por Mauricio de Sajonia, e invadió Lorena apoderándose de Metz y Verdún en 1552. Se puso fin momentáneamente a esta guerra con la TREGUA DE VAUCELLES (1556), por la que ambos contendientes mantenían sus conquistas y dejaban el conflicto sin resolver, razón por la cual la guerra proseguiría tras la abdicación del Emperador y el ascenso al trono de Felipe II en 1556.
            El otro aspecto importante al que Carlos I debió hacer frente fue el problema PROTESTANTE y la lucha de Martín Lutero contra el Catolicismo desde 1520. Carlos I citó a Lutero a la DIETA DE WORMS en 1521 pero no consiguió que se retractase, por lo que lo condenó y desterró, encontrando asilo en Wüzburgo bajo la protección de Federico de Sajonia.
            Su hermano Fernando de Austria, a quien el Emperador entregó la regencia del Imperio, trató de evitar la guerra religiosa convocando la DIETA DE ESPIRA (1529), pero donde no se alcanzó ningún acuerdo con los protestantes. Un año después el luteranismo fue condenado en la DIETA DE AUGSBURGO (1530) y los protestantes respondieron con la formación de la LIGA ESMALCADA (1530).
            En 1547 los protestante de la Liga son derrotados en MÜHLBERG, pero la victoria no sirvió para resolver la cuestión estallando una nueva sublevación capitaneada por Mauricio de Sajonia. En la DIETA DE AUGSBURGO de 1555 los protestantes acordaron la libertad religiosa de los Estados y Carlos I hubo de aceptar aquella solución en la PAZ RELIGIOSA DE AUGSBURGO, que daba a Alemania un respiro pero en la que el catolicismo perdió la mitad de Alemania y la unidad religiosa del Imperio quedó rota.

            En 1556 Carlos I abdicó y su hijo FELIPE II (1556-1598) se convertía en el monarca más poderoso de su tiempo, heredando España, Países Bajos, Borgoña, Italia y América. Sin embargo los territorios imperiales fueron desligados de la Monarquía Hispánica, quedando ahora bajo el gobierno de Fernando de Austria, hermano de Carlos I, que fue reconocido Emperador en 1558.

Felipe II fue un hombre reservado, de costumbres austeras, enemigo del lujo, burócrata y rey de despacho. Fijó la capital en Madrid, aunque su residencia favorita fue el monasterio-palacio de San Lorenzo del Escorial, que él mismo mandó construir. Su reinado estuvo salpicado por numerosos acontecimientos como el recrudecimiento de la lucha contra el protestantismo y el Islam, la misteriosa muerte del príncipe Don Carlos, o la conspiración de Antonio Pérez, que dieron forma a la “Leyenda Negra” que en torno a su figura se creó.

Durante su reinado se estimuló aún más las persecuciones religiosas, produciéndose un recrudecimiento del vigor inquisitorial en la lucha contra el Protestantismo, a lo que responden los “Autos de Fe de Valladolid y Sevilla” (1559-1562), y contra el Islam. En 1567 Felipe II agravó las medidas contra los moriscos, prohibiendo el empleo de la lengua árabe y de cualquier expresión de su religión y cultura, entre otras medidas. El malestar se extendió hasta culminar con la REBELIÓN DE LOS MORISCO (1568-1571) en las Alpujarras, bajo la dirección primero de Hernando de Valor, que adoptó el nombre de Aben Humeya, y posteriormente de Aben Aboo. Los sublevados fueron vencidos por las tropas de Juan de Austria en 1571.

            El Príncipe DON CARLOS (1545-1568), hijo de Felipe II y de su primera esposa y prima María Manuela de Portugal, estaba aquejado de evidentes signos de anormalidad física y mental. El Príncipe quiso ser nombrado Gobernador de Flandes y ante la negativa del rey, debido a su incapacidad, comenzó un distanciamiento con respecto a su progenitor proyectando fugarse a Holanda y entablar contactos con los rebeldes flamencos. Felipe II se hizo eco de los planes de su hijo, trató de impedir que la Corona de España pasara a don Carlos y en 1568 lo mandó a prisión, muriendo ese mismo año en circunstancia que se desconocen, hecho que avivó su “Leyenda Negra”.
            Otro acontecimiento importante fue la conspiración de ANTONIO PÉREZ. Protegidos por el Secretario Rui Gómez de Silva (Príncipe de Éboli), Antonio Pérez llegó  a ser Secretario de Felipe II y Juan de Escobedo de Juan de Austria, gobernador de los Países Bajos. Antonio Pérez se unió a la Princesa de Éboli para llevar a cabo una labor de venta de secretos de Estado. Este delito se agravó con el asesinato de Juan de Escobedo ante el temor de que hubiera descubierto la trama y la relación de ambos. En 1579 Felipe II dictó la orden de prisión de Antonio Pérez, quien se fugó de la cárcel de Madrid en 1590. Fue perseguido hasta Aragón, pero aquí invocó su condición de aragonés, haciéndose pasar por víctima de los desafueros del rey y uniendo su causa a la del respeto a los fueros, hecho que soliviantó a su favor al pueblo aragonés. El monarca ordenó la invasión de Aragón y Antonio Pérez huyó a Francia. En 1594 escribió sus “Relaciones”, texto que atacaba a Felipe II base de la “Leyenda Negra” y en 1611 moría en París.

La base de la política exterior de Felipe II fue el conservar su imperio y no el de aumentarlo, así como defender la religión católica frente a la Reforma y el Islam.

            Los primeros años de reinado de Felipe II se caracterizaron por una gran amistad con INGLATERRA gracias a su matrimonio con la reina María Tudor. Este matrimonio fue contemplado en FRANCIA como una gran amenaza, y en respuesta Enrique II se alió con el sultán turco, apoyó las pretensiones de Isabel Tudor al trono inglés, y rompió la Tregua de Vaucelles (1556) atacando Nápoles, Orán y Pamplona. Pese al esfuerzo francés la victoria cayó del lado español tras las batallas de SAN QUINTÍN y GRAVELINAS (1558). Sin embargo en un lapso de tiempo de dos años, entre 1558 y 1559, se produjeron varios acontecimientos que supusieron un giro importante en la política internacional de la época y en las relaciones entre España, Inglaterra y Francia.
            En 1558 fallecía María Tudor y su sucesión por Isabel I (1558-1603) deterioró las relaciones entre España e Inglaterra. El avance del protestantismo bajo la forma anglicana y los continuos ataques corsarios, ambos aspectos apoyados por la nueva reina, hicieron inevitable una guerra de claro carácter pirático en la que destacó Francis Drake.
            Por otro lado en 1559 se firmó la PAZ DE CATEAU-CAMBRÉSIS por la cual Francia renunciaba a Saboya y a sus pretensiones sobre Italia; devolvía a Génova las posesiones tomadas en Córcega; y renunciaba a Flandes devolviendo las plazas de Trumulla, Mariemburgo, Yvoy y Hesdin, aunque recuperando San Quintín, Le Chalet y Ham. Finalmente se acordó el matrimonio entre Felipe II, viudo de María Tudor, con Isabel de Valois, hija del rey francés. Este mismo año fallecía Enrique II y España alcanzaba el clímax de su hegemonía política y diplomática gracias a la tutela ejercida por Felipe II sobre los reyes franceses Francisco II y Carlos IX.
Estos acontecimientos permitieron una colaboración entre España y Francia impensable años antes, y proporcionaban a España una posición hegemónica a nivel internacional a la que solo podía hacer frente Inglaterra.

Sin embargo progresivamente fue recuperándose el equilibrio internacional debido a diversos problemas internos que sacudieron los dominios españoles.

En los PAÍSES BAJOS miembros de la alta nobleza flamenca iniciaron una serie de reivindicaciones de autonomía y exigieron mayor tolerancia religiosa para los calvinistas, algo rechazado en Madrid. Nobles y calvinistas se unieron en un frente común y, dirigidos por el Conde de Egmont y el príncipe Guillermo de Orange, hicieron estallar en 1566 los “Motines Iconoclastas” en Amberes. Felipe II envió a Flandes al Duque de Alba, imponiendo un régimen autoritario que trató de eliminar la oposición rebelde introduciendo el “Consejo de Tumultos”, institución que mandó ejecutar al Conde de Egmont (1568). Tras una fuerte contraofensiva Guillermo de Orange tomó la ciudad de Brill y cortó las rutas de comunicación españolas, mientras que la bancarrota del Estado español de 1575 impidió el pago a las tropas, que terminaron revelándose y saqueando la ciudad de Amberes. Pese a todo, a medida que avanzaba el conflicto se acentuaba la división en las filas flamencas, entre el sur católico y el norte calvinista liderado por Guillermo de Orange, debilidad aprovechada por Alejandro Farnesio para firmar con las provincias del sur la “Unión de Arras” (1579), que volvían a aceptar la soberanía española. No obstante las provincias norteñas de Holanda y Zelanda no pudieron ser sometidas, uniéndose en el calvinismo y defendiendo su independencia en la “Unión de Utrecht”.

            La pacificación del sur de Flandes vino acompañada de otros éxitos rotundos para España como fue la victoria sobre la armada turca en LEPANTO (1571) y la anexión de PORTUGAL tras la muerte sin herederos del rey Sebastián (1578). Felipe II y Antonio, prior de Crato, ambos nietos de Manuel I de Portugal, defendieron sus derechos al trono portugués. Antonio fue derrotado y en 1581 Felipe II era reconocido rey, a cambio de respetar la autonomía política de Portugal y de no nombrar ni un solo funcionario español.

            Vencida la armada turca, anexionado Portugal y pacificado el sur de Flandes, Felipe II centró su mirada en Inglaterra, donde Isabel I y los piratas ingleses había apoyado enérgicamente a los rebeldes holandeses y habían hostigado constantemente las costas españolas. El monarca optó por terminar con esta situación invadiendo Inglaterra. Una gran flota de 130 naves fue puesta bajo las órdenes del inexperto Duque de Medina Sidonia y zarpó de Lisboa en 1588. La “Felicísima Armada”, más conocida como “Armada Invencible”, fue atacada y vencida finalmente por la flota inglesa, desapareciendo la supremacía naval española.

            Paralelamente a todos estos acontecimientos políticos y militares, en los que España había obtenido resultados dispares, la influencia española sobre la corte francesa comenzó a declinar durante el reinado de Enrique III. Especialmente tras las alianzas del rey francés con los protestantes ingleses y alemanes, con los turcos, y tras la boda de su hermana Margarita de Valois con el calvinista Enrique de Borbón, quien fue declarado heredero al trono francés. En 1589 Enrique de Borbón fue coronado como Enrique IV, finalizando la dinastía Valois e iniciando la dinastía Borbón. La oposición española en apoyo a los católicos franceses fue notable y Enrique IV debió abjurar el calvinismo. Ante esta nueva situación se firmó la PAZ DE VERVINS (1598) por la que Felipe II reconocía a Enrique IV como rey de Francia a la vez que ratificaba los puntos tratados en la Paz de Cateau-Cambrésis, pero donde España devolvía algunas plazas tomadas en Picardía, región del norte de Francia frontera con Flandes (Cales, Ardres, Monthulin, Durlans, la Chapela o Chastelet) y de Bretaña (Blavet).

            Tas la firma de la Paz de Vervins (1598) con Francia Felipe II decidió solucionar el problema de los Países Bajos, abdicando su soberanía en su hija Isabel Clara Eugenia y el archiduque Alberto de Austria. Las provincias del sur aceptaron la abdicación pero no así las del norte que persistieron, tras la muerte de Felipe II en 1598, en su independencia.


TRABAJO REALIZADO POR: Antonio Manuel Leal Madroñal