sábado, 3 de julio de 2010

De la leyenda al gran puerto semita de Occidente


lugar donde pudo estar el puerto fenicio (La Caleta-Cádiz)


La bahía de Cádiz hunde sus raíces en la leyenda heroica, ya que fueron éstas las riberas remotas que alcanzó el hijo de Zeus y Alcmena, Heracles-posteriormente Hércules para los latinos-, cuando Euristeo lo envió en su décimo trabajo.


Navegando en la copa de oro facilitada por dios Helios, para poder ejecutar el recorrido durante la noche, el más conocido de todos los héroes de la mitología clásica llegó al litoral gaditano, con el objeto de arrebatar los hermosos bueyes de color pardorrojizo al colosal Gerión, con sus tres cuerpos unidos por la cintura.


En una acción a la que ningún mortal se hubiera atrevido, y después de una lucha terrible, Heracles mató con un flecha a este ser monstruoso y se llevó el ganado por tierra, a través de Iberia, Italia, Iliria, Tracia y Grecia, hasta alcanzar Mecenas, en el país de los argivos.


La gesta heraclea, poseedora de una absoluta vinculación con la historia, debe interpretarse para explicar lo que muy tempranos contactos ocurridos entre la gente del mar exterior y los pueblos del Mediterráneo oriental que, navegando hasta el ignoto y rico Occidente, se atrevían a traspasar las Columnas.


De éstos, fueron los Fenicios de Tiros quienes entablaron las más antiguas y sólidas relaciones.


Estrabón cuenta en su Geografía, recogido al relato de Posidonio, que los tirios fundaron Gadir –en lengua fenicia “fortaleza” reducto fortificado- a finales del segundo milenio a.C., impelidos por un oráculo y después de dos fallidos intentos en que sacrificaron a los dioses y las victimas no fueron propicias.


Levantaron una ciudad al norte, y el renombrado santuario a Heracles – el Melkart fenicio –al sur, que alcanzo una gran celebridad “por sus fundadores, por su veneración, por su antigüedad y por su riquezas”, según especifico Pomponio Mela.


Lomas Salmonte recoge, el templo de Hércules gaditano desempeño un protagonismo fundamental en la cohesión socioeconómico del asentamiento fenicio, regulando su comercio: la divinidad tutelar de la ciudad comparada, legitimada y garantizada los tratos mercantiles, recibiendo a cambio ofrendas que convirtieron al santuario e inmensamente rico, lo que le valió expoliaciones en distintos momentos de su dilatadísima existencia.


En los textos griegos la denominación aparece en plural, las Gádeira –tá Gádeira, ya que consideraban Cádiz como un conjunto cuyos elementos se bautizaron respectivamente con nombres diversos, tales como Cotinusa, Eritía o Afrodisias.


Con ello se ponía de manifiesto el carácter polinuclear de tan antigüedad asentamiento: una serie de islas que encerraban un puerto natural de extraordinarias cualidades para la navegación y el comercio marítimo.


La insularidad y la cercanía a la costa firma de tan rico territorio propiciaba la instalación de los comerciantes orientales, quienes se sentían más a gusto asentados cerca de sus mercados, pero separados y defendidos por un antemural de agua y un recinto fortificado.


En nuestros días, la historiografía se ha detenido en intentar explicar con mayor precisión los asentamientos, en una isla menor, de fenicios, púnicos y romanos en su primera etapa, advirtiendo sobre la presumible existencia de un brazo de mar que hubiera transcurrido entre la bahía y la caleta de Santa Catalina.


El canal bahía-caleta, que hubo de ir colmatándose muy lentamente por sedimentación geológica y por depósito producto de la acción humana, debió albergar el puerto primitivo y las primeras instalaciones portuarias, y separaría la isla menor de la isla mayor, donde Balbo el Menor levantó una ciudad nueva para los gaditanos, que tendría enfrente una “Antípolis” en la actual isla de San Fernando.

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