La flota anglo-holandés y la española en aguas de la bahía de Cádiz
En el año 1596 la reina de Inglaterra para enojo del rey de España, hizo a la mar una flota compuesta de 14 de sus reales barcos y cuatro balandros, además de 68 barcos mercantes de guerra, en los cuales se transportaron 6800 soldados, y dieciocho carabelas y barcos rápidos cargados de caballos, víveres y provisiones, bajo el mando conjunto de Charles Howard, barón de Effingham, gran almirante de Inglaterra, y de Robert Devreux, conde de Essex.
Y a petición de su majestad, los Estados de las Provincias Unidas contribuyeron con 18 barcos de guerra y 6 barcos rápidos cargados de municiones y víveres, bajo al mando de Lord Jhon [Van] DuyVenvoord, almirante de Holanda, quien recibió instrucciones de acompañar a la flota de Su Majestad y obedecer a sus generales.
Se consultó que debía intentar la armada real perjudicar al Rey español. Los lords generales propusieron la expedición a Calis en Andalucía, por ser una plaza de gran importancia para el rey, rica y fácil de sorprender. Ofrecía además la posibilidad de saquear Puerto Real, Puerto de Santa María y Jerez, y de apoderarse e incendiar los barcos y galeras que se encontraran en la bahía, en cuyo puerto hay siempre embarcaciones, y desde el cual emprende sus viajes y hace los retornos la flota de las Indias Occidentales, se ordenó, que la flota no atacaría ni se aproximaría a ningún lugar de Portugal o de España, hasta que llegara a Calis; y no se pondría a la vista de la costa hasta llegar a la altura del Cabo Meridional. La flota levó anclas, siguiendo al lord almirante hacia la costa española, con viento más favorable, consultado cómo se aproximarían los almirantes con sus escuadras a la bahía de Cádiz, y cuáles eran los lugares más adecuados de la isla, para desembarcar las campañas de tierra, y la manera de atacar a la ciudad y a los barcos y galeras que estuvieran en la bahía.
La flota, lejos de la costa para no se descubierta, mantuvo el rumbo a Calis, vieron desde el almirante un barco extraño que estaba entre ellos, y que cayó allí inconscientemente esa noche, e hizo todo lo posible para escapar, era un mercantes irlandés de Waterford, que había salido de Calis, disparándole el Ark dos veces, su maestre vino a bordo, en el interrogatorio dio cuenta del estado de la ciudad, que no había en ella indicios o noticias de que la armada inglesa estaba en la costa, ni se sospechaba de un ataque contra la plaza, sino que vivían confiados, con una guarnición, habitualmente escasa.
Que la bahía de Calis estaba lista y equipada una rica flota de barcos mercantes para las Indias, y los armadores del rey se disponían a hacerla a la mar, estando fondeadas algunas galeras frente a la ciudad.
Los generales se alegraron mucho con estas noticias, y esperaban una victoria gloriosa, con mínimas pérdidas, en un repentino e inesperado ataque.
Tras largo debate, se resolvió que lord Essex desembarcaría las tropas primeras, atacando a la ciudad de Cádiz de tal forma que, visto los lugares de desembarco, este debería tener en el más ventajoso.
Tres carabelas, se situaría frente al Puerto de Santa María, para impedir que las galeras entorpecieran a la flota, e impidieran el desembarco de las compañías. Esa mañana, la armada inglesa fue descubierta desde tierra frente a Lagos.
El viento aumento favorablemente, llevando a la flota a la entrada de la bahía de Calis. Se mantuvo la decisión del último Consejo, y la flota fue a anclar frente a la Caleta, entre el fuerte de San Sebastián y el de Santa Catalina, por considerarse el sitio más a propósito para el desembarco del ejército.
Por la tarde el general Essex, seguido del resto de la flota, llevó anclas, echándolas más allá en la Bahía de Calis, donde, a bastante distancia de la flota española, pasó la noche, intercambiando disparos sueltos en el fuerte de San Felipe, y desde los barcos y españoles sobre el Repulse, el Mary-Rose, y el Alcedo, que estaban fondeados más cerca de la flota y fuerte enemigos.
El lord general Essex, anticipó el asalto a la ciudad de Calis, desembarcando de improviso cerca del fuerte del Puntal.
Los holandeses conquistaron sus objetivos, avanzando con sus banderas. El earl envió rápidamente a sus compañías, marchando estas a la orilla sur de la isla, desde donde el enemigo atacó a caballo y a pie, aprovechando la ventaja del terreno más alto, desde el cual dominaban a las tropas inglesas.
Ese lado de la ciudad estaba defendido por un alto muro, que iba de mar a mar, muy fortificado con baluartes, terraplenes, cortinas y contraescarpas; coñones de artillería, todo ello defendido por la guarnición de a caballo y de a pie.
El lord general Essex dividió las fuerzas, enviando una parte de ellas al Puente de Zuazo, para defender ese paso, y evitar que el enemigo desde tierra firme malograra el asalto a la ciudad.
El lord almirante Edward Hoby, y acompañado por lord Thomas Howard y sir Walter Ralegh, desembarcó su regimiento con el resto del ejercito, y avanzó, dentro de la ciudad de Cádiz, sin encontrar resistencia. El lord almirante desembarca al resto del ejército, descuidando la persecución de la flota.
Se izó una bandera de tregua sobre los muros del Castillo de la Ciudad Vieja, y los lords generales concertaron un trato. Después de esto, el corregidor de la ciudad se presentó ante los generales con cinco de las personas más importantes, acordándose que los españoles rendirían inmediatamente el Castillo, y pagaría, en un plazo de 12 días. Después de firmar ambos el acuerdo, el capitán Arthur Savage, comandante de las compañías de Lord Essex, recibió las llaves del Castillo.
Ese día, se rindieron también a la generosidad de los generales, el fuerte de San Felipe, el Priorato, el depósito de municiones y el Ayuntamiento.
Hecho esto, se dio orden de sacar de la ciudad a todos los habitantes. Los de condición más humilde se enviaron, bien escoltados, al Puente de Zuazo, para que pasaran a tierra firme, los de mejor condición, fueron honorablemente tratados y se llevaron a la orilla a embarcar para el Puerto de Santa María, confinándose estas remesas hasta que no quedaron españoles en la ciudad.
Mientras tantos, el corregidor de Calis y los comieres de la Casa de la Contratación, ofrecieron tres millones de ducados para el rescate de la flota, con intención de retrasar el ataque, y poder desembarcar, día y noche, las riquísimas mercaderías, no obstante sus escasos medios. Esto se ordenó por el duque de Medina, durante las negociaciones, siendo incendiada la flota española, quedando definitivamente frustrados los anhelos de los generales de poseer los infinitos caudales consistentes en barcos, mercaderías y municiones.
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