Cádiz se despereza a raíz de los inicios de la aventura americana, después de un largo sueño inquieto por la pesadilla del medievo. En más, Cádiz pudo haber sido la cuna que meciera la gloria de Colón. Los dimes y diretes propios de la idiosincrasia desviaron los caminos, pese al generoso afán de la casa ducal de Medinaceli.
Por su situación privilegiada, en una encrucijada de rutas a cual más sugestiva, Cádiz se abre de brazo para alcanzar con sus dedos las dos orillas, pues ya el mar tenebroso queda en un mito.
Con este abrazo que coge las dos orillas, Cádiz recupera el gran prestigio que en cosas de mar tuviera en el mundo antiguo. En plana zona colombina las naos salen para las tierras vírgenes y regresan con sus cargamentos de frutas, maderas y metales valiosos, y hasta de hombre de la raza desconocida, para dar mayor veracidad al descubrimiento, significado laurel de la corona de Castilla. Las naves que se hacen a la mar no van de vacío, llevan los productos de la tierra, aparte la cultura, lengua y religión.
Se inicia un intercambio comercial que alcanza exponentes inusitados, por el valor de las mercancías que se ponen en circulación permanente. Esto origina que gente de toda Europa venga a afincarse en Cádiz, montando sus negocios que fructifican a gran rentabilidad. Del resto de España vienen también muchos individuos para embarcar rumbo a lo desconocido.
Nuestra población se acrecienta de tal forma que, en verdad resulta “emporio del Orbe”, pudiéndose considerar a la ciudad como una pequeña Babel.
El esplendor de Cádiz, no obstante, llega a mirarse con malos ojos, y la piratería nos hace carne de tragedia. Hay nombre que todavía se recuerdan con horror, que fueron cifra de expoliadores sin conciencia, por cuando saqueando e incendiando llevaron el desconsuelo enturbiando la alegría de la ciudad exultante y confiada.
Esta inseguridad motivo que ciudades de tierra adentro, al socaire del Guadalquivir, cobraron un gran auge al apropiarse del tráfico mercantil con la tierra abierta, produciéndose frecuentes discordias que enconaron las relaciones entre pueblos de la misma estirpe. Hasta que el poder público convencido de su grave error, y consciente de la magnífica situación y calidades del puerto gaditano, con su recinto convenientemente amurallado, restituye a Cádiz su primacía en los vínculos comerciales con América.
Es entonces cuando se produce la explosión del apogeo de nuestra ciudad. Vienen más gentes de todos los países, aportando sus caudales montando sus instalaciones, sus grandes almacenes, en la panza de las murallas, en los sótanos y bajos de las casas particulares. Proliferan los servicios de tipo bancario, las compañías aseguradoras, y se alientan los establecimientos en íntima relación con el mar y las naves.
Cádiz es muy rico, aunque tanto bienestar tiene su vertiente trágica ante el dolor de las epidemias, consecuencia del tráfago humano de todas las razas y de barcos de todas las naciones. Pero todo llega a superarse, y a la ciudad, como en los tiempos remotos de la antigüedad, le cabe el orgullo de poseer el primer puerto de Occidente.
Con el abrazo que sella el mar de las dos orillas, un aluvión de riqueza intercambia, y una vasta y antigua cultura se ha afianziado. en ello cádiz ha jugado un papel muy importante, contribuyendo a acercar esas dos orillas tan distintas y lejanas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario