viernes, 3 de diciembre de 2010

El medievo gaditano

mapa Medieval S.XVI-Cádiz

Un periodo de tiempo cuya característica esencial es el riesgo: la sensación de peligro se cierna permanentemente sobre Cádiz.


Han quedado muy detrás las construcciones romanas que le dieron lustre y que se convirtieron en baldío por la braveza del mar y la incuria de los hombres.


A Cádiz ya no se la conoce, pues ha perdido toda su prestancia. Es un pedazo más del quehacer negativo de los nuevos pueblos que se establecieron en el sur de la ibérica, y que, carentes de romanidad, los vándalos precipitaron nuestra ruina; después en la décima octava centuria, evidentemente acrecentada.


Cádiz viene a convertirse en una atalaya del mar circundante, con el fin de estibar el peligro.


Ni siquiera constituye un bastión apto para defenderse y asimismo defenderse la tierra dentro.


Otras ciudades del interior pueden vanagloriarse de sus encajes de piedra y columnas de jaspe vistosos y del ambiente fastuoso de sus alcázares de gruesos muros en que se llevaba una vida de ensueño.


A Cádiz sólo le quedó el mar, un mar ya no tenebroso, sino aún más triste, un mar inadecuado al espíritu inquieto del hombre de Cádiz, marinerote todas las edades, sintetizando un mar limitado. Una vida dedicada a faenar dentro del reducido espacio en que se confunden el ojo con el horizonte, no fue vida. Una vida dispuesta sólo a escrutar el mar para prevenir sus peligros, a veces con el sol del día y en ocasiones, a la luz del ídolo del islote de San Sebastián en las noches de todas las estaciones, tampoco fue vida, y menos para los gaditanos, avezados a las aventuras más intrépidas.


Pero Cádiz cobró nueva vida cuando empezaron a prodigarse las incursiones de los normandos, los hombres de las costa frías, impresionante, del norte europeo, dóciles en su fiereza. Son piratas, rubios, de ojos azules, que atacan las costas, remontan los ríos, saquean los pueblos.


Ya tenían los gaditanos un enemigo para contener fieramente, y venían por el mar, ese mar que fue siempre el de sus amores y sinsabores, testigo de muchos hechos inolvidable.


Se impusieron la noble y dura tarea de luchar incansablemente con estos nuevos señores del mar que tenían amedrentados a los habitantes de todas las costas occidentales. Hubo triunfo y hubieron fracasos, y a la postre quedó el pabellón gaditano en su alto sitial.

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