A mí me gusta Cádiz
A mi me gusta Cádiz porque me desconcierta. Nada es previsible aquí porque el ingenio es una moneda de uso común y el desparpajo tiene la guasa acumulada de tres mil años de historia. Nadie que descubre Cádiz queda impasible, porque lo atrapa la magia de la ciudad. Ha habido muchos, desde luego, escritores, pintores, intelectuales y tirados. Al último que escuché hablando embobado del magnetismo de Cádiz fue a Imanol Arias.
Le preguntaban en la radio por el eterno follón vasco, los planes soberanitas y los delirios independentistas, y el actor cortó tajante la conversación:
«Mira, desde que descubrí Cádiz, el Plan Ibarretxe me importa un carajo». Normal.
Según algunos gaditas eruditos, la ciudad es sabia por vieja y por apaleada. Está de vuelta de todo y por eso se ha instalado en el aire de aquí un sentido único de la vida, libre y desenfadado. Lo que en otras ciudades andaluzas se llama chovinismo, en Cádiz es otra cosa. No sé.
Pepe Landi, mi amigo gaditano, ha dejado escrito alguna vez que «varios siglos antes de que Estocolmo le diera nombre a un síndrome, antes incluso de la fundación de la capital escandinava, los gaditanos ya lo habían inventado».
La ciudad es pequeña, decadente y aislada, pero para los gaditanos es suficiente, absoluta e imprescindible. Gracias a esa suficiencia, Cádiz no presume de historia. Desde hace mucho tiempo, por su forma de mirar la vida, se ha constituido en paréntesis frente a las demás ciudades.
A Carlos Herrera le gusta hablar de este 'hecho diferencial' de Cádiz, porque así recuerda de paso a Carlos Cano. «Cádiz se diferencia de las demás ciudades porque no vive los escenarios de su propia historia, como pasa en Córdoba o en Sevilla. En Cádiz, la historia no es un pelmazo, sino que está en la memoria de la gente». Es verdad. Y cuando la historia se instala en la memoria, y no en la cartera o en la bilis, el pueblo sale a la calle a respirar la vida de otra forma. Sin agravios ni envidia, con normalidad.
Cádiz, con el espíritu libertino que le trajo el comercio marítimo y la mente abierta que llevó a la burguesía a convertir esta ciudad en la cuna de las libertades en España. Aquí, en Cádiz, donde la imbecilidad nacionalista sólo sirve de cuplé de chirigota, el Ministerio de Defensa ha decidido que se marque la hora oficial de toda España. Lo dijo ayer el ministro. A partir de este momento, Cádiz le va a dar la hora al resto de España.
«El Real Observatorio de
Decía Burgos que nadie lo sabe, pero igual que existe el meridiano de Greenwich, existe el meridiano de Cádiz, que marca otro 'tempo'. Desde ayer, ya ven, es oficial. Y no encuentro mejor forma de celebrar el Día de la Constitución que sabiendo que Cádiz, a partir de ahora, marcará el tiempo de España.
Ojalá. Tic, tac, tic, tac. ¿A que ya suena distinto?
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Pués.................. sí
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