"Las leyendas que emergen del Océano y sus pobladores"
Los protagonistas de estas narraciones son los hombres-peces, extraordinarios seres humanos, que un día sintieron la llamada del mar y se lanzaron al Océano.
Los antiguos historiadores y cronistas como Eliano, Pausanias, Belonio Nauclero, Lilio Giraldo y el mismo Plinio reseñan apariciones de estos asombrosos hombres-peces, siendo este último el que da conocimiento de dos de ellos, uno visto en nuestra bahía.
Pedro Mexía, Juan de Mondevilla en 1515, Antonio Torquemada en 1570, los anteriores al siglo XVIII que hacen eco de las curiosas noticias de estos insólitos seres.
Fray Benito Jerónimo, relata un caso que ocurrió en nuestra bahía.
Cuenta este religioso que hacia 1679, estando unos pescadores faenando en la Bahía de Cádiz, cerca de los escollos que hoy llamamos Las Puercas, se les apareció un ser acuático extraño, con apariencia humana. Que desapareció inmediatamente, podría haber sido una alucinación, pero el hecho es que este mismo encuentro se repitió pocos días después.
En esta última ocasión, cebándolo con trozos de pan y cercándolo, lograron atraparlo con las redes.
Una vez subido a cubierta, comprobaron con asombro que el extraño ser era un hombre joven, corpulento, de tez pálida y cabellos rojizo y ralo, el único parecido con pez era una línea de escamas que descendía desde la garganta hasta la cintura, y otra que le cubría toda la espina dorsal, así como unas uñas raídas y corroídas por el salitre.
Fue llevado por los pescadores al convento de San Francisco, donde después de conjurar a los espíritus malignos que pudiera contener, le interrogaron en varios idiomas sin tener respuesta.
Tras días de esfuerzo para lograr que hablara, sólo se le arrancó una palabra: “Liérganez”.
El suceso corrió de boca en boca sin encontrar explicación algunas a la palabra pronunciada, hasta que un montañez que trabajaba en un almacén comentó que, allá por su tierra, había un lugar así llamado.
Pedidas noticias a dicha aldea Cántabra, respondieron que cinco años antes había ocurrido la desaparición de un joven llamado Francisco de la Vega, hijo de la viuda María de Casar, mientras nadaba en la ría de Bilbao.
El Fraile del convento, Juan Rosendo, deseoso de saber si el joven sacado del mar era realmente Francisco de la Vega, se encamino con él hacía Liérganes.
Una vez cerca del pueblo, llegando a un monte que llaman de la Dehesa, mandó al joven que se adelantara, así lo hizo.
Una vez en el pueblo, se dirigió a la casa de María de Casar, que en cuanto lo vio, lo reconoció como su hijo Francisco, al igual que dos de sus hermanas que se hallaban en la casa.
El joven Francisco vivió en casa de su madre sin mostrar interés por nada ni por nadie, sólo comía cuando le ofrecían comida; lo hacía con ansia, para pasar cuatro o cinco días sin probar bocado.
Nunca se calzaba, y andaba desnudo, indiferente, sin hablar, se mostraba dócil y servicial con lo que le mandaban hacer.
Le creían loco, y lo estuviese o no, su secreto se lo llevó con él, nueve años después de regresar a casa desapareció de nuevo en el mar, sin que se supiera nunca más de él.
Nuestro mar y nuestra tierra han sido testigos de variopintas aventuras y leyendas que llenan nuestra historia local.
Los protagonistas de estas narraciones son los hombres-peces, extraordinarios seres humanos, que un día sintieron la llamada del mar y se lanzaron al Océano.
Los antiguos historiadores y cronistas como Eliano, Pausanias, Belonio Nauclero, Lilio Giraldo y el mismo Plinio reseñan apariciones de estos asombrosos hombres-peces, siendo este último el que da conocimiento de dos de ellos, uno visto en nuestra bahía.
Pedro Mexía, Juan de Mondevilla en 1515, Antonio Torquemada en 1570, los anteriores al siglo XVIII que hacen eco de las curiosas noticias de estos insólitos seres.
Fray Benito Jerónimo, relata un caso que ocurrió en nuestra bahía.
Cuenta este religioso que hacia 1679, estando unos pescadores faenando en la Bahía de Cádiz, cerca de los escollos que hoy llamamos Las Puercas, se les apareció un ser acuático extraño, con apariencia humana. Que desapareció inmediatamente, podría haber sido una alucinación, pero el hecho es que este mismo encuentro se repitió pocos días después.
En esta última ocasión, cebándolo con trozos de pan y cercándolo, lograron atraparlo con las redes.
Una vez subido a cubierta, comprobaron con asombro que el extraño ser era un hombre joven, corpulento, de tez pálida y cabellos rojizo y ralo, el único parecido con pez era una línea de escamas que descendía desde la garganta hasta la cintura, y otra que le cubría toda la espina dorsal, así como unas uñas raídas y corroídas por el salitre.
Fue llevado por los pescadores al convento de San Francisco, donde después de conjurar a los espíritus malignos que pudiera contener, le interrogaron en varios idiomas sin tener respuesta.
Tras días de esfuerzo para lograr que hablara, sólo se le arrancó una palabra: “Liérganez”.
El suceso corrió de boca en boca sin encontrar explicación algunas a la palabra pronunciada, hasta que un montañez que trabajaba en un almacén comentó que, allá por su tierra, había un lugar así llamado.
Pedidas noticias a dicha aldea Cántabra, respondieron que cinco años antes había ocurrido la desaparición de un joven llamado Francisco de la Vega, hijo de la viuda María de Casar, mientras nadaba en la ría de Bilbao.
El Fraile del convento, Juan Rosendo, deseoso de saber si el joven sacado del mar era realmente Francisco de la Vega, se encamino con él hacía Liérganes.
Una vez cerca del pueblo, llegando a un monte que llaman de la Dehesa, mandó al joven que se adelantara, así lo hizo.
Una vez en el pueblo, se dirigió a la casa de María de Casar, que en cuanto lo vio, lo reconoció como su hijo Francisco, al igual que dos de sus hermanas que se hallaban en la casa.
El joven Francisco vivió en casa de su madre sin mostrar interés por nada ni por nadie, sólo comía cuando le ofrecían comida; lo hacía con ansia, para pasar cuatro o cinco días sin probar bocado.
Nunca se calzaba, y andaba desnudo, indiferente, sin hablar, se mostraba dócil y servicial con lo que le mandaban hacer.
Le creían loco, y lo estuviese o no, su secreto se lo llevó con él, nueve años después de regresar a casa desapareció de nuevo en el mar, sin que se supiera nunca más de él.
Nuestro mar y nuestra tierra han sido testigos de variopintas aventuras y leyendas que llenan nuestra historia local.
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