sábado, 10 de abril de 2010

II-PERSECUCIONES ANTICRISTIANAS EN LOS SIGLOS I-II dC


-SEGUNDA PARTE-


La administración romana no promovió persecuciones ni entró en las disputas teológicas de judíos y cristianos si no había razones políticas y de orden público, y prueba de ello lo tenemos en un episodio vivido por Pablo en Corinto, donde un grupo de judíos lo llevan al tribunal de Galión, procónsul de la ciudad de Acaya. En Hch 18, 12-16 vemos detalladamente el suceso mencionado.


Hch 18, 12-16: “Siendo Galión procónsul de Acaya se echaron los judíos de común acuerdo sobre Pablo y le condujeron ante el tribunal diciendo: “Este persuade a la gente para que adore a Dios de una manera contraria a la Ley”. Iba Pablo a abrir la boca cuando Galión dijo a los judíos: “Si se trata de algún acto contra justicia o de alguna mala fechoría, con razón ¡oh judíos!, os escucharía yo con calma; pero si son dimes y diretes sobre palabras, sobre nombres y sobre vuestra propia ley, allá lo veréis vosotros; juez yo de esas cosas no quiero serlo”.


Un dato importante es que los judeocristianos, en especial Pablo, predicaron por numerosas ciudades y sinagogas no sólo de Israel, sino de todo el próximo oriente, Grecia, e Italia, y en ningún caso se testimonia una oposición de la administración romana por motivos religiosos, tan solo por razones de orden público y en los casos en los que la presencia de judeocristianos ocasionó disturbios sociales, como sucede en los altercados de Pablo con los griegos y judíos de Iconio, Listra, Antioquia de Pisidia (Hch. 13, 50) y Filipos (Hch 16, 19-24). Esto fue utilizado inteligente por los judíos quienes, como le ocurrió a Pablo, comenzaron a culpar a los cristianos ante los magistrados romanos no por razones religiosas sino por desobediencia al Imperio, fuese o no real (Hch 17,5-9).


Hch 17, 5-9: “Pero los judíos, llenos de envidia, reunieron a gente maleante de la calle, armaron tumultos y alborotaron la ciudad. Se presentaron en casa de Jasón buscándolos para llevarlos ante el pueblo. Al no encontrarlos, arrastraron a Jasón y a algunos hermanos ante los magistrados de la ciudad gritando: “Esos que han revolucionado el mundo se han presentado también aquí(4) y Jasón los ha hospedado. Además todos ellos actúan contra los decretos del César, pues afirman que hay otro rey, Jesús”. Al oír esto, el pueblo y los magistrados de la ciudad se alborotaron. Pero después de recibir una fianza de Jasón y de los demás, les dejaron ir”.


Otro ejemplo es la expulsión de los judíos de Roma en el 49 dC por Claudio, por causar alborotos a instigación de un tal Crestos. Suetonio Vid. Claudio, 25,4: “Hizo expulsar de Roma a los judíos, que, excitados por un tal Cresto, provocaban turbulencias”. Sobre esto Orosio (Historia VII, 6,15) duda y afirma que “ no se sabe si lo que quiso decir es que ordenó reprimir y castigar a los judíos que se levantaban contra Cristo, o bien que quiso expulsar también a los cristianos como si fueran hombres de una religión semejante”. En este sentido es más probable la primera opción ya que en la cancillería Imperial, e incluso en las provincias orientales, aún se desconocía el carácter del cristianismo y no lo diferenciaban del judaísmo. Pero en cualquier caso, las razones del emperador Claudio para expulsar a los judíos o judeocristianos quedan bien especificadas al mencionar que “provocaban turbulencias”


Pero sin duda alguna es el juicio de Pablo (Hch 21, 27 ss) el mejor ejemplo de todo el entramado social, político, judicial y religioso que estamos narrando. En los siguientes fragmentos se narra la tensión vivida entre Pablo y los judíos perseguidores, y cómo fue salvado de ser asesinado por el tribuno de Jerusalén Claudio Lisias. En el arranque de estos fragmentos se observa como Pablo se ganó una férrea enemistad de los judíos de Jerusalén, en especial de los presbíteros, e incluso de los cristianos de esta misma ciudad ya que en ningún momento se alude a cristianos que acudan a apoyarle o a pagar el rescate de su posterior cautiverio. Esta enemistad nace con motivo de las enseñanzas que Pablo daba a los gentiles-paganos. Mientras fuera de Israel, donde el judaísmo no era tan fuerte, estas enseñanzas se mostraban contrarias a la Ley y las tradiciones judías, como por ejemplo el rechazo a la circuncisión (Hch 21, 30-31 y 22, 1-23); en Israel los mensajes de Pablo se moderaban y adquirían un tono más judaizante que no gustaba a los cristianos más radicales.


Hch 21, 27-36: “Pero cuando iban a cumplirse los siete días, los judíos de Asia, al verlo en el Templo, revolvieron a todo el gentío y le echaron mano, gritando: “Israelitas, ayudad; este es el hombre que enseña a cualquiera en cualquier parte contra el pueblo, la Ley y este lugar, e incluso introdujo griegos en el Templo y ha profanado este santo lugar”.(…) Se alborotó la ciudad toda y hubo un tumulto del pueblo, y agarrando a Pablo lo arrastraron fuera del Templo y al instante fueron cerradas las puertas. Y como le buscaran para matarlo, el rumor subió hasta el tribuno de la guarnición, que toda Jerusalén estaba revuelta. Él, tomando inmediatamente soldados y centuriones, bajó contra ellos, pero los que vieron al tribuno y los soldados cesaron de golpear a Pablo. Acercándose entonces el tribuno, lo agarró y ordenó que fuera amarrado con dos cadenas, y preguntaba quién era y qué había hecho. Pero en la multitud cada uno decía una cosa. Y como no pudiera él conocer la verdad debido al tumulto, ordenó que fuera conducido a la guarnición. Pero cuando se alcanzó la escalinata, sucedió que fue llevado por los soldados debido a la violencia de la multitud, pues los seguía el gentío del pueblo gritando: “¡Mátalo!”.


Hch 22, 24-30: “El tribuno ordenó que fuera conducido a la guarnición, diciendo que fuera sometido al tormento de los látigos para que averiguara por qué causa hablaban así sobre él. Pero cuando lo tendieron para los azotes, dijo Pablo al centurión que estaba allí: “¿Os es lícito azotar a un hombre romano sin juicio?”. Tras oírlo el centurión y dirigirse al tribuno se lo advirtió diciendo: “¿Qué vas a hacer? Porque este hombre es romano”. Y acercándose, le dijo el tribuno; “Dime, ¿eres tú romano?”. El dijo; “sí”. El tribuno respondió; “yo adquirí la ciudadanía por mucho dinero”. Y Pablo dijo; “yo en cambio, lo soy por nacimiento”. Al punto se distanciaron de él los que iban a torturarlo y el tribuno sintió miedo al saber que era romano y había sido encadenado. Y al día siguiente, como quisiera conocer la verdad, el porqué era acusado por los judíos, lo liberó y ordenó que los sumos sacerdotes y todo el sanedrín se reunieran y, haciendo bajar a Pablo, lo puso ante ellos”.


Hch 23, 10-30: “Pero como se hiciera más fuerte la disputa, temiendo el tribuno que Pablo fuera despedazado por ellos, ordenó al ejército bajar y sacarlo de en medio de ellos y conducirlo a la guarnición. (…). Y al llegar el día, como hubieran preparado los judíos una conspiración se obligaron a sí mismos diciendo: “Ni comer, ni beber hasta que matemos a Pablo” (…). Así pues, vosotros ahora manifestad al tribuno junto con el sanedrín que lo bajen ante vosotros en la idea de que vais a determinar con exactitud lo referido a él; mientras nosotros estamos preparados para matarlo antes de que se acerque. Al oír el hijo de la hermana de Pablo el engaño, presentándose y entrando a la guarnición se lo detalló a Pablo (…) Y tomando el tribuno al joven de la mano y yéndose a parte, lo interrogó: “¿Qué es lo que tienes que decirme? Y dijo: “Los judíos dispusieron pedirte que mañana bajes a Pablo al sanedrín con la idea de que se va a examinar con exactitud lo referido a él. Por tanto, no les hagas caso; pues lo acechan más de cuarenta de ellos que se comprometieron a no comer ni beber hasta que lo maten, y ahora están preparados esperando tu aceptación. Entonces el tribuno dejó marchar al joven tras conminarlo a que no dijera a nadie que me has dicho eso. Y tras hacer llamar a dos centuriones, dijo; “Preparad doscientos soldados para que vayan hasta Cesarea y setenta jinetes y doscientos lanceros desde tercera hora de la noche, y disponed mulos para que trasladéis a Pablo al pretor Félix y lo salvéis”, tras escribir una carta con el siguiente contenido; “Claudio Lisias al poderoso pretor Félix, salud. A este hombre, capturado por los judíos y a punto de ser asesinado, me presenté y lo rescaté con el ejército cuando supe que es romano. Y queriendo saber el motivo por el cual lo acusan, lo bajé a su sanedrín, lo encontré acusado de crímenes contra la Ley de ellos, pero sin acusación alguna digna de muerte o de prisión. Pero denunciada ante mí una confabulación futura contra él, te lo envié inmediatamente tras advertir también a sus acusadores de que expongan lo que tienen contra él ante ti”.


Cinco días después de su llegada a Cesarea, el procurador Antonio Felix inició el juicio, y los acusadores, el sumo sacerdote y algunos ancianos alegaron, “inteligentemente”, que era responsable de provocar tumultos contra los judíos, que era jefe de la secta de los nazarenos, y que había intentado profanar el templo (Hch. 24, 5-9); mientras Pablo procedió a negar todos aquellos cargos y se mostró víctima de una persecución de índole religiosa (Hch. 24, 10-21). Antonio Félix dejó el asunto en el aire a la espera de la llegada del tribuno de Jerusalén, Claudio Lisias, para esclarecer el asunto (Hch. 24, 22-23), sin embargo Pablo estuvo prisionero durante dos años sin que nadie pagara el rescate y ante el temor del procurador de que dejándolo en libertad fuese perseguido y asesinado. El sucesor de Antonio Felix, Porcio Festos (60-62 dC), fue presionado nuevamente por los judíos (Hch 25, 1-4) para que Pablo fuese juzgado en Jerusalén, a lo que accedió en primera instancia. Pero la respuesta de Pablo fue apelar a ser juzgado en Roma, cosa que el procurador aceptó (Hch 25, 10-12). Su marcha a Roma posiblemente advirtió por primera vez a la cancillería Imperial que el cristianismo era una religión nueva y diferente al judaísmo, y que por tanto los excluía de los privilegios que tradicionalmente tuvieron los judíos (Fernández Ubiña, 2007).


Pese a la clara imparcialidad de la administración romana en cuestiones religiosas y ante las prácticas judeocristianas, sí debemos aclara que existió cierto hostigamiento temprano hacia los cristianos desde algunos sectores de la población pagana (1 Pedro 2, 12), que se torna en un trato recíproco a tenor de las consideraciones que los judeocristianos tenían de los paganos y la religión tradicional romana (1 Pedro 2, 15).


1 Pedro 2, 12: “Tened en medio de los gentiles una conducta ejemplar a fin de que, en lo mismo que os calumnian como malhechores, a la vista de vuestras bellas obras den gloria a Dios en el día de la Visita”.

1 Pedro 2, 15: "Pues esta es la voluntad de Dios: que obrando el bien, cerréis la boca a los ignorantes insensatos(5)”


Ciertamente en los primeros momentos el pueblo pagano mostró una total indiferencia hacia el cristianismo y tan solo lo enfrentaba con debates dialécticos y filosóficos como el presenciado por Pablo en Atenas (Hch 17, 16-33), ciudad de gran raigambre cultural y filosófica.


Hch 17, 16-21; 32-34: (16-21) “Y mientras los esperaban en Atenas Pablo, se exasperó su espíritu en él al contemplar que la ciudad estaba llena de ídolos. Discutía en la sinagoga con los judíos y los piadosos y en el ágora todo el día con quien se topaba. Y también algunos filósofos epicúreos y estoicos conversaban con él, y algunos decían: “¿Qué quiere contar este charlatán?”. Otros, por su parte: “Parece ser un predicador de divinidades extranjeras, porque anunciaba como buena noticia a Jesús y la resurrección”. Tomándolo lo condujeron al Areópago diciéndole: “¿Podemos conocer qué nueva enseñanza es esta referida por ti? Pues traes cosas extranjeras a nuestros oídos. Queremos, pues, saber qué quieres decir”. Todos los atenienses y forasteros que habitan allí no tenían tiempo para otra cosa que decir o escuchar lo más novedoso. (…)” (32-34) “Al oír “resurrección de los muertos”, unos se burlaron, pero otros dijeron: “De nuevo te oiremos sobre este punto”. De tal manera salió Pablo de entre ellos. Algunos hombres que se le unieron creyeron, entre ellos Dionisio Areopagita y una mujer de nombre Damaris y otros con ellos”.



Al igual que los judíos actuaron con fiereza ante la amenaza que el cristianismo suponía para sus tradiciones y costumbres, en las ocasiones en las que los paganos optaron por emplear la violencia fue en los casos en las que las proclamas cristianas afectaron de alguna manera a lo intereses y formas de vida paganas (A Pablo en Efeso en Hch 19, 23-40)


Hch 19, 23-40:Pero tuvo lugar en aquella época un desorden no pequeño sobre el camino. Pues había cierto hombre llamado Demetrio, platero, que, fabricando templos de Ártemis en plata proporcionaba no poca ganancia a los artesanos, a los que reunió junto a los trabajadores del gremio, dijo: “Hombres (de Éfeso), sabéis que de este oficio obtenemos nuestra prosperidad, y veis y oís que no solo de Éfeso, sino de casi toda el Asia, este Pablo, convenciéndola, ha convertido a una gran muchedumbre diciendo que no son dioses los que salen de nuestras manos. Pero no solo esto corre el riesgo de llevar nuestro oficio al descrédito, sino que también al templo de la gran diosa Ártemis se le ha hecho de menos y se le va a despojar de la grandeza de toda Asia y el mundo habitado venera”. Al oír esto, y llenos de enojo, gritaron diciendo: “Grande es la Ártemis de Éfeso”. Se llenó la ciudad de confusión y marcharon hacia el teatro cogiendo a Gayo y Aristarco de Macedonia, compañeros de viaje de Pablo. Como quisiera Pablo ir a la magistratura, no se lo permitieron los discípulos; algunos de los asiarcas, por ser amigos de él, enviaron a buscarlo y lo exhortaron a no ir al teatro. Unos gritaban una cosa, otros otra, pues la asamblea era confusa y la mayoría ignoraba por qué se habían reunido. De la multitud destacaron a Alejandro, toda vez que le habían empujado los judíos. Alejandro, agitando la mano, quería dirigirse al pueblo. Pero cuando reconocieron que era judío, surgió un clamor de la multitud y durante dos horas gritaron: “Grande es Ártemis efesia”. Tras poner orden entre la multitud, dice el secretario: “Ciudadanos efesios, ¿Quién hay entre los hombres que no reconoce a la ciudad de Éfeso como guardiana del templo de la gran Ártemis y de la estatua caída del cielo? Entonces, siendo estos hechos irrefutables, es preciso que os calméis y no cometáis ninguna desfachatez. Pues habéis traído a estos hombres que ni son saqueadores de templos ni injurian a nuestra divinidad. En consecuencia, si Demetrio y los artesanos que están de su parte tienen algo que decir contra alguien, se convocan asambleas públicas y hay procónsules, que se acusen unos a otros. Y si buscáis algo más, en la asamblea oficial será deliberado. Pues nos arriesgamos a ser acusados de despertar una revuelta hoy, no habiendo causa ninguna de la que podremos dar cuenta a propósito de esta confusión. Y, tras decir esto, disolvió la asamblea”.


Lo que perturbaba a las masas no era el nombre en sí de “cristiano” sino la amenaza que en momentos determinados el cristianismo parecía suponer para la vida cotidiana y creencias de aquellas gentes (Fernández Ubiña, 2007). Sí tuvo especial relevancia el que a finales el siglo I e inicios del II la muchedumbre judía y pagana fue generando una serie de tópicos religiosos y morales, producto de una errónea interpretación de los rituales cristianos, que irían calando lentamente entre la clase política y la sociedad romana. Tales como sospechas de prácticas macabras, superstición maléfica (Suetonio Vid. Nerón Druso 16), y actos impíos como delitos de infanticidio –interpretaban así la eucaristía- ó incesto – por la costumbre cristiana de llamarse hermanos entre sí- (Roldán, Blázquez y Castillo, 1999, pg 488). Aspectos que en momentos puntuales y a inicios del s.II dC generó cierto afán persecutorio en algunos Gobernadores. La mala imagen granjeada lentamente por los cristianos, y algunos pasajes puntuales como la represión de Nerón quien los culpó del incendio de Roma (Tácito, Anales XV, 44), sentó jurisprudencia, y aún sin ser una ley formal, pudo ser una pauta legal usada puntualmente por los gobernadores con mayor vocación persecutoria.


Suetonio Vid. Nerón Druso, 16: “Los cristianos, clase de hombres llenos de supersticiones nuevas y peligrosas, fueron entregados al suplicio(6)


Tácito, Anales XV, 44: “Más ni con los remedios humanos ni con las larguezas del príncipe o con los cultos expiatorios perdía fuerza la creencia infame de que el incendio había sido ordenado. En consecuencia, para acabar con los rumores, Nerón presentó como culpables y sometió a los más rebuscados tormentos a los que el vulgo llamaba cristianos (chrestianos), aborrecidos por sus ignominias. Aquel de quien tomaban nombre, Cristo (Christus), había sido ejecutado en el reinado de Tiberio por el procurador Poncio Pilato; la execrable superstición (superstitio), momentáneamente reprimida, irrumpía de nuevo no sólo por Judea, origen del mal, sino también por la Ciudad, lugar en el que de todas partes confluyen y celebran toda clase de atrocidades y vergüenzas(7)”.


En cualquier caso el cristianismo en este s. I no fue perseguido como política Imperial, como hemos podido ilustrar a lo largo de esta narración y teniendo un ejemplo de ello en el traslado de Pablo a Roma para ser juzgado, donde fue bien tratado por las tropas romanas a diferencia del traslado en el s. II del obispo Ignacio de Antioquia, quien fue martirizado (Fernández Ubiña, 2007).


En sentido estricto los precedentes de la política imperial con los cristianos fueron sucesos aislados del s.II, como la correspondencia entre Trajano y Plinio el Joven o el rescripto promulgado por Adriano, sirviendo estos de referentes a los gobernadores para actuar. Pero incluso estos rescriptos no suponen el inicio de una política persecutoria contra los cristianos, sino una serie de pautas dadas a los Gobernadores para actuar ante una situación social, el conflicto entre judíos, paganos y cristianos, que preocupantemente estaba aumentando y escapando del control de la administración romana.


Avanzado el s.II, hacia el 110-112 dC, Plinio el Joven es gobernador de Bitinia y decide plantear al emperador Trajano (98-117) las dudas que tiene ante los problemas que giran en torno a los cristianos. En dicha Epístola 10.96 de Plinio el Joven al emperador Trajano el Gobernador plantea una primer duda esencial a la hora de juzgarlos al afirmar que “He dudado mucho si se deben tener en cuenta las diferencias de edad, o si los de tierna edad deben ser tratados de la misma manera que los maduros; si se debe ser indulgente con el arrepentimiento o bien si a quien efectivamente ha sido cristiano no le sirve de nada haber dejado de serlo; si se debe castigas el nombre (cristiano) en sí mismo, aunque no haya cometido delitos (flagitia), o bien los delitos (…)”. Posteriormente Plinio procedió a ejecutar a aquellos que una vez interrogados se ratificaban hasta en 3 ocasiones como cristianos, como afirma en “les pregunté a ellos mismos si eran cristianos. Cuando lo confesaban por segunda y tercera vez les amenacé con la pena capital; cuando perseveraban les mandé ejecutar. Pues no tenía duda de que, fuese cual fuese lo que confesaban, se debía castigar ciertamente su pertinencia y su inflexible obstinación. Hubo otros con una locura similar, a los que, dado que eran ciudadanos romanos, di orden de que fueran enviados a Roma”. Posteriormente la experiencia y algunas investigaciones realizadas le alertaron de la cautela que debía tener a la hora de juzgar a los cristianos, ya que desconocía las razones y los motivos de por qué debía ejecutarlos, y por ello aclara que “Así pues, he interrumpido esta forma de instruir las causas y he recurrido a consultarte. Me ha parecido un tema digno de consulta sobre todo por el gran número de los que están inmersos en este peligro; pues son muchos, de toda edad, de todo estamento, y también de todo sexo, que son puestos en peligro y que lo seguirán siendo”. Sin embargo, al final de la epístola Plinio menciona uno de los principales problemas que encuentra la administración y sociedad romana ante el aumento de los prosélitos del cristianismo, y es el descenso del culto tradicional romano y el culto imperial, con la existencia de templos vacíos que recuperan la actividad ante el miedo de los cristianos de ser ejecutados, como se menciona en que “Hay constancia, en efecto, de que los templos ya casi desiertos han comenzado a ser frecuentados y que los actos religiosos largo tiempo suspendidos son de nuevo celebrados y se vende ya por doquier la carne de los sacrificios para la que hasta ahora se encontraban poquísimos compradores”


(4) Está aludiendo a Tesalónica.


(5) Alude a los gentiles-paganos.


(6 ) Aunque este pasaje alude al gobierno de Nerón (54-68), la obra fue escrita por Suetonio hacia el 121 aC, momento al que debe responder la imagen y los argumentos peyorativos vertidos sobre los cristianos

.

(7) Observamos como en este fragmento Tácito se extiende en un juicio de valor sobre el cristianismo, tachándolo de superstición y de hacer atrocidades y vergüenzas. Sin negar la posible veracidad histórica de que Nerón culpara a los cristianos del incendio de Roma, debemos considerar que todos esos juicios de valor y esa mala imagen del cristianismo no responden tanto al tiempo de Nerón (54-68 dC), sino a la mentalidad y a la imagen generada para el cristianismo en el momento en que Tácito escribe su obra, hacia el 110-121, es decir, avanzado el s.II dC, al igual que sucede con la cita de Suetonio.


TRABAJO REALIZADO POR: ANTONIO MANUEL LEAL MADROÑAL


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