-TERCERA PARTE-
La contestación de Trajano a Plinio es paradigmática de la actitud del Estado romano hacia los cristianos, manifestando dos ideas esenciales. En primer lugar determina que los cristianos no deben ser buscados ni perseguidos y tan solo deben ser juzgados si son denunciados por otras personas. En segundo lugar determina que de ser denunciados debe ser ejecutados por ser cristianos, pero dando previamente la oportunidad de arrepentimiento. Como vemos el Imperio no se opone o ataca directamente al cristianismo, siendo aceptado como las numerosas creencias aceptadas en el Imperio, pero aprovecha el conflicto social existente y las numerosas denuncias vertidas contra los cristianos –sin olvidar la carga peyorativa que rodea al cristianismo desde estos momentos- para tratar, con su condena, potenciar nuevamente el culto tradicional romano y la economía que en torno a el gira, bastante menguado en las provincias orientales del imperio. Un fragmento de
Podemos afirmar que aunque Trajano no procede a perseguir a los cristianos sí crea un precedente importante, y es que en los casos de ser acusados por otras personas se les juzgará por el simple hecho de ser cristianos, es decir, se condenará el nombre “cristiano” y no la existencia o no de delitos. Existen dudas sobre si su sucesor Adriano (117-138) continuó con esta política o sí favoreció más a los cristianos. En el Rescripto de Adriano dicho emperador defiende a unos cristianos acusados y ordena acusar a los calumniadores si estos no afirma la verdad, pero algunos autores han dudado sí Adriano hubiera condenado a los acusados simplemente si los acusadores hubieran demostrado que realmente eran cristianos, sin atender a los cargos (Roldán, Blázquez y Castillo, 1999, pg 490). Por nuestra parte decir que de la lectura de la mención que hace Justino al rescripto (Justino, Apología I, 68, 4-10) se extrae que Adriano no condena el nombre “cristiano”, sino los cargos y si estos van en contra de las leyes.
Justino, Apología I, 68, 4-10: “Adjunta os hemos puesto copia de la carta de Adriano, para que veáis cómo también a tenor de ella decimos la verdad. La copia es la siguiente: “A Minucia Fundano. Recibí una carta que me fue escrita por Serenio Graniano, varón clarísimo, a quien tú has sucedido. No me parece, pues, que el asunto deba dejarse sin aclaración, a fin de que ni se perturben los hombres ni se dé facilidad a los delatores para sus fechorías. Así, pues, si los provincianos son capaces de sostener abiertamente su demanda contra los cristianos, de suerte que respondan de ella ante tu tribunal, a este procedimiento han de atenerse y no meras peticiones y griterías. Mucho más conveniente es, en efecto, que si alguno intenta una acusación, entiendas tú en el asunto. En conclusión, si alguno acusa a los cristianos y demuestran que obran en algo contra las leyes, determina la pena conforme a la gravedad del delito. Más, ¡ por Hércules!, si la acusación es calumniosa, castígalo con mayo severidad y ten buen cuidado que no quede impune”.
El gobierno de Adriano supone un pequeño paréntesis en la permisividad con los cristianos, ya que su sucesor Antonio Pío (138-161) volvió a condenar el nombre “cristiano”, como indican los martirios de Telesforo –obispo de Roma- y de Ptolomeo y Lucio. En el 141 dC Antonino Pío promulgó un rescripto al legado de
Marco Aurelio (161-180) recuperó en sus primeros años de gobierno el espíritu del rescripto de Trajano, y los procesos contra los cristianos eran consecuencia de denuncias privadas y no de una persecución oficial. Sin embargo a partir del 177 dC Marco Aurelio debía afrontar una problemática bastante compleja. En estos momentos toma fuerza una nueva corriente de pensamiento dentro del cristianismo, el Montanismo, que se declaraba contrario al Estado y antirromano. Marco Aurelio debió establecer la búsqueda oficial de estos grupos, y ante la dificultad existente en la época de distinguir entre sectas y tendencias dentro del cristianismo, numerosos cristianos temerosos de las represalias del Estado procedieron a tratar de situarse fuera del Montanismo y remarcar la diferencia de este respecto al cristianismo más ortodoxo, como los apologistas Atenágoras, Melitón, Milciades y Apolinar, quienes proclamaron la lealtad de los cristianos al Estado y dedicaron sus obras al emperador. Este nuevo posicionamiento interesado de grandes sectores del cristianismo facilitó un acercamiento entre la Iglesia y el Estado, y pese a que el cristianismo seguía considerándose religión ilícita, se les dejó actuar en público, y la propiedad de sus lugares de culto y necrópolis, situación que se prolongó, salvo contadas excepciones, hasta la persecución de Valeriano (Roldán, Blázquez y Castillo, 1999). De este modo se intentó poco a poco integrar a los cristianos en la vida pública, y en la política podemos afirmar que desde este momento, y hasta entrada la segunda mitad del s.III dC, existió tolerancia religiosa hacia el cristianismo. Ejemplo son la práctica política de algunos Emperadores como; Septimio Severo (193-211) quien fue inicialmente tolerante con los cristianos, y aunque después prohibió las conversiones al cristianismo y judaísmo, esta disposición iba en contra de los paganos, a quienes se les prohibía convertirse, y no contra los cristianos; ó Heliogábalo (218-222) y Alejandro Severo (222-235) quienes mantuvieron buenas relaciones con el cristianismo, e incluso el segundo quiso levantar un templo a Cristo y colocarlo entre los demás dioses; ó el afamado Filipo el Árabe (244-249) que fue tolerante con los cristianos, y de quien se afirmó que era partidario e incluso devoto del cristianismo. Al respecto Eusebio afirma que era cristiano y sabemos que mantuvo correspondencia con Orígenes, pero publica y oficialmente practicaba la religión tradicional romana como muestran las representaciones montéales y la celebración del milenario de la fundación de Roma.
Desde finales el siglo II e inicios el III dC esta tolerancia religiosa para con los cristianos alternó con la fuerte oposición de algunos emperadores como Maximino el Tracio (235-238), Decio (249-251) ó Valeriano (253-260), quienes iniciaron una sistemática persecución de los cristianos que caracterizaría todo el s.III dC.
Las motivaciones de estas persecuciones son básicas. La religión tradicional romana se encontró desfavorecida ante el aumento del cristianismo y otros cultos orientales denominados mistéricos -Mitra, Serapis, Isis, Attis, ó Cibeles-, y ello afectó profundamente al culto imperial, base ideológica del Imperio y de gran significación política y legitimista para los emperadores. La religión en Roma no era más que una herramienta política y social, y los emperadores creyeron necesario el establecimiento de alternativas capaces de recuperar la cohesión ideológica perdida, y constituyeron modelos religiosos inspirados en las corrientes monoteístas orientales y no ya puramente politeístas (Gonzalo Bravo, 2002). El s.III por tanto dio paso a un monoteísmo de corte pagano simbolizado en un dios supremo en la cúspide de un sistema de culto aún pluralista. Heliogábalo, Maximino el Tracio, Aureliano, e incluso Constantino con su visión en Puente Milvio, trataron de imponer un nuevo culto solar basado en el “Sol Invicto” (invicti solis), que era un culto muy extendido y fácil de identificar con multitud de dioses del panteón de otros pueblos (Baal en Palmira, Elegabal de Emesa, Mitra de los iranios o Helios de los griegos), pero que no siempre fue secundado por todos los emperadores –Galieno-. Con esta reorientación se buscó la unidad religiosa y espiritual en el imperio, con un nuevo culto que pudiera aglutinar con tolerancia y un gran sentido práctico tanto a politeístas como a monoteístas; y a su vez potenciar nuevamente el culto Imperial. La oposición cristiana a esta nueva política religiosa y la negativa a realizar el culto imperial equivalía a un acto subversivo contra el Estado romano (Montanelli, 2001). Ello debemos unir a la negativa cristiana a participar en la vida pública, política y militar del Imperio, conformando un argumento de peso para las persecuciones anticristianas del s.III, ahora sí, dirigidas desde el Estado.
Sin entrar de lleno en la problemática de las persecuciones anticristianas del s.III dC, sí diremos que Decio (249-251) fue uno de los grandes emperadores perseguidores del cristianismo. En el 250 dC este emperador promulgó un edicto de persecución de los cristianos, siendo por tanto la primera persecución estatal anticristiana. Decio instó a rendir culto a los dioses, y como ya hemos mencionado a ello se opusieron gran parte de cristianos. Lo más interesante es que muchos cristianos fueron a sacrificar espontáneamente sin sufrir violencia alguna, otros muchos apostataron del cristianismo –lapsi- o bien recibieron de manera fraudulenta un certificado o libellus de haber apostatado (Cipriano, De los apóstatas, 7-9):
Cipriano, De los apóstatas, 7-9: “A las primeras amenazas del enemigo un número muy grande de hermanos hizo traición a su fe, y no es que fueran derribados por la violencia de la persecución, sino que cayeron por sí mismos, por su espontánea flaqueza…Muchos ni esperaron siquiera a ser arrestados para subir al templo, a ser interrogados para negar a Cristo. Corrieron de grado al tribunal, se apresuraron a su perdición, cual si hubieran estado esperando gustosos. Cuántos dejaron entonces los magistrados para otro día por la urgencia del tiempo y cuántos de éstos hasta rogaron que no les dilataran su perdición. ¿Qué violencia podrán alegar estos tales para justificarse del delito, si más bien ellos hicieron fuerza para perderse? Además no les bastó a muchos su propia perdición. Arrastraron al pueblo con mutuas invitaciones a su ruina, a beber la ponzoña fatal de la muerte. Y para colmo de la iniquidad, hasta los niños en brazos de sus padres o conducidos por ellos perdieron, todavía tan tiernos, la gracia que habían recibido casi en los primeros instantes de su existencia”
Libellus o certificado de haber sacrificado. Trad. de A. Momigliano, Sommario di storia delle civilità antiche, Florencia, II, 346.
“A los miembros de la comisión para los sacrificios, de parte de Aurelia Charis, de la aldea de Teadelfia.
Yo siempre he sacrificado a los dioses y me he mostrado piadosa hacia ellos; y ahora, en vuestra presencia, según la orden, he hecho libación y he sacrificado y comido de la carne de los sacrificios, y os pido que deis testimonio de ello con vuestra firma. Buena Fortuna.
Nosotros, Aurelio Sereno y hermas te vimos hacer sacrificio.
Yo, Hermas, lo he firmado, en el primer año del Emperador César Cayo Messio Quinto Trajano Decio, Pío, Feliz, Augusto, el 22 del pauno [16 de junio de 250]”.
El emperador Valeriano (253-260) promulgó edictos prohibiendo el culto y las reuniones cristianas, castigando severamente a la jerarquía eclesiástica y a los cristianos de elevada condición social o política pero no se persiguió al pueblo. A pesar de las confiscaciones de bienes y de la ejecución de importantes dirigentes como Cipriano de Cartago, el papa Sixto II y el obispo Fructuoso de Tarragona, la persecución fracasó. Del mismo modo las autoridades judías y cristianas de oriente apoyaron al rey persa Sapor I, principal rival del imperio en esos momentos, quien fue tolerante con ellos. Galieno (253-268) revierte esta política perseguidora y promulga un rescripto donde ordenaba poner fin a la persecución y restituir a la iglesia sus propiedades confiscadas (Eusebio, Historia Eclesiástica, VII, 13), con lo que el cristianismo quedaba reconocido de facto y conoció unos decenios de paz y expansión.
Eusebio, Historia Eclesiástica, VII, 13. Rescripto de Galieno sobre el final de la persecución
“Mientras Valeriano sufría esclavitud entre los bárbaros, empezó a reinar solo su hijo y gobernó con mayor sensatez. Inmediatamente puso fin, mediante edictos, a la persecución contra nosotros, y ordenó por un rescripto a los que presidían la palabra que libremente ejercieran sus funciones acostumbradas. El rescripto rezaba así: “El emperador César Publio Licinio Galieno Pío Félix Augusto, a Dionisio, Pina, Demetrio y los demás obispos: He mandado que el beneficio de mi don se extienda por todo el mundo, con el fin de que se evacue los lugares sagrados y por ello también podáis disfrutar de la regla contenida en mi rescripto, de manera que nadie pueda molestaros. Y aquello que podáis recuperar, en la medida de lo posible, hace ya tiempo que lo he concedido. Por lo cual Aurelio Cirinio, que está al frente de los asuntos supremo, mantendrá cuidadosamente la regla dada por mí”. Quede inserto aquí, para mayor claridad, este rescripto, traducido al latín. Se conserva también, del mismo emperador, otra ordenanza que dirigió a otros obispos y en que permite la recuperación de los lugares llamados cementerios”.
Sin embargo la política de Galieno fue un oasis en este siglo III, y Aureliano (270-275) retomó con virulencia las persecuciones, pese a ser él quien imponía a los obispos de Roma para controlar la jerarquía eclesiástica del cristianismo.
Podemos concluir que existieron varias y diversas motivaciones en las persecuciones anticristianas del s.I e inicios del II dC. Los móviles de los judíos fueron los aspectos teológicos y religiosos, así como el peligro que el cristianismo supuso para sus tradiciones y la ley judía. De hecho debemos puntualizar que los judíos no eran perseguidores por naturaleza, sino que al igual que los paganos, actuaron al ver amenazadas sus tradiciones y creencias, siendo por ejemplo este el motivo de que originariamente Pablo persiguiera a los cristianos (Galatas 1,13). En esa línea apuntan las motivaciones en la población pagana –gentiles-, ante el miedo a perder unas señas de identidad y el temor a que el bienestar de una comunidad, real o imaginario, naufragara ante el avance de la nueva creencia religiosa. Por su parte ya hemos argumentado como la administración romana solo actuó ante problemas de orden público, en muchas ocasiones instigados por grupos judíos en clara oposición a los judeocristianos. No obstante, como también hemos podido narrar, este posicionamiento del Estado romano irá basculando desde una total indiferencia hacia el término “cristiano” hasta una persecución generalizada en el s.III dC. Debemos recordar que la tolerancia de Roma hacia las religiones se encauza en torno a dos vías (Fernández Ubiña, 2007). Bien mediante la integración de los dioses de un pueblo o región al sistema cultual y religioso de Roma (Minuncio Felix, Octavio, 6,1). Bien mediante el reconocimiento oficial de la propia religión como rasgo nacional de un pueblo aliado, como el judaísmo, a cambio de que este pueblo respete la religión y tradiciones romanas y colaboren política y socialmente. El propio Flavio Josefo, historiador judío, afirma a colación de esto que “nadie blasfemará de los dioses que otras ciudades veneren. Tampoco se saquearán los templos extranjeros ni se apoderará nadie de un tesoro que haya sido dedicado a algún dios” (Josefo, Antigüedades Judías. 4,207)
Minuncio Felix, Octavio, 6,1: “Cada pueblo y ciudad adora a sus propios dioses, los eleusinos a Ceres, Los frigios a
Sin embargo el cristianismo fue demarcándose progresivamente y no podía seguir ninguno de estos caminos por razones de peso. Durante el s.I los cristianos se vieron envueltos, involuntariamente, en problemas de orden público y de inestabilidad social, provocando la condena de muchos de ellos, la existencia de persecuciones puntuales, y la asociación casi inconsciente entre los términos “cristiano” y “delito”. Ello se agravó cuando a finales del s.I e inicios del II se fue creando una pésima imagen del cristianismo basado en interpretaciones erróneas de sus rituales. A ello debemos añadir cómo durante los siglos II-III dC, en el contexto de las grandes persecuciones anticristianas estatales, uno de los mensajes adoctrinadores de los teólogos cristianos es que todos los demás dioses son falsos y demonios. Esto supuso el menosprecio y la pérdida de respeto hacia la religión tradicional romana, el culto imperial y al propio Estado, requisito básico que los Emperadores establecerían a cambio de ser tolerantes con cualquier religión existente dentro del Imperio, como ejemplifica el judaísmo.
Podemos sintetizar que la libertad, la tolerancia, y el respeto mutuo son conceptos que ni se mencionan ni se defienden como aspiraciones espirituales ni como derecho de los ciudadanos. La violencia es protagonista entre los judíos y los judeocristianos -cristianos-, y lo que prima es la arbitrariedad de los gobernadores romanos, sobre un problema no legislado por el estado romano, para aceptar o no unas acusaciones e imponer la sanción que estimaran oportuna, atendiendo al aumento de la presión de las masas y al rango de las personas involucradas.
Bibliografía:
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FERNÁNDEZ UBIÑA, 2007: Fernández Ubiña, José – Razones, contradicciones e incógnitas de las persecuciones anticristianas. El Testimonio Lucas-Hechos. Ilu. Revista de Ciencias de las Religiones XVIII, 2007, pp 27-60.
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GONZALO BRAVO, 2002: Gonzalo Bravo (2002) – Historia del mundo Antiguo. Una introducción crítica. Alianza Editorial. Madrid, 2002.
MONTANELLI, 2001: Montanelli, Indro (2001) – Historia de Roma. Edt. Debolsillo. Barcelona 2001.
PIÑERO, 2009: Piñero, Antonio (2009) – Todos los Evangelios. Traducción íntegra de las lenguas originales de todos los textos evangélicos conocidos. Edt. Edaf. Madrid, 2009.
ROLDÁN, BLÁZQUEZ y CASTILLO, 1999: Roldán, José Manuel; Blázquez, José María; Castillo, Arcadio del (1999) – Historia de Roma. Tomo II: El Imperio Romano. Edit; Cátedra. Madrid, 1999.
TRABAJO DE INVESTIGACIÓN REALIZADO POR:
ANTONIO MANUEL LEAL MADROÑAL
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