vista desde la playa Santa María del Mar
Donde espumosos el mar Océano, reconoce freno
a sus aguas, quebrando sus crespas olas en el termino de el mundo, distante
diez y ocho leguas de el Estrecho de Gibraltar, y cuarenta de el Promontorio
Sacro o Cabo de San Vicente; crió la naturaleza un Peñasco, sí no tan alto, que
por superior se exima a la
Jurisdicción tirada de aquel soberbio elemento; tan bastante
a lo menos a resistir sus arrogancias locas, que aunque a costa de disminución
conocidamente grande, por más de cuatro mil años, y rodeado por todas partes de
sus enojadas espuma, alcandose con el glorioso Ictulo de la Isla mas celebrada del Orbe,
como la llama Estrabón. Con estas palabras comenzaba el carmelita Fray Jerónimo
de la Concepción
de su monumental obra sobre la ciudad en la que había nacido. “emporio de el
Orbe, Cádiz Ilustrada, Investigación de sus antiguas Grandeza, discurrida en
concurso de el General Imperio de España”. Había sido impreso en Amsterdam, en
1690.
“Sobre esta Isla o Peñón a las altiveces de
el mar: está fundada la antiquísima Ciudad de Cádiz; Emporio de todo el Orbe,
ilustre por su origen, insigne por su nobleza, gloriosa por sus blasones,
generosa por su sitio, benigna por clima. La Corte de los primeros Reyes de España, el campo
marcial de marcial de sus primeras conquistas, y el primer teatro de sus
batallas. La placa de armas de los Cartagineses. La Metrópolis de la Mauritania Tingitana,
la primera Colonia de los Romanos, el comercio más estimado de los Fenicios, el
asilo de los Focenes. La que dio socorro a Tyro, a Sidon defensa, emulación a
Asiria, a toda el Asia, y America diestros marineros, y Contratantes poderosos;
a Jerusalén riquezas, Cónsules y Emperadores; a Roma invencibles Mártires, y
esclarecidos Confesores a la Iglesia. La
deseada de las Naciones, la apetecida de los Monarcas, la solicitada de los
Imperios, la alabada de los historiadores, y la mayor que su fama”.
“Es pues la gente Gaditana de condición
apacible, de ingenio y entendimiento claro. Dispuestos sus Naturales a toda
arte de letras, y milicia, armas, navegación, trato y comercio. Su lenguaje
político, Castellano, y muy cortado. Visten con curiosidad, gala y corte
liberal sus hombres, como mujeres, amicísimos de pompa, ornato, y apariencia,
llevados del pundonor, y la honra. Reciben con agasajo a los forasteros, y
avienense bien con ellos. Son esplendidos en el arreo, y adorno de sus cosas,
aplicados al fausto, que le miran como norte en competencia de otras Naciones.
Y solo tienen de Isleño el ser fáciles a la adulación y lisonja.
Aprenden los primeros rudimentos de leer,
escribir, contar y Gramática, y raros son, los que pasan adelante, sino es los
que salen fuera, y los que aplicándose a la virtud se han acogido a las
Religiones, donde se han visto, con honesta vida y loables costumbres; ocupando
los mejores puesto de letras y gobierno; pues en un concurso de religiones se
hallaron en Sanlucar de Barrameda, trece Prelados de diversas Ordenes todos
Hijos de Cádiz, y hoy son muchos más, los que actualmente gobierna y regentan
sus Cátedras.
La gente Isleña de Cádiz, así hombres como
mujeres es compasiva, larga en la limosna, y muy mirada en el servicio, y culto
divino.
Así pues, dentro del gaditanismo acentuado de
esta obra, el autor ponía énfasis en que los habitantes estaban inclinados a
hacer el bien, se mostraban caritativos y disciplinados, sus mujeres se
hallaban inundadas de belleza, el agua del que disfrutaban era sana, su puerto
era uno de los mejores del mundo y sus edificios se podían describir como
majestuosos. Cádiz era considerada como la primera Corte de España, pues el
fraile carmelita (Fray Jerónimo de la Concepción en su libro “emporio de el Orbe”)
afirmaba, sin complejos, que los gaditanos eran los descubridores de América,
que los primeros cristianos en Hispania eran de Cádiz: que los Reyes Mago en su
camino hacia Belén habían pasado por esta ciudad, y que incluso Jesucristo,
descendía en su generación humana, de una mujer gaditana”.
*El Cádiz del siglo XVI era una ciudad
estratégicamente situada aunque de pequeño tamaño, reducida al perímetro de sus
murallas, abierta únicamente por tres puertas: la del Mar, la de de Tierra y la
de Santiago. Con el tiempo, la del Mar se denominó del Pópulo, sobre la cual se
situó un lienzo donde se representaba a la Virgen María bajo esta advocación.
Era muy habitual que las puertas estuvieran protegidas con imágenes sagradas.
El segundo de estos accesos, la de Tierra, pasó a denominarse Arco de los
Blancos, ubicándose por encima de ella una capilla de pequeño tamaño bajo la
advocación de Nuestra Señora de los Remedios. De ella, se impulsaría la
expansión de los rosarios públicos entre los gaditanos. La tercera de las
puertas se llamó el Arco de la
Rosa o del Rosario de los Milagros. Sin embargo, los
gaditanos fueron saliendo de estos estrechos limites y empezaron a configurar
los barrios extramuros*
Cádiz era en el siglo XVIII una ciudad de
rasgos peculiares y nada comunes a otras ciudades de la geografía peninsular.
La historia de la ciudad de Cádiz ha estado
fuertemente condicionada por su situación geográfica. Por su ubicación en el
confín sur occidental de Europa, se erigió en plaza fuerte militar y vigía del
comercio con América. Por su emplazamiento en el extremo de una lengua de
tierra que se adentra en el mar, Cádiz se configuró como una ciudad de clara
vocación marinera, de suerte que desde la antigüedad su prosperidad o
decadencia estuvieron estrechamente ligada a las facilidades o dificultades de
las comunicaciones por mar.
El siglo XVIII español aparece enmarcado
entre dos guerras, la de Sucesión en su comienzo, y la de la Convención en su final,
y en ambas desempeño un papel fundamental la ciudad de Cádiz como plaza fuerte.
En la guerra de Sucesión (1700-1713) Cádiz se
decantó por la causa borbónica y acreditó su valor estratégico frente a los
aliados del archiduque Carlos.
Cádiz fue uno de los puntales de la política
defensiva española, basada en la reconstrucción de la marina de guerra. De
Cádiz partieron algunas expediciones militares hacia el norte de África, las
escuadras del III Pacto de Familia que operaron en América y los fallidos
intentos de recuperación de Gibraltar. El francés barón de Bourboing, que
visitó la ciudad sobre 1780, escribió “Es difícil encontrar en ningún lugar de
Europa establecimiento de Marina de Guerra más completo que el de Cádiz”.
Cádiz vivió el siglo XVIII bajo la
preocupación defensiva, completando durante ese período su amurallamiento por
los cuatro costados, cuando en la mayor parte de las ciudades española y
europea las murallas comenzaban a quedar relegadas a un recuerdo del pasado.
La condición de Cádiz como plaza
prácticamente inexpugnable se puso a prueba en sucesivos intentos de asaltos
fracasados ante sus muros, como el de las tropas inglesas (1796) y los del ejército
napoleónico (1810-1812), la ciudad no pudo evitar los desastres ocurridos en
sus aguas circundantes, como el de Trafalgar (1805).
Entre 1717 y 1765 todos los navíos que
cruzaban el Atlántico, bien como flota o como navíos sueltos, tenían a Cádiz como
punto de partida y llegada, de forma que su puerto acaparó el 85% de todo
trafico comercial con América. La llegada de la flota a Cádiz, después de
sortear innumerables peligros de navegación y de los barcos enemigos, reportaba
considerables beneficios económicos a la ciudad, por lo que era celebrada con
volteos de campanas. Así se esperaba, la llegada de la flota en 1774.
La población de Cádiz sentía el orgullo de
pertenecer a una ciudad de rango internacional y la responsabilidad de dar una
buena imagen ante los numerosos extranjeros presente en ella.
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