sábado, 9 de junio de 2012

Ciudad de Cádiz; Emporio de todo el Orbe


 vista desde la playa Santa María del Mar

Donde espumosos el mar Océano, reconoce freno a sus aguas, quebrando sus crespas olas en el termino de el mundo, distante diez y ocho leguas de el Estrecho de Gibraltar, y cuarenta de el Promontorio Sacro o Cabo de San Vicente; crió la naturaleza un Peñasco, sí no tan alto, que por superior se exima a la Jurisdicción tirada de aquel soberbio elemento; tan bastante a lo menos a resistir sus arrogancias locas, que aunque a costa de disminución conocidamente grande, por más de cuatro mil años, y rodeado por todas partes de sus enojadas espuma, alcandose con el glorioso Ictulo de la Isla mas celebrada del Orbe, como la llama Estrabón. Con estas palabras comenzaba el carmelita Fray Jerónimo de la Concepción de su monumental obra sobre la ciudad en la que había nacido. “emporio de el Orbe, Cádiz Ilustrada, Investigación de sus antiguas Grandeza, discurrida en concurso de el General Imperio de España”. Había sido impreso en Amsterdam, en 1690.

“Sobre esta Isla o Peñón a las altiveces de el mar: está fundada la antiquísima Ciudad de Cádiz; Emporio de todo el Orbe, ilustre por su origen, insigne por su nobleza, gloriosa por sus blasones, generosa por su sitio, benigna por clima. La Corte de los primeros Reyes de España, el campo marcial de marcial de sus primeras conquistas, y el primer teatro de sus batallas. La placa de armas de los Cartagineses. La Metrópolis de la Mauritania Tingitana, la primera Colonia de los Romanos, el comercio más estimado de los Fenicios, el asilo de los Focenes. La que dio socorro a Tyro, a Sidon defensa, emulación a Asiria, a toda el Asia, y America diestros marineros, y Contratantes poderosos; a Jerusalén riquezas, Cónsules y Emperadores; a Roma invencibles Mártires, y esclarecidos Confesores a la Iglesia. La deseada de las Naciones, la apetecida de los Monarcas, la solicitada de los Imperios, la alabada de los historiadores, y la mayor que su fama”.

“Es pues la gente Gaditana de condición apacible, de ingenio y entendimiento claro. Dispuestos sus Naturales a toda arte de letras, y milicia, armas, navegación, trato y comercio. Su lenguaje político, Castellano, y muy cortado. Visten con curiosidad, gala y corte liberal sus hombres, como mujeres, amicísimos de pompa, ornato, y apariencia, llevados del pundonor, y la honra. Reciben con agasajo a los forasteros, y avienense bien con ellos. Son esplendidos en el arreo, y adorno de sus cosas, aplicados al fausto, que le miran como norte en competencia de otras Naciones. Y solo tienen de Isleño el ser fáciles a la adulación y lisonja.

Aprenden los primeros rudimentos de leer, escribir, contar y Gramática, y raros son, los que pasan adelante, sino es los que salen fuera, y los que aplicándose a la virtud se han acogido a las Religiones, donde se han visto, con honesta vida y loables costumbres; ocupando los mejores puesto de letras y gobierno; pues en un concurso de religiones se hallaron en Sanlucar de Barrameda, trece Prelados de diversas Ordenes todos Hijos de Cádiz, y hoy son muchos más, los que actualmente gobierna y regentan sus Cátedras.
La gente Isleña de Cádiz, así hombres como mujeres es compasiva, larga en la limosna, y muy mirada en el servicio, y culto divino.

Así pues, dentro del gaditanismo acentuado de esta obra, el autor ponía énfasis en que los habitantes estaban inclinados a hacer el bien, se mostraban caritativos y disciplinados, sus mujeres se hallaban inundadas de belleza, el agua del que disfrutaban era sana, su puerto era uno de los mejores del mundo y sus edificios se podían describir como majestuosos. Cádiz era considerada como la primera Corte de España, pues el fraile carmelita (Fray Jerónimo de la Concepción en su libro “emporio de el Orbe”) afirmaba, sin complejos, que los gaditanos eran los descubridores de América, que los primeros cristianos en Hispania eran de Cádiz: que los Reyes Mago en su camino hacia Belén habían pasado por esta ciudad, y que incluso Jesucristo, descendía en su generación humana, de una mujer gaditana”.

*El Cádiz del siglo XVI era una ciudad estratégicamente situada aunque de pequeño tamaño, reducida al perímetro de sus murallas, abierta únicamente por tres puertas: la del Mar, la de de Tierra y la de Santiago. Con el tiempo, la del Mar se denominó del Pópulo, sobre la cual se situó un lienzo donde se representaba a la Virgen María bajo esta advocación. Era muy habitual que las puertas estuvieran protegidas con imágenes sagradas. El segundo de estos accesos, la de Tierra, pasó a denominarse Arco de los Blancos, ubicándose por encima de ella una capilla de pequeño tamaño bajo la advocación de Nuestra Señora de los Remedios. De ella, se impulsaría la expansión de los rosarios públicos entre los gaditanos. La tercera de las puertas se llamó el Arco de la Rosa o del Rosario de los Milagros. Sin embargo, los gaditanos fueron saliendo de estos estrechos limites y empezaron a configurar los barrios extramuros*  

Cádiz era en el siglo XVIII una ciudad de rasgos peculiares y nada comunes a otras ciudades de la geografía peninsular.
La historia de la ciudad de Cádiz ha estado fuertemente condicionada por su situación geográfica. Por su ubicación en el confín sur occidental de Europa, se erigió en plaza fuerte militar y vigía del comercio con América. Por su emplazamiento en el extremo de una lengua de tierra que se adentra en el mar, Cádiz se configuró como una ciudad de clara vocación marinera, de suerte que desde la antigüedad su prosperidad o decadencia estuvieron estrechamente ligada a las facilidades o dificultades de las comunicaciones por mar.

El siglo XVIII español aparece enmarcado entre dos guerras, la de Sucesión en su comienzo, y la de la Convención en su final, y en ambas desempeño un papel fundamental la ciudad de Cádiz como plaza fuerte.
En la guerra de Sucesión (1700-1713) Cádiz se decantó por la causa borbónica y acreditó su valor estratégico frente a los aliados del archiduque Carlos.

Cádiz fue uno de los puntales de la política defensiva española, basada en la reconstrucción de la marina de guerra. De Cádiz partieron algunas expediciones militares hacia el norte de África, las escuadras del III Pacto de Familia que operaron en América y los fallidos intentos de recuperación de Gibraltar. El francés barón de Bourboing, que visitó la ciudad sobre 1780, escribió “Es difícil encontrar en ningún lugar de Europa establecimiento de Marina de Guerra más completo que el de Cádiz”.

Cádiz vivió el siglo XVIII bajo la preocupación defensiva, completando durante ese período su amurallamiento por los cuatro costados, cuando en la mayor parte de las ciudades española y europea las murallas comenzaban a quedar relegadas a un recuerdo del pasado.

La condición de Cádiz como plaza prácticamente inexpugnable se puso a prueba en sucesivos intentos de asaltos fracasados ante sus muros, como el de las tropas inglesas (1796) y los del ejército napoleónico (1810-1812), la ciudad no pudo evitar los desastres ocurridos en sus aguas circundantes, como el de Trafalgar (1805).

Entre 1717 y 1765 todos los navíos que cruzaban el Atlántico, bien como flota o como navíos sueltos, tenían a Cádiz como punto de partida y llegada, de forma que su puerto acaparó el 85% de todo trafico comercial con América. La llegada de la flota a Cádiz, después de sortear innumerables peligros de navegación y de los barcos enemigos, reportaba considerables beneficios económicos a la ciudad, por lo que era celebrada con volteos de campanas. Así se esperaba, la llegada de la flota en 1774.
La población de Cádiz sentía el orgullo de pertenecer a una ciudad de rango internacional y la responsabilidad de dar una buena imagen ante los numerosos extranjeros presente en ella. 
      

No hay comentarios:

Publicar un comentario