En el límite más occidental del vasto continente eurásico –“non ulterior accesio ad Occidentem ultra Gadira” –cabe el llamado “mar tenebroso” de los antiguos, el mar sin orillas, se encuentra Cádiz, la ciudad más vieja del Occidente, cuyo trimilinario está en trámite celebrar como preclaro acontecimiento nacional.
Esta blanca ciudad, toda luz, tenga más de tres milenios de vida, cuando es bella como una hermosa joven en edad de primavera; toda salada claridad, en frase de los poetas, y con altas torres diseminadas oteando todos los horizontes, y siempre como en disposición de nave dispuesta a zarpar por las rutas sin fin.
Tres mil años perfectamente delimitados en el devenir de la Historia, aunque su emplazamiento sugiera una existencia anterior, si bien por carecer de testimonios concretos es de necesidad recurrir a textos en que en que lo real se mezcla con lo legendario. La leyenda tiene la vida propia de lo vivido como se imaginó, conjetura de cómo pudieron desarrollarse las cosas, supliendo la fantasía la actividad del intelecto.
“Non Plus Ultra” figura de leyenda en su escudo, y, efectivamente, viene en razón, por cuanto el mundo antiguo se asomó por ella a las ignotas rutas oceánicas, siendo sin duda, punto de partida que llevaría a la misteriosa Atlántida, la isla de enclavamiento ignorado, sede de la corte del legendario Atlas, que tanto ha bullido en la imaginación de poetas y románticos de la Historia.
De progenie noémica viene la fundación de Cádiz, ya que se habla de la gestión de Tharsis en ello, siendo lástima que Schulten aclarase hace próximamente tres decenios el enigma de Tartessos, emplazándolo en el Coto de Doñana, pues hubo tiempo en que se confundieron ambas ciudades.
Hablan los autores sobre la circunstancia de que se efectuara su fundación coincidiendo con aquella legendaria gran sequía que poco más de un milenio antes de Jesucristo despobló la tierra del Occidente, variando cursos fluviales y anulando lagos, y produciendo grandes fuegos en los Pirineos y regiones boscosas, que hicieron corriera derretida la plata por las tierras de España.
No se sabe dónde termina la leyenda y empieza la Historia. Lo que si es conocido es que hace tres mil años la Ciudad blanca y luminosa existía y constituía un gran emporio de riquezas, con abundancia de factorías pesqueras, de explotaciones de minerales en las cercanías, por lo que era muy codiciado, y máxime con su brillante cultura, muy superior a la de los habitantes del interior.
Que desde los tiempos más remotas Cádiz fue ciudad de innumeras riquezas lo demuestra que del África cercano y del Oriente Medio, los más diversos pueblos trataran de ser sus dueños y señores, y suenan en la oscuridad impresionante del ringlero de siglos los nombres de Geryón de Mauritania, y de Hércules, y del fantástico Argontonio, y la arrolladora personalidad de los cíclopes.
Los fenicios, en alas del comercio, llegaron a sus playas arenosas, mudando en sus naves el estandarte de las armas de guerra por los ramos de oliva presagiadotes de paz, en tan alta consideración tuvieron a la Ciudad: y Hércules –entre dios y héroe- levantó las dos columnas simbólicas como término de su peregrinación, sobre las que estribó el templo célebre, colocado en forma para que las aguas respetaran la tierra sagrada, no anegándola, y cuyas ruinas constituyen uno de los primordiales afanes de la celebración del trimilenario, proyectándose excavaciones que hagan luz sobre la cultura de la Ciudad antigua.
El trimilenario, por tanto, ha de ostentar una extraordinaria brillantez, máxime con la colaboración estatal, tendiéndose a colocar un imponente obelisco en medio del mar que perpetúe la antigüedad de Cádiz y su jerarquía de nexo entre todas las grandes rutas. Y como complemento grandioso se habla de representar ante un escenario natural la inmortal obra de Falla “la Atlántida”, en un ambiente lleno de ruidos de mar y posiblemente con soplo de Levante africano.
Magnifica entrada.
ResponderEliminarTodos los temas que toca están muy bien explicados y documentados. Niña te felicito
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