Desde lejos, Cádiz parece un barco de piedra dispuesto a la travesía del Atlántico, su mar, que a veces la rinde adoración y otras la asusta con su mugir tempestuoso. Es también como cisne gigante que se luce en medio de un estanque grandioso.
Y sobre sus casas se ven proliferas, como si fueran hongos, las airosas e innumeras torres presididas por la de los vigías Tavira, todas blancas, con la sola excepción de la media yema de huevo del cimborrio o cimborio catedralicio; torres que cumplieron su misión de otear los horizontes en los tiempos de los piratas, codiciosos del oro de América.
En cualquier esquina de las estrechas calles del casco antiguo de Cádiz, al mirar hacia arriba observamos el esbelto Chaflán de cualquier edificio del siglo XVIII, con una majestuosa columna o una pequeña hornacina en su canto que sube hacia la azotea, parte omnipresente en todo el caserío gaditano, las azoteas situadas en la privilegiada zona más alta de nuestra ciudad, se divisa todo el horizonte en redondo, al no dificultar casi la visión de otros edificios.
Se contempla planos de las torres miradores tan genuinamente gaditanas y marineras, así como la figura esbelta de
Servían como lugar de estudios, de juegos y de ensayos de agrupaciones de carnaval, los guateques que se organizaban en las noches de veranos en las azoteas.
El casco antiguo de Cádiz constituye un conjunto homogéneo donde no destacan grandes monumentos.
Francisco Cossió decía que Cádiz había tomado como en un contagio, cierto aspecto colonial que aún hoy advertimos, aunque sería más correcto decir que las colonias española, y principalmente las Antillas, tomaron como modelo a Cádiz.
A diferencia de las construidas en los extramuros de la ciudad, Puerta de Tierra, las calles y caseríos del centro histórico están adaptadas al clima.
En el centro las calles son estrechas y laberintos para estar guarecidas del Sol, y nunca van de mar a mar, evitando así que el viento, tan frecuente en esta tierra, pueda encajonarse y duplicar su fuerza.
En Cádiz, la estrechez del espacio, por lo general obligaba a que la casa de planta domestica tuviese tres pisos, patio central con columnas y arcos, escaleras amplia y galería perimetral o corredor, como lo llamamos aquí, se empleaban en estas construcciones, la piedra ostionera autóctona y maderas americanas traídas en las sentinas de los barcos como lastre, lo que le daba gran robustez a los edificios.
Este modelo arquitectónico se repetía en multitud de casas de comerciantes, junto a estos edificios burgueses existían edificios plurifamiliares levantados expresamente para ser alquilados como vivienda.
Transcurrido el tiempo, muchas casas y palacios se convirtieron en casas de vecindad, que han llegado hasta nuestros días.
Un dato curioso de cómo somos en Cádiz, en todas las ciudades y pueblos de España, la numeración de los edificios parte teniendo como centro el Ayuntamiento o la plaza de armas, los números pares a la derecha y los impares a la izquierda en el sentido de la calle.
Aquí somos diferentes: la numeración de las casas del casco antiguo están al revés, quedando los pares a la izquierda y los impares a la derecha, partiendo desde la plaza de San Antonio, que fue plaza de armas.
Las esquinitas de mi Cádiz, han servido y sirven como sala museística urbana para exponer retos de nuestra historia, por medio de cañones viejos e inservibles, que en tiempos protegía las calles de Cádiz de los embates de los carruajes, tal y como describían a finales del siglo XVI.
Algunos de los cañones procedían de navíos de distintas épocas y nacionalidades, otros fueron los utilizados por las tropas francesas durante
En la ciudad había 133 cañones protegiendo las esquinas, unas estaban protegidos por guardacantones de valor histórico y decorativo, aunque muchos de ellos han desaparecido como consecuencia del expolio que venimos sufriendo en Cádiz cada vez que se reforma alguna finca.
Otras las encontraron hechas con alarde señorial, dado por los alarifes del siglo pasado, que las decoraron con columnas salomónicas, hornacinas con imágenes de santo o bien con perfiles rectilíneos de corte clásico, sobre 1873 se encargaron de borrar las que tenían imágenes religiosas de la geografía de la ciudad.
Las casapuertas, palabra genuinamente gaditana con la que denominamos la entrada que une la calle con el patio.
En otros lugares se llama portal, vestíbulo, zaguán, pórtico e incluso porche o soportal, pero en Cádiz se le designa como casapuerta.
En las casas del casco antiguo, las casapuertas, tuvieron una vida propia e independiente muy variada, siendo testigo de una actividad frenética, según la época, el día o la noche.
Una de las características de la mayoría de las casapuertas, era su olor, una mezcla de olor a gato y a gas ciudad.
Cuando fallecía algún vecino, era frecuente ver en la casapuerta la consabida mesita con alguna bandeja, para depositar las tarjetas de pésame o folio de papel y así los amigos y familiares podían escribir sus firmas.
Solía estar los plomillos de la luz de los vecinos, y también cada vecino solía tener un cubo para la basura y por las noches se ponía en la casapuerta, para que los basureros lo vaciaran en los camiones y lo pusieran de nuevo en la casapuerta.
Los niños se ponían a jugar con las latillas al fútbol, las noches de veranos los vecinos tomaban el fresquito y las parejitas pelaban la pava.
bonitas fotos
ResponderEliminar