miércoles, 25 de abril de 2012

El maestro Escobar, músico del pueblo

Don Antonio Escobar Perera

 
Antonio Escobar nace el 8 de enero de 1918, en el número 15 de la calle Sacramento en Cádiz, casi un mes más tarde, fue bautizado en la parroquia de Nuestra Señora del Rosario.

Cádiz era reflejo de aquel clima de subversión y de pobreza. Era noticia por entonce el cierre de Astilleros motivado por la huelga de trabajadores que reclamaban un sueldo digno. En la calle Hércules, María la Portuguesa, era apuñalada por uno de sus amantes y se debatía entre la vida y la muerte. Empezaban a germinar los cinematógrafos en Cádiz, la festividad del Corpus marcaba uno de los momentos más esperados del año y la Alameda, con la balaustrada que reemplazó al pretil de sus muros, empezaba a adquirir el aspecto que hoy le es característica.

Ante un refino de la calle Columela frente al antiguo cine Municipal, sobre 1922, Antonio camina cogido de la mano de su madre, tenía cuatro años, ha fijado su atención en un pequeño teclado que reposa sobre una de las tarimas. Su madre le anima a que se aproxime, y ayudándole a subirse a una silla, jugueteando trata de ensartar con sus dedos las notas que penetran en su mente, recordadas por su oído.

De este modo, los padres descubrieron la precocidad de su hijo, y con seis años, solicitaron el ingreso del joven en el Conservatorio.

Para la pasión musical de Antonio resultaba decisivo el ambiente familiar vivido desde niño, la atmósfera familiar en que crecía Antonio pertenecía a una acomodaticia clase media. En la cual aún se respiraba el gusto refinado y burgués hacia el arte musical. En cualquier hogar que se preciase culto, era habitual que se dieran conciertos a los familiares y amigos.

El sentido irónico y burlón dominaría su carácter, pero no siempre fue de este modo. De niño había sido especialmente tímido y retraído. El mismo al recordar su niñez se califica de raro.
Era más delgado y de menos estatura que los niños de su edad. Tenía poco trato con sus compañeros, eso acentuara su vocación hacia una actividad tan interior como la música. Por todo ello, Antonio descubrió en el piano uno de sus primeros amigos.

El primer año de Conservatorio debió ser para Antonio una verdadera desilusión, pese a aprobar el curso con sólo siete años, la experiencia le condujo a abandonar en este momento una enseñanza reglada.

Otra empezaba a ser su ilusión. A la par que realizaba sus primeros estudios en el colegio de la Salle-Centro Católico, en la plaza Jesús Nazareno, Antonio iba quedando deslumbrado por el sueño de hacerse sacerdote, dejando de lado sus inquietudes musicales.

Antonio empieza a sentirse atraído por el misticismo, los padres de Antonio proyectan su ingreso en el Seminario.

Por mediación de su tía, tras hablar con el padre Eugenio, vicario de la diócesis de Cádiz, el padre lo recomienda para el Colegio de Santa Cruz. Allí el director del centro sigue de cerca los pasos del chaval, no duda en proponerlo como seise de la Catedral. En dicha actividad entablará amistad con otro joven. Quien tiempo más tarde sería amigo y colaborador en numerosos conciertos.

Esta experiencia como seise lo había reconciliado con una vocación que parecía próxima a extinguirse. No sería hasta los dieciséis años, en que ingresa en la Banda Municipal, retomará su vocación bajo las enseñanzas de su tío Eduardo y su tío político. Camilo Gálvez.

La estirpe musical de los Escobar arrancaba del siglo XIX. Su bisabuelo Cristóbal, había sido profesor de fagot, su hijo Eduardo, tocaba el contrabajo, también había sido profesor de música.
Antonio ha estudiado mecanografía y cultura general en el colegio Ramos Martín, frente a San Angustin. Consigue en los últimos años del gobierno de Primo de Rivera, un trabajo como archivero en la Iglesia de San Lorenzo.

Por estas fechas, realiza un año en la Escuela de Arte y Oficios, interesado en conocer más facetas del mundo artístico. Se preparó las oposiciones para la Banda Municipal, y se libra de tener que hacer el servicio militar.

Con dieciséis años, realiza las pruebas de oboe para la Banda y gana la plaza por unanimidad, más tarde pasaría a ser saxofón soprano. Asimismo, le asignan el cargo de archivero. Esta labor, le posibilitará el contacto con la obra de grandes compositores.

En la banda, no logra pasar desapercibido. Su juventud su estatura, su desordenado cabello le hacen aparecer en las fotografías como una “pelusa”, según refieren humorísticamente sus amigos, y poco a poco, el joven irá cobrando cada vez mayor protagonismo en la Banda.

Siente la llamada de componer. Esta vocación determinaría  toda su vida. El joven Joaquín Gonzáles Salas, vecino suyo, el cual formaba parte de un equipo de futbol del barrio: Aurora F.C., el joven era aficionado a la poesía y le propuso a Antonio, con quien tenía amistad, que se ocupara de componer un himno para su club, que ya él se encargaría de la letra. Y así sucedió. Este pasaje ocuparía por entero los esfuerzos vitales del músico.

En la época de sus comienzos, compuso otro himno titulado “Gibraltar”, estrenado en Algeciras.
La primera composición ambiciosa de Escobar tiene lugar al poco tiempo. De su contacto con las partituras de la banda nace la idea de componer una marcha militar. Don Antonio por entonces había pensado en colaborar como seglar en el colegio Salesiano. A espalda de su tío, consiguió convencer al director en funciones a que incluyera su pieza “España” en el repertorio de la Banda Municipal. Así en uno de sus habituales conciertos en la alameda Apodaca, se vio cumplido su deseo, de que el himno fuera estrenado por el grupo al que pertenecía, ante la negativa de su tío de estrenar su marcha.

Poco más tarde, a mediados de los treinta, componía la primera obra para ser estrenada fuera de Cádiz: Una noche en Rora. Sería la primera de las muchas colaboraciones que Antonio haría con la Banda de Rota.

En 1936, la familia decide trasladarse a la plaza de Falla numero dos, tras el nacimientos de nuevos hijos. Pocos años después del traslado, fallece la madre, y al poco tiempo su padre, comenzaba a desgajarse el núcleo familiar.

Al igual que don Manuel de Falla, ambos optaron por renunciar a una vida en pareja, dedicándose a la composición, apoyados en el cariño de sus hermanas.

Es 1942. como todos los días acude a San Lorenzo, donde ya trabaja como organista, se ha hecho muy conocido a través de sus actuaciones en Radio Cádiz con la sección “Miniaturas” del programa “Arte futuro” donde toca el piano.

Miniaturas le ha posibilitado el contacto con los nuevos valores: jóvenes cantantes y bailarines. Fueron muchos los artistas gaditanos que se dieron a conocer a través del programa. La grabación se realizaba en un salón del estudio abierto al público, situado en la calle José del Toro, el concurso fue un éxito.

A la desaparición en antena de “Miniaturas”, comienza su labor como organista en la Parroquia de San Lorenzo, la cual se prolongaría hasta 1986, se dedica también a la composición de piezas escénicas, y por último, gracias a su pertenencia como tenor segunda en la Masa Coral Gaditana, empieza a tener un contacto más directo con la música vocal.  

Sería más de cuarenta años los que ligarían a Antonio Escobar con la parroquia de San Lorenzo. Durante ese periodo llegó a formar un excelente tándem artístico como barítono Juan Jiménez de la Torre (amigo de la infancia de cuando eran seises de la Catedral), no teniéndole nada que envidiar a los mejores dúos del momento, a lo largo de años, Escobar contaría con la colaboración de numerosas intérpretes de valía.

Escobar atendía y dirigía alguna coral de mujeres y niñas, que actuaba en los actos religiosos de la parroquia, principalmente en las navidades. En los años más próximos a la actualidad, Antonio desarrollaría su labor de organista con la de archivero (como en los tiempos de la Banda Municipal) supuso u nuevo impulso en sus perspectivas musicales, y a su posición le permitió a hondar en sus conocimientos sobre la música religiosa.

Durante los años cuarenta, Antonio dedica sus esfuerzos a la música escénica. En 1941 compone para la representación de Natiel. Leyenda lírica en tres actos y siete cuadros escrita por un jovencísimo Carlos Edmundo de Ory.

La segunda obra de este tipo fue la estampa lírica Gloria de España, redactada a petición de la falange femenina para una función que se iba a dar a beneficio de la división azul.

En 1946, Escobar compone su primera zarzuela, titulada “El querer quita el sentío”. En 1947, presenta el Himno al Cádiz C.F. que fue cantado por los jugadores de aquel tiempo sobre el escenario. Poco después Escobar pone música a otra obra de Parodi, titulada “Cuenta de las Calesas” (1948).

El maestro Escobar también compone música para guiñol, “Papilu y el ogro Tragapán”. La presentación tuvo lugar en el Colegio Jaime Balmes, (hoy centro de adulto Pintor Zuloaga) en la calle Arbolí. También compuso para el género infantil el cuento “El sabio Tejemaneje”.
Fue fundador de Radio Juventud de Cádiz, tuvo el cargo de Jefe de Programación y de subdirector  de la emisora. Su gran afición al teatro le hizo ser uno de los fundadores del T.E.U. de Cádiz y escritor de algunas comedias.

Antonio se sentía completamente integrado en su tierra. Quizá fuera esta circunstancia lo que limitó sus ánimos de viajes. Escobar rara vez salió fuera de su Cádiz natal, tuvo posibilidad de hacer mundo. Antonio carecía de independencia porque al mediatizar toda su vida a la música no sabía afeitarse, anudarse la corbata. Los cordones, vestirse…  

Cómo emprender ese camino en solitario. El maestro era un niño aún en esos apartados. Y tenía miedo. “El demonio-me dices., eso era lo que había más allá del mar”

A principio de los cincuenta Antonio Escobar cierra sus ciclos anteriores. En diciembre de 1950, la Academia de Bellas Artes del Puerto de Santa María, convoca un concurso al que se presenta para el compone un pasodoble sinfónico para piano titulado “Feria del Puerto”.

Antonio siente otra vez fuertemente su vocación clásica. Se plantea reanudar sus estudios en el conservatorio. En 1955 reemprende sus estudios oficiales. Tras realizar la prueba de acceso. Antonio se matricula de las asignaturas de primero, segundo y tercero de solfeo, primero de armonía y tercero de piano, solventó con sobresaliente cada uno se sus exámenes.

El maestro más decisivo en la trayectoria sería Antonio Chover, profesor y director de la Banda de Música del Gobierno Militar de Cádiz. Con él profundiza en la preparación y conocimientos de dirección, composición, armonía, grupos musicales y corales.

Tras un breve intervalo de tiempo, Escobar se sumerge una vez más en la faceta creativa, compaginando su trabajo como organista en San Lorenzo con la composición de piezas religiosas.
Su primera obra fue un miserere a dos voces, para tenor, bajo y órgano, y dentro de los nuevos cánones litúrgicos. Con posterioridad realizaría un Himno para el Cristo de las Penas y una Plegaria para la hermandad de los Afligidos.

El Stabat Mater al que hace referencia Escobar, dedicada a la Dolores de Servitas, estaba basado en la homónima pieza compuesta en 1880 por el maestro de capilla de la Catedral. Esta práctica de insertar temas religiosos en himnos y marchas ha sido continuada tiempo más tarde por otros compositores, y releva el influjo que Escobar ha tenido en la música cofrade gaditana.

Años previos a 1960, Escobar compone su primera marcha. Será “Auxilium Cristianorum”, una marcha de gloria dedicada a María Auxiliadora.

Entre el umbral entre los cincuenta y los sesenta, el maestro compone otras dos marchas; para la Semana Santa Gaditana: Santo Entierro y Dolores, para la Orden Tercera de Servitas.

Compone numerosas piezas religiosas, el maestro recuerda con cariño un Ave María, compuesta por petición del locutor radiofónico Manuel Garaboa.

A principio de los cincuenta, se convierte en subdirector de la Masa Coral Gaditana y del Coro Clásico de la Salle Viña y la y la Coral Santa Cecilia.

Esta primera fase de música cofrade comienza en 1960 con la escritura de una marcha para la Virgen de la Soledad, perteneciente a la cofradía de la Vera-Cruz (la más antigua de Cádiz, fundada en 1566) se estrechaba la relación entre Antonio y los frailes del convento de San Francisco.

En 1961 compone una marcha fúnebre para el titular de la cofradía del  Jesús Caído. En 1964, el músico realiza una nueva marcha, esta vez dedicada a María Santísima de las Penas, de la Archicofradía de la Palma. Este primer ciclo compositivo referido al mundo de la Semana Santa gaditana se cierra en el sesenta y ocho, componiendo una marcha para María Santísima del Buen Fin perteneciente a la cofradía de la Sentencia.

Antonio, no sólo es un notable compositor, también un gran maestro de músicos. Muchos fueron sus alumnos a lo largo de los años; a casi todos enseñaba en el difícil arte del solfeo o en la práctica del piano. Entre los años setenta, tendría bajo su magisterio a uno de los músicos más conocidos de finales de los setenta y principio de los ochenta: Felipe Campuzano, Antonio ayudó a pulir el estilo pianístico de Felipe, que ya se manejaba bastante bien al piano. Escobar no dudaba en contar con él para suplirle en las labores de organista en San Lorenzo, las veces que él no podía. De este modo se abría camino Felipe a comienzos de los años setenta.

En 1977, Felipe Campuzano lanza su primer disco: Andalucía Espiritual, volumen 1. Cádiz. En este punto se abre la polémica: dos temas son demasiado parecidos a composiciones de Escobar, muchas voces hablan de plagio, no se ha obtenido algún tipo de prueba fehaciente al respecto. Este hecho marca una de las grandes desilusiones del maestro. El es consciente de que su obra no se encuentra registrada y que cualquier esfuerzo sería inútil.

A finales de los setenta Antonio comienza a colaborar con el coro de los Dedócratas, que tanto revolucionaría en esta etapa de transición del Carnaval gaditano.

Aquel año, Antonio apareció en los carteles anunciadores como autor de los arreglos musicales. Y apareció muy a su pesar, ya que lo que pretendía Antonio era pasar desconocido mediante un seudónimo. Escobar tenía que su participación en el Carnaval afectara a su credibilidad como compositor y que, tras su colaboración, sus otras composiciones no fueran tomadas en serio; temo comprensible, ya que por entonces ambos mundos se hallaban bastante enfrentados.


Los arreglos musicales, no fueron su única aportación, puso en orden las voces, fijando tres cuerdas independientes; una de primeros tenores u octavillitas, otra de segundas y otra de bajos. Enseñó a cantar y afinar a los miembros del coro, aplicando los criterios vocales de los grupos corales al mundo carnavalesco, renunciando eso sí a los conceptos que traicionaban el espíritu del Carnaval, como la impostación de primeras voces.

Al año siguiente, Antonio no sólo se ocuparía de la dirección musical, sino también de la composición. Los coros escobarinas pronto se caracterizaron por una mayor ambición compositiva;: las dos primeras voces no sólo se doblaban sino que llegaban a intercambiar sus papeles; se pisaban dando lugar a un contracanto tremendamente complejo para la época. Esta no fue su única aportación al Carnaval: la cuerda de bajos que hasta entonces sólo duplicaba las notas graves, comenzó  a disponer de una letra propia. Trató de impregnarle poder melódico a instrumentos y a voces, con un fundamento armónico simple pero equilibrado, la sabiduría de Escobar consistió en darle riqueza musical al coro sin restarle vida y aliento popular.

Por los ochenta, se produjo uno de los grandes éxitos de la carrera musical del maestro. Con motivo del Año Internacional del Niño se convoca el I festival de la Canción Infantil Iberoamérica y Antonio Escobar compone para el Colegio Salesiano, la canción del Marinero, letra de José Antonio Galiana.

Tras superar la preselección en el Teatro Real de Madrid. La expectación que se creó en el país, y sobre todo en Cádiz, sobrepasó los márgenes de lo esperado. Tuvieron que enfrentarse pocas horas antes de la actuación, dos de los jóvenes intérprete sufrieron una inesperada afonía y el extravío de las partituras. Enviadas desde Barcelona, sede de la Fase Nacional, no llegaron a Madrid. Los padres de los chavales podían asegurar que habían sido testigos de una manipulación extraña de las partituras por parte de la delegación de Barcelona. No han desaparecido Antonio, le decían, ¡nos la han robado! Aquella misma noche Escobar tuvo que reescribir la canción integrar, poniendo a prueba sus dotes memorísticos y musicales, bajo la presión de familiares y compañeros.  

A primera hora de la mañana, Antonio había terminado. Finalmente, el grupo salesiano pudo representar a España en el concurso. Tras once actuaciones, el fallo del jurado concedió el primer premio a la mejor música a la representación española. 

Escobar aprovechó la oportunidad para reivindicar un Cádiz cultural, con inquietud por la música. Con la canción del marinero, Antonio Escobar había llegado a la cumbre de su carrera.

En 1984, Escobar reabre su segunda etapa como compositor de marchas procesionales, compuso María Santísima de la Luz, para la Cofradía Gremial de las Aguas. En 1986, Jesús de la Paz, para el titular de la Borriquita, 1988, Cruz-Vera. Probable que a esta misma época pertenezcan las cantigas para Veracruz. 

En 1987, compone su única pieza procesional para la Semana Santa isleña, con Madrugada del Viernes Santo en la Isla (Poema descriptivo para Banda de Música). 

En 1985, abandona sus funciones como organista de San Lorenzo. Consideran que su edad ya es considerable y que debe jubilarse. Con esta temprana jubilación comienza el progresivo olvido del maestro.

Compone don Antonio en este período algunas piezas para piano. Entre ellas destaca su Homenaje a Falla.

Escobar participa en las ceremonias del Carmen, pasando a la Castrense, donde colabora de manera más esporádica. Será allí donde entablará amistad con uno de sus futuros y más brillantes alumnos: Sergio Monroy, paralelamente a sus estudios en el conservatorio había aceptado trabajar como organista en la Castrense de manera ocasional.

Sergio es un pianista con unas manos mágicas y muchas ideas en la cabeza. Sergio le muestra algunas piezas propias. Escobar, no dudará en expresarse elogiosamente. A pesar de tratarse de un género (el piano flamenco) que nunca a trabajado, don Antonio, sabe apreciar el talento de este joven inquieto. De algún extraño modo, Sergio vino a paliar el agravio realizado años atrás por Felipe Campuzano.

En 1994, se celebra el centenario de la beatificación del fraile Diego José de Cádiz, don Antonio estrena un himno de conmemoración, letra de Vila Valencia.

En 1996 compone para la Cofradía del Perdón María del Rosario en sus Misterios Dolorosos y Cristo del Perdón. En 1997, compone Humildad y Paciencia y dos años más tardes para la Patrona de Cádiz María Santísima del Rosario Coronada (Marcha de Gloria compuesta sobre temas marianos).

El nuevo siglo trae para don Antonio Escobar intensas pérdidas y algunas hondas satisfacciones. Comienza este período con la composición de dos nuevas marchas procesionales. En el año 2000, compone Desamparados, para la Hermandad del Santo Ángel Custodio, poco después, finaliza su himno dedicado a la otra gran Virgen de Gloria, la del Carmen.

En el ánimo de don Antonio comienza a hacerse sentir el peso del tiempo.

El primer reconocimiento de la ciudad de Cádiz a la trayectoria del maestro tiene lugar en marzo de 2000 en el Casino Gaditano, en abril del mismo año es nombrado Socio de Honor de Juventudes Musicales, y en julio, la asociación “Sentir Cofrade”, le concedía el II Galardón “Mariano Arce”. El 21 de diciembre de 2004, fue nombrado Hijo Predilecto de la Ciudad de Cádiz.

En fecha de 9 de enero 2004, ahora el homenaje se hace realidad. Son las 21 horas, un gran ambiente se hace sentir dentro del Gran Teatro Falla. El profesor Pedro Payán sale al escenario y desde su ambón abre el acto con la brillantez acostumbrada. 

La Banda Musical de Rota, llena de juventud el escenario. Interpretan para la ocasión dos de las marchas menos difundidas de Escobar. A continuación, actúan el coro Virgen del Patrocinio y la Coral de la Universidad de Cádiz, con dos piezas representativas de la música religiosa del maestro. Le sigue el alegre minueto del cuento infantil El sabio tejemaneje, que posee el encanto de los minuetos clásicos.

Sergio Monroy y sus músicos entran en escena. La brillante actuación de este nuevo y firme valor de piano flamenco acaba de cerrarse con unas afectuosas palabras dirigidas al maestro.

La presencia de Escobar llena el teatro de un aplauso cálido y unánime.

Va interpretar una de sus piezas más ambiciosas: 

Homenajes a Falla.

El conjunto de plectro “Harmonía”, abre la segunda sección, dos piezas de orden clásico inician su repertorio. A continuación el tango Angelita de Barrios daba entrada al carnaval sobre las tablas del Falla. Para cerrar su actuación interpretan un popurrí de estribillos del coro Los Dedócratas y el tango de “Corporación bajo mazas”.

El teatro empieza a sentir el ambiente festivo de nuestro febrero.

Cierra su actuación el coro de antiguas y nuevas voces, interpretando con música del tango anterior “Homenaje a don Antonio Escobar.

Tras los aplausos salen todos los participantes. Ha llegado la hora de que todos los amigos del músico se conviertan en una sola masa coral junto a la orquesta. Interpretando el Himno a Cádiz.
El pueblo de Cádiz acababa de rendir tributo a uno de sus más queridos músicos.


cartel del homenaje al maestro Escobar


Datos recopilados del libro"Vida y Obra del Músico Gaditano Antonio Escobar Perera", de la biblioteca José Celestino Mutis de Cádiz del autor Juan Jesús Payán Martín.

martes, 17 de abril de 2012

LOS SEISES DE CÁDIZ

Los actuales seises gaditanos

Una de las peculiaridades de la Capilla de la Catedral de Cádiz fue la presencia casi ininterrumpida de niños cantores.

En el libro de Ceremonias, antes de enumerar las obligaciones de los seises, aparece un breve resumen histórico según el cual a finales del siglo XVI ya había seises en la Catedral. En una segunda etapa los niños fueron escogidos entre los colegios del Seminario, dato que se apunta en un informe recogido en acta capitular de 1776.

Durante el siglo XVII los seises se mantuvieron, aunque con alguna interrupción. Hay constancia de la existencia de seises (1616-1622), (1622-1637) y (1649-1655). Los niños continuaron en el Seminario, hasta que en 1666, pasaron a vivir con el maestro de capilla. En 1682, los seises fueron suprimidos en un momento de graves crisis económica de la Catedral gaditana. A comienzos del siglo XVIII el cabildo decidió restablecer de nuevo los seises.

Se nombró una comisión de prebendados para realizar un estudio de vialidad y, según el informe que esta comisión presentó al Cabildo en 1700, con las observaciones que los seises ganarían por sus actuaciones en la Capilla, prácticamente se podrían autofinanciar.

El proyecto sufriría algún retraso. En enero de 1702 se decidió que los niños vivieran con el maestro en una casa propiedad del Cabildo, para lo cual hubo que desalojar al tiple, en abril del mismo año, los seises ya estaban seleccionados y preparados.

Durante el siglo XVIII los seises catedralicios pasaron por dos etapas. En la primera, de 1702 a 1777, vivieron en la casa del maestro de capilla, situada al lado de la Catedral a espalda de la capilla del Sagrario. En 1777 se fundó el colegio de Santa Cruz y los seises pasaron como internos a él, bajo la autoridad de un Director y un Regente.

El maestro debía ocuparse del cuidado y sustento de los seises, para lo que tenía una asignación de cuatro reales diarios por cada infante. Tenían una también una pequeña asignación para pagar un ama de casa.

La asignación por los seises se vio reducida a tres reales en 1708 y con esta cantidad permaneció hasta 1753.

Los gastos de vestidos y calzados de los muchachos lo pagaba aparte la Fábrica.

En noviembre de 1707 llegaron noticias al Deán del abandono en que se encontraban los niños, así en alimentos como en la decencia. El cabildo deliberó si sería conveniente quitar los seises al maestro.

Sobre (1710-1758) el cuidado de los seises resultó una pesada carga. El Cabildo mantuvo una estrecha vigilancia, tanto sobre el procedimiento de admisión, como sobre el trato que recibían los chicos. En 1716 había un gran descontento en el Cabildo por la poca calidad de los seises y ordenó, que antes que sean recibidos, sean oídos por todos los Señores para que así sean de la aprobación de todos, no tuvieron grandes resultados tales exámenes, pues al año siguiente seguía preocupando la poca calidad de los seises.

El cabildo nunca se mostró satisfecho del régimen de la vida de los seises en casa del maestro de capilla y siempre que se trataba de la mejora de la Capilla surgía la idea de fundar un colegio para los seises. En 1717, 1720 y en 1732 volvió a plantearse el viejo proyecto del colegio para los seises, pero no llegó a aprobarse.

En diciembre de 1776, el proyecto del colegio de seises se pudo sacar por fin adelante. El objetivo del colegio era doble, por un lado poder atender debidamente a los seises en un régimen de internado y por otro liberar a los seminaristas de la continua asistencia al coro que les restaban mucho tiempo de estudios.

El día 1 de enero de 1777 quedó constituido el Colegio con los dieciséis primeros colegiales, de los cuales diez eran Acólitos para servicio del altar y coro y el resto Seises para cantar en la Capilla de Música. Los primeros seises que pasaron al colegio fueron: Pablo Núñez, natural de Priego; Francisco de Paula García, de Antequera: Fernando Domínguez, de Ubrique; Sebastián Daza, de Gaucín; Manuel Vergara y José de la Vega, de Cádiz.

En el Colegio de Santa Cruz, los seises se regían por un Reglamento aprobado en 1777, cuyas normas básica se mantuvieron vigentes mientras duro esta institución.

En la etapa en que los seises estaban bajo el cuidado del maestro no existían normas escritas sobre los requisitos para ser admitidos. En la práctica sólo se requería ser niño varón de corta edad y tener la voz adecuada. Durante la etapa del Colegio de Santa Cruz era requisito indispensable haber nacido en Cádiz o al menos ser originario del Obispado, aunque esta condición se dispenso a veces.

El tiempo de permanencia de un niño como seises venía determinado por la evolución de su voz.

La creación del Colegio de Santa Cruz supuso una organización más sistemática de los estudios humanísticos, para lo que contrataron un maestro de gramática y de latinidad, enseñanzas musicales a cargo del maestro de capilla.

A partir de 1789 se puso un maestro de canto llano para los seises, distinto del que impartía clase en el Seminario. Como complemento de su aprendizaje se ejercitaban en la copia de papeles de música.

La formación musical de los seises comprendía también el aprendizaje de algún instrumento, esta enseñanza solía estar a cargo del maestro de capilla, el organista y algunos ministriles.

La enseñanza del clave a los seises fue una constante a lo largo el siglo. De la práctica del clave lo normal era pasar al órgano, otro de los instrumentos practicados por algunos seises fue el bajón.

Los seises asistían regularmente a todas las actuaciones de la Capilla dentro y fuera de la Catedral, también acudían al coro actuando como versistas: que los seises cantes los versos en la Salve y en todas las celebridades que asiste en la Capilla de Música, también cantar los versículos y asistir al facistol.

Se suele relacionar la existencia de seises con la práctica de danza en determinadas festividades, especialmente la del Corpus: no era este el caso de Cádiz, donde no aparece noticia alguna documental que les relacione las danzas en el templo en todo el siglo XVIII.

Los seises tenían su vestimenta particular:

· Bonete de color rojo (grana, media grana, holandilla encarnada.
· Mangas del mismo color, con botones forrados de seda.
· Cuello de esterlina blanco (tela de hilo gruesa), o de bretaña (lienzo fino).
· Sotana encarnada (lienzo fino teñido).
· Sobrepellices de bretaña (lienzo fino blanco).
· Medias azules de seda.
· Beca de paño azul, con el emblema de la Catedral bordado en ella: una cruz sobre las aguas.

Hubo seises en la Catedral de Cádiz durante todo el siglo XVIII con una continuidad que nunca había existido antes

Estos niños cantores o seises, tradición del siglos en Cádiz aunque con sus periodos de desaparición (el último desde mediado del siglo XX), ha sido recuperados recientemente. .